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Un lustro sin Manuel Agujetas

El Día de Navidad se cumplen cinco años de la muerte del gran cantaor y ni un solo día he dejado de escucharlo en casa mientras trabajaba porque solo escuchándolo, en cualquier palo, se puede sobrellevar lo de hoy. Tuve la suerte de conocerlo y de hablar con él alguna vez y eso es algo inenarrable.


En cante gitano, primero está Manuel Agujetas y luego los demás. Nunca existió, cuyos cantes quedaran registrados, un sonido como el suyo, que quizá venía desde sus más remotos antepasados. Mañana –25 de diciembre de 2020– se cumplen cinco años de la muerte del gran cantaor y ni un solo día he dejado de escucharlo en casa mientras trabajaba porque solo escuchándolo, en cualquier palo, se puede sobrellevar lo de hoy. Tuve la suerte de conocerlo y de hablar con él alguna vez y eso es algo inenarrable. La primera vez fue en la Peña Flamenca de Lora del Río, El Laurel, y más que un encuentro fue un encontronazo.

No sabías por dónde te podía salir porque fue siempre imprevisible, como lo era en el cante. No era Mairena, que técnicamente era un cantaor programado, salvo en contadas ocasiones. Agujetas oía un tono del guitarrista y se iba detrás sin miedo a estrellarse. Y claro, eso producía a veces una emoción que costaba aguantar sin darse un cabezazo contra una esquina. A veces decía “voy a cantá por seguiriyas”, cantaba, te partía el lomo y volvía a decir “voy a cantá por seguiriyas”, pero daba igual. Creo que es al único cantaor al que le aguantaron dos seguiriyas seguidas en un teatro.

 

«El día que murió, hice lo que suelo hacer siempre que muere algún cantaor de mi gusto. Me encerré en mi despacho, a oscuras, escuché casi toda su discografía y me bebí las lágrimas»

 

Aquella noche en Lora del Río (Sevilla) me invitó a comer un día con él en su rancho de Rota y acepté, claro. Era cuando la Guerra del Golfo y me dijo con mucha gracia: “Hay que esperar a que acaben estos golferos, porque no quiero que estemos comiéndonos un pollo de campo y que nos tiren una bomba”. Pero nunca me llamó, y yo tampoco a él. Aquel almuerzo en Rota con el genio fue una frustración, una más de mi vida. Quería que me contara cómo era eso de que “Morente se está cargando el cante”, como me dijo en Lora. “Y tú lo estás ayudando”, apostilló con cara de pocos amigos.

Que un cantaor como Agujetas, con su cicatriz en la cara y los ojos como cuchillos, te dijera eso era para que me sonaran las tripas, pero no. Me mantuve firme, aguantándole la mirada, y le dije: “Si he venido a escucharte desde tan lejos es porque hay duende más allá de Morente”. Parece que le gustó, que lo consideró como un elogio hacia su cante, y la noche fue como la seda. Cantó de maravilla –repitiendo los palos, eso sí–, nos tomamos una copa de vino y nunca más volví a hablar con él.

El día que murió, al enterarme, hice lo que suelo hacer siempre que muere algún cantaor de mi gusto. Me encerré en mi despacho, a oscuras, escuché casi toda su discografía y me bebí las lágrimas.

 


Arahal, Sevilla, 1958. Crítico de flamenco, periodista y escritor. 40 años de investigación flamenca en El Correo de Andalucía. Autor de biografías de la Niña de los Peines, Carbonerillo, Manuel Escacena, Tomás Pavón, Fernando el de Triana, Manuel Gerena, Canario de Álora...

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