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Carlos Saura, la lente más flamenca

El director y fotógrafo, desaparecido el 10 de febrero, cultivó la pasión por lo jondo durante toda su vida, y sirvió como formidable caja de resonancia para mostrar al mundo los tesoros de este arte sin necesidad de adulterarlo. Afirmaba que era cineasta porque no podía ser bailaor.


El dolor que la desaparición de Carlos Saura (Huesca, 1932 – Collado Mediano, Madrid, 2023) ha provocado entre los amantes del cine es parejo al que sentimos estos días los flamencos. No solo hemos perdido a un aficionado cabal, a uno de los nuestros; con Saura se va también uno de los grandes divulgadores de este arte, una formidable caja de resonancia para que el mundo entero descubra los tesoros de lo jondo sin necesidad de adulterarlo, sin alterar su esencia, sacando lo mejor de sus artífices con una verdad y una sensibilidad exquisitas.

 

No es cierto, como se ha dicho a menudo, que la intelectualidad española de los años 50 diera la espalda al flamenco por considerarlo poco menos que un subproducto de propaganda franquista. Además de los muchos y buenos escritores que se acercaron a este fenómeno, hubo numerosos cineastas que reconocieron en el cante un patrimonio digno de atención y cuidado. Entre los más devotos, el gaditano Julio Diamante y el oscense Carlos Saura, que precisamente debutaron juntos –Saura como director de fotografía– en un cortometraje de 1955, Antes del desayuno. Ese mismo año, Saura se daba a conocer también en la dirección con otro corto, curiosamente titulado Flamenco, en el que se mostraba el proceso de creación de su hermano, el gran pintor Antonio Saura. El filme se perdió, pero su título queda como un guiño a la pasión que le acompañó siempre.

 

Antes de eso, había probado fortuna como bailaor, llegando incluso a presentarse en las clases de una vieja maestra gitana, La Quica, que después de verlo moverse un rato le espetó: “Mira, hijo, mejor dedícate a otra cosa”. Allí, recordaba, pensó que sería mejor que otros bailaran para él, para su cámara. Fue seleccionado como fotógrafo oficial de los festivales de música y danza de Granada y Santander, donde conoció a Pilar López, a Rosario, a Antonio… De sus fiestas vividas en las cuevas del Sacromonte, decía, le venía la obsesión por la pulcritud de las escenografías.  

 

Tiempo tendría para dedicarle al flamenco largometrajes enteros, pero de momento iba escanciando pinceladas flamencas aquí y allá, desde la petenera de Rafael Romero El Gallina con la guitarra de Perico el del Lunar en Los golfos (1959) a las rumbas de Los Chunguitos en Deprisa, Deprisa (1981), su aportación al emergente cine de delincuentes juveniles de la época. El gallina, por cierto, aparecía en otro de sus filmes, Llanto por un bandido, como secundario junto a Luis Buñuel, Paco Rabal, Lea Massari y Lino Ventura.  

 

 

«Con Saura se va también uno de los grandes divulgadores de este arte, una formidable caja de resonancia para que el mundo entero descubra los tesoros de lo jondo sin necesidad de adulterarlo, sin alterar su esencia, sacando lo mejor de sus artífices con una verdad y una sensibilidad exquisitas»

 

 

 

 

 

 

Su primera aproximación cinematográfica al mundo del flamenco vino de la mano del fotógrafo Leopoldo Pomés, en forma de documental de veinte minutos protagonizado por La Chunga. Saura, contratado en calidad de asesor técnico, solo tenía que organizar una actuación de la marsellesa. A través del pintor Manuel Viola vinieron también, como invitados especiales, Terremoto de Jerez y Los Pelaos.     

 

Aquel cineasta de plena madurez abordó en el mismo año 1981 un proyecto tan ambicioso como abrumador: llevar a la pantalla las Bodas de sangre que Antonio Gades, entonces director del Ballet Nacional, había estrenado en 1974 bajo el título Crónica del suceso de bodas de sangre, sobre la obra lorquiana. “Debo reconocer que iba cargado de prevenciones”, recordaba Saura. “Me imaginaba la obra de Federico García Lorca bailada por gitanos de negro riguroso sobre inmaculadas paredes encaladas de deslumbrante luz… Me encontré todo lo contrario”.        

