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El abuelo y los señoritos flamencos

¿A favor o en contra de esas fiestas? A favor, claro, siempre que sean fiestas con clase. Gracias a esos señoritos o empresarios que han organizado tantas fiestas, muchos artistas no han pasado hambre en los malos momentos.


– Abuelo, supongo que en tus tiempos estarías en muchas fiestas de señoritos flamencos, de esos que llamaban a artistas para una reunión en la que luego les pagaban. Se ha hablado mucho sobre este asunto y no siempre bien. ¿Qué puedes decirnos?
– Pues mira, Manolillo. Te puedo asegurar que grandes fenómenos del cante, como Manuel Torres, Tomás Pavón, La Moreno o La Pompi, comían a veces gracias a esos señoritos que chanelaban y pagaban fiestas. A veces eran los propios artistas, los de éxito, quienes organizaban esas fiestas. Por ejemplo, Pepe Pinto, Marchena, Antonio el Bailarín y otros muchos.

– ¿No era un poco denigrante para el artista necesitado?
– Puede parecerlo, pero te aseguro que nadie decía que no. Si acaso Tomás, que era muy orgulloso. Él siempre preguntaba que si habría mujeres en la fiesta, y si le decían que sí, a veces no iba y Reyes, su esposa, tenía que poner el puchero sin ternera, ¿me entiendes? Era, como decía Juan Talega, de moco pavo. Los Pavón eran poco aficionados a divertir a nadie, aunque lo hicieron por necesidad. A Pastora tampoco le gustaban las fiestas pagadas, solo iba por algún compromiso. Le decía Pepe Pinto: “Pastora, que Belmonte quiere que vayas a su fiesta y que hagas una cosita para sus amigos”. Iba, claro, pero más como amiga de Belmonte que como artista.

– Otro raro era Chacón, ¿no?
– No, no era raro. Era exigente. No le cantaba a cualquiera. Sin embargo, cuando estaba a gusto le cantaba a un limpiabotas. El que llamara a Chacón a una fiesta le tenía que perder el cariño a un buen puñado de billetes. En aquello tiempos, hace más de un siglo, podría cobrar 2000 pesetas en una fiesta, dependiendo siempre del que pagaba. Se podía comprar una casa con ese dinero. Ganó una fortuna, pero murió más tieso que un bacalao. Le gustaba la buena vida y vestía como un marqués.

 

«Grandes fenómenos del cante, como Manuel Torres, Tomás Pavón, La Moreno o La Pompi, comían a veces gracias a esos señoritos que chanelaban y pagaban fiestas. A veces eran los propios artistas de éxito quienes organizaban esas fiestas: Pepe Pinto, Marchena, Antonio el Bailarín…»

 

– ¿Recuerdas a señoritos que pagaran muchas fiestas?
– Claro. El Duque de San Lorenzo, italiano, aunque muerto en Jerez en 1896, tenía a Tomás el Nitri solo para él y sus amigos. Sabes que Tomás vivió los últimos años de su vida en Jerez. Pues cada vez que tenía ganas de que le partieran el alma, llamaba al Nitri para que le cantara en su casa. Un día, mientras el artista gitano cantaba, el Duque tonteaba con unas damas, y Tomás se levantó y se fue del palacio. Tenía sus cosas el aristócrata, pero se gastó mucho dinero en escuchar cante gitano, que era lo que le gustaba. Otro generoso era el General Sánchez Mira, que se iba a Triana para que Juan el Pelao y Manuel Cagancho le cantaran en el Arquillo. El Duque de Alba, el de Medinaceli, el Rey Alfonso XII… Luego, los toreros. Frascuelo, Antonio Fuentes, el Niño de la Palma, Joselito, Belmonte, Ignacio Sánchez Mejías y Joselito el Gallo se gastaron mucho dinero. Cuando Pastora Pavón iba a la casa de la Gabriela, en la calle Santa Ana, en la Alameda, decía Gallito: “Tengo hambre de tu cante, Pastora”. Llamaban a José Triano, Antonio Moreno o Currito el de la Jeroma, guitarristas de la Alameda, y ya estaba la fiesta liada.

– ¿Se han perdido, abuelo, esos señoritos generosos?
– No, aún los hay. Lo que pasa es que los artistas trabajan ya en teatros y muy pocos van a esas fiestas pagadas. Suelen ir los que necesitan 300 euros para pagar la luz o ir al supermercado. Juan Badía, el de los jamones, se gasta mucho dinero en flamenco. Tuvo su propia peña en Sevilla, a la que íbamos los martes a almorzar y luego actuaban Mari Peña, Erminia Borja, Antonio Moya, El Pulga…. Por esa tertulia han pasado todos y se han vivido momentos grandiosos.

– Mucho jamón, supongo.
– No te creas, Manolillo. Badía es generoso, pero no tonto. Solía haber un buen guiso de carne o un arroz. Y antes, un platito de jamón para ir haciendo el paladar. Pero no un platazo, ¿sabes? Decía que el jamón había que comprarlo, ja, ja, ja. Pero es un gran aficionado y se ha gastado mucho dinero, lo mismo en esa peña que en el Rocío.

– Resumiendo, abuelo. ¿A favor o en contra de esas fiestas?
– A favor, claro, siempre que sean fiestas con clase. Gracias a esos señoritos o empresarios que han organizado tantas fiestas, muchos artistas no han pasado hambre en los malos momentos.

– ¿Tú no has pagado nunca ninguna, abuelo?
– No me he movido en esos niveles.

– No eres Heredia, ¿verdad?
– No, ese era el más rico de Europa en el siglo XIX. Era malagueño y le quitó hambre a muchos gitanos de la tierra.

– ¿Es el del fandango? Que soy más rico que Heredia…
– Sí, ese mismo.

 

Imagen superior: Antigua fiesta flamenca en Jerez con Juana la del Pipa.

 


Arahal, Sevilla, 1958. Crítico de flamenco, periodista y escritor. 40 años de investigación flamenca en El Correo de Andalucía. Autor de biografías de la Niña de los Peines, Carbonerillo, Manuel Escacena, Tomás Pavón, Fernando el de Triana, Manuel Gerena, Canario de Álora...

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