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La misa de Morente

Nos detenemos en la honda y a la vez rompedora visión de Enrique Morente sobre la Misa flamenca (1991). Una obra maestra. Una piedra más que puso el cantaor granadino en el enorme templo de su leyenda.


En este diciembre de campanilleros y zambombas nos vamos a detener, con vuestra venia, en la honda y a la vez rompedora visión de Enrique Morente sobre la Misa flamenca, rito que se viene a celebrar de forma extraordinaria en los templos católicos, con especial frecuencia en la antesala de Navidad.


Fue en 1965, tras el Concilio Vaticano II, cuando la Iglesia, movida por un espíritu aperturista, elimina de su liturgia tanto la lengua latina como el canto gregoriano, sustituyéndose ambos por el idioma y la música propios de cada país. Así nacen, por ejemplo, la misa luba en el Congo, la misa criolla en Argentina o la misa flamenca en España. Son conocidas a este respecto las aportaciones de cantaores como Antonio Mairena, Pericón de Cádiz, Antonio Chocolate, Niña de la Puebla, Rafael Romero, Juan Valderrama o Carmen Linares. Enrique Morente, por su parte, registra en 1991, como artista ya consagrado, esta misa flamenca que se aleja deliberadamente de todas las concebidas hasta la fecha.


Morente fue, como su tocayo Enrique el Mellizo, un enamorado de la música religiosa, la que conocía bien por su etapa de niño cantor de la Catedral de Granada. Quizás por eso no se limita a encajar en los distintos palos del cante las diferentes plegarias de la misa, como se había estado haciendo hasta el momento, sino que pone a dialogar al flamenco con esa música sacra que tanto le entusiasma. Las polifonías –con las que Enrique ya experimenta en el álbum Esencias Flamencas (1988) y que luego escucharíamos en pasajes de Omega (1996), Lorca (1998), Sueña la Alhambra (2005) o Pablo de Málaga (2008)– brillan especialmente aquí, combinadas en algunos momentos con el Coro Gregoriano Caracuel. Por si fuera poco, Morente echa mano de textos en su mayoría seleccionados de los grandes poetas del Siglo de Oro español. Le acompañan las guitarras de Pepe Habichuela, El Bola, Montoyita y El Paquete; las percusiones de José Antonio Galicia, Antonio Carbonell y El Negri; las palmas de Guadiana y Morito de Badajoz; los coros de sus niñas Estrella Morente y Soleá Morente; el baile de Juan Ramírez; el contrabajo de Javier Colina y el violín de Bernardo Parrilla. Grabado en los estudios Cinearte de Madrid por Antonio Olariaga, contó con la producción de José Manuel Gamboa y el asesoramiento del musicólogo Luis Lozano.


KYRIE es la pieza que abre la obra. Sobre el coro gregoriano, Enrique vuela con sus melismas entre el cielo y el abismo, en un entramado insondable e hipnótico: Kyrie eleison, Chrite eleison, repite como obstinada jaculatoria. Sobre esta novedosa idea, Morente construye el tema Omega, con su propia voz y las guitarras eléctricas de los Lagartija; Campanas por el poeta, con las voces búlgaras; o Martinete, con un coro flamenco. Podríamos decir que este tema supone el brillante primer paso de una senda que Enrique nunca dejaría ya de transitar.


GLORIA. Gloria in Excelsis Deo, canta el coro gregoriano ajustándose a la percusión flamenca con aires abandolaos en este cante sin nombre, pero cante al fin y al cabo, donde dialogan por turnos o al unísono –en latín o en andaluz castizo– las fabulosas guitarras, la voz del maestro, el coro sacro y el coro flamenco. Y todo bajo el hilo conductor del verso inconmensurable de Fray Luis de León, jalonado por estribillos –Gloria a Dios– donde se adivina la melodía de la caña.

 

 

 

 

CREDO es una bellísima pieza construida sobre un soneto atribuido al místico español San Juan de la Cruz que viaja en su compás de los fandangos a los tientos. Como las dos anteriores, es inclasificable. Una de tantas creaciones flamencas de Morente que su biógrafo Balbino Gutiérrez bautizó como morentinas.


INTROITO es el primero de los números del disco que podemos identificar dentro de los palos del acervo flamenco. Se trata de unos magníficos tangos, donde se palpan indiscutibles los aires de Morente por estos cantes, a los que realizó numerosas y valiosas aportaciones. El texto es otro impresionante soneto, esta vez del enorme poeta barroco Lope de Vega.


En SANCTUS cometen la genialidad de poner a cantar por soleá al coro gregoriano. Y la guitarra de Pepe Habichuela levanta un verdadero monumento. El número cuenta con la colaboración del que fuera compadre del cantaor, el gran actor sevillano Juan Diego, quien recita los versos de la Oda a la Ascensión, de Fray Luis de León, de una manera escalofriante. Morente, por su parte, ejecuta de manera magistral tres letras tradicionales por soleá, doblándose a sí mismo en la segunda voz en determinados momentos.


AGNUS DEI es una colosal seguiriya que Enrique comienza a cantar sobre el colchón de las voces del coro gregoriano. Tras la primera letra –tradicional del cante jondo, como la segunda– las guitarras y las palmas aceleran el tempo como si fuera ésta una pieza de baile. Se unen entonces a la frenética fiesta el violín flamenquísimo de Bernardo Parrilla y los fabulosos pies del bailaor Juan Ramírez. Pero el momento álgido del corte es la segunda letra, dicha sobre el aire de Curro Dulce que recreó Antonio Mairena. Aquí Morente explota al máximo todos los colores de este cante, con ese concepto catedralicio suyo de la tonalidad, rematándola de manera estremecedora.


SALVE es un nuevo cante por tangos, en cuya letra Enrique junta a dos poetas tan dispares como Juan del Encina y Pedro Garfias. Los estribillos los cantan las voces angelicales de sus dos hijas, Estrella y Soleá. Y supone el final de esta obra maestra: una piedra más que puso Enrique Morente Cotelo en el enorme templo de su leyenda.

 

 

Texto: Javier Moyano

 

 


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