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El monopolio de la fatiga

Después de treinta años largos dedicado en cuerpo y alma a su práctica y estudio, creo estar en disposición de afirmar que en el flamenco, como en cualquier otro género de música, el que más fatigas pasa no es siempre el que sabe interpretar con mayor sentimiento.


Hay seres humanos que creen tener, los poreticos, que diría el gran Enrique, el monopolio de la fatiga, convencidos que solo ellos y unos pocos más, normalmente conocidos suyos, han tenido y tienen derecho a pasar las fatiguitas de la muerte, y que por eso pueden cantar por seguiriya y soleá como nadie. Una vez un cantaor, me ahorro el nombre por no dar publicidad a quien no la merece, me espetó: ¿Sabes por qué en mi familia no cantamos por granaínas? Porque si cantamos por seguiriyas como cantamos, ¡imagínate ya si cantáramos por granaínas! Hay que tener una pedrada notable en la cabecita para decir semejante tontería. Aquel día estaba yo con el gran Pele de Córdoba: «No hagas caso, este es de los que creen que canta mejor quien más fatigas ha pasado. Yo no creo en eso. Personalmente –me dijo–, cuando mejor canto es cuando tengo la nevera llena». Desde aquel día de 2008 he estado dándole vueltas al monopolio que algunos creen tener de la fatiga.

 

En realidad, no conozco a nadie, más allá de su condición social, que no haya tenido una vida llena de claros y oscuros. ¿Quién puede decir que ha pasado más fatigas que cualquier otro? Si eres hijo, por ejemplo, de un médico, automáticamente muchos dan por hecho que has vivido entre algodones. Y no tiene por qué ser así. Igual que hay quien cree que todos los curas son pederastas. Tengo en mi familia religiosos que se han pasado más de media vida en África ayudando cristianamente a los demás. Generalizar en esas cosas solo es una simplificación barata de esas que inundan nuestros días, gente con intereses bien conocidos. Cultura anti todo y pro ya se sabe.

 

 

«Entiendo que el flamenco es una música muy especial. Yo, como gallego, he consagrado mi vida al flamenco por la injusticia que mis colegas musicólogos estaban cometiendo para con el flamenco, ignorándolo de forma flagrante e incomprensible. Yo había hecho mi tesis de grado en Viena sobre Puccini, pero decidí dedicarme al flamenco»

 

 

A lo que vamos, nadie puede negar que las vivencias curten el alma y el arte flamenco, un género que exterioriza los sentimientos como ningún otro, que gesticula con manos y cara de forma en algunos casos excesivamente teatral, que muestra un dramatismo artístico bien aprendido y que forma parte inseparable de su estética visual, de la impresión de que el sentimiento es mayor que en cualquier otro género de música. Aunque un tenor de ópera no se rompa la camisa en escena, aunque un violinista no mueva la cabeza (aunque hay quien sí lo hace simulando sentimiento) como lo hace un guitarrista flamenco, no quiere decir que para cantar Verdi o tocar Beethoven no haya que sentirlo o haber pasado más o menos fatigas. Aunque vayas vestido de esmoquin no significa que no seas pueblo y hayas nacido entre comodidades. Cuántos grandes del arte proceden de familias acomodadas y han sido grandes genios, por ejemplo Mozart.

 

Siempre me han llamado la atención aquellos que se empeñan en repetir la sempiterna cantinela de que “el flamenco hay que sentirlo”. ¡Toma, claro! Todo género de música hay que sentirlo. Sin sentimiento no hay arte y, aunque las canciones de los Beatles no exterioricen los sentimientos como en una malagueña de El Mellizo, también hay que sentirlas para interpretarlas de forma cabal. De ahí que haya artistas que llegan a la gente y otros que no dicen nada. Recuerdo, ya lo he dicho en estas páginas en alguna otra ocasión, que mi maestro Antonio Gades no quería que le llamaran artista. «Yo soy un obrero de la cultura», decía. «Entre lo que yo hago y el público se debe crear una energía y eso es el arte. Trasmitir, de eso se trata». 

 

Son muchos los que creen tener el monopolio de la fatiga y el del sentimiento. ¡Ay, las cabecitas! Están convencidos de que el flamenco es más que música. Como aquel número de la revista La Caña que titularon “el flamenco y la música”. Le dije entonces al editor: “Valga la redundancia”. Aquel número trataba la relación entre el flamenco y la música de Albéniz, Falla, etc. Está muy extendida la idea de que el flamenco es una forma de vida. ¡Toma, claro! Y el jazz, y el rock, y la música barroca, hasta el reggaetón es una forma de vida.

 

 

«Creo en la divina providencia y pienso que hay personas especialmente elegidas para convertirse, con sacrificio y dedicación, no por arte de birlibirloque, en grandes artistas. Tienen una capacidad para transmitir sus sentimientos que parece que han venido al mundo para eso»

 

 

Entiendo que el flamenco es una música muy especial. Yo, como gallego, he consagrado mi vida al flamenco por la injusticia que mis colegas musicólogos estaban cometiendo para con el flamenco, ignorándolo de forma flagrante e incomprensible. Yo había hecho mi tesis de grado en Viena sobre Puccini, pero decidí dedicarme al flamenco para colaborar, en la medida de mis posibilidades, intentando ofrecer una perspectiva musicológica al género que tanto me había dado en mis años de estudiante, ya que me pude ganar la vida cantando y tocando “flamenkito apaleao” en los locales nocturnos de la capital austriaca durante casi una década, de los 21 a los 30 años. Y ahora, después de treinta años largos dedicado en cuerpo y alma a su práctica y estudio, creo estar en disposición de afirmar que en el flamenco, como en cualquier otro género de música, el que más fatigas pasa no es siempre el que sabe interpretar con mayor sentimiento, y que no hay quien pase más o menos fatigas debido a su condición, hay gente muy humilde tremendamente feliz, y gente acomodada muy desgraciada. “Ca uno es ca uno”, como dice el adagio cañí. Y el “yo soy yo y mis circunstancias” orteguiano viene al pelo en el contexto aquí planteado.

 

Creo en la divina providencia y pienso que hay personas especialmente elegidas para convertirse, con sacrificio y dedicación, no por arte de birlibirloque, en grandes artistas. Tienen una capacidad para transmitir sus sentimientos que parece que han venido al mundo para eso. Estos días cumplimos diez años de la muerte del Gran Jefe Paco, quien por cierto confesó en muchas ocasiones haber tenido una infancia feliz, y no es ni mucho menos normal su predisposición hacia el arte, o Camarón, que tuvo la suerte de nacer en el paraíso del arte, y así podríamos estar relatando la biografía de grandes maestros de la cosa jonda y encontraríamos de todo. Quien pasó las fatigas de la muerte para llegar donde llegó y quienes no. Crear una mítica en torno a la biografía de cada uno puede colaborar a configurar una imagen adecuada a la talla artística que se desee tener, pero la vida es demasiado larga como para lograr calibrar el grado de fatigas que pudo pasar alguien en concreto. Leyendo la autobiografía de Miles Davis me sorprendió el hecho de que su familia fuese tan acomodada, y que cuando llegó a Nueva York buscando a Bird y a Gillespie primero se matriculó en la elitista Julliard. ¡Miles! Pues eso.

 

 

→  Ver aquí las entregas anteriores de la sección A Cuerda Pelá de Faustino Núñez en Expoflamenco

 

 


Musicólogo de Vigo (Galicia). Investigador y profesor. Amante de la música. Enamorado del flamenco. Y apasionado de La Viña gaditana.

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