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Carmen Ledesma: «Lo que gusta al mundo entero es el baile flamenco, no tanto el cante y la guitarra»

La célebre bailaora, firme representante de la escuela sevillana, recibe en los Veranillos del Alamillo el reconocimiento a su trayectoria artística. Buen momento para escuchar sus reflexiones sobre la evolución del baile flamenco y el aprendizaje de este arte en el mundo.

La bailaora Carmen Ledesma. Foto: Quico Pérez-Ventana

Dice que es una estrellina, un eslaboncito del flamenco, aunque le dé apuro reconocerlo. Por eso el jueves 22 de agosto le rinden homenaje en Los Veranillos del Alamillo, Sevilla. Dice también que toda su vida se ha basado en bailarle al cante, porque de eso chanela tela, y que en el fondo entiende los jóvenes, porque sabe lo difícil que es subir ahí, las cosas que cada cual debe hacer para buscarse la vida. En fin, una voz autorizada para aprender de braceos, de hondura, de técnica y enseñanza de baile. Para comprender qué es la clásica escuela sevillana. Y Sevilla, que decía Manuel Machado.

Carmen Ledesma (Sevilla, 1956) baila flamenco. Pero flamenco puro. Lento, como Dios manda. A compás. Por derecho. Sin artificios. El flamenco que araña las mallas del alma. Por eso le llaman almas flamencas de medio mundo para que les enseñe a bailar. Su discurso también rebosa flamencura, compruébenlo. “En mis palabras hay muchas verdades”, sugiere por lo bajini mientras da cuenta de una tostadita con mantequilla en el Bar Plata, frente a la Basílica de la Macarena. Aquí trabajó como camarero Pepe Pinto, nada menos. Buen sitio para hablar de flamenco, pues. Y para fotografiar su flamenquísima estampa.

 

– Los Veranillos Flamencos del Alamillo le brindan un emotivo homenaje. ¿Cómo lo recibe?
– La verdad es que no estoy acostumbrada a que me hagan muchos homenajes por mi carrera artística. Me ha cogido de sorpresa y con mucha alegría, la verdad que sí. Mejor en vida, porque antes los homenajes eran cuando te morías.

– ¿Alguna queja en ese sentido? Lo digo por eso de que no está acostumbrada.
– Quizá hace algunos años me hacía a mí misma ese tipo de preguntas. Pero ya no, porque sé quién soy y dónde estoy.

– ¿Quién es y dónde está, doña Carmen? Disculpe, me lo ha puesto en bandeja.
– Yo soy una persona normal. Una obrera del flamenco. No soy una estrella como Antonio Canales, Manuela Carrasco, Farruquito… Quizá a la gente le guste mucho mi trabajo. La verdad es que tengo muchos seguidores y muchos amigos. Pero no he llegado a ser estrella. Me he quedao en estrellín.

– ¿Qué le ha faltado para ser primera figura?
– Yo he tenido en mi carrera mucha suerte. Eso te lo digo desde ya. Habiendo tantas bailaoras como hay en Sevilla, me han contratado siempre para los montajes más grandes, para espectáculos muy muy flamencos. Mi carrera se ha centrado en mi forma de bailarle al cante. Yo sé que soy un eslaboncito del flamenco, aunque me dé vergüenza reconocerlo. Bailarle a José Menese, Camarón, Lebrijano, Naranjito, Panseco, Nano de Jerez, José de la Tomasa, Terremoto abuelo e hijo… He sido bailaora de cantaores, y eso pocas bailaoras lo pueden decir. Todos los grandes cantaores han querido que yo les bailara.

– ¿Cómo se definiría como bailaora? Dígamelo en pocas palabras.
– Yo soy la cultura de mi país. La cultura de mi tierra, Andalucía. Una bailaora andaluza, de la escuela sevillana. Soy flamenca, porque la mía es una escuela clásica. Me veo andaluza y bailaora.

