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El cante jondo como látigo de sacerdotes

El sello editorial Prokomun rescata del olvido 'Cante místico flamenco', una colección de letras publicada en 1889 de abierto aliento republicano y anticlerical.


‘El arte jondo como expresión de fervor religioso, desde las sevillanas rocieras a las saetas pasando por las misas flamencas, es bien conocido. No lo son tanto las letras refractarias a esos sentimientos, cuando no abiertamente anticlericales, que de todo hay. Una reciente edición a cargo del sello Prokomun de Cante místico-flamenco –título que en sí mismo es un derroche de guasa– nos recuerda un tiempo en que el ingenio de los letristas se puso al servicio del escarnio de curas, párrocos y sacristanes.

 

Esta gavilla que reúne soleares, seguiriyas gitanas, serranas y cantares propiamente dichos vieron la luz originalmente al amparo del semanario El Motín, fundado en 1881 por el sevillano José Nakens al grito de “¡Guerra a los conservadores!” y enarbolando los valores de la I República. La Biblioteca El Motín, que así se llamo la colección donde vio la luz Cante místico-flamenco, publicó también una recopilación de Cantes flamencos a cargo de Antonio Machado y Álvarez, el popular Demófilo. No debe confundirse este libro con su fundacional Colección de cantes flamencos: recogidos y anotados por Demófilo, de 1881 y obra de referencia para todo buen aficionado. En todo caso, la proximidad de Demófilo con El Motín permite especular con la posibilidad de que fuera él mismo el autor de las coplillas anticlericales: hipótesis plausible, pero indemostrable hasta la fecha.

 

Lo seguro es que Cante místico-flamenco vio la luz en 1889, con una circulación discreta, pero que logró provocar el regocijo de cuantos pudieron tenerlo en sus manos. La estructura de los textos suele ser siempre la misma: se respetan los dos primeros versos de las coplas populares, y en el resto se lanza la andanada anticlerical. Un ejemplo de ello es el conocido arranque

 

A la mar maera
y a la tierra güesos…

 

Que en el caso que nos ocupa concluye así:

 

Y pa los curas que entren en mi casa
la vara de fresno.

 

El cante se usa como látigo de los hombres de la iglesia, a los que se atribuyen reiteradamente dos pecados capitales: la avaricia y la lujuria. En el primer término, la curiana, como se la llama popularmente, aparece como insaciable recaudadora y socia poco fiable en asuntos económicos. He aquí algunos ejemplos:

 

A la puerta de la iglesia
Hay escrito con carbón:
“Aquí no se le pide á Cristo
Y no se le da ni a Dios”.

A un cura le presté un duro,
Y á poco me lo volvió
En sufragios y en sermones
Que lo que es en plata, no.

Cuando se muere argún pobre
¡qué solito va el entierro!
Y cuando se muere un rico
¡qué plaga de reverendos!

 

En cuanto a la lujuria, los clérigos aparecen sistemáticamente en estas páginas como seres libidinosos, que al menor descuido se aprovechan de su condición para seducir a una vecina, a la propia mujer o a la hija. Esa hipocresía es denunciada con mordacidad en letras como estas:

 

Er cura que está queriendo,
Jasta en sueños se figura
Que son faldas sus manteos

Por cogé la sarsamora
Vi detrás de aquel ribazo
Á un páter y una señora

Esta gitana está loca,
Quiere que la quiera yo;
Que la quiera el pae cura
Que ya se me anticipó.

 

Así, durante un largo centenar de páginas, el autor –o autores– de esta obra se explaya en sus invectivas contra las sotanas. Una línea que podía haber dado pie a sus continuadores, pero que en cambio no cuajó en tradición. Mucho menos cuando, tras la Guerra Civil, la España católica, apostólica y romana no solo impidió su reedición, sino que seguramente obligó a quienes conservaran algún ejemplar a destruirlo o, al menos, a esconderlo muy bien. Ahora, gracias a los buenos oficios de Ana Tenorio, del Centro Andaluz del Flamenco, ha podido recuperarse este legado que interesará a estudiosos tanto como divertirá a los aficionados por su tono transgresor e irreverente:

 

Te den un tiro y te maten
Como sepa qué a la ilesia
Te vas á escuchá los cantes.

 

 


Un pie en Cádiz y otro en Sevilla. Un cuarto de siglo de periodismo cultural, y contando. Por amor al arte, al fin del mundo.

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