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El abuelo y los festivales de verano

Podías ver en un mismo escenario a Mairena, Juan Talega, Perrate de Utrera y Fosforito, y con ellos una pléyade de jóvenes que venían pisando fuerte: Lebrijano, la Paquera de Jerez, José Menese, Manuel Agujetas, María Vargas, Terremoto, Trini España, Matilde Coral, Farruco, Rafael el Negro, Morente, Camarón, Paco Cepero, Enrique de Melchor…


– Abuelo, en cuanto pase esta convulsa primavera llegan los festivales flamencos de los pueblos, esos que tanto te gustan y a los que ya no vas. ¿Por algún motivo especial?
– Pues sí, hace años que dejé de ir. Los viví con tanta intensidad en los años sesenta y setenta del pasado siglo, que ahora voy y me aburro como una ostra. No es porque no haya buenos artistas, que los hay, pero hace años que cayeron en la rutina. En mis tiempos eran otra historia, sobre todo por el ambiente, que era muy familiar y de cabales. No sé, recuerdo aquellos años con mucha nostalgia.

– ¿Por qué nacieron los festivales de verano, abuelo?
– Mira, Manolillo. Después de la Guerra Civil española de 1936, algunos artistas y empresarios quisieron rescatar aquellos grandes carteles de la Ópera Flamenca, que fue una década prodigiosa, desde 1925 hasta el 36. Pero el país había cambiado y a mediados los años cincuenta algunos artistas, aficionados e intelectuales entendieron que había que abrir otra etapa, buscar de nuevo un flamenco clásico y desvestido de lentejuelas y artisteo.

– ¿Así de sencillo?
– No fue tan sencillo como puedas pensar. Tuvieron que darse otras circunstancias. Llegaron los concursos nacionales, como el de Córdoba, por ejemplo. Nació una generación de flamencólogos e intelectuales que decidieron aportar sus cosas. Llegó también la discografía de vinilo, cuyos primeros discos son ya joyas. Y las grandes antologías. Nacieron las peñas flamencas, que comenzaron como lugares donde se reunían los cabales y hoy tienen mucha fuerza en este arte. Comenzó también la crítica flamenca, digamos especializada, con secciones en los periódicos y programas de radio. Y eso era un terreno abonado para los festivales.

 

«Manolillo, será difícil que pueda aguantar hasta el amanecer, como hacía hace 50 años, que me iba de casa un viernes y regresaba el lunes, sin un duro y cansado como un perro callejero. Tu abuela tuvo mucha paciencia conmigo, la pobre»

 

– Abuelo, esto que cuentas es historia pura y dura. ¿Cómo eran aquellos primeros festivales, los de Utrera, Arcos de la Frontera, Mairena del Alcor, Morón de la Frontera, La Puebla de Cazalla, Puente Genil, Écija, Los Palacios, El Puerto…?
– Una maravilla, Manolillo. Podías ver en un mismo escenario a Mairena, Juan Talega, Perrate de Utrera y Fosforito, y con ellos una pléyade de jóvenes que venían pisando fuerte: Lebrijano, la Paquera de Jerez, José Menese, Manuel Agujetas, María Vargas, Terremoto, Trini España, Matilde Coral, Farruco, Rafael el Negro, Morente, Camarón, Paco Cepero, Enrique de Melchor…

– ¿Y qué pasó con Caracol, la Niña de los Peines, Marchena, el Pinto, Vallejo, Valderrama o Canalejas?
– Marcaron tanto la época anterior que no se adaptaron a ese cambio. Caracol era ya un cantaor castigado, un genio que se dedicaba a su tablao madrileño, Los Canasteros. Vallejo murió en 1960, olvidado y solo. Pastora Pavón se retiró y su marido, El Pinto, se dedicaba a sus negocios y cantaba solo lo justo. Marchena se vio desplazado y no era muy partidario de los festivales de los pueblos, en su nueva concepción. Y Valderrama, que se había hecho rico en los teatros con su propia compañía, se vino también abajo. Llegó a decirme que Antonio Mairena “nos mandó a todos al garaje”.

– ¿Antonio Mairena fue el promotor de los festivales de verano, tal y como los conocemos hoy?
– No, eso se ha dicho siempre, pero no es cierto. Aunque sí lo es que jugó un papel primordial, con el apoyo de un representante ya fallecido, Jesús Antonio Pulpón, al que la historia le tendrá que reconocer algún día su gran labor en el flamenco de aquella época. Mairena vio en ese nuevo movimiento la oportunidad de abrir otra época y de liderarla, y lo hizo. Se convirtió en el puto amo, como dicen ustedes, los jóvenes de hoy.

– Todo eso fue a raíz de que le dieran la Llave del Cante en Córdoba, en 1962, ¿no?
– Por supuesto. Aunque antes de eso ya cantaba en el Potaje Gitano de Utrera y preparaba el asalto al poder, utilizando un símil político muy de moda. Sin Mairena y su labor, los festivales de verano hubieran sido otra historia. Se hizo con el poder y lo ejerció, a veces, con mano dura, sobre todo en su festival, el de Mairena, que se convirtió en referencia de todos y para todos.

– ¿Vas a venir conmigo este verano a El Potaje, El Gazpacho y a La Caracolá de Lebrija?
– No estoy ya para mucho trote, Manolillo, pero a lo mejor me armo de valor y te acompaño. Eso sí, será difícil que pueda aguantar hasta el amanecer, como hacía hace cincuenta años, que me iba de casa un viernes y regresaba el lunes, sin un duro y cansado como un perro callejero. Tu abuela tuvo mucha paciencia conmigo, la pobre.

– ¿La abuela también era flamenca?
– No, ella era más de Marifé y de Juanita Reina.

– O sea, flamenca de peineta.
– Un respeto, niño.

 

 

 


Arahal, Sevilla, 1958. Crítico de flamenco, periodista y escritor. 40 años de investigación flamenca en El Correo de Andalucía. Autor de biografías de la Niña de los Peines, Carbonerillo, Manuel Escacena, Tomás Pavón, Fernando el de Triana, Manuel Gerena, Canario de Álora...

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