 

«La gente puede aprender a bailar flamenco. Pero el flamenco aquel de minorías, de arte, de improvisación, el que hacían Matilde Coral, Trini España, Farruco o Rafael el Negro, es difícil de mantener»

 

– ¿Qué pasa con el baile flamenco? ¿Le ocurre algo?
– Pasan muchas cosas. Quizá es que la gente quiere llegar a ser alguien importante y ha tenido que moderar muchas cosas. O quizá las vivencias que han tenido no son tan flamencas como las mías. Mezclan el flamenco con el clásico y el contemporáneo. Ha habido muchas mezclas, muchas inquietudes juveniles. Yo también he sido joven, lo comprendo. Pero ese no es el flamenco que a mí me gusta. El que yo defiendo es otra cosa. No es solo bailar por soleá. Es una cultura. La identidad de un pueblo.

– ¿Está en peligro?
– El flamenco no va a estar nunca en peligro. Sobre todo la música, el arte; no tanto el cante, baile o guitarra. Es una cultura muy fuerte, milenaria. Hay tantas culturas juntas ahí dentro que es imposible que se pierda. A la gente le gusta el flamenco, el de verdad. Por algo es patrimonio de la Humanidad. El flamenco, los toros, la gastronomía… Eso es lo que piensa el resto del mundo sobre España.

– Todo eso hay que respetarlo, ¿no?
– Hombre, por favor. Los artistas jóvenes no es que no lo respeten, es que tienen sus inquietudes. Yo ya he llegado a comprenderlo. Quieren aportar algo, engrandecerlo. Pero el flamenco ya es grande de por sí, no necesita mezclas de otras cosas. Al flamenco no le hace falta el contemporáneo, ni al contemporáneo el flamenco. No van a poder modernizar el flamenco. Fíjate en la nueva hornada de artistas jóvenes que cantan flamenco, nada de mezclas. ¡Cómo cantan por seguiriyas! El nieto de José de la Tomasa, los demás niños… Esos niños no han parado desde que empezaron. Y los que chillan tanto se han quedado parados. Algo habrá que le guste a la gente.

– ¿Quiere decir que el flamenco atrae a más público que el flamenquito?
– Ahora está el planeta entero rendido al flamenco. Yo viajo por todo el mundo. Cuando me llaman a mí es porque les gusta el flamenco, porque yo no hago tonterías.

– ¿Qué es eso de la evolución del baile flamenco?
– Cuando yo empecé, había mucho más clásico que flamenco. El único tablao flamenco era Los Gallos. Yo trabajaba en el Hotel Cristina. Entonces ya estaban Matilde Coral y Trini España. Flamenco había, pero se hacía mucho clásico. A través de los años he visto una evolución brutal de la técnica. Gracias a eso se ha abierto al mundo, es cierto. La gente puede aprender a bailar flamenco. Pero el flamenco aquel de minorías, de arte, de improvisación, es muy difícil de mantener. El que hacían Matilde, Trini, Farruco o Rafael el Negro. Claro, el baile ha evolucionado sobre eso. Los artistas de mi edad no podemos dar siete piruetas, pero los jóvenes pueden llevarse media hora dando giros, porque eso es técnica y la han aprendido, la han metido dentro del flamenco. Pero el flamenco puro, el de verdad, es muy difícil. Y es lo que más le gusta a la gente.

 

«En Japón hay gente que cuando cantas por cañas, te dicen que estás cantando por polos. Lejos de nuestra tierra hay muy buenos aficionados»

 

– Usted es docente, imparte clases por todo el mundo. ¿Cree que es posible aprender en una academia a bailar como Manuela o Farruquito?
– Bueno, como Farruquito da la casualidad de que están todos haciendo una patá de Antonio, que en gloria esté, y tú dices ‘esto es de Farruco’. Habrá quien lo imite muy bien, pero las imitaciones nunca son tan buenas como el original, a no ser que seas chino. La personalidad es muy importante en tu trabajo. Para bailar como yo tienes que ser yo. Todo se aprende, y cuanto más mejor. Pero si no aportas tu personalidad, por mucho que te esfuerces, aunque hagas el pino en el escenario, no serás un gran artista. Por eso los artistas jóvenes están siempre en esa búsqueda. Realmente, no se convencen a ellos mismos de lo que saben o lo que pueden aportar.

– Pero a usted le gusta la docencia, ¿verdad? La pasión con la que personas de toda procedencia y condición se acercan al aprendizaje del baile flamenco. Hace poco lo veíamos en la escuela de La Truco en Parla, Madrid, con esas jóvenes Turroneras bailando como las viejas.
– Qué graciosas. Ahí influye mucho la profesora. La Truco y su hijo Cristian son personas muy flamencas. Viven el flamenco. Lo que enseñan es flamenco. Si eso lo ves en otro lugar, incluso aquí en Sevilla, y pones a las niñas a bailar a tu forma, salen a lo que tú les enseñas. No hay que olvidar que nosotros en ese momento somos los padres de esos niños. No solo hay que enseñarles a bailar. Hay una labor de pedagogía. Debes ser inteligente para coger un alumno y moldearlo. Hay quien vale para bailar, hay quien vale para ganar dinero y hay quien vale para dar clases de sevillanas. Los alumnos que vienen conmigo o con La Truco saben perfectamente quiénes somos y lo que les vamos a enseñar. Yo, antes que nada, les voy a llegar a su corazón. No les voy a enseñar a bailar por soleá. Les voy a decir lo que tienen que hacer para bailar por soleá.

 

La bailaora Carmen Ledesma, frente a la Basílica de la Macarena, Sevilla. Foto: Quico Pérez-Ventana

La bailaora Carmen Ledesma, frente a la Basílica de la Macarena, Sevilla. Foto: Quico Pérez-Ventana

 

– En unas semanas viaja usted a Canadá, precisamente donde nació el presente portal flamenco. Y luego a cien lugares del planeta. ¿Conocen por ahí afuera a don Antonio Chacón? Permítame el ejemplo.
– Ni te lo imaginas. En Japón he visto colecciones de discos de pizarra que no veo aquí. Allí hay gente que cuando cantas por cañas, te dicen que estás cantando por polos. Lo definen por los ays. Lejos de nuestra tierra hay muy buenos aficionados. Yo misma, que me he criado en esto, a veces no sé distinguir un cante de uno y un cante de otro, con to lo aficioná que soy.

– El otro día entrevistamos a Cristina Heeren y…
– Hombre, yo me he llevado once años trabajando con ella. Esta señora ha dado un paso muy importante en el flamenco. Poner su escuela aquí en Sevilla ha sido algo grande, porque es una persona muy inteligente que le gusta el flamenco y el arte. Se rodeó de los mejores para hacer esa gran labor en el flamenco.

 

«El baile ha evolucionado hacia la técnica y la velocidad. Las bailaoras parece que se están mirando en el espejo, tienen la mirada perdida»

 

– Decía que Cristina Heeren hablaba recientemente en este portal de la pérdida de feminidad en el baile flamenco. ¿Está de acuerdo?
– Sí, sí, sí. Las niñas ya bailan como los niños y los niños bailan como las niñas. Carmen Amaya se vestía de pantalón y seguía siendo femenina. Pero es que las niñas de hoy en día quieren hacer los gestos y ademanes de los hombres. Cuando bailas tan rápido, los brazos no se pueden mover al ritmo de los pies. Si lo haces pareces un muñeco. Hace quince o veinte años se bailaba con bata de cola de forma elegante, femenina. La bata y el mantón eran parte del cuerpo de la mujer, parte de su piel. Ahora mueven el mantón, lo echan para acá, lo echan para allá… Parece que estamos en el circo. Yo no concibo el mantón a esa velocidad. Es que a mí me gustaba Pastora Imperio, compréndelo. Yo he nacido en Sevilla. Y me gustaba Pilar López, aunque naciera en la otra punta de España. Era elegante. Y Matilde, su belleza. Y Milagros Mengíbar, que engrandeció la bata. Ninguna bailaba a esa velocidad que bailan hoy las niñas. Y claro, a Cristina Heeren le gusta la elegancia, el arte. Pero hasta las niñas que estudian allí no lo van a conseguir, porque se baila muy rápido. Bailan mucho de pies. Y los niños quieren ser mujeres, incluso se ponen las batas y bailan con mantones. Aunque el hombre sea femenino, no se le ve igual que a una mujer. Al final, tu fuerza es de un hombre. Si le das la pata a la bata, no es como si se la doy yo.

– Volvemos a la evolución del baile. No parece gustarle la dirección que lleva.
– El baile ha evolucionado a eso, a la técnica. Hay una forma de bailar hoy en día que parece que se están mirando en el espejo. Toda su fuerza, su mirada, se mantiene como si fuera una mirada perdida. Yo insisto mucho a los alumnos sobre eso. Puedes mirar un momento al espejo para aprender un movimiento, porque es mucho más fácil, pero yo rápidamente les doy la vuelta hacia la pared. Porque si tu mirada está muerta tú no vales nada, por muchos ejercicios que hagas desde el pescuezo para abajo. Puedes tener mucha velocidad en los pies, pero si bailas como un robot y yo te estoy viendo desde un sillón, me va a entrar una taquicardia. Sin embargo, si ves un dibujo bonito, un gesto de belleza, un desplante de arte, ahí saltas de la silla veinte veces.

– ¿Qué diferencia a la escuela sevillana de otras escuelas de baile?
– Como se bailaba más clásico que flamenco, entonces todavía quedaba esa cultura, esa maestría que te da la danza. Los brazos, los gestos de la cabeza y el cuello, la formación de tu cuerpo. Eso se ve en el clásico español. Yo hice formación en clásico, hice zapatilla y zapato de tacón. Y luego cuando conocí a Pepe Ríos y Enrique el Cojo, entonces mi vida se transformó. Mi tío Coralillo era bailaor. Trabajaba en Los Gallos y me llevaba allí a ver flamenco. Allí bailaba Trini España y yo me embrujé con esa señora. Me dije que si algún día llegaba a ser bailaora quería ser como ella. Ese era el flamenco que yo quería. Y después la vida me ha llevado a donde estoy.

– Así que usted también ha tenido sus profesores.
– Sí. Yo no soy Angelita Vargas, que no ha recibido ni una clase. Ella es creadora de sus propios bailes. Yo sí he tenido mis profesores. He estudiado clásico español. He dado danza, porque he hecho la Jota de la Dolores, verdiales… Por eso yo sé cuándo la gente empieza a hacer clásico, porque yo también lo he hecho.

 

«La gente viene a España por el baile flamenco, no por el cante ni por la guitarra. Eso te lo digo yo al cien por cien»

 

– Como aficionada al cante flamenco, ¿tiene algo que decir sobre esos nuevos artistas mediáticos? Le advierto que lo que diga no será el titular de esta entrevista.
– Fíjate una cosa. Yo sé que esa niña no hace flamenco y no lo va a hacer en su vida, pero cada vez que abra la boca y cante algo más o menos flamenco lo van a oír setenta mil personas. Eso demuestra lo que está pasando hoy en día con los que negocian con el flamenco. Porque si yo soy empresario y veo esa forma de cantar, que parece que tiene la criatura un pitito aquí [se toca el cuello], que Dios me perdone… Entonces, ¿por qué la quieren poner en la lista del flamenco? Yo eso no lo veo justo. Ella es un producto. Las niñas quieren llevar su ropa, sus uñas, ser como ella. Los creadores de ese producto son personas que están detrás. Si alguien le dice que se parece a la Niña de los Peines, ¿es tan osada de creérselo? Yo, como soy muy madre, si la conociera personalmente le diría dos o tres cosas. Aunque te guste el flamenco, cuando te inviten a salir a cantar delante de una buena cantaora no te levantes del asiento, quédate sentada. Eso también es ser artista. Ser artista no es levantarte, ir al escenario y meter la pata. Porque tú no puedes competir en un tablao con una cantaora como La Fabi. ¿Quieres cantar? No, mire usted, yo estoy mala hoy. ¡Señora, no se levante del asiento por mucho que le insistan! Cuando llegas a la fama siendo tan joven, debes tener los pies en la tierra o alguien que te tire de las orejas de vez en cuando. No, tú te quedas sentada, porque esto no es lo tuyo.

– ¿Y esos setenta mil jóvenes que la escuchan van a llegar a Lela Soto o María Terremoto?
– El flamenco de Lela y María le gusta a mucha gente. Lo que pasa es que el cante es muy complicado en el extranjero. El público no entiende lo que estás cantando. Miguel Poveda, que es un fenómeno, llega a América y tiene que hacer temas diferentes al flamenco, cosas muy conocidas. El cante no se entiende tanto por ahí fuera. Lo que gusta al mundo entero es el baile flamenco, no tanto el cante y la guitarra. La gente viene a España por el baile flamenco, no por el cante ni por la guitarra. Eso te lo digo yo al cien por cien.

– ¿Es momento de reivindicar a los maestros?
– Habría que hacerlo, hay muchas confusiones. La gente que viaja fuera a enseñar el flamenco es joven, lleva su baile, sus mezclas. Todo el que baila flamenco sabe quién es Manuela Carrasco, quién es Antonio Canales y quién es Farruquito. ¿Quién imparte las clases en el mundo? Si son Manuela y Antonio los que van afuera, entonces podemos estar tranquilos porque se va a enseñar el flamenco verdadero.

– ¿Hay machismo en el flamenco?
– Yo nunca he sentido eso. En unos días cumpliré 63 años, pero yo también he tenido veinte. Siempre he sido una mujer fuerte. Mis valores como mujer siempre han estado ahí.

– ¿A quién le gustaría ver bailar en la próxima Bienal? Qué bonito que una artista piropee a otras artistas…
– Yo muero con mi gente. Adela Campallo me vuelve loca. Me encanta la Pastorita cuando se acuerda de los brazos de su madre y los pies de su padre. Olga Pericet baila que quita to el sentío, aunque haga cosas modernas. Marquito Flores… Hay mucha gente que me gusta, que yo no soy tonta, ¿eh? A mí me gusta el arte. Cuando veo el arte, los comprendo a ellos. Pero no quiere decir que sea flamenco. Veo a Rocío Molina y esa niña me encanta, porque sé que es una gran profesional. Ahora, lo que no digiero es que para hacer un espectáculo como una gran bailarina o bailaora, las dos cosas a la vez, tenga que abrir la cremallera de una bata de cola y quedarse en pelota picá. Pero yo respeto a todo el que se sube un escenario, porque sé lo que cuesta, lo que hay que estudiar antes.

– ¿Alguna petición? Hable usted, señora, que es la protagonista del homenaje.
– Esta tierra debería apoyar al flamenco, porque aquí es donde ha nacido. Vas a pedir una ayuda para cosas flamencas y les cuesta mucho dártela. Pero si tú presentas una mezcla joven y moderna, te dan todo. Los niños tienen que buscarse la vida, si yo lo comprendo. Porque mejor que baila Israel Galván no baila nadie. Es un gran profesional, lo ha demostrado. Se ha metido en el Lope de Vega y ha actuado como un torero: soleá, alegría seguiriya… y ya no bailo más flamenco porque no me da la gana. Las instituciones le piden otras cosas. Si nuestra tierra no apoya el flamenco, la gente se tiene que buscar la vida como la Paquera de Jerez. Y ya no te digo más . ¡Adiós!

 

Carmen Ledesma, en el Bar Plata del barrio sevillano de la Macarena. En ese mismo mostrador sirvió cafés Pepe Pinto. Foto: Quico Pérez-Ventana

Carmen Ledesma, en el Bar Plata del barrio sevillano de la Macarena. En ese mismo mostrador sirvió cafés Pepe Pinto. Foto: Quico Pérez-Ventana

 


Sevilla, 1969. Periodista andaluz de intereses etéreos y estrofas cabales. Tres décadas de oficio en prensa musical y cultural. Con arrimo y sin arrimo, para seres de cualesquier afecto.

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