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Un dolor llamado Morente

Enrique Morente es ahora una mina, pero cuando lo conocí, hace más de treinta años, no lo era, el morentismo era cosa de cuatro amigos y admiradores que le eran fieles y daban la vida por él.


Desde que murió Enrique Morente –se acaban de cumplir cinco años, cómo pasa el tiempo­–, artista al que traté bastante más que muchos de esos que ahora parece que compartieron con él todos los platos, me he tenido que morder la lengua muchas veces. Enrique tuvo siempre una gran confianza conmigo y llegamos a compartir muchas confidencias, quizás porque sabía que jamás lo traicionaría, y así ha sido y así va a ser hasta que me reúna con él. La relación entre un crítico y un artista del flamenco no es nada fácil, pero con Enrique lo fue.

No lo conocí personalmente hasta mediados de los ochenta, aunque era yo muy joven cuando cantaba algunas de sus cosas, lo más comercial. Lo conocí en Madrid a través del pintor sevillano Antonio Badía, uno de sus más fieles y mejores amigos de Sevilla. Enterado el maestro granadino de que iba a grabar un programa de televisión a la capital de España, le dijo a Badía que me quería conocer para agradecerme de alguna manera que escribiera tanto y tan bien sobre él en Sevilla, una ciudad donde la crítica le hizo siempre mucho daño. Yo no entendía tanta saña hacia un gran cantaor y empecé a hacer una labor en su favor, ocupándome de sus conciertos y de cada disco suyo que salía al mercado. Y en seguida me pusieron la etiqueta de morentista. Sobre todo, mairenistas y caracoleros, que la cosa tenía su gracia. Por poner solo un ejemplo, cuando empecé a escribir sobre Morente, en la época en la que además de escribir en El Correo de Andalucía, también dirigía el programa de flamenco más escuchado de España, El duende y el tárab, en Radio Aljarafe. Como en ninguno de los medios cobraba, porque estaba empezando, solía presentar diez o doce festivales cada verano, que me ayudaban a sobrevivir. Pues todo fue empezar a decir que Morente era un gran cantaor y un artista único, y pasar a no presentar ninguno. Él tuvo conocimiento de esto y me pidió que no escribiera más sobre sus cosas, que mirara por mi casa. Pero jamás cedí a las embestidas de quienes me criticaban y querían quitarme de la circulación flamenca.

 

«Tengo fe en que sus tres hijos honren su memoria y defiendan su obra a capa y espada, que no es solo la obra de su padre, sino la de un genio del cante flamenco»

 

Curiosamente, desde que murió Enrique no he sido solicitado para tomar parte en ninguna de las cosas que se le han hecho, ni por parte de su familia ni de nadie. Su familia cambió conmigo a raíz de que empezara a cantar una de sus hijas, Estrella, de la que fui el primero que dijo en El Correo que iba a ser artista. La escuché cantar en la comunión de Soledad, a la que fui invitado, y en un artículo dije que Enrique iba a tener una artista en su casa. Estrella era aún una niña. Pero cuando empezó a cantar en los teatros había que decir que era mejor que la Niña de los Peines, y como no lo decía, porque ni lo era entonces ni lo es ahora, pues eso, ahí empezó todo.

Curiosamente, ahora estoy viendo a morentistas que nunca lo fueron y que están metidos en todos los fregados. De algunos llegó a decirme Enrique que tuviera cuidado con ellos, pero no merece la pena entrar en materia. Además, tendría que irme de la crítica y vivo de este trabajo, de momento. Me han dolido y me duelen muchas cosas en lo referente al maestro, esos homenajes desastrosos que más que homenajes han sido atropellos a su figura y a su obra. Enrique Morente es ahora una mina, pero cuando lo conocí, hace más de treinta años, no lo era, el morentismo era cosa de cuatro amigos y admiradores que le eran fieles y daban la vida por él. Tengo fe en que sus tres hijos honren su memoria y defiendan su obra a capa y espada, que no es solo la obra de su padre, sino la de un genio del cante flamenco. Lo digo en serio, con el corazón en la mano. Lo demás me importa un pimiento. Como se acerca la Navidad y nadie me ha hecho llegar aún ese estuche donde vienen sus primeros discos y algunas grabaciones inéditas, estos días me acercaré a El Corte Inglés de Sevilla a comprarlo. Será mi regalo de Navidad y espero que alivie de alguna manera el dolor que me produce aún escuchar a Morente.

 


Arahal, Sevilla, 1958. Crítico de flamenco, periodista y escritor. 40 años de investigación flamenca en El Correo de Andalucía. Autor de biografías de la Niña de los Peines, Carbonerillo, Manuel Escacena, Tomás Pavón, Fernando el de Triana, Manuel Gerena, Canario de Álora...

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