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Valga la redundancia

Flamenco fusión. Nuevo flamenco. Flamenco puro. Flamenco y apropiación cultural. Flamenco gitano. Cante flamenco. Para todas estas expresiones, valga la redundancia.


Hace muchos años, en Madrid, cuando empecé a colaborar con una revista llamada La Caña, para mi sorpresa uno de sus números lo titularon Música y Flamenco. Llamé al editor, entonces era Agapito Pageo, y le dije: «Pon el subtítulo valga la redundancia». Me explicó que el número iba de la relación del flamenco con Falla, Albéniz, Turina… Ya. Entonces el flamenco es una cosa y la música otra. Ho capito.

En muchas ocasiones me han dicho que el flamenco es mucho más que música, se trata de una forma de vida. ¡Toma! ¡Claro! Como el jazz, el son cubano o el clasicismo vienés. Todas las músicas pueden ser consideradas como una forma de vida. Pero nada, que no. El flamenco es algo diferente. En cierto modo he asumido que es una cuestión ideológica y que para ser flamenco, o parecerlo, hay que tener una actitud ante la vida. Por ejemplo, si estás de fiesta y a las tres y media te marchas no te extrañe que alguien te diga: ¡Cobarde! Se entiende que en el manual del perfecto aficionado pone que hasta que salga el sol, al menos, hay que aguantar de fiesta, aunque la reunión sea insoportable. No olvidemos que son muchos a los que el efecto del alcohol les hace pensar que cantan bien. Las cruces que hay que portar para que no te tachen de jambo, Dios mío.

 

«Así nació el flamenco, y así nacieron todas las corrientes artísticas, todas impuras y mestizas, producto de los procesos más complejos de fusión»

 

No fue menor mi sorpresa cuando apareció la marca Flamenco fusión, y recuerdo que me dije: valga la redundancia. El principio de la música es la fusión, todos los géneros musicales han cristalizado en momentos determinados producto de la fusión de elementos dispersos en el tiempo y el espacio hasta que se consolidaron como tales géneros, cumpliendo su misión de aglutinar todo aquello que satisface los deseos estéticos de una sociedad concreta. Así nació el flamenco, y así nacieron todas las corrientes artísticas, todas impuras y mestizas, producto de los procesos más complejos de fusión gestionada por experimentados alquimistas que saben reconocer dichos deseos y plasmarlos en estilos musicales como fiel representación de su comunidad, que ya ella se encargará de asentar y consolidar el género, y cuando pase de moda se disolverá habiendo realizado su función.

Y lo mismo cuenta para la marca Nuevo Flamenco, sintagma nominal al que le cabe (Martirio dixit) también lo de valga la redundancia. Soy de la opinión que hay tantos flamencos como épocas. Hay un flamenco de 1860, otro de 1880, otro de 1900, etc. Y todos, excepto el primero, fueron Nuevos Flamencos. Pensar que somos protagonistas de una revolución, olvidando que todas las generaciones lo han sido, es pecar de ombliguismo, afección muy extendida entre los flamencos, por cierto. Ya lo he comentado por aquí, pensar que lo que hemos vivido es la vara de medir de todo, obviando y, lo que es peor, olvidando lo que no hemos vivido. Estar con Camarón, Paco o Enrique en el Candela es algo inolvidable, eso queda para siempre en el corazón, pero pensar que no hay nada comparable a esa experiencia es pecar de gil. Pues eso, que Nuevo Flamenco es una buena opción de marketing, y así lo supo ver el gran Mario Pacheco, pero de nuevo tiene lo mismo que tuvieron otros flamencos de cualquier otra época.

