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El abuelo y sus contradicciones

Un buen aficionado no se puede quedar solo en su admiración por una escuela o una voz. Hay que diferenciar entre el aficionado cabal y el fan o fanático de algún cantaor o alguna cantaora.


– Abuelo, a veces me quedo pillado contigo. No sé, unas veces te veo muy purista y otras demasiado moderno. Creo que me tomas el pelo.

– ¿En qué te basas para pensar eso?

 

– Repaso mucho nuestras conversaciones y veo que te contradices bastante. 

– Querrás decir que no soy de piñón fijo, ¿no?

 

– No, que no sé ya muy bien en qué movimiento o escuela flamenca militas.

– ¿Por qué hay que militar en algún movimiento o escuela? Hay quienes lo hacen, pero considero que disfrutan mucho menos que yo. Será que soy de otra época. En mis tiempos, antes de que se fundara el mairenismo, los aficionados solíamos disfrutar del cante de una forma más abierta. Mira, la Niña de los Peines adoraba a Manuel Torres, que fue una de sus referencias, pero moría escuchando al Niño de Marchena. De hecho, se enfrentaba a quien fuera cuando hablaban mal de él. Y era vallejista acérrima. Y le chiflaba Gracia de Triana. Y La Finito.

 

– Entonces, ¿en aquellos años de su juventud no había las polémicas que hay hoy sobre el cante puro, lo andaluz o lo gitano?

– Sí las había, pero no entre los buenos aficionados. Un buen aficionado no se puede quedar solo en su admiración por una escuela o una voz. Hay que diferenciar entre el aficionado cabal y el fan o fanático de algún cantaor o alguna cantaora. Se es aficionado al cante o fan de algún cantaor. Y el que es aficionado al cante disfruta con todo el que cante bien, sea o no gitano, sevillano, malagueño, gaditano o catalán. Así es como lo entiendo yo. Chacón adoraba a Silverio, pero también moría con Manuel Torres, y se supone que serían dos cantaores muy distintos.

 

– O sea, que se puede admirar a Morente y a Camarón por igual, ¿no es eso?

– Por supuesto que sí. Ellos se admiraban mutuamente, como ocurría con Chacón y Manuel Torres o con Tomás Pavón y Marchena. Al margen de la admiración mutua, se respetaban como artistas. Caracol y Marchena tuvieron sus diferencias e incluso hubo tortas entre ellos, pero se respetaron.

 

 

«El que es aficionado al cante disfruta con todo el que cante bien, sea o no gitano, sevillano, malagueño, gaditano o catalán. Chacón adoraba a Silverio, pero también moría con Manuel Torres, y se supone que serían dos cantaores muy distintos»

 

 

– Y mira que eran distintos, ¿verdad, abuelo?

– No tan distintos. Escucha los primeros discos de los dos y comprobarás que no eran tan distintos, al margen de como sonara cada uno. ¿Sabes por qué? Porque ambos aprendieron de los mismos maestros, de los de su época. Y en un mismo ambiente. Otra cosa es la rivalidad artística, que muchas veces era acordada entre los propios artistas. Si nos vamos al toreo, que es un mundo muy parecido, se cuentan muchas anécdotas sobre la rivalidad de Joselito el Gallo y Juan Belmonte. Eran rivales en la plaza y, a veces, también en la calle. Cuando toreaban en Madrid regresaban juntos en el tren y venían charlando de sus cosas, como dos grandes amigos que eran. Pero al llegar a la estación, donde los esperaban gallistas y belmontistas, cada uno salía por una puerta del tren porque tenían que alimentar la rivalidad.

 

– La rivalidad estaba más entre sus seguidores, ¿no es eso?

– Sí, así es. Hay una anécdota que es fundamental para entender esa rivalidad. Juan Belmonte toreó una tarde en la Plaza de Toros de la Maestranza, en Sevilla, y estuvo tan bien que sus seguidores decidieron llevarlo a hombros hasta Triana. A alguien se le ocurrió pedirle un paso al cura de Santa Ana para sacarlo en procesión por el barrio, y el párroco montó en cólera: “¡Por Dios, esto es intolerable, una blasfemia, cómo me podéis pedir algo así¡ Si por lo menos fuera para llevar en procesión a Joselito”.

 

– O sea, abuelo, que la rivalidad es positiva, porque mantiene el interés en los aficionados.

– Por supuesto que sí. La rivalidad, sí. El fanatismo, no. Últimamente me asombro de las tonterías que leo en las redes sociales. Cuando murió Manuel Agujetas, en seguida aparecieron agujetistas hasta de debajo de las piedras diciendo que se había ido el mejor de todos los tiempos. ¿Cómo que el mejor, si daba diez recitales al año? Por qué, ¿porque se había muerto? Y pasó igualmente con el Canela de San Roque, un gran cantaor, sí, pero se tuvo que morir joven para que lo reconocieran como lo que fue, un buen cantaor. O con Juan Moneo El Torta, que ahora resulta que todo el mundo es tortista. Esto demuestra la clase de afición que hay.

 

– ¿No hay una afición de calidad, entendida?

– Sí, pero es minoritaria, como ha pasado siempre. Juanito Mojama murió limpiando zapatos y ahora se reconoce como uno de los genios del cante de todos los tiempos. Le organizaron hasta un congreso en Jerez, de donde era, algo que no han hecho con Chacón ni con Manuel Torres. En Jerez no saben todavía quién fue Juan Junquera, ni les importa. O Juanelo. O si hubo un Marrurro o dos. Pero han descubierto que Mojama y El Torta eran dos genios del cante.

 

– Ya está, abuelo, que te calientas. ¿No vas a celebrar tu cumpleaños?

-No. Pongo en mi gramola unos discos de Tomás y otros de Marchena, y que alguien venga y mejore ese plan.

 

– Me desconciertas, abuelo.

– Yo me entiendo.

 


Arahal, Sevilla, 1958. Crítico de flamenco, periodista y escritor. 40 años de investigación flamenca en El Correo de Andalucía. Autor de biografías de la Niña de los Peines, Carbonerillo, Manuel Escacena, Tomás Pavón, Fernando el de Triana, Manuel Gerena, Canario de Álora...

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