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El abuelo, el flamenco y la Feria de Sevilla

Cuando la Feria de Sevilla estaba en el Prado, sí había buenas fiestas flamencas. Ibas una noche y acababas escuchando a Terremoto y al Sordera en el reservado de alguna caseta. O veías bailar a Farruco y a Juan el Tumba. La Feria era entonces un pañuelo. Hoy es tan grande que si no llevas un gepeese atado a la


– Abuelo, ahora que llega la Feria de Abril de Sevilla, conocida en todo el mundo, ¿puedes hablarme de cómo se vive el flamenco en esta feria? Sobre todo, de cómo se vivía en tus tiempos mozos.
– Nunca se han llevado bien el flamenco y las ferias, sean de donde sean, porque este arte requiere algo de intimidad, un ambiente adecuado en el que emisor y receptor encuentren la comunicación necesaria, en lo concerniente al cante. Otra cosa es el baile, claro, que se adapta mejor al bullicio y es algo más visual. Pero es imposible que en un sitio así alguien pueda cantar una seguiriya y que te llegue al alma.

– Me consta que ha habido grandes fiestas en la Feria de Sevilla, y en todas las épocas.
– Claro que sí. Yo he disfrutado algunas que nunca olvidaré. Por ejemplo, una con Perrate y Gaspar de Utrera, su sobrino, dos genios. No en el recinto actual, sino en El Prado, en la caseta El Traga. Y he visto bailar para rabiar a la Niña de los Peines, quien precisamente debutó en la Feria de Sevilla en 1898, con solo ocho añitos, sustituyendo a su hermano Arturo, que se emborrachó y no pudo ir.

– Amós Rodríguez, el hermano del Beni de Cádiz, me contó que su hermano le grabó una noche una película a Pastora, precisamente bailando en la Feria de Sevilla. ¿Sabes algo de eso?
– Es cierto, y busqué esa película por tierra, mar y aire. La tenía Amós en su casa, pero ni él ni yo fuimos capaces de encontrarla. Hoy valdría una fortuna, porque sería la única película –casera, en este caso– de Pastora Pavón, que no existe ninguna.

 

«El flamenco y las ferias nunca se han llevado bien, porque este arte requiere intimidad, un ambiente adecuado en el que emisor y receptor encuentren la comunicación necesaria»

 

– Hasta Tomás Pavón cantó en la Feria de Sevilla, ¿no?
– Claro. Tomás cantaba allí donde lo llamaban y, aunque era raro, con eso llenaba la olla. Pericón de Cádiz cuenta en sus memorias cómo sufría cuando tenía que cantar al lado de un organillo. Sufría mucho porque para él, el cante jondo era como ir a misa. Tomás tenía amigos influyentes en Sevilla que eran quienes le daban las fiestas, con las que comía. Pero imagínatelo en la Feria, cantando la debla o los martinetes de Juan el Pelao. O a Manuel Torres, que era otro raro del cante.

– ¿No cantaron nunca sevillanas? Manuel Torres y Tomás, quiero decir.
– Todos los cantaores las cantaban entonces, aunque no todos las grabaran. Silverio las cantaba, y Juan Breva también. De hecho, el cantaor veleño cantaba las corraleras de Triana en Madrid, en 1880. Luego, cuando se empezó a grabar, El Mochuelo, Escacena y Pastora hicieron maravillas. Entonces, las sevillanas formaban parte del repertorio de muchos artistas de cante, porque hacían fiestas y siempre había algunas damiselas que las pedían para bailar. Pero, vamos, no me imagino a Tomás cantándole unas sevillanas a la mujer del torero Fuentes o a la de Bombita.

– ¿Alguna anécdota simpática que tenga que ver con el flamenco en la Feria de Sevilla?
– Pues sí, hay muchas. Manuel Vallejo era otro raro del cante, con un carácter insoportable, a veces, aunque había que entenderlo. Por lo que me contaron, llamaron una vez a Marchena para cantar en una fiesta que se iba a dar en la Feria de Sevilla, y Marchena era un guasón con muy mala uva cuando se enfadaba. Y le dijo al corredor: “Yo no canto en cualquier sitio, pero llame usted a Vallejo, que tiene un buen pito”. Como Vallejo y Marchena se llevaban como el perro y el gato, cuando el corredor contactó con Vallejo y le dijo que iba en nombre de Marchena, se armó la de San Quintín. “Con que un buen pito, ¿no? Pues si quiere usted un buen pito, coja el tren de Utrera y se lleva con usted a Marchena para que le cante milongas a su santa madre”.

– O sea, abuelo, que flamenco y ferias no son un buen guiso.
– No lo son, no. Y menos hoy. Hace medio siglo, cuando la Feria de Sevilla estaba en el Prado de San Sebastián, sí había buenas fiestas. Ibas una noche y acababas escuchando a Terremoto y al Sordera en el reservado de alguna caseta particular. O veías bailar a Farruco y a Juan el Tumba. La Feria era entonces un pañuelo, Manolillo. Hoy es tan grande que si no llevas un gepeese atado a la cola del caballo, puedes acabar en las Colombinas.

– ¡Qué arte tienes, abuelo! ¿No vas este año a la Feria?
– A mí no se me ha perdido nada en ese sitio, niño. La última vez que estuve, de lo que hace tanto tiempo que ni me acuerdo del año, me quejé de que había polvo de albero en un plato de jamón y me dieron un plumero.

 

 


Arahal, Sevilla, 1958. Crítico de flamenco, periodista y escritor. 40 años de investigación flamenca en El Correo de Andalucía. Autor de biografías de la Niña de los Peines, Carbonerillo, Manuel Escacena, Tomás Pavón, Fernando el de Triana, Manuel Gerena, Canario de Álora...

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