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Reflexiones de una bailaora confinada: Antoñita La Singla

El flamenco de antaño demuestra que ni una minusvalía es capaz de maniatar al duende. Ese que se tiene o no se tiene. Esa arma que te elige y de la que tú no decides disponer. Y no cabe duda de que si alguien ha sido tocado por la varita mágica de este duende es Antoñita La Singla.

La bailaora Antoñita La Singla. Foto: Facebook La Singla (Festival Flamenco Gitano 1965)

Hogaño me encuentro enfrascada entre las cuatro paredes que conforman la imaginación de mi pensamiento. Azotada por las oportunidades evolutivas que de cuando en cuando permite este momento histórico, me apetece invitaros a reflexionar sobre el tema que al menos en mi caso ocupa veintitrés horas y media al día.

Parece que el confinamiento se empeña en hacer posible lo imposible. Por ejemplo, recorrer sin prisa el pasado, el presente y el futuro. Hagamos pues una grieta en el pretérito. Examinemos con minuciosidad cada una de las piedras del escalón en el que nos detendremos y robemos algunas para acomodarlas en el presente más coetáneo. Es imperioso e ineludible.

Antoñita la Singla es una bailaora gitana que nació en 1948 en el barrio de Somorrostro, de Barcelona. Tan sólo unos días después de nacer, sufría unos dolores de garganta muy fuertes a los que ningún médico coincidía a la hora de ponerle nombre. Lo único claro es que este escollo derivó en una circunstancia que a priori parecía un problema. Un poco más adelante se descubrió que no lo era. Antoñita era sordomuda y en su barrio la llamaban La Múa. No dijo ni una palabra hasta los catorce años. Pese a esto aprendió a bailar fijándose en los doce compases que relataban las manos y la boca de su madre.

El tesón y la magia que la bamboleaban construyeron un ejemplo a seguir para muchos bailaores. Enumerar algunos ingredientes estrella que deben sostener la formación de cualquier artista supone nombrar aquellos que en ella predominaban de manera innata. Cierto es que mucha gente llamaba milagro al hecho de que, pasando por alto sus circunstancias fisiológicas, pudiera dedicarse a lo que de verdad le hacía feliz. Es innegable que a priori eran un obstáculo para una carrera como esta, pues compás, oído y musicalidad son inherentes a la formación de un bailaor. Pero si a esta cuestión que me toca tan de cerca se une la impregnación que pretendo conseguir de su baile y su historia, me atrevo a decir que ese milagro era una cuestión de principios, disciplina y ganas de ponerse el mundo por montera.

 

«Antoñita no dijo ni una palabra hasta los catorce años. Pese a esto aprendió a bailar fijándose en los doce compases que relataban las manos y la boca de su madre»

 

La Singla se movía al son que le dictaban sus sueños, su inconformismo y su pasión. Con dificultad escuchaba la música, pero conseguía agitarse al ritmo de la misma. En esta flamenca imperaban unos sentidos cuyas facciones eran diferentes y especiales a las de los demás. Asimismo, en cada paso purificaba una vorágine de sentimientos inmaculados que envolvían su forma de contemplar la vida.

Daba igual el palo que interpretara, porque en cada uno parecía querer romper las cadenas de su niñez. Una infancia cuya alma se sentía atrapada entre los tejidos del tiempo, pues pasó bastante tiempo hasta que consiguió vocalizar la palabra que lleva al ser humano a desahogarse sin necesidad de encontrar respuesta. La palabra mamá.

En su rostro reinaba el carácter de alguien que a fuerza de poner atención conseguía escuchar el sonido de las palabras y los jaleos. El compás de la música y las palmas.

Aunque Antoñita La Singla no lograra hablar a la perfección, tampoco era necesario. Su zapateado gritaba. El vaivén constante de su salvaje melena también bramaba.

El periodista Germán Álvarez Blanco se aventuraba a decir que la artista no tenía rival femenino en el baile por alegrías. Nombraba incluso a Carmen Amaya como inviable competidora de la misma. Afirmación que parecía inconcebible hasta que navegué por primera vez entre los archivos que dejan constancia de su baile.

 

«La Singla se movía al son que le dictaban sus sueños, su inconformismo y su pasión. Con dificultad escuchaba la música, pero conseguía agitarse al ritmo de la misma»

 

El semblante pertenecía a una mujer que poseía tantas emociones enconadas dentro de sí que se escapaban de manera involuntaria a través de los poros de su corteza y sus movimientos espasmódicos. Extraordinaria celeridad que resonaba por seguiriyas, tangos y cómo no, por alegrías.

Una tensión corporal constante que sacudía su danza y que se discernía a la perfección a través de sus asiduos pantalones oscuros. Algo que permitía atestiguar la pulcritud que circunscribían sus tacones.

La Singla quería expresar tal abanico de inquietudes a la vez que era preciso mantener un diálogo íntimo y personal con su duende para poder entenderla, pues derrochaba una autenticidad y una raza indescriptibles.

Por todo esto, cada vez que entro al estudio para rociar todos mis sentidos con sobrecogedoras letras por soleares, me paro en el mismo tercio y reflexiono. Tercio que describe de forma indiscutible la bailaora a la que corresponden las líneas que arropan esta exposición. Y es que como dice aquella soleá de Cádiz que suena incesante en mi lista de reproducción, como caballo sin freno tienes flamenca el arranque.

 

Imágenes de Antoñita La Singla: Facebook La Singla (Festival Flamenco Gitano 1965)

 

La bailaora Antoñita La Singla. Foto: Facebook La Singla (Festival Flamenco Gitano 1965)

La bailaora Antoñita La Singla. Foto: Facebook La Singla (Festival Flamenco Gitano 1965)

 

 


Bailaora madrileña. Graduada en Comunicación Audiovisual por la Univ. Rey Juan Carlos. En Amor de Dios, Casa Patas y Cristina Heeren desarrolló su gusto por la danza y el flamenco. «No somos atletas. Estamos empezando a cometer el triste error de ofrecer al público una confección enlazada de complejos zapateados a una velocidad desorbitada sin la modulación propia de la música que estamos adornando y que nos adorna».

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