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Clasicismo, vanguardia y caos

4/4/2018

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Mucho se está hablando en los últimos tiempos  del flamenco, lo cual es una señal inequívoca de que es un arte cargado de vida, que por su brevedad y juventud, apenas dos siglos, se encuentra en constante evolución y es lógico que sea así pues las circunstancias sociales y vitales han ido cambiando a lo largo de estos dos siglos. Sería absurdo pretender que el blues, por poner un ejemplo, se cantara igual que en la época de esclavitud, aunque siempre se han mantenido unas reglas y una dignidad acordes con un pasado rico en vivencias, algunas negativas, pero que han dado a esta música un sentido esencial, vital y por tanto muy arraigado en todo un pueblo. Pero esto no está sucediendo en el flamenco, hay un cisma entre los clásicos y algunos llamados jóvenes valores, no todos, que dicen representar la vanguardia y que en verdad donde se cobijan es en el caos.

Si establecemos una comparación con la pintura, pues soy admirador de la pintura de dos vanguardistas, en estos momentos ya clásicos, como Lucian Freud y Francis Bacon, observaremos que, siendo auténticos genios, en todo momento demostraron una fiel admiración hacia sus clásicos, sobre todo hacia Velázquez y Goya, aunque marcando las diferencias. Velázquez pintó al Papa Inocencio X, intentando con técnicas nuevas indagar en su interior hasta el punto de arrancarle la exclamación “demasiado vero”, y Francis Bacon indaga aún más hasta llegar a una congestión desesperada sobre la figura del Papa. Pero ambas obras no son incompatibles, al contrario, se complementan y contribuyen a que la pintura siga un curso indagador y renovador a la vez.

Esto no sucede en el flamenco, ya que se ha puesto de moda entre los más modernos despellejar a nuestros clásicos, sin el más mínimo respeto a lo que significaron no sólo como eslabones en la cadena del flamenco, sino también como creadores de formas interpretativas diferentes. Es curioso observar cómo un reconocido intelectual del flamenco, y en un alegato contra la pureza, dice de Antonio Mairena, “usted me va a dispensar, pero por su obra de predicador, penosa, no mereces ni el oro, ni la plata, ni la lata”. Puede haber mayor desprecio hacia nuestros clásicos flamencos, ellos representan, parafraseando a Antonio Machado, “la voz en el tiempo”, una voz cargada de eternidad, que es el mayor legado que tiene el flamenco. Cómo se puede olvidar a Pastora, Manuel Torre, Mairena, Caracol, Marchena, Chacón, Tomás Pavón, Talega, Manolito de María, Borrico y tantos otros que han contribuido a dar vida al flamenco, así como nuestros jóvenes clásicos, Camarón, Menese, Chocolate, Morente, Lebrijano, y muchos más, que han dejado su voz en el tiempo, a lo que ni podemos ni debemos renunciar.

Sin embargo, en los últimos tiempos están apareciendo una serie de personajes que lo que pretenden es olvidarse de nuestros clásicos, a los que llaman despectivamente ortodoxos, término que personalmente no me gusta nada, olvidándose de que el cante tiene una estructura, una cuadratura, ritmo y compás, además de otros aditamentos que surgen de lo más profundo de las raíces humanas y que requieren cualidades especiales para poder expresarlos. Pero hoy hay una serie de llamados artistas empeñados en sembrar el caos frente al clasicismo o la vanguardia renovadora, gente sin cultura jonda y flamenca, sin vivencias, simplemente con el fin de notoriedad y de ganar dinero. Antes los aficionados se manifestaban en tabernas, tabancos o Peñas, pero hoy cualquiera es capaz de subirse a un escenario sin el menor rigor crítico y sin el menor rubor a la hora de cobrar. Para colmo, algún pseudoartista, que repudia de la ortodoxia, publica una antología del flamenco heterodoxo, heterónimo de ortodoxo, por tanto está reconociendo la existencia de lo que él abomina. Una incongruencia más de los que reniegan de la esencia del flamenco, pero que no prescinden del nombre, porque en definitiva es la fuente de ingresos. Hoy en música todo aquello que no lleve la etiqueta de flamenco interesa muy poco fuera de nuestro país, esta es la realidad, por lo que no se atreven a poner otro título a su música caótica, tendrá que ser el tiempo el que lo ponga, o quizá esté llegando un nuevo orden jondo, como dice el crítico Manolo Bohórquez.

Mientras tanto me refugiaré en nuestros clásicos vanguardistas y revolucionarios que han abierto veredas aún insospechadas.                                              

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 José  Ignacio  Primo

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