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El baile exhibicionista

Que en Sevilla, que prácticamente es la cuna del baile flamenco, se dé tanto esa manera exhibicionista de bailar lo jondo entre los jóvenes es más que preocupante.


Como en el cante o en la guitarra, en el baile existe también el que baila para la galería, pero pocas veces se dice. Se suele decir que un cantaor alardea de voz, que es efectista, o que un guitarrista toca mucho para la galería, que pica con velocidad o pulsa con excesiva fuerza. Pero casi nunca se señala cuando un bailaor o una bailaora bailan de engañabobos, que es como Antonio Farruco me definió un día a un bailaor que no quiero nombrar, de esos circenses. Cada día me molesta más esa manera de bailar, el exhibicionismo, que es una forma de dar ojana, de las muchas que hay en el baile, como esas caritas que ponen algunas bailaoras, que parece que anuncian un dentífrico.

 

Siempre me ha gustado sobremanera el baile natural, de raza, sin teatro, por derecho. Por eso adoré a Farruco, Juan Montoya y Rafael el Negro. Es verdad que también me enamoraron bailaores de otra escuela, la estilizada, de técnica, de ahí mi amor por Mario Maya o mi admiración por Antonio Gades, El Güito o Manuel Corrales El Mimbre. Eran artistas verdaderamente geniales –El Güito aún vive–, a los que tuve la inmensa suerte de tratar personalmente y de verlos bailar muchas veces en fiestas o sobre un escenario. O sea, que no los he visto en vídeos, lo que demuestra solo una cosa: que tengo ya unos años y que ya andaba en esto siendo aún un adolescente.

 

No soporto a esos bailaores amanerados, de ojana, exhibicionistas, y me duele que a veces tengan tanto éxito y tanto sitio en el baile. Si diera nombres me tendría que ir a Vancouver, que por otra parte lo estoy deseando desde hace años. No voy a dar nombres, porque enseguida empiezan a insultarme en las redes sociales. El baile flamenco es un arte para el que no está dotado cualquiera, sea hombre o mujer. Hay que tener unas cualidades innatas, y no solo físicas, sino otras que van más allá del ejercicio atlético o gimnástico. Para mí un bailaor dotado para el baile flamenco es el jerezano Joaquín Grilo, porque tiene cualidades físicas y arte para regalar. Me chifla y no creo que esté siendo bien tratado.

 

 

«Para mí un bailaor dotado para el baile flamenco es el jerezano Joaquín Grilo, porque tiene cualidades físicas y arte para regalar. (…) Bailaor sin ojana, de arte, naturalidad y seriedad, es el moronero Pepe Torres. El prototipo de bailaor clásico gitano, serio y sin adornos superfluos»

 

 

Bailaor sin ojana, de arte, naturalidad y seriedad, es el moronero Pepe Torres, el nieto de mi admirado Joselero de Morón, que en realidad era de la Puebla de Cazalla. Pepito Torres es el prototipo de bailaor clásico gitano, serio y sin adornos superfluos. Y no es ni de lejos el que más baila en los festivales. ¿A qué juegan entonces los programadores o el público, en definitiva, la afición? A las bolas. Entre las pataítas en las redes sociales y los bailaores exhibicionistas, efectistas, cameloncios…, el baile está como La Chata, que no sé quién era. Quedan algunos maestros y algunas maestras, claro, y de calidad. Pero se está imponiendo un estilo, una manera de bailar, que me preocupa.

 

Que en Sevilla, que prácticamente es la cuna del baile flamenco, se dé tanto esa manera exhibicionista de bailar lo jondo entre los jóvenes es más que preocupante. Tuve la suerte de llegar al flamenco en el inicio de los setenta, cuando había veinte figuras del baile de verdad en los festivales de verano. Tuve la fortuna de ver a Manuela Carrasco con 20 años, que era una locura. De gozar con el clasicismo de Matilde Coral, Milagros Mengíbar, Pepa Montes, Angelita Vargas o Carmen Ledesma. De emocionarme con  genios naturales de Triana Pura, como Pepa la Calzona, José el Herejía, Pastora la del Pati, El Titi, El Pati o Paco Vega, que aún baila de locura. Y de disfrutar de la frescura de Cristina Hoyos, Merche Esmeralda, Carmen Montiel, Ana María Bueno o Concha Vargas.

 

Es probable que me haya convertido en un aburrido nostálgico, pero aquello me marcó. No creo que vuelva una época como la que va desde los sesenta a los noventa. Entiendo que el baile haya evolucionado en treinta años, como el cante y la guitarra. Es algo natural. Pero me aburre esa manera de bailar de ahora, en general, con menos sabor que un gazpacho sin majao.

 


Arahal, Sevilla, 1958. Crítico de flamenco, periodista y escritor. 40 años de investigación flamenca en El Correo de Andalucía. Autor de biografías de la Niña de los Peines, Carbonerillo, Manuel Escacena, Tomás Pavón, Fernando el de Triana, Manuel Gerena, Canario de Álora...

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