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El mecenas Pedro Lacambra

Don Pedro de Lacambra fue cantaor de afición y autor de sus propias letras. Era cantaor de seguiriyas, cañas, polos, serranas y livianas, seguramente por sus continuos viajes a Ronda y a Gibraltar. Siempre se dijo que fue el que divulgó el cante de la liviana. Un hombre muy apreciado y protagonista de tantas coplas y romances.

El cantaor trianero Don Pedro Lacambra.

El mundo del contrabando andaluz del siglo XVIII dio nombres verdaderamente célebres, como el Sr. Pedro de Lacambra. De esta manera tan respetuosa llamaban en el arrabal de Triana y en toda Andalucía a este célebre contrabandista que vivió muchos años en el citado barrio sevillano, en la calle Santo Domingo, conocida hoy por San Jacinto. En 1821 tenía en el número 20 de esta calle, la arteria principal del barrio, una fonda y café con su nombre, que era paradero de toreros, hombres de negocios, contrabandistas, ganaderos, bandoleros y artistas del flamenco, como los celebérrimos Antonio el Planeta, su sobrino Lázaro Quintana, Juanelo de Jerez, Antonio Ortega El Fillo o el creador del polo flamenco, el mítico Tobalo el de Ronda.

Tan célebre era don Pedro de Lacambra en Triana que los trianeros le sacaron multitud de coplas y romances que han sido transmitidos hasta nuestros días por el pueblo llano y sencillo, que no olvidó la generosidad del pasador. Ni la de su esposa, doña Leonor Morales, de la localidad sevillana de El Ronquillo, paño de lágrimas de buena parte del vecindario. Don Pedro tenía varias casas en Triana, dos de ellas en la misma calle San Jacinto, comunicadas una con la otra por una especie de pasillo subterráneo. En una tenía la fonda y el café, y en la otra, el almacén donde guardaba los géneros del contrabando: tabaco, lencería, licores y café, sobre todo.

 

«Dicen que era enjuto de carnes, corto de estatura y de anchas patillas, pero hombre elegante y distinguido donde los hubiera, que se codeaba con la alta sociedad sevillana»

 

Era lo que se dice un verdadero potentado, aunque no acumuló fortuna sin esfuerzo y riesgos por su parte. Famosas eran sus aventuras para ir por tabaco a Gibraltar o por lencería a Lisboa. Hay una copla muy famosa, que se canta por livianas y que es interesante analizar:

 

¿De quién son esos potros
con tanto rumbo?
Son de Pedro Lacambra:
van pa Bollullos.

 

Don Pedro solía ir con mucha frecuencia a Portugal a por lencería y otros productos. Y Bollullos Par del Condado, localidad de la provincia de Huelva, era la puerta del contrabando con el país vecino. Por eso, cada vez que decidía partir hacia este país a por la valiosa mercancía, su tiro de bestias salía por San Jacinto abajo para atravesar la vega de Triana y coger la carretera de Huelva. En otras ocasiones, el contrabandista no tenía siquiera que llegar a Bollullos, sino que se quedaba en Bonares, digamos que a la mitad del trayecto entre Huelva y Triana, donde recogía los encargos del consumo que les hacía a otros contrabandistas menores:

 

¿De quién son esas mulas
con alamares?
Son de Pedro Lacambra:
van pa Bonares.

 

«En el arrabal de Triana era un hombre apreciado no solo por su celebridad y poder económico, sino por su simpatía y amabilidad con los vecinos. Lo demuestra el hecho de que fuera protagonista de tantas coplas y romances»

 

Alamares de primera, o sea, flecos de seda pura, ya que don Pedro no reparaba en gastos a la hora vestir su tiro de diez mulas o de briosos potros. Ni en su vestimenta particular. Dicen que era enjuto de carnes, corto de estatura y de anchas patillas, pero hombre elegante y distinguido donde los hubiera, que se codeaba con la alta sociedad sevillana. Cuando se iba a disfrutar a las ferias de Andalucía adornaba su tiro de bestias de tal manera, con tanta seda, que el pueblo le sacó otra versión más de la famosa letrilla extraída del coplero tradicional del viejo cante andaluz:

 

¿Dónde irán esas bestias
con tanta seda?
Son de Pedro Lacambra:
van pa la feria.

