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La primera en la frente

¿Anunciar el cambio de escenario —y el Teatro Lope de Vega ni más ni menos— el mismo día en el que se levanta el telón del mayor festival flamenco del mundo? Eso tiene un nombre: incompetencia. Mira que veníamos con ganas de disfrutar y sentir. Pero nada, a las primeras de cambio batacazo como una catedral de grande.


A la finca de Pino Montano —adquirida en 1910 por Joselito El Gallo— llegaban los telegramas que traían las noticias de las corridas que toreaban los hijos de la Señá Gabriela: José y Rafael. Mucho se ha hablado y escrito de los que remitía este último, al que todos conocían por El Divino Calvo. “Un remate de Giralda”, escribió el valenciano Rafael Duyos. Como “filósofo español” lo catalogó el maestro Burgos.

 

Los telegramas del hermano menor de los Gallo siempre decían lo mismo: triunfo, ovaciones, dos orejas… Cuando pasó en Talavera aquello de Bailaor, Guerrita envió uno al gran Rafael, que decía: “Impresionadísimo y con verdadero sentimiento te envío mi más sentido pésame. Se acabó el toreo”.

 

Pero vamos a los que mandaba Rafael a su madre —bailaora gaditana que rivalizó, ni más ni menos, que con La Mejorana, madre de Pastora Imperio—. El empleado de telégrafos, bicicleta y gorra de plato, acercaba, a toda pastilla, el telegrama que el mozo de espadas enviaba de forma urgente una vez arrastrado el último toro. Lo llevaba a Pino Montano —el cortijo que ha acogido el Pregón de la XXII Bienal de Flamenco de Sevilla, pronunciado por Laura García Lorca, en un bonito guiño al centenario del Concurso de Cante Jondo de Granada— para que la madre de los toreros dejara de rezar a la Macarena y pudiera descansar en su mecedera de rejilla.

 

Cuando las cosas no le salían a Rafael —que era más veces de las deseadas— tenía que “hacer cosas feas”, que decía él. Y claro, el respetable no se sentía respetado y se formaba la que se formaba. Las broncas eran antológicas, aunque es cierto que las broncas se las lleva el viento y las cornás se la lleva uno. Famoso fue aquel que decía: “División de opiniones: unos se han acordado de mi padre y otros de mi madre”.

 

 

«La Bienal no ha hecho nada más que empezar y ya se va poniendo todo en su sitio. Las cosas se van ordenando y se va viendo lo que no se quiere ver. Los astros se alinean, como las largas filas de nazarenos de ruan por Conde de Barajas, escoltando al Señor de Sevilla»

 

 

En un festival flamenco —como en cualquier programación musical— puede fallar el resultado artístico, pues no todos los días se está igual para hacer lo que hay que hacer. El programador propone y luego, si no llega el duende, lo descompone. Hay noches que se canta mejor y otras que se canta peor. Hasta aquí, todo en orden. Pero lo que no se puede consentir es falta de planificación. ¿Anunciar el cambio de escenario —y el Teatro Lope de Vega ni más ni menos— el mismo día en el que se levanta el telón del mayor festival flamenco del mundo? Eso tiene un nombre. Solo un nombre. Y es incompetencia. Mira que veníamos con ganas de disfrutar y sentir. Pero nada, a las primeras de cambio batacazo como una catedral de grande.

 

La Bienal suelta un comunicado en redes sociales —vía Ayuntamiento de Sevilla— y se queda tan pancha. Con decir que “debido a imposibilidades técnicas” se llevan al Cartuja Center seis espectáculos programados para el Lope de Vega cumple. Y los artistas, enterándose por la prensa del improvisado cambalache. Esto, como poco, no es serio.

 

La Bienal no ha hecho nada más que empezar y ya se va poniendo todo en su sitio. Las cosas se van ordenando y se va viendo lo que no se quiere ver. Los astros se alinean —como las largas filas de nazarenos de ruan por Conde de Barajas, escoltando al Señor de Sevilla— y en un día —en el primer día de Bienal— se han enlazado de nuevo los nombres de Pino Montano, el arte y la letra impresa del telegrama, como aquel que Rafael mandó a su madre en una tarde de espantá: “En el primero, gran bronca; en el segundo, ya te contaré cuando lleguemos a Sevilla”.

 

Pues eso. Que la primera en la frente. Luego cuando llegue te sigo contando.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Eduardo J. Pastor

 

 


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