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A vueltas con el Arte Clásico Flamenco

En el flamenco hay una tendencia a no respetar el repertorio clásico por parte de quienes desean hacer propuestas trasgresoras, más actuales. ¿Por qué?, me pregunto yo.


Dice Darío Villanueva, el director de la RAE, en el prólogo a la segunda edición del IV Centenario de El Quijote que “una obra determinada alcanza la condición de clásica mediante un complejo proceso que no resulta fácil objetivar. Se trata, en definitiva, de la adhesión de los lectores a ella de forma constante, sin fronteras espaciales ni temporales”. Si aplicamos esta cualidad de las obras artísticas a los cantes, toques y bailes flamencos deberemos plantear qué parte del repertorio podemos considerar clásico y cuál no.

 

El tema suscita cierto interés, al menos a mí, que llevo bastante tiempo usando el dichoso calificativo para diferenciar los repertorios flamencos, esencialmente el clásico del contemporáneo, en un afán de aclarar de forma asimilable por toda la afición de qué estamos hablando. Clásico sería entonces todo lo creado en la época de los cafés, y antes, hasta aproximadamente 1936, y aun después, y que ha quedado ya para siempre en la memoria, nunca mejor dicho, de los artistas que lo recrean con mayor o menor frecuencia a lo largo de su carrera. Cantes, toques y bailes que son ya inmortales por mor de las grabaciones de sus creadores y por las múltiples recreaciones que de ese repertorio se han ido transmitiendo de boca en boca entre los flamencos.

 

Conocemos bastante bien las siempre muy diversas opiniones que circulan por doquier sobre este aspecto del género, comidilla que nutre todo tipo de conversaciones sobre el repertorio flamenco. La más recurrente es aquella que tacha lo clásico, en el sentido antes apuntado, de arte de museo (esto del museo se lo escuché por primera vez a Paco de Lucía y ha tenido una enorme repercusión entre algunos aficionados y artistas, que se escudan en las palabras del Coloso de Algeciras para justificar sus incapacidades a la hora de interpretar precisamente aquello de lo que abominan). Tachar de arte de museo a los cantes clásicos de los maestros del XIX y la primera mitad del veinte es al menos injusto. Sería lo mismo que tachar la música de Bach de vieja en vez de antigua cuando cada vez que alguien la recrea renace tierna y deliciosa como pan recién horneado. De la misma forma que un cantaor cabal recrea una soleá de la Serneta, que al fin y al cabo fue creada (compuesta) hace más de un siglo, y el paladar del buen aficionado la saborea como un fruto fresco recién cortado.

 

Curiosamente la palabra purista está siempre en boca de los más transgresores del equipo. Un practicante del llamado flamenco contemporáneo (todos lo fueron en su día, pero bueno) siempre tiene en la boca la dichosa palabrita disparando contra aquellos que simple y llanamente prefieren el repertorio clásico, como si sobre gustos estuviese ya todo escrito. Si por ejemplo criticas a Rosalía eres un purista y ya está, si no te gusta Paco el de Elche, eres un purista. Si solo escuchas a Pastora te sueltan lo del arte de museo. En el jazz hay muchos aficionados que les gusta el blues, a otros el Dixieland, o el R&B, el Be bop o el Free, y hay a quien le gustan todos los estilos según las épocas, pero en el flamenco hay una tendencia a no respetar el repertorio clásico por parte de quienes desean hacer propuestas trasgresoras, más actuales. ¿Por qué?, me pregunto yo. ¿Qué hay de malo en transgredir? ¿A quién le hace daño? O, lo que es lo mismo: ¿qué pasa si a alguien nada más que le gusta El Mochuelo, el Pena Padre o Garrido? Que por cierto, en su día también fueron transgresores. No soy purista, solo que prefiero a Tomás antes que a otro cantaor actual. ¿Y?

 

 

«No soy purista, solo que prefiero a Tomás antes que a otro cantaor actual. ¿Y?»

 

 

En la guitarra el tema es más espinoso. Hay una tendencia natural en los guitarristas flamencos a tocar sus propias músicas. Y si eres concertista para qué hablar. Solo unos pocos elegidos se atreven a tocar las obras de los grandes clásicos de la sonanta. Lo hizo un jovencísimo Paco de Lucía en su primera grabación de 1964 con la Rondeña de Montoya, una suerte de declaración de principios. Lo hizo Rafael Riqueni con su inolvidable Maestros. Lo ha hecho Alfredo Mesa en su disco Guitarra PreFlamenca. Lo acaba de hacer Alejandro Hurtado en su Maestros del Arte Clásico Flamenco, título más explícito imposible. Pero, como digo, en general, los guitarristas prefieren, algunos dando la tabarra considerablemente, tocar sus propias obras aunque tengan escasa o nula capacidad creativa. La cuestión es tocar tu propia música. 

 

¿Y la guitarra de acompañamiento? El que más y el que menos, aun sin saberlo, está tocando cosas “clásicas”, variaciones y falsetillas que han ido quedando en la memoria colectiva del guitarrista flamenco y las aprende y hace suyas, intentando, eso sí, variarlas un poco a fin de darles la originalidad debida. Por ejemplo, el bordoneo clásico que se realiza al final de la introducción de guitarra en el toque por granaína es uno de los preferidos por los tocaores para, a veces con escasa fortuna, dejar volar su imaginación haciendo en algún caso las variantes más “insospechadas”. Confieso que si yo fuera guitarrista flamenco me aprendería todo el Melchor, todo el Ricardo, intentaría aprenderme todo el Pepe Habichuela y el de Juan y Marote también, por supuesto imitaría en lo posible a los Morao, y antes de tocar mi propias composiciones tendría en los dedos toda “la música clásica flamenca para guitarra de acompañamiento”.

 

Y del baile qué puedo decir. El baile clásico apenas se recrea. Se roban pasos aquí y allá olvidando que lo importante no es el paso, sino lo que hay entre paso y paso, como decía mi maestro Gades. Se siguen escuelas más o menos reconocibles: Antonio, Mario, Güito, Gades, Carmen, Matilde, Manuela, Cristina… Pero los bailaores y bailaoras prefieren cultivar su propia cosecha, sacar en lo posible de sus entrañas la inspiración para crear sus propias coreografías, fijándose en sus ídolos más actuales, no vaya a ser que les echen en cara que están imitando a los clásicos del baile flamenco.

 

En el mundo del jazz, vuelvo sobre este género por su similitudes con el flamenco, el Real Book ha servido para mantener vivo un repertorio clásico que los músicos reinterpretan constantemente antes de tirarse a la labor creativa. En el flamenco, excepto en el cante, donde son pocos los que se atreven a crear nuevas variantes y menos los que intentan en vano crear nuevos estilos teniendo que conformarse con recrear el repertorio clásico, en la guitarra y sobre todo en el baile se han echado en brazos de la música y la danza contemporánea y en general no quieren nada con el toque y el baile clásico del flamenco. Olvidando que, como decía nuestro sabio Enrique Morente, “lo más moderno hoy en día es un cantaor y una guitarra”. Y si lo dice el maestro, a misa va.

 

Imagen superior: Kiko Valle

 

 

→  Ver aquí las entregas anteriores de la sección A Cuerda Pelá de Faustino Núñez en Expoflamenco

 

 


Musicólogo de Vigo (Galicia). Investigador y profesor. Amante de la música. Enamorado del flamenco. Y apasionado de La Viña gaditana.

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