 

Sería digno de ver a don Pedro de Lacambra con su montera, redecilla o pañuelo a la cabeza. Chaqueta con botones de plata. Calzones cortos con botonadura, sencilla o doble, de plata, en las costuras exteriores. Botines de cuero labrado. Su reluciente charpa de cuero –especie de cinturón o tabalí–, de la que colgaban tres o cuatro pistolas. El rejón de vara y media de largo, que se atravesaba en el cinto. El trabuco y tres o cuatro escopetas enganchadas en el aparejo del caballo. Su capote de raja –paño basto y grueso– y la capa, que era prenda indispensable para ocultar parte de este arsenal. Así vestían los contrabandistas hasta el primer cuarto del siglo XIX, en que fueron cambiando algunas prendas, como la montera, que fue sustituida por el sombrero de terciopelo.

 

Certificado de padrón de don Pedro Lacambra, 1828. Imagen: Archivo Manuel Bohórquez

Certificado de padrón de don Pedro Lacambra, 1828. Imagen: Archivo Manuel Bohórquez

Lacambra, cantaor de afición

Además de un contrabandista de gran celebridad y un personaje muy apreciado por el pueblo, don Pedro de Lacambra fue cantaor de afición y autor de sus propias letras. Era cantaor de seguiriyas, cañas, polos, serranas y livianas, seguramente por sus continuos viajes a Ronda y a Gibraltar. Siempre se ha dicho que fue el que divulgó el cante de la liviana, con la letra ya aludida, conocido por el macho de Pedro Lacambra. He aquí otra liviana de don Pedro el contrabandista:

 

Yo no voy preso,
mientras mis escopetas
no marren fuego.
Porque a la vuelta
tengo diez tiradores
con escopetas.

 

El cantaor gaditano Lázaro Quintana Monge (Cádiz, 1802), en una de sus actuaciones públicas, en 1827, cantó las Seguidillas de Pedro Lacambra, según consta en el Diario Mercantil del Cádiz, del 5 de abril de este año:

 

EN LA CALLE DE LA COMPAÑÍA 10… A continuación el Sr. Lázaro Quintana cantará las seguidillas de Pedro Lacambra, las que bailarán el Sr. Francisco Ceballos y el Sr. José López. Seguirá el zapateado por el Sr. López y el Sr. Quintana cantará la petenera americana.

 

Eran seguidilas bailables, y no sabemos si las letras eran del famoso contrabandista o si la temática de éstas contaba las aventuras de Lacambra por los caminos andaluces. Lo cierto es que Lázaro Quintana, sobrino de Antonio el Planeta, le atribuye a Lacambra unas seguidillas, lo que deja claro su popularidad. Queremos entender que eran cantes de don Pedro, por la costumbre en el flamenco de respetar la autoría de los estilos: la caña de El Fillo, el polo de Tobalo, la toná de Curro Pabla

Hay otras coplas que aluden a Lacambra, como esta que sigue, que nombra al pueblo sevillano de donde era natural su esposa, El Ronquillo, y Gerena, otra localidad de la provincia de Sevilla:

 

Camina Pedro Lacambra
desde el Ronquillo a Gerena,
y a su lado, sobre un potro,
camina Diego Centellas.

 

En esta otra se le presenta más como un bandolero que como un contrabandista:

 

En su caballo cuatralbo
camina Pedro Lacambra,
con su trabuco en el brazo
y con su moza a las ancas.

 

Certificado de defunción de don Pedro Lacambra, 1833. Imagen: Archivo Manuel Bohórquez

Certificado de defunción de don Pedro Lacambra, 1833. Imagen: Archivo Manuel Bohórquez

 

Don Pedro el contrabandista

Todavía hay quienes confunden a los contrabandistas con bandidos o bandoleros, pero eran cosas muy distintas. El bandolero era una persona que tras cometer un delito se echaba al monte y se convertía en un delincuente perseguido por la Justicia, en un fuera de la ley. Caso de José María el Tempranillo, Juan Caballero, el Pernales, el Niño de Arahal o Diego Corrientes.

