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¿Siguen teniendo sentido los concursos?

Los que pueden hacerlo deben replantearse otro tipo de concurso flamenco, aunque si desaparecieran del todo sería mucho mejor. Hoy un chaval que cante bien se graba un vídeo, lo cuelga en Internet y, si es bueno, al día siguiente lo conocen los aficionados de todo el mundo.


Habría que empezar diciendo, para no andarnos por las ramas, que los concursos de cante no crean figuras, solo dan premios por una actuación y se premia lo que el concursante hace en ese momento. Los concursos no forman al participante, se forma solo, como ha ocurrido siempre, escuchando discos o a artistas de su tiempo con los que tiene alguna vinculación. Por poner un ejemplo, el Festival del Cante de las Minas no hizo figura a Miguel Poveda cuando con solo 20 años, siendo un absoluto desconocido, le dio la Lámpara Minera y un montón de premios más. Lo descubrió y lo puso en el camino, pero fue él quien supo hacerse figura a base de trabajo y talento. Podríamos poner otros muchos ejemplos, pero este es fundamental.

Por tanto, es preciso decir que el papel de los concursos de flamenco no es tan importante, porque se limitan a dar premios. En sus inicios fueron válidos, porque no era fácil que un joven valor de este arte encontrara el medio preciso para darse a conocer. Pero con los medios que hay hoy al alcance de los aspirantes a artistas, el concurso casi ha perdido sentido, sirviendo en la mayoría de los casos para crear un extenso plantel de profesionales de certámenes que solo van a por el dinero, de ahí la presencia de profesionales de poco éxito en La Unión y en otros concursos de altura. Si se eliminaran de un plumazo los premios en metálico, adiós a los concursos. Es triste esto que decimos, pero así es.

Han evolucionado poco desde aquel ya lejano Concurso de Cante Jondo de Granada, de 1922, en el que Falla y Lorca, en connivencia con otros intelectuales y artistas de la época, clasificaron los cantes de manera tendenciosa e injusta, descartando estilos, modelo que han seguido en casi todos los certámenes. En el de Mairena del Alcor, por ejemplo, una mala seguiriya tiene un valor económico más alto que una buena malagueña. Y el participante que no se parezca a Antonio Mairena se puede ir tranquilamente a su casa, pero sin premio. Esto nos ha llevado a la creación de una extensa nómina de profesionales de concursos que se aprenden de memoria unos patrones concretos, anulando cualquier posibilidad de creación o recreación personal. Que no se te ocurra cantar algo de Caracol en Mairena, o una taranta de Cepero en La Unión. Es una clara política de dirigismo artístico dentro del cante flamenco, con lo que tiene de discriminación hacia determinadas escuelas o tipos de voces. Usted puede parecerse a Pencho Cros, en referencia al Concurso de La Unión, pero no a Marchena o a Valderrama. Y puede copiar a Chacón, pero no en Mairena del Alcor.

Casi pediríamos que los que pueden hacerlo se replantearan otro tipo de concurso flamenco, aunque si desaparecieran del todo sería mucho mejor, en vista de los nuevos canales de promoción de jóvenes promesas que existen. Hoy un chaval que cante bien se graba un vídeo, lo cuelga en Internet y, si es bueno, al día siguiente lo conocen los aficionados de todo el mundo.

 


Arahal, Sevilla, 1958. Crítico de flamenco, periodista y escritor. 40 años de investigación flamenca en El Correo de Andalucía. Autor de biografías de la Niña de los Peines, Carbonerillo, Manuel Escacena, Tomás Pavón, Fernando el de Triana, Manuel Gerena, Canario de Álora...

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