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María Pagés y el baile liberador

La bailaora sevillana María Pagés brindó en el Festival de Jerez el estreno andaluz de ‘Paraíso de los negros’, una producción más umbría de lo acostumbrado. Una de esas creadoras tocadas por la gracia, cuya simple presencia sobre el escenario es ya una invocación al encantamiento.


El nombre de María Pagés es una luz en cualquier programa, y para el Festival de Jerez 2021 no iba a ser una excepción. La bailaora sevillana se mantiene, en su pletórica madurez, como un nombre capital del baile contemporáneo. Es única y es, al mismo tiempo, una escuela en sí misma. Una de esas creadoras tocadas por la gracia, cuya simple presencia sobre el escenario es ya una invocación al encantamiento. Había muchas ganas de verla en el Teatro Villamarta, porque las almas magulladas por un año y medio de sufrimiento agradecen la luz que Pagés suele dar a manos llenas. Y así lo prometía sobre el papel la propuesta titulada Paraíso de los negros, con sus invocaciones a otros nombres altamente terapéuticos como Federico García Lorca o Nina Simone.

Cabe recordar que Norma y Paraíso de los negros es uno de los poemas lorquianos integrados en Poeta en Nueva York, cantado entre otros por Enrique Morente en su célebre Omega. En estos versos, el genio de Fuentevaqueros, impresionado tras visitar Harlem y comprobar las condiciones en las que vivía la población negra, eleva su voz clamando justicia. A partir de ahí, María Pagés, siempre apoyada por su compañero, el dramaturgo El Larbi El Harti, invita al espectador a recorrer, a través de diez escenas, algunas de las distintas cárceles que oprimen al ser humano en este siglo que iba a ser el de la paz, la concordia y las fronteras abolidas.  

 

«Muy pronto vamos a entender que este ‘Paraíso de los negros’ no es quizá el bálsamo pospandémico que esperábamos, sino un trabajo introspectivo, umbrío, sufriente»

     

El espectáculo se abre con la bailaora cubierta por un velo sobre una música de resonancias orientales. Confieso que no me entusiasman las concesiones al orientalismo, pero ver a María jugar a capricho con la tela y librarse finalmente de ella es sin duda un arranque potente. Muy pronto, sin embargo, vamos a entender que este Paraíso de los negros no es quizá el bálsamo pospandémico que esperábamos, sino un trabajo introspectivo, umbrío, sufriente.

Si empezábamos la semana con un espectáculo austero y desasosegante como el de La Moneta, aquí tampoco escapamos del todo de esos parámetros. María Pagés se enfrenta sola a una escenografía muy desnuda, con una iluminación más bien espectral. Uno busca la savia de la negritud, que puede ser tremendamente alegre en su desgracia, y topa con la oscuridad. Los brazos de la sevillana siguen siendo un ave majestuoso cuando alzan el vuelo, su modo de conjugar la flamencura con el lenguaje de la danza crea imágenes bellísimas, pero el tiempo avanza, se suceden los números y no comparecen el calor ni la claridad. 

 

        

Hay también, quizá, un exceso de intelectualización de la idea que acaba siendo, acaso, otro muro, o al menos un corsé que impide que la creatividad fluya de un modo natural. En el programa se alude a Charles de Foucauld, Fernando Pessoa, César Vallejo, Charles Bukowski, Charles Baudelaire, Élégie de Fauré, Edward Said, Gustave Flaubert y hasta Pink Floyd… No siempre resulta fácil identificar dónde se encuentran estos referentes, a veces parece imposible. En todo caso, el aparato teórico que sustenta el Paraíso de los negros parece por momentos confundir más que despejar el camino. 

 

«Aunque el baile acabara ejerciendo su efecto liberador, el público salió del teatro necesitando un abrazo, un cante por alegrías o al menos un amontillado de Cayetano del Pino para sacudirse la desolación» 

 

Claro que, a sus 57 años, María Pagés sabe sacar adelante un espectáculo, ya sea bailando por tarantos y tangos, ya exhibiendo su virtuosismo con los palillos y hasta recitando un poema sobre unos preciosos acordes que le presta la guitarra de Rubén Levaniegos. Y terminando con unas bulerías en las que se lució todo el elenco, así como un baile final, desnudo de música, que fue lo mejor del repertorio.  

He dejado para el final un detalle escénico fundamental: unas largas cadenas que cuelgan de arriba abajo del escenario durante toda la obra, simulando los barrotes de una prisión. Al cabo de un rato viendo esa separación entre artistas y público, era fácil persuadirse de lo extremadamente grosero y violento que puede resultar para dos seres humanos una jaula, una valla, una frontera infranqueable. Era la mejor metáfora de este montaje, pero demasiado dura para soportarla durante casi una hora y media. Aunque el baile acabara ejerciendo su efecto liberador, el público salió del teatro necesitando un abrazo, un cante por alegrías o al menos un amontillado de Cayetano del Pino para sacudirse la desolación.

Fotos: Javier Fergó – Festival de Jerez    

 

Ficha artística
Teatro Villamarta. Jueves, 20 de mayo de 2021. Festival de Jerez. Baile: María Pagés. Cante: Ana Ramón, Sara García. Guitarra: Rubén Levaniegos. Percusión: Chema Uriarte. Violín: David Moñiz. Chelo: Sergio Menem.

 

 


Un pie en Cádiz y otro en Sevilla. Un cuarto de siglo de periodismo cultural, y contando. Por amor al arte, al fin del mundo.

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