El contrabandista no era un salteador de caminos de tres al cuarto, sino una protesta viva contra el fisco, y armados defensores del libre comercio. En el siglo XVIII estaban prohibidas las importaciones de determinados productos y géneros, sobre todo de Inglaterra, y ante el estancamiento del tabaco, la sal, el café, la seda y la lencería, que los encarecían, eran exorbitantes los derechos de puertas, portazgos o pontazgos.

Eso hizo que naciera el contrabando, los contrabandistas, o caballistas, que ofrecían el género a precios más bajos que en el marcado, enriqueciéndose de manera considerable. Era una labor arriesgada, puesto que estaban perseguidos, aunque sus combates solían ser más con los aduaneros, o gente del resguardo, como se decía entonces, y con los guardas de puertas, según el poeta sevillano José de Velilla, que se ocupó de Pedro Lacambra y el mundo del contrabando en un estupendo artículo, Guapos y contrabandistas, en La Correspondencia de España, del domingo 7 de abril de 1890.

Pero era tal el poder económico de don Pedro que salía de muchos apuros con la ley a base de monedas de oro. José Velilla recuerda alguna anécdota al respeto en el artículo aludido unas líneas más arriba:

 

Refiérese también que siguiéndose causa por un contrabando al señor Pedro, y leyéndole el escribano en un libro las disposiciones que le condenaban, aquel sacó un bolso verde, lleno de onzas, y tomando las bastantes cubrió con ellas la página, preguntándole si ya decía lo mismo. Volvió el cartulario la hoja, manifestando que la otra página seguía en el propio sentido que la anterior, y cubriéndola de onzas Lacambra, díjole, al fin, el rábula:

-Vaya usted con Dios, y tranquilo, señor Pedro, que ya es imposible leer lo que dicen estas letras.

 

«No deja de resultar extraño que apenas haya memoria de don Pedro de Lacambra en Triana, siendo uno de sus personajes más célebres entre el siglo XVIII y la primera mitad del XIX. Murió en 1833, cuando ya vivía el Fillo en Triana»

 

En el citado Padrón de Triana de 1821, don Pedro aparece empadronado en el número 20 de la calle Santo Domingo, con su esposa Leonor y una hija de ambos, María del Rosario, que nació en el barrio en 1803. También consta que nuestro protagonista era natural de este rincón sevillano, pero es algo que hay que investigar. Lacambra es apellido de origen aragonés y es muy posible que descendiera de tierras de Aragón y que se afincara en Triana en el último tercio del siglo XVIII. El arrabal sevillano era un lugar propicio para el comercio por el puerto de Sevilla y, además, por ser un sitio donde se podía burlar fácilmente a los guardias, escapándose por sus famosos callejones:

 

Estando yo en el Altozano
comiéndome los míos piñones,
escuché una voz que decía:
tira pa los callejones.

 

Sabido es que este barrio era lugar preferido de maleantes y huidos de la Justicia, sobre todo en el siglo XIX. Don Pedro de Lacambra tenía allí su cuartel general y desde Triana se desplazaba a Gibraltar, Ronda, Gaucín, Bollullos Par del Condado, Lisboa o Bonares. En el arrabal era un hombre apreciado no solo por su celebridad y poder económico, sino por su simpatía y amabilidad con los vecinos. Lo demuestra el hecho de que fuera protagonista de tantas coplas y romances, porque hubo muchos contrabandistas que pasaron inadvertidos para el pueblo.

No deja de resultar extraño que apenas haya memoria de don Pedro de Lacambra en Triana, siendo uno de sus personajes más célebres entre el siglo XVIII y la primera mitad de la siguiente centuria. Murió en 1833, cuando ya vivía el Fillo en Triana, aún no había aparecido Frasco el Colorao y Antonio Cagancho y Curro Puya eran chiquillos que jugaban a cantar.

 

Antiguo grabado de los bailes de puntillas de la escuela bolera en Triana.

Antiguo grabado de los bailes de puntillas de la escuela bolera en Triana.

 


Arahal, Sevilla, 1958. Crítico de flamenco, periodista y escritor. 40 años de investigación flamenca en El Correo de Andalucía. Autor de biografías de la Niña de los Peines, Carbonerillo, Manuel Escacena, Tomás Pavón, Fernando el de Triana, Manuel Gerena, Canario de Álora...

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