 

«En el flamenco, puro es sinónimo de auténtico, de ahí que decir flamenco puro sea redundante, ya que se entiende que toda interpretación debe ser auténtica y no un cobazo insípido»

 

Flamenco puro, valga la redundancia. Con la pureza hemos topado, comodín al que hoy solo recurren ya, eso sí, cada dos por tres, los revolucionarios de nuevo cuño, posmodernos ellos que solo revolucionan a sus amiguetes, creyendo estar en el centro de un movimiento artístico similar al que propició la madrileña Residencia de Estudiantes en los años veinte. Hay que ser egocéntrico para creer que estás revolucionando algo incluso antes de iniciar el giro. Las revoluciones, que suelen durar poco (excepto la cubana, claro, que lleva seis décadas), en el arte suelen revelarse a toro pasado, quien la anuncia, en cierto modo, la está haciendo de mentirijillas.

Puro, como me dice Ramón Soler, es lo hecho desde el corazón, de verdad, nada tiene que ver con etnias, y menos con razas y pureza de sangre, conceptos propios de antes de la segunda gran guerra. Puros, lo que se fuma Felipe. En el flamenco, puro es sinónimo de auténtico, de ahí que decir flamenco puro sea redundante, ya que se entiende que toda interpretación debe ser auténtica y no un cobazo insípido.

Flamenco y apropiación cultural, valga la redundancia. Cuando salió la polémica con Rosalía me llevé las manos a la cabeza al escuchar lo de apropiación cultural que, al igual que en lo dicho respecto al flamenco fusión, es el principio del arte. Qué hubiera sido de Goya, Cervantes o el mismísimo Dante sin la apropiación cultural. Como la frase atribuida falsamente a Picasso de Los buenos artistas copian, los grandes roban directamente, que aunque no sea del genio malagueño ni de Steve Jobs es una verdad como un templo. No existe un genio que no se haya hecho a partir de copiar a otros. Nunca he entendido a los que con orgullo pregonan a los cuatro vientos que son autodidactas. ¡Claro! Se te posó el Espíritu Santo en lo alto y ya sabías tocar la guitarra. ¡Enga ya! A alguien tuviste que ver antes y alguien te tuvo que poner los dedos, aunque lo hayas olvidado, pichón.

 

«Nunca he entendido a los que con orgullo pregonan a los cuatro vientos que son autodidactas. ¡Claro! Se te posó el Espíritu Santo en lo alto y ya sabías tocar la guitarra. ¡Enga ya! A alguien tuviste que ver antes»

 

Flamenco gitano, valga la redundancia. No sabemos a ciencia cierta por qué a los gitanos se les comenzó a llamar flamencos principiando el siglo XIX, si por los cuchillos, si por los pájaros, si por los rubios de Flandes, si por el campesino moro huido. Lo que sí sabemos es que al género musical se le llamó así por ser gitano. Así lo dice claramente la hasta el momento primera mención de flamenco como género musical, aparecida en El Espectador el 6 de junio de 1847, anunciando a Lázaro Quintana como Cantante Flamenco, crónica que literalmente apunta:  «(…) El célebre cantante del género gitano Lázaro Quintana…». O sea, gitano es el género, no el intérprete. Se suele decir erróneamente en contraposición al flamenco payo, en mi opinión una incongruencia además de feo de toda fealdad, porque, insisto, gitano se refiere al género, no al intérprete, que, como todo el mundo sabe, puede ser gitano, payo o haber nacido en el mismo centro de México D.F. Ya se lo dijo Antonio Chacón a Luis Bagaria en Granada en 1922, cuando presidía el jurado del famoso Concurso: «Se debe llamar ‘cante gitano’, nada de ‘cante jondo’».

Y ya puesto, para acabar, cante flamenco, es decir, cante gitano, merece también un valga la redundancia. Cuando hablamos de cante y no de canto, se entiende que nos referimos al cante flamenco, y si nos referimos al toque, lo mismo, toque flamenco suena redundante. Pues eso.

 

→ Ver aquí todas las entregas de A cuerda pelá: sección de opinión de Faustino Núñez.

 

El Espectador. 6 de junio de 1847.

 


Musicólogo de Vigo (Galicia). Investigador y profesor. Amante de la música. Enamorado del flamenco. Y apasionado de La Viña gaditana.

1 COMMENT
  • Francisco en Paris 18 julio, 2021

    Que gusto leer a Faustino
    Agua fresca!
    Un abrazo

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