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Con Gades en el Sadler’s Wells – Las cozas (II)

La Compañía Antonio Gades era la envidia de la profesión. Era el que mejor pagaba y el que más trabajo tenía pero, eso sí, él no buscaba la excelencia artística en sus compañeros, sino la excelencia humana.


Uno de los grandes lujos que te da la vida es haber llegado a Londres formando parte de la Compañía Antonio Gades como guitarrista para trabajar en el mítico teatro Sadler’s Wells, con sus más de mil quinientas butacas, justo antes de la última remodelación de las seis que ha vivido desde 1638. Fue en 1996, y estuvimos un mes, muchos días con doble función. Este tren de vida lo repetimos durante años en otras capitales como Buenos Aires, Tokio, Roma, París… Lo que yo te diga, un lujo para un músico.

 

Trabajar con Antonio, lo tengo dicho en muchas ocasiones, era como hacer la mili. Yo, de hecho, la hice dos veces, una en Cartagena, en el España 18, carros de combate, tocando el tambor en la banda y hartándome de procesiones y juras de bandera, y la otra, estar con el gran Antonio Gades. El Pájaro, que así le llamábamos cariñosamente, tenía como norma el binomio “disciplina y libertad”, libertad para hacer lo que te plazca y disciplina en el trabajo por respeto a los compañeros. Llegar al teatro un minuto tarde era motivo de expulsión inmediata. Vamos, que ese día ya ni salías al escenario. Lo viví varias veces. Gades era totalmente consecuente con sus ideas, no como ahora, que se encuentra uno a tanto izquierdista de chichinabo, progres de salón o izquierda caviar, como quieran llamarla. Antonio no. Era un militar en su trabajo. Y trataba a sus compañeros como jamas he vuelto a ver en nadie.  Y, siguiendo la estela de su maestra, Pilar López, a quien adoraba, “primero está la ética y después la estética”.

 

Como iba diciendo, cuando llegamos a Londres me encontré a Antonio riéndose a mandíbula batiente mientras leía algo en el tablón de anuncios de la entrada de artistas del teatro. Le pregunté, a la cubana: ¿Qué volá? (qué pasa). Y me señaló un artículo de prensa que estaba colgado mientras se iba al escenario. Antonio era siempre el primero en llegar. Me acerqué al tablón y había una página de un popular diario británico donde se podía leer (traduzco del inglés): “Soy el único artista flamenco capaz de llenar un teatro en Londres”. No digo el nombre del pecador por no hacer leña del árbol caído, ya que hace mucho que no se sabe nada de él. Entonces entendí el porqué de la carcajada del maestro. Era nuestro primer día, teníamos por delante cuarenta funciones y estaba ya todo el papel vendido. Multipliquen mil quinientas butacas por cuarenta funciones y háganse la idea de la magnitud del éxito de público. Algo que el susodicho bailaor no habría conseguido ni harto de vino. Cómo puede alguien ser tan necio e inconsciente para llegar a afirmar en una entrevista tamaña tontería. Inexpliqueibol, ya que estamos en Inglaterra.

 

Antonio Gades siempre dijo que estaba orgulloso de no haber tenido que ir con un dossier debajo del brazo recorriendo los pasillos de un ministerio. Toda su vida fue a taquilla y dio de comer a decenas de familias durante medio siglo de carrera. Sin presumir. Para él era lo normal. Había crecido como artista en una España de postguerra en la que nadie lo tuvo fácil. Cuando escribo esto me acuerdo de cuando Juan Valderrama me comentó en su casa de Espartinas aquello de “desde que los políticos se han metido a empresarios esto se ha acabado”. Era la generación de los cómicos de la legua, la época de “en mi hambre mando yo”. ¡Qué sabe naide!

 

 

«Todos sabemos de artistas que sin dinero público no llenarían ni un café, creadores que solo se sostienen por estar muy bien relacionados. Medio artistas y medio militantes. Riéndole las gracias al poder ejecutivo para poder llevar adelante una carrera. Gades era de otra pasta»

 

 

Por eso se reía Gades ante las declaraciones de aquel bailaor. Él, que llevaba toda su vida llenando teatros en los cuatro puntos cardinales, qué podía decir ante tan prepotentes declaraciones. Todos sabemos de artistas que sin dinero público no llenarían ni un café, creadores que solo se sostienen por estar muy bien relacionados. Medio artistas y medio militantes. Riéndole las gracias al poder ejecutivo para poder llevar adelante una carrera. Gades era de otra pasta. Y mira que le dio vueltas al mundo. Fundó el Ballet Nacional de España, y algún día contaré por qué fue cesado, creó la GIAD (Grupo Independiente de Artistas de la Danza), única cooperativa de artistas, que tuvo que abandonar porque Dios dijo hermanos, no primos.

 

Pocos artistas flamencos son capaces de llenar teatros durante más de un día. Hoy se me ocurren no más de cuatro. Y esto fuera de España. El país donde menos gusta el flamenco es precisamente aquel en el que nació. Una desgracia que tenemos que soportar y debería avergonzarnos. Hace unos meses me preguntó una revista japonesa si podía definir el flamenco en una frase y, después de pensarlo unos días, contesté: “El flamenco es esa música que tanto gusta a los extranjeros”. Y sigo pensando lo mismo. Seguramente en los últimos años está cambiando y hay un nuevo público que se está interesando por el flamenco libre de ideas trasnochadas y pamplinas varias. Se acercan al género con la cabeza limpia de prejuicios y aprenden a valorarlo como lo que es, un género de música y baile admirado en el mundo entero y fiel reflejo de la cultura española en general y en particular de la andaluza, en su riqueza y variedad.

 

La Compañía Antonio Gades era la envidia de la profesión. Era el que mejor pagaba y el que más trabajo tenía pero, eso sí, él no buscaba la excelencia artística en sus compañeros, sino la excelencia humana. No era importante ser un fenómeno de la guitarra (el mejor ejemplo es que me metió a mí, que toco medio mal tirando a fatal), quería a su lado gente que fueran personas, que respetaran a los compañeros y estuviesen dispuestos a entregarse en cuerpo y alma al trabajo. Lo demás importaba menos. Con aquellas declaraciones al rotativo londinense quedaba claro que aquel bailaor no sabía lo que decía y era muy poco de Gades. Las cozas.   

 

 

→  Ver aquí las entregas anteriores de la sección A Cuerda Pelá de Faustino Núñez en Expoflamenco

 

 

 


Musicólogo de Vigo (Galicia). Investigador y profesor. Amante de la música. Enamorado del flamenco. Y apasionado de La Viña gaditana.

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