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Con Angelita Vargas en autobús: «Yo taconeo como si pisoteara las penas»

La bailaora Ángela Vargas Vega (Sevilla, 1946 - Bormujos, Sevilla, 11 de noviembre de 2023) era una de las más grandes de la historia y de las pocas que conservaban en su baile racial las huellas del baile gitano de la Cava Nueva de Triana. Recuerdo aquí unas reflexiones que me regaló camino de Mont de Marsan.


No recuerdo el año exacto, pero sí que íbamos en autobús desde Bilbao a Mont de Marsan para estar varios días en su célebre festival de flamenco. Me tocó Angelita como compañera de viaje, asiento con asiento, y hablamos al menos durante dos horas y media. No grabé la conversación porque no suelo hacerlo sin el permiso de la artista, y quizá por eso la gran bailaora trianera se sinceró conmigo como no lo había hecho nunca ninguna otra artista. “Manolo, hijo, en mi baile hay cosas que nadie ve, pero que yo siento: van las fatigas de mi infancia, las necesidades, los sueños bonitos y las pesadillas”, me dijo.

 

Algo parecido le dijo un día Tomás Pavón a un jovencísimo Juanito Valderrama: “Juanito, hijo, me dicen olé, como si mi cante fuera una fiesta. Pero cuando canto echo el alma por la boca, los recuerdos, las fatigas malas…”. Cuando bailaba, Angelita nos metía en el túnel del tiempo y nos mostraba lo que fue su vida, cuando los gitanos de Triana eran celosos de su intimidad flamenca. Lo de la de época hermética del flamenco fue un cuento de Mairena y Molina, pero es verdad que no era fácil meterse en sus casas, las accesorias en las que vivían los gitanos, para escuchar sus cantes o ver sus bailes raciales.

 

 

«Manolo, hijo, en mi baile hay cosas que nadie ve, pero que yo siento: van las fatigas de mi infancia, las necesidades, los sueños bonitos y las pesadillas – me dijo Angelita Vargas»

 

 

Aquel día le veía el sufrimiento en sus palabras, las de Angelita, el dolor de los malos recuerdos, el trato que a veces le había dado la vida. “No entiendo cuando una bailaora baila enseñando los dientes, Manuel, como si estuviera en el circo. En unos tanguillos, vale, pero no en una soleá o en unas seguiriyas”. Manolito el de María dijo una vez que cantaba como cantaba “porque me acuerdo de lo que he vivío”. ¿Influye en algo la manera de vivir a la hora de cantar o bailar? Angelita lo tenía claro: “Yo taconeo como si pisoteara las penas, como si quisiera matar todo aquello que me hizo daño a mí o a los míos”.

 

No voy a publicar muchas de las cosas que me confesó Angelita, y, desde luego, tampoco lo que me contó de compañeros, compañeras o empresarios. No habló mal de nadie, pero estaba dolida por muchas cosas. No entendía, por ejemplo, que los grandes pasaran a veces fatigas por conservar la pureza del baile o el cante como un castigo. “Ya no pega que pasen fatigas los artistas, Manuel, porque hay jurdó para todos. Que las pasaran La Macarrona, Fernanda Antúnez o Manolito el de María, vale. Pero no yo o algunas de mis compañeras. No hay derecho”, dijo.

 

Llegamos a Mont de Marsan y Angelita se bajó del autobús muy cansada, pero le vino bien la larga conversación. Me fui al hotel y escribí todo lo hablado para que no se me olvidaran nunca sus palabras. Lo que me dijo de Matilde, de Pulpón, de Farruco, de Manuela, de Miguel Acal… Todo con su conocida sinceridad y frescura, la de una mujer que era sobre todo una gran persona. Como bailaora no vamos a descubrir nada nuevo. Era el Baile con mayúscula.

 

Imagen superior: Angelita Vargas y Manuel Bohórquez, en el Tacón Flamenco de Utrera, febrero 2019. Foto: perezventana

 

 


Arahal, Sevilla, 1958. Crítico de flamenco, periodista y escritor. 40 años de investigación flamenca en El Correo de Andalucía. Autor de biografías de la Niña de los Peines, Carbonerillo, Manuel Escacena, Tomás Pavón, Fernando el de Triana, Manuel Gerena, Canario de Álora...

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