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Género, estilo, variante y versión

Hemos visto cómo en realidad fueron los cantaores, Mellizo, Chacón, Nitri, Serneta, los que compusieron los cantes que de forma oral han sido transmitidos en el tiempo y el espacio. Pronto una buena parte del repertorio estará clasificado según su creador, recreador o transmisor.


En el flamenco los términos suelen ser polisémicos, no porque así se haga con mayor o menor intención, sino porque simplemente resulta difícil ponerse de acuerdo. Unos llaman género a los estilos que otros llaman palos, otros abominan de esta expresión diciendo que palos son los de la baraja y los que pega Hacienda en llegando el mes de junio, de variantes se habla poco y de versiones casi nadie. Escribo este artículo por si a alguien puede ayudar mi opinión en referencia a cómo calificar el repertorio jondo.

Cuando hablamos de género musical en referencia al flamenco, estamos hablando de un todo que integra múltiples estilos con una estética musical común a todos ellos y que responde a una serie de parámetros que nos permiten identificar qué es o no flamenco cuando escuchamos una música concreta.

Los estilos, comúnmente llamados palos, son las distintas formas que se han ido definiendo en el repertorio y que se caracterizan, además de responder a los principios estéticos propios del género flamenco, por realizarse sobre unas formas de compás, armonía o tempo musical concretas y que define a cada uno de ellos.

Cada estilo del género flamenco suele tener además variantes más o menos numerosas. Así, si hablamos del estilo de las malagueñas, diferenciaremos entre las variantes del Canario, Chacón o La Trini, respondiendo generalmente a la melodía particular que los grandes maestros de aquella época crearon y fijaron para dar esplendor al estilo. 

 

«Los loros están muy mal vistos en el flamenco, aunque escuchando a algunos cantaores parece que se han comido un disco de Antonio Mairena, respirando en los mismo sitios que el maestro de los Alcores e intentando, los pobres, imitarlo»

 

La versión de cada variante de un determinado estilo del género flamenco es la que interpreta un cantaor en concreto. Así no es la misma versión la que hace Pastora Pavón de una variante de soleá como la de El Mellizo, que aquella que realiza su hermano Tomás o el mismísimo Manuel Torres, tres versiones de una variante del estilo de soleá, en este caso la primera atribuida al gaditano Enrique el Mellizo por soleá. Las múltiples versiones que existen de las múltiples variantes de los muchos estilos flamencos convierten este género musical en una de las músicas con mayor riqueza en cantidad y calidad de todos los géneros musicales que en el mundo son. 

El género se define pues como un corpus de estilos que tienen en común determinados principios estéticos que podríamos resumir, en palabras de José Manuel Gamboa, como el arte del jipío con sentimiento.

Las diferencias entre los distintos estilos vienen definidas principalmente por el compás que cada uno utiliza, el modo armónico en que se acompaña y la velocidad del tempo musical en el que suele interpretarse cada uno, aunque este parámetro es el más proclive a mutar dependiendo del intérprete y la época.

Las variantes se definen por la melodía del cante. Saber distinguir esas melodías entre una variante y otra será uno de los méritos más reconocidos entre la afición: saber istinguí, como al parecer decía Manuel Torres. Esa melodía, como es natural, define a su vez la rueda de acordes propia que cada variante, siempre dentro de los parámetros que definen el estilo en cuestión. Así las cantiñas se diferencian unas de otras por las distintas melodías que cada variante tiene, y que condicionan los acordes con los que cada una se acompaña.

Y por fin, la versión de cada variante la otorga el propio intérprete que, como cantaor de flamenco, está obligado a hacerle cositas al cante, a fin de dotar a la variante de un estilo que esté interpretando la personalidad adecuada, y que no lo convierta en un mero repetidor de otra variante, sino que logre moldear su propia versión. Los loros están muy mal vistos en el flamenco, aunque escuchando a algunos cantaores parece que se han comido un disco de Antonio Mairena, respirando en los mismo sitios que el maestro de los Alcores e intentando, los pobres, imitarlo.

 

«La versión de cada variante la otorga el propio intérprete que, como cantaor de flamenco, está obligado a hacerle cositas al cante»

 

El flamenco es fruto de la inspiración individual de artistas concretos, muchos de ellos no identificados pero, al tratarse de una música artística, es decir, creada, compuesta, por los artistas del género, la tenemos que considerar como música de autor, aunque su medio de transmisión no sea escrito sino oral. Queda mucho camino por recorrer aun para identificar a los autores de cada uno de los cantes del flamenco, pero poco a poco vamos avanzando en esta línea, y más pronto que tarde una buena parte del repertorio estará clasificado según su creador o en algunos casos su principal recreador y transmisor.

El flamenco se nos ha vendido muchas veces como una expresión popular anónima, como si el colectivo pudiese crear música, siendo el acto de la creación algo individual, íntimo diría yo. Con el paso del tiempo hemos visto cómo en realidad fueron los cantaores, Mellizo, Chacón, Nitri, Serneta, los que compusieron los cantes que, insistimos, de forma oral han sido transmitidos en el tiempo y el espacio.

Lo mismo ocurre, aunque en esta disciplina están los artistas más reconocidos como creadores, en el toque, y también en el baile, donde además de los pasos que conforman las coreografías y que son difíciles de identificar quién y cuándo las crearon. Además, tal y como decía Antonio Gades, «lo importante no es el paso, sino lo que hay entre paso y paso».

Este poema que escribió Manuel Machado titulado La copla muestra cómo de fácil es la transmisión oral y qué rápido se diluye el creador en el colectivo popular. Y la escribió quien afirmaba que después de publicar en la prensa letras de aroma jondo, estas no tardaban en llegar al repertorio de los cantaores en los cafés y teatros.

 

Hasta que el pueblo las canta,
las coplas, coplas no son,
y cuando las canta el pueblo
ya nadie sabe el autor.

Tal es la gloria, Guillén,
de los que escriben cantares:
oír decir a la gente
que no los ha escrito nadie.

Procura tú que tus coplas
vayan al pueblo a parar,
aunque dejen de ser tuyas
para ser de los demás.

Que, al fundir el corazón
en el alma popular,
lo que se pierde de nombre
se gana de eternidad.

 

 


Musicólogo de Vigo (Galicia). Investigador y profesor. Amante de la música. Enamorado del flamenco. Y apasionado de La Viña gaditana.

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