 

En los créditos de este filme, un verdadero monumento al baile flamenco, se reconocen los nombres de Cristina Hoyos, El Güito y José Mercé, y Pepa Flores –la popular Marisol, compañera de Gades– se canta una nana. Al productor, Emiliano Piedra, le preguntaron en el Ministerio de Cultura cómo se le había ocurrido hacer una película con tres comunistas: Gades, Saura y Lorca. “Aprendí lo importante que era ver in situ el esfuerzo que entraña el baile, compartir con los bailarines-bailaores el espacio escénico y seguir la exigente actitud de Gades, que era a la vez bailarín y profesor”.

 

Este título, proyectado en sesión especial en Cannes, no solo supuso un sello para la alianza Saura-Gades, tan fructífera en el tiempo, sino también la demostración de que se podía lograr el éxito de crítica y público desde un flamenco auténtico, sin ceder a la banalización y a las caricaturas del typical spanish. España vivía la efervescencia de la Transición con una enorme hambre de modernidad, pero algunos creadores no estaban dispuestos a renunciar a nuestro legado más valioso. Muy al contrario, lo traían al presente y lo recreaban con una enorme exigencia artística. Eso aunque algunos amigos le reprocharan caer en una espagnolade, solo por haberse fijado en el flamenco.

 

 

 

 

 

La magia se repitió dos años después con Carmen, el mito de la cigarrera de Merimée encarnado por la bailarina Laura del Sol y de nuevo con un Gades pletórico. Repetían también Cristina Hoyos y Pepa Flores, y se integraba en el elenco nada menos que Paco de Lucía como guitarrista. La película, que al revés que su predecesora dio pie a un espectáculo teatral, arrasó aquel año: premio al Mejor filme, dirección y actriz de reparto en las Medallas del Círculo de Escritores Cinematográficos, y premio Bafta a la Mejor película de habla no inglesa, así como nominaciones a los premios Globo de Oro, al César francés y a los Óscar de Hollywood –tres, nada menos–.      

 

En el rodaje de Carmen, dicho sea de paso, se planteó la posibilidad de que Pepa Flores cantara Al Alba con Camarón. Hicieron una versión al parecer excelente, pero al no caber en el montaje final quedó descartada. Todavía habría de esperar Saura un poco para resarcirse con José.

 

 

 

 

 

La trilogía de Gades se cerraría con El amor brujo (1986), una nueva versión del ballet clásico de Manuel de Falla y María Lejárraga que ya llevara al cine Francisco Rovira Beleta en 1967 con guion, entre otros, de José Manuel Caballero Bonald, y que también había tenido una nominación a los Óscar. En su propuesta, Saura cuenta con una banda sonora interpretada por una deslumbrante Rocío Jurado y la Orquesta Nacional de España, y además de repetir con Cristina Hoyos y Laura del Sol, incorpora a La Polaca, que ya había trabajado en aquella primera adaptación. Gómez de Jerez y Manolo Sevilla asoman como cantaores en los créditos, mientras que en el cuerpo de baile podemos reconocer a una jovencísima María Pagés.   

 

 

 

 

Ya en los 90, con la Expo de Sevilla llamando a las puertas, el productor Juan Lebrón le propuso a Saura hacer un documental de media hora sobre flamenco. Por una cuestión de tiempo, el cineasta sugirió focalizar solo en las sevillanas, y la alianza con Manolo Sanlúcar hizo el resto. “¿Por qué no se habla de sevillanas en el mundo del flamenco? ¿A qué viene ese desprecio?”, se preguntó. En todo caso, Sevillanas demostró la riqueza de dicho palo, y le prestó la idea de un montaje escenográfico (paneles forrados de plástico semitransparente que se pueden iluminar por ambos lados) que usaría en muchas ocasiones en adelante.

