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Con una copla de más: piropos y antipiropos

Nada escapa al halago poético en las letras flamencas. Acompáñennos en este breve paseo por el piropo y su contrario.


El piropo es, como indica su etimología –del griego pirós, “fuego”–, una llamarada de admiración hacia la mujer, habitualmente (los autores de las coplas flamencas eran hombres por lo general). A cualquier parte del cuerpo se puede dirigir, apoyado en una hipérbole o exageración o bien en una bella metáfora:

 

Ay, Dolores, ay, Dolores,
que te huele el cuerpecito a flores.
Tienes los dientes
como granitos de arroz con leche.

 

Hasta las lágrimas, señal de dolor por lo general, pueden ser exaltadas. Muy conocida es esta copla:

 

Ven acá, gitana mía;
tus lágrimas me parecen
rositas de Alejandría.

 

O la que cantaba Concepción Peñaranda La Cartagenera:

 

Cómo quieres que en las olas
no haya perlas a millares,
si en la orillita del mar
te vi llorando una tarde.

 

La siguiente es un piropo por sus cuatro tercios:

 

Bendita sea tu casa
y el albañil que la hizo,
que por dentro está la gloria
y por fuera el paraíso.

 

El juego de palabras sirve espléndidamente para “engarzar” los tercios de estas coplas, casi un trabalenguas la primera:

 

De garza tienes el cuello,
garzos tus ojitos son,
y así tengo yo engarzado
tu amor en el corazón.

Señor alcalde mayor,
no prenda usted los ladrones,
porque tiene usted una hija
que roba lo corazones.

 

Otros ojos azules aparecen en esta copla de tres tercios, en una hipérbole muy hermosa:

 

Al cielo no miro yo,
porque me miro en tus ojos
que son del mismo color.

 

Los ojos, naturalmente, son el principal motivo del piropo. Los ojos –los sacais, en caló–, ya sean azulados o negros, provocan, con su mirada, con su mirar, verdadera conmoción en los amantes, algo frecuente en toda la lírica popular y tradicional y asimismo en la culta, como bien ha estudiado el maestro Francisco Gutiérrez Carbajo. Del repertorio de Silverio recogió Demófilo esta seguiriya contundente:

 

Qué tienen tus ojos
que cuando me miras
jasta los güesos que tengo en er cuerpo
toos me los lastimas.

 

Los ojos iluminan como estrellas. Personalmente, nos gusta mucho este ejemplo y nos trae recuerdos de otro maestro, Miguel Ropero, leyéndola en sus conferencias como claro ejemplo de la economía lingüística (segundo tercio):

 

No sarga la luna
que no tié pa qué,
con los ojitos e mi compañera
yo m’alumbraré.

 

La última la canta Rosalía, la de hoy, la rompedora cantaora-cantante, en uno de sus discos, en torno a la boda.

 

 

 

 

Los analistas de la copla flamenca, como Jean Paul Tarby, coinciden en observar que mientras los ojos azules son ensalzados, los ojos negros poseen una atracción fatal:

 

Unos ojos negros vi,
desde entonces en el mundo
todo es negro para mí.

El limón es amarillo
y verde la yerbabuena,
tú tienes los ojos negros
y las intenciones negras.

 

La boca (labios y dientes), el pelo (este último a menudo connotado de infortunio o muerte), la cara en general, es revisada –aunque con menos frecuencia– por la mirada ardiente del enamorado. La boca es una fuente de erotismo y sensualidad. El pelo –con su peinado–, especialmente el de color negro, típico de las andaluzas y las gitanas, es atributo singular de feminidad:

 

El pelo de mi morena
es negro hasta la punta
y el día que no lo veo
cielo y tierra se juntan.

Hermana Malena,
mira que te encargo
que con la cinta de tu pelo negro
m’amarren las manos.

 

O se piropea el cuerpo entero, como en este cante, bambera que canta Bernarda de Utrera:

 

Tú eres chiquita y bonita
y eres como yo te quiero,
tú eres una campanillita
qu’en las manos del platero
el sentío me lo quita.

 

 

 

 

También es letra del estilo de la bambera o cante de columpio este requiebro cuyo autor es el poeta y músico Jesús García Solano:

 

Aquella que está brillando
como rosa de los vientos
es la prima de mi hermano.
Por ella me estoy muriendo.

