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Estudia, aprende, enseña flamenco

Estudiar, aprender y enseñar son verbos que los flamencos hasta hace poco se han resistido a conjugar. En general se ha pensado, y todavía se piensa, que el flamenco se lleva en la masa de la sangre y no se aprende. Se nace con él o no.


Estudiar, aprender y enseñar son verbos que los flamencos hasta hace poco se han resistido a conjugar, no han sido muy amigos que digamos a creer que el flamenco, como cualquier otro género de música y baile, se aprende. ¡Qué va! En general se ha pensado, y todavía se piensa, que el flamenco se lleva en la masa de la sangre y no se aprende, se nace con él o no. Y eso es lo que hay. No sé cuántas veces habré escuchado, sin venir a cuento, aquello de “¡Faustinooooo, que esto no se aprende en los libros!”. A mí me lo van a decir, que lo he mamado en los escenarios. Claro que el flamenco ni ningún otro género se aprende en los libros, aunque sí se transmite, desde que el mundo es mundo, de maestro a alumno. Y quien diga que es autodidacta miente. El tema merece una explicación.

 

Recuerdo mi sorpresa al leer el interesante libro de Manuel Morao escrito por Suárez Japón, cuando el gran maestro jerezano reconoce, eso sí, con la boca chica, que su padre pagaba un duro a la semana a Javier Molina, maestro de maestros, para que le diera clase a su vástago. ¡De qué tanta sorpresa! Nadie aprende por ciencia infusa y mucho menos nace sabiendo. Puede nacer, y de hecho solo puede ser así, tocado por el dedo divino. Si no, es inexplicable una voz como la de José Monge o un talento como el de Francisco Sánchez, pero de ahí a nacer sabiendo va un mundo. La música es una destreza, en palabras del gran pedagogo japonés Shinichi Suzuki. Nadie viene al mundo cantando, tocando o bailando, todo hay que aprenderlo. Claro está, si has nacido en el barrio de Santiago, en una familia de maestros de la guitarra, y te crías en el ambiente adecuado sales como Diego del Morao, pero pregúntenle al joven maestro jerezano cuántas horas ha echado y echa para lograr esa maestría. Nada sale gratis en el arte.

 

 

«Claro que ni el flamenco ni ningún otro género se aprende en los libros, aunque sí se transmite, desde que el mundo es mundo, de maestro a alumno. Y quien diga que es autodidacta miente»

 

 

Justo de Badajoz, en una deliciosa entrevista que está en YouTube, relata cómo aprendió de Ramón Montoya yendo a su casa todas las mañanas, sentándose frente al maestro de Lavapiés y “trincando” al vuelo lo que se terciase. Que no todos los maestros saben enseñar. Cuando don Ramón percibía que al niño le gustaba algo lo repetía y “el que lo coja pa él”. Mucho han aprendido los guitarristas mirando. Pregúntenselo si no a Manolo de Huelva, quien, celoso de que le copiaran las falsetas, volteaba el cuerpo cuando veía entre el público a algún guitarrista. Los cantaores escuchando, aprendiendo al vuelo los cantes y escuchando mucho disco, la principal fuente de aprendizaje de los cantaores, y el que lo niegue, miente. Qué sería de tantos y tantos cantaores sin los discos de Pastora, Tomás, Torres, Chacón, Mairena, Caracol, Marchena… Aún hace poco un popular cantaor presumía de pertenecer a la última generación de artistas que habían aprendido directamente de los maestros, sin los discos. Mentía, claro. Es decir, roneaba.

 

El baile ha sido y es generalmente de escuela, de academia. Desde antes de que naciese el flamenco ya se aprendían los “bailes nacionales” con los maestros en las academias. Todo el mundo lo sabe. Y muchas horas de estudio y práctica. No en vano los músicos y bailarines son lo más parecido a un atleta que existe en el mundo de las artes. Resulta imposible que alguien llegue a tener la destreza de Farruquito si antes no ha echado horas y horas de estudio. La inspiración va por dentro, se tiene o no, pero de sudar la gota gorda no te libra nadie. Y lo mismo es aplicable a Antonio Reyes o a Dani de Morón. Muchas horas hay detrás para lograr esa perfección de estilo.

 

Ya lo dice el verso de los caracoles: “el conocimiento la pasión no quita”.  Aunque en la tierra del flamenco nunca se lo han creído del todo. ¿Por qué si no Paco Peña se tuvo que ir a Róterdam a fundar una cátedra de guitarra flamenca? ¿Cómo es que en el Superior de Madrid no hay en 2023 una cátedra de guitarra flamenca? Y es que no sólo han sido los flamencos un parapeto ante la enseñanza reglada del flamenco, también hay muchos profesores de conservatorio que no quieren ver a los flamencos en “sus aulas” ni en pintura. La oposición es pues doble. Parece que últimamente van desapareciendo los recelos a ver el flamenco en las aulas de los conservatorios. En Córdoba ya se imparten las especialidades de cante, toque (de concierto, ojalá se cree pronto una de acompañamiento y deje de ser solo una asignatura de la especialidad de concierto) y flamencología. Y nadie puede negar el éxito, ya que, aunque a veces duela, de las aulas de la calle Ángel Saavedra están saliendo algunos de los primeros espadas del futuro. Al tiempo. El Taller de Musics y la ESMUC de Barcelona están haciendo lo propio con sus especialidades profesional y superior, como la Escuela de  Música Creativa de Madrid. También los conservatorios de Murcia, Sevilla, Malaga… Es una ola imparable. No hay quien la detenga y, aunque siempre habrá quien invoque con nostalgia que cualquier tiempo pasado fue mejor, lo cierto es que simplemente cualquier tiempo pasado fue anterior.

 

 

«Resulta imposible que alguien llegue a tener la destreza de Farruquito si antes no ha echado horas y horas de estudio. La inspiración va por dentro, se tiene o no, pero de sudar la gota gorda no te libra nadie. Y lo mismo es aplicable a Antonio Reyes o a Dani de Morón. Muchas horas hay detrás para lograr esa perfección de estilo»

 

 

Fue Fosforito quien dijo en una ocasión que el conservatorio es el lugar natural para aprender música y también, y más a estas alturas, el flamenco. Alguien que conoce, como el maestro pontanés, las penurias que tuvieron que sufrir “los antiguos” para aprender el arte de cantar flamenco, quién puede negar que lo ideal es, en la intimidad del aula, recibir clase de un maestro directamente, corrigiéndote en el momento, guiando tus pasos, golpe a golpe y verso a verso. Basta ya de invocar el pasado y la pureza. Nadie va a hacer que regresen aquellos tiempos. Hoy vivimos de otra manera y una de las adaptaciones al tiempo que nos ha tocado es esta, la suerte de poder acceder a las clases y aprender un arte tan sofisticado técnicamente como es el flamenco en las aulas donde se imparte música. O es que alguien piensa que para tocar el piano como Alicia de Larrocha o Daniel Barenboim no es necesario la guía de un maestro.

 

Ahora bien, los conservatorios no hacen milagros y, como siempre ha ocurrido, de cada cien saldrá uno, o unos pocos, pero éstos sabrán defender como el mejor un arte centenario admirado en el mundo entero como es nuestro flamenco.

 

Imagen superior: clases de baile de Juana Amaya – Foto: perezventana   

 

 

→  Ver aquí las entregas anteriores de la sección A Cuerda Pelá de Faustino Núñez en Expoflamenco

 

 

 


Musicólogo de Vigo (Galicia). Investigador y profesor. Amante de la música. Enamorado del flamenco. Y apasionado de La Viña gaditana.

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