 

Las imágenes permanecen en la memoria de todos: Matilde Coral, Merche Esmeralda, Paco Toronjo, Paco de Lucía y Manolo Sanlúcar… Para Luis García Gil, autor del libro Carlos Saura, el cineasta de la memoria, hay “dos momentazos en la película: las sevillanas rocieras improvisadas de Lola Flores, sublimes, y Camarón cantándole a Manuela Carrasco. Saura hace algo muy importante en sus aproximaciones al flamenco, lo concibe de un modo casi operístico, que luego va a trasladar al tango o al fado. Sacaba su carácter aragonés, tímido, introvertido, y de pronto se entregaba a esa explosión de emociones que es el arte jondo”.

 

 

 

 

En 1995, Saura se supera con Flamenco. De nuevo de la mano de Juan Lebrón, esta vez sí logra plasmar un amplio espectro de estilos de la mano de un reparto sencillamente apabullante: Farruco, El Chocolate, Paco de Lucía, La Paquera, Fernando Terremoto, Enrique Morente, José Mercé, Manolo Sanlúcar, Manuel Agujetas, José Menese, Tomatito, Moraíto, Rafael Riqueni, Carmen Linares…  Imposible quedarse con un solo pasaje.

 

 

 

 

El periodista Javier Martín-Domínguez, que con el tiempo sería director del Festival de Cine Europeo de Sevilla –y le pediría a Saura el cartel de una edición del mismo–, visitó el plató de rodaje de Flamenco, y recuerda cómo Juan Lebrón organizó el convite de su boda en el mismo espacio de la estación de Plaza de Armas. “Vittorio Storaro, que llevaba a gala ser el único director de fotografía que trabajaba con corbata, estaba con una maquinita en la mano que cambiaba las luces, dándole distintos ambientes y colores a la celebración. Hasta que ese montaje provocó un pequeño incendio en la mesa de Farruco y su familia, que no llegó a mayores”.

 

Lebrón recuerda otras anécdotas, desde el hecho de que convencieran a Camarón para rodar Sevillanas “porque no podía rechazar al director de Los Diez Mandamientos” a las gitanas del romero que reconocían a Saura como el yerno de “el Gordo y el Flaco” (en realidad estuvo casado con Geraldine Chaplin, la hija del genial Charlot).

 

 

«Se ha marchado, sí, un gran amante del arte bajoandaluz, de los que propagan la pasión como un contagio maravilloso. Pero no se fue sin recibir sus justos reconocimiento y gratitud»

 

 

Siguieron otros empeños como Salomé (2002) con Aída Gómez y música de Tomatito; Iberia (2005), con Antonio Canales, Sara Baras, Enrique Morente o Gerardo Núñez, entre otros; Flamenco Flamenco (2010), donde la vieja guardia de Paco de Lucía, Manolo Sanlúcar o Mercé compartían espacio con gente más nueva como Poveda o Estrella Morente. Todas obras muy valiosas, pero en las que quizá reincidía sobre lo ya dicho: algo muy fácil de perdonarle, porque el mismo flamenco es también a la vez camino conocido y paso adelante. Asimismo, publicó un libro de sus fotografías flamencas que hoy es una joya de coleccionista.

 

La prueba de que mantuvo hasta el final su curiosidad y sus ganas de trabajar con los jóvenes es el Lorca que estrenó con India Martínez. Esta artista fue la encargada de interpretar Al Alba para despedir al maestro en su funeral.

 

 

 

 

 

 

 

Se ha marchado, sí, un gran amante del arte bajoandaluz, de los que propagan la pasión como un contagio maravilloso. Pero no se fue sin recibir sus justos reconocimiento y gratitud. “Saura”, concluye Martín-Domínguez, “se sentía muy orgulloso de que los flamencos, que son muy suyos, le hubieran aceptado como parte de su tribu, siendo como era un aragonés. Eso le hacía una grandísima ilusión. Y sabía que venía del respeto con que él trató siempre a los flamencos y a su arte”.

 

Imagen superior: entrevista RTVE 

 


Un pie en Cádiz y otro en Sevilla. Un cuarto de siglo de periodismo cultural, y contando. Por amor al arte, al fin del mundo.

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