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Por una sola nota

Una nota, por un solo tono un cante cambia de aspecto exterior con una habilidad musical que ignoro si es posible en cualquier otro género musical. El flamenco tiene eso, que es música de inteligentes, de gente lista, de vivos, personas muy despiertas.


Una nota, por un solo tono un cante cambia de aspecto exterior con una habilidad musical que ignoro si es posible en cualquier otro género musical. El flamenco tiene eso, que es música de inteligentes, de gente lista, de vivos, personas muy despiertas, con los ojos y oídos bien abiertos por las heridas que provoca la vida. De ahí que existan cantes que estando a un paso uno de otro en apariencia son muy diferentes al oído, aunque en realidad son el mismo solo que travestido por el arte de los cantaores, las más de las veces de forma totalmente inconsciente, o habría que decir casi que por mor del subconsciente.

 

He podido comprobar cómo un cante por soleá, por ejemplo, cambiando una sola nota se convierte en una cantiña por aparente arte de magia, aunque no tenga nada de extraordinario, al ser producto como digo de la habilidad que tienen cantaores y guitarristas de transformar el cante para obtener otro con apariencia totalmente distinta. En un vídeo que grabé hace años hice el experimento de convertir un cante por soleá de Joaquín el de la Paula, el estilo corto que cae al modo menor, en una cantiña, simplemente haciendo la cadencia al modo mayor. Y me preguntaba entonces, y me sigo cuestionando hoy, si muchos cantes no habrán surgido de ese modo, si el repertorio jondo se expandió por medio de recrear de forma inteligente melodías, de tal forma que modelando un poquito la melodía digamos original o matriz se pudieron obtener nuevos cantes en apariencia alejados, por causa de la natural maleabilidad de la música flamenca cuando se alteran los diversos modos melódicos. Es lo que tiene el hecho de que la práctica del flamenco sea oral y los dichos modos que usa para forjarse como arte musical estén tan emparentados entre sí, a saber, el modo menor respecto del de Mi o flamenco, y este en relación al modo mayor, y el mayor con los otros dos. Algo parecido ocurre con el compás, por medio de la tan hispana y sana tradición de combinar el dos con el tres, alternándolos o superponiéndose uno al otro para así obtener la rítmica singular que caracteriza nuestra cultura musical y bailable.

 

 

 

 

Además, de un cante se pueden obtener hasta tres y cuatro diferentes cambiando la tesitura. Cuando hice la parte que se me asignó para el informe de la Unesco, las cantiñas, transcribí decenas de ellas, entre alegrías y cantiñas propiamente dichas, y sobre el papel pautado me di cuenta de que algunas eran el mismo cante pero una tercera o una quinta más agudas. Me explicó: tienes una melodía que empieza en la fundamental, Do, y la recreas de nuevo partiendo de la tercera, Mi, y haces lo propio con una tercera variante iniciando en la quinta, Sol, con las pertinentes adaptaciones a las que obliga el buen gusto musical, de un cante salen tres. Así, sin querer, sin pretenderlo. Todo es posible gracias a la ley de la oferta y la demanda, la demanda de cantes en los cafés que obligó a los grandes creadores de aquellos años a recrear nuevas variantes usando, insisto, de forma inconsciente, recursos como estos para engordar el repertorio.

 

 

«Resulta relativamente simple aflamencar una música cualquiera introduciendo alguno de los elementos característicos que definen la estética musical de la música jonda. Cualquier género es susceptible de ser revestido de acentos flamencos con muy poco esfuerzo, y viceversa, empapar cualquier canción con jipíos no suele resultar complicado para un artista flamenco que se precie de serlo con una sola nota»

 

 

No digamos ya si nos referimos al cante por seguiriya. ¿Cuántos derivan del cante matriz atribuido a Perico Piña “El Viejo de la Isla”? Al menos el de Marrurro, Paco La Luz, Lacherna y Tío José de Paula están en deuda con el cante del de San Fernando. Y que conste que esto no quita mérito alguno a las recreaciones que de ese cante hicieron estos cuatro jerezanos, al contrario, supieron moldear y adaptar a su modo el cante del hermano de La Borrica para lograr cuatro monumentos por seguiriya que han sido y son recreados por los más importantes maestros.

 

El flamenco es lo que tiene. Un repertorio de enorme variedad cuyas variantes se prestan motivos melódicos entre sí y con esos préstamos se obtienen cantes en principio de muy distinto origen. Un buen ejemplo de esto es la séptima menor que suelo llamar “tono minero”, que es característico de tarantas, cartageneras, mineras, murcianas y también, como estudió el cantaor pontanés David Pino, en los cantes de Lucena. Un tono característico que encontramos en cantes de Murcia, Linares, Lucena o Almería. Tan distantes y a la vez tan distintos pero con el tono común de los mineros. Una sola nota, una sola cadencia que impregna todo un conjunto de cantes que enriquecen el repertorio para mayor gloria del flamenco.

 

Y vuelvo sobre lo comentado anteriormente. Si ponemos sobre el tapete los tres modos melódicos que cultivan los flamencos, el frigio modo de Mi, el mayor y el menor, analizando cualquier cante encontramos como los tres modos, con sus especiales características cada uno tienen una dependencia entre sí que, con un análisis superficial del entramado melódico de un estilo cualquiera observamos como un cante en el modo de Mi, tiene elementos del menor y cadencias propias del modo mayor. Se prestan tantos elementos entre sí que, por medio de una interacción milagrosa, han acabado logrando un lenguaje melódico y armónico de tremenda calidad artística.

 

Todo responde a principios estéticos comunes que hacen del flamenco una música bien identificable propiciando que otros géneros tomen prestado este o aquel otro elemento para “aflamencar” su acento original. Resulta relativamente simple aflamencar una música cualquiera introduciendo alguno de los elementos característicos que definen la estética musical de la música jonda. Cualquier género es susceptible de ser revestido de acentos flamencos con muy poco esfuerzo, y viceversa, empapar cualquier canción con jipíos no suele resultar complicado para un artista flamenco que se precie de serlo con una sola nota, de ahí las miles de creaciones que, al ser interpretadas por un cantaor o cantaora, cobran enseguida categoría flamenca poniendo sobre la mesa la sempiterna cuestión de qué fue antes, si la canción o el cante, si el huevo o la gallina.

 

 

→  Ver aquí las entregas anteriores de la sección A Cuerda Pelá de Faustino Núñez en Expoflamenco

 

 


Musicólogo de Vigo (Galicia). Investigador y profesor. Amante de la música. Enamorado del flamenco. Y apasionado de La Viña gaditana.

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