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Rocío Molina se mete en la batidora

Rocío Molina comparte protagonismo en el Teatro de la Maestranza con Niño de Elche en su nuevo montaje, ‘Carnación’, una propuesta de escaso contenido flamenco que pulsa muy distintas sensibilidades, incluida la indignación. Por primera vez en esta Bienal se oyeron sonoros abucheos.


El que avisa no es traidor: Rocío Molina había anunciado que su nuevo trabajo, tras la deliciosa Trilogía de la guitarra que presentó en la pasada Bienal, se iría al otro extremo. Léase: donde había dulzura y duende, habría estridencia; donde flamenco, ausencia de éste. Necesitaba fugas, decía la malagueña, y las buscó entre quienes podían proporcionárselas, empezando por un cómplice sin complejos como Niño de Elche y un director, Juan Kruz, lo bastante alejado de lo jondo como para no correr riesgos. Es evidente que el señor que, en un momento de Carnación, gritó “Rocío, el baile, ¿pa’ cuando?” no se había informado debidamente antes de pagar su entrada y acudir al Teatro de la Maestranza.

 

Llevamos una Bienal tan vanguardista –para bien y para mal– que resultaba difícil ir más allá. Pero la artista de Torre del Mar, avezada transgresora, sabía cómo hacerlo. Subir a una silla, deslizarse y caer, una y otra vez, al son de un violín cacofónico. Atar al Niño de Elche como un salchichón. Media hora después, un conato de baile al compás de los bordonazos del propio Niño de Elche. Amago de desnudo. Dicho así suena a performance caprichosa, pero nadie puede negar que, dejando a un lado un evidente problema de ritmo, la propuesta tiene su poética y que está bien hecha, guste o no su contenido, desde el movimiento de Molina a las luces de Carlos Marquerie.

 

Ese señor que gritará dentro de un rato desde el palco tampoco habrá leído que Carnación gira, como su nombre indica, en torno al cuerpo y el deseo. Pero ese deseo no elude un lado perverso que nos conecta con el espectáculo inaugural de esta Bienal, aquel ya lejano Re-frac-ción (desde mis ojos) de Eva Yerbabuena, también dirigido por Juan Kruz. Cuando reseñé dicho montaje, olvidé consignar –acaso inconscientemente– los signos de maltrato y sumisión que lo sobrevolaban. Aquí vuelven a revelarse, como un tic del director, de un modo todavía más evidente. Cuando Rocío Molina y Niño de Elche empiezan a abofetearse con saña, y no de forma simulada como hacen los actores, pienso por un lado en el regocijo de los detractores del excantaor, y por otro en que ese espectáculo me incomoda sinceramente. Si era el propósito, está conseguido. Pero ver cómo el espectro del deseo se va reduciendo a una lucha de poder sobre el otro, a unas relaciones de sometimiento alternativo, no me interpela como espectador: me saca del espectáculo.

 

 

«Rocío Molina necesitaba fugas y las buscó entre un cómplice sin complejos como Niño de Elche y un director, Juan Kruz, lo bastante alejado de lo jondo como para no correr riesgos. El señor que gritó “Rocío, ¿el baile pa’ cuando?” no se había informado debidamente antes de pagar su entrada»

 

 

Opino, no obstante, que el problema de Carnación no reside en el contenido más o menos provocador de sus números, sino en que se sustenta sobre una adición de elementos prestados de las más diversas tradiciones, todos metidos en la batidora con o sin sentido: la música renacentista, barroca y romántica, el ruidismo, el pop, la electrónica y hasta una rumba de Siempre Así escapada entre los labios del Niño de Elche; Zurbarán, Caravaggio, el teatro de la crueldad de Artaud, el de la muerte de Kantor, el del absurdo, el happening… Lo que no se sabe muy bien es al servicio de qué se pone todo ese caudal de referentes.

 

De la emoción no, desde luego. Podría haber sido así si, entre tanto préstamo, se hubiera echado mano de algo genuino. El flamenco, por ejemplo, limitado esta vez a una exhibición de fuerza y velocidad sobre las notas de un Paganini acelerado, que ya es acelerar.

 

La insistencia en las cuerdas, con un bondage autoinfligido por la propia bailaora, conduce por un momento otra paradoja: la creadora que busca su libertad se ata a sí misma, quien vive del arte del movimiento se inmoviliza.

 

Da la sensación de que con esta Carnación Rocío Molina, una de