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Antonio Santaella: un maestro granadino desconocido en su tierra

Cuando los demás estamos buscando la manera de sobrellevar la difícil situación actual, Antonio Santaella, un maestro del baile flamenco, de 85 años muy bien llevados, con la estética de Federico García Lorca grabada en cada molécula de su ser, sigue su rumbo con la dignidad por bandera.


Veo sus imágenes y recortes de toda una vida, y sé que algunos de visión limitada, viendo el sombrero cordobés y los pañuelos de lunares, dirían con desdén: “baile de tablao”. Pero Antonio Santaella va mucho más allá. Cierto es que le tocó vivir aquella fructífera época, pero la elegancia de su persona siempre le impidió caer en el mal gusto. Ha presentado su visión personal del flamenco y la danza española en numerosos teatros y otros escenarios formales, con la vena lorquiana siempre poniendo el punto de sabor. Además del flamenco, domina un repertorio que alcanza los bailes regionales españoles y semiclásicos, y figura como coreógrafo, director o creador en una larga lista de obras bailadas.

Seriedad, disciplina, constancia y un profundo amor por su cultura son los rasgos que mejor definen la personalidad artística y humana de Antonio Santaella.

 

– Antonio, háblanos de tus comienzos.
– Yo nací en un pueblo de la vega de Granada llamado Valderrubio, donde el padre de García Lorca poseía las tierras más fértiles de aquella comarca. Allí pasaba Lorca los veranos, siendo fuente de inspiración para gran parte de su obra. Yo vivía con mi madre y hermanos, y mi afición al arte flamenco no venía de familia, la adquirí de las familias gitanas del barrio. A los catorce años, mi padre, que estaba en Francia desde que acabó la Guerra Civil, como tantos miles de españoles de aquel horrible acontecer, nos llevó a mi madre y a mí, que era el menor, a vivir con él en Francia. Mis primeros pasos de flamenco los aprendí allí. Como me gustaba tanto el cante y el baile desde chiquito, me fue más fácil encarrilar que a otros que no habían nacido allí.

Los primeros tiempos fueron terribles, desesperantes. Aquello cambió cuando conocí a una familia gitana, amigos de mi padre que llegaron a Francia en las mismas condiciones. Uno de los niños tocaba la guitarra de oído. Eso para mí fue como acercarme de nuevo a mi pueblo. Nos inventábamos pasos de baile. Él rasgueaba la guitarra por fandangos y yo trataba de imitar a Pepe Pinto, ¡que felicidad! Un día cogimos el tren a París, y paseando por Pigalle escuchamos unas castañuelas. Nos dijeron que era el Maestro Rayito que daba clases de baile y guitarra. ¡Wow, vimos abrirse el cielo! Ahí empezó mi carrera en el baile. Había mucho trabajo en París en aquella época. En La Guitare coincidí con Los Gitanillos de Cádiz, Bendito, Ana María y Cascarilla, en el Teatro de l’Etoile con el Príncipe Gitano y con Rafael Aguilar en el Olympia.

 

«A Israel Galván he tratado de entenderlo, y a veces lo consigo. En el cante es otra cosa. Me gusta la pureza y erizarme con una siguiriya de Tomás Pavón, la Niña de los Peines, Mairena. Esto no me pasa tan pronto con los cantaores evolutivos»

 

Antonio Santaella, en la actualidad.

 

– Eres muy lorquiano. ¿Qué significa Federico para ti?
– Lorca es mi inspiración y motivación para crear. No se puede oír flamenco sin que pienses en él. ¡En todas mis obras está presente! Ya sabes que nací en el pueblo donde pasó gran parte de su vida creativa.

– De Francia a Nueva York, a Puerto Rico.
– Trabajaba en un tablao flamenco en París donde la bailarina Laura Toledo me vio bailar y me contrató para hacer unas giras por Estados Unidos durante dos años y medio. Así llegue a Nueva York, donde hice mi propio grupo y trabajé en el elegante Chateau Madrid, además de una gran oportunidad para Carnegie Hall. Fue una experiencia hermosa y se abrieron puertas para todo lo que vino después. A Puerto Rico fui con un contrato para el Hotel El Convento, donde estuve bastante tiempo. Al principio me pedían clases y las fui posponiendo hasta que me decidí y hasta hoy. De esto hace medio siglo. Los puertorriqueños sienten el flamenco ¡y lo expresan muy bien! Tengo bastantes alumnos profesionales, algunos están en España y en otros países de Europa, Estados Unidos o Canadá. Estoy muy orgulloso de ellos. Un año, en la Universidad de Puerto Rico, cuando se celebraba un Simposio de Poesía y Literatura de América, El Caribe y España, me llamaron para que montara una coreografía para la clausura. Fue tal éxito que dije ¡esto es lo mío! De ahí, aunque seguía en los hoteles, mi anhelo era montar obras de trascendencia cultural. Había muchas, incluyendo una obra para niños de diez a diecisiete años en la que expongo todos los problemas que acarrearán los niños que a una edad vulnerable abandonan la escuela.