 

Nada escapa al halago poético. Se trata de una auténtica veneración, una idolatría, de ahí que a veces se compare a la mujer con vírgenes de la Iglesia –“Qué rebonita que era / se parecía la Virgen / de Consolación de Utrera”–, o se le digan cosas como esta, en el límite entre lo admisible y lo irreverente:

 

Tu cuerpo es una custodia
toíto yeno ‘e escalones
para subí a la gloria.

 

Algo tan sutil como el olor de la persona amada es argumento de muchas coplas-piropo. Ya dijo en un inolvidable poema el crítico y poeta Leopoldo de Luis: “Amar es una forma de olor”. La novia, nuestra novia nos huele, literalmente, tan bien (la segunda es de José de la Tomasa, de su libro Alma de barco, 1990):

 

Huele esta gitana
a clavito y a canela
cuando despierta por la mañana.

Tu carne es un perfume
que roba el viento:
azahar de la noche
y limón fresco.

 

De posibles connotaciones sexuales, que recurre a la yerbabuena, uno de los olores más embriagadores, y una mata tan andaluza, es la siguiente:

 

No sé qué tiene
la yerbabuena de tu huertecito
que tan bien me huele.
Hasta los andares son alabados:
El andar de mi morena
parece que va sembrando
lirios, palmas y azucenas.

Rositas y mosquetas,
claveles y nardos
en sus andares la mía compañera
los va derramando.

 

Veamos para cerrar este comentario la recomendación de una mujer para un anónimo galanteador. En esta copla transmitida por Demófilo, se mezclan el piropo, los celos y el aviso amenazante:

 

No me iga osté bonita,
que mi marío es seloso;
la sangre me tiene frita.

 

La frontera entre el piropo y el antipiropo, es decir, entre el dicho que exalta ingeniosamente y el que humilla, parece estar clara. Sin embargo, hay alguna copla que descoloca, como la siguiente:

 

Me gusta verte llorar;
tus lágrimas me parecen
caracolitos del mar.
Si muchas veces te pego palitos
es porque me gusta verte llorar.

 

O esta, pues tiene un fondo de tristeza y desolación:

 

Los ojos de mi morena
son del color de la noche
de tanto mirar mis penas.

 

En este zorongo, cante que nos gustaría escuchar más en grabaciones y en recitales, se construye un autopiropo:

 

Yo soy morenita y pobre,
más morena es la canela
y la comen los señores.

 

El que denominamos “antipiropo” es un piropo negativo, a la inversa, que ofende y ridiculiza. Terminamos con unas muestras. Lo que se inicia con apariencias de alabanza, puede trocarse en rechazo:

 

Yo te tengo compará
como la flor del almendro:
bonita y blanca por fuera,
amargo el fruto por dentro.
El desdén puede ser hiriente:
Cuando por la calle voy,
mejores mozas que tú
con la punta del pie les doy.

Tú tienes mu poca sal,
corre vete a las salinas
que te la acaben de echar.

Eres una y eres dos,
eres tres y eres cincuenta,
eres la iglesia mayor
donde todo el mundo entra,
todo el mundo menos yo.

 

Las dos siguientes, aún más crueles, demuestran, según Demófilo, la originalidad y la gracia tan elevadas que puede llegar a alcanzar la creatividad popular de la raza andaluza. Sin duda, muchas de estas composiciones hoy pueden chirriar y provocar controversia por su ataque o burla a la mujer:

 

Más vale querer a un galgo
que querer a una mujer
que tenga el pescuezo largo.

La mujé que sale mala
llevarla al Monte de Piedá,
y rompé la papeleta
pa no poerla sacá.

 

Hasta aquí este breve paseo por el piropo y su contrario. Esperemos que les haya parecido al menos curioso.

 

 

→  Ver aquí las anteriores entregas de la serie Con una copla de más de José Cenizo.

 

 

 


Paradas (Sevilla), 1961. Licenciado y doctor en Filología Hispánica. Aficionado gracias a ver de joven en directo a Miguel Vargas. Autor de varios libros de investigación de flamenco y de coplas flamencas. Colaborador de varias revistas de flamenco. Da gracias a la vida por conocer, un poco, y amar, mucho, el flamenco.

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