 

Ballet de Antonio Santaella.

Ballet de Antonio Santaella.

 

– ¿Mantienes tu contacto con España?
– En los años setenta me tomé un tiempo para irme a España a disfrutar un poco de mi tierra, y a la vez tomar las clases con Antonio Marín, como ya hacía todos los años. Como me quedé un tiempo largo, formé un grupo y nos contrataron en la sala de fiestas Pasapoga, en la Gran Vía de Madrid. Llevé como cantaora a Carmen Linares, que tenía 16 años, y debutaba en esa época como cantaora. El espectáculo se llamó Antonio Santaella y su Suite Flamenca. De allí regresé a Nueva York para el Chateau Madrid. Éramos Nati Mistral y Antonio Santaella y sus Flamencos. Aparte de eso, cada año paso una temporada en Granada.

– Has tenido grandes compañías de baile, e injertado la cultura flamenca en Puerto Rico con tu sabiduría, y actuaciones de mucha calidad. ¿Se valora tu aportación en Puerto Rico? ¿Has recibido apoyo económico?
– Me ha ayudado el Instituto de Cultura y Endowment for the Performing Arts. ¡Sí que valoran mi trabajo en este lugar! Me dieron un reconocimiento en el Senado, pergaminos en toda la Isla, medalla de oro de Julia de Burgos, medalla del Capítulo de Puerto Rico de la Unesco, primer premio del Certamen Mundial de las danzas, y cantidad de placas de reconocimiento.

 

«En los años setenta me tomé un tiempo para irme a España. Formé un grupo y nos contrataron en la sala de fiestas Pasapoga, en la Gran Vía de Madrid. Llevé como cantaora a Carmen Linares, que tenía 16 años y debutaba en esa época como cantaora»

 

– ¿Sigues la evolución del baile flamenco en España? ¿Qué opinas del trabajo de vanguardistas como Israel Galván?
– Sí, por supuesto. La evolución es inevitable. ¡El mundo no se para! En el baile, y sobre todo en las coreografías, tienes que ser creativo. Sin la evolución no podrías expresar y entrar en el surrealismo de un tema. En cuanto a Israel, he tratado de entenderlo, y a veces lo consigo. En el cante es otra cosa. Me gusta la pureza y erizarme con una siguiriya de Tomás Pavón, la Niña de los Peines, Mairena. Esto no me pasa tan pronto con los cantaores evolutivos. Pero también acepto y admiro la evolución del cante, ya que es una expresión viva, y tiene que ir con los tiempos, pero no debe desprenderse de la médula, porque se trasformaría en otra cosa.

– ¿Cómo te ha afectado la pandemia?
– Al igual que todos los países, en Puerto Rico sufrimos el maldito virus que aumenta cada día, posiblemente por el flujo de turistas de los Estados Unidos, y el incumplimiento de los protocolos impuestos por el gobierno. El legendario tablao Gitanerías, que inauguré hace tantísimos años, cerró en marzo, y abrió a finales de abril, siguiendo la ley del aforo del 30 por ciento. Mientras tanto, como todo el mundo, esperanzados en la vacuna.

Fotos: Todas las imágenes son del archivo particular de Antonio Santaella

 

Antonio Santaella con Nati Mistral.

 

Antonio Santaella con Carmen Sevilla.

 

Antonio Santaella, con Carmen Linares al cante.

 

 


Jerezana de adopción. Cantaora, guitarrista, bailaora y escritora. Flamenca por los cuatro costados. Sus artículos han sido publicados en numerosas revistas especializadas y es conferenciante bilingüe en Europa, Estados Unidos y Canadá.

1 COMMENT
  • Juan Vicente Solis 8 diciembre, 2020

    Buena entrevista. Como siempre el flamenco y sus embajadores no son reconocidos, en el caso del Maestro Santaella, ni siquiera en su Granada. Recuerdo un día en Jerez tomando una cerveza con Antonio y Estela Zatania, en un tabanco, era una lección de Arte Puro, dos instituciones del flamenco recordando momentos vividos, para mí fue una auténtica Alegría ser oyente de dicha conversación.
    Después seguimos viaje a Utrera y vuelta a Granada, donde Antonio me contó varías anécdotas de su estancia por tierras Americanas y los artista que trabajaron junto a él .
    Tener una fotografía en un tabanco de Jerez junto a dos instituciones del flamenco como son Estela y Santaella,es tener un recuerdo de una época de las más bonitas del flamenco. Grandes Artistas y grandes personas . Estela Y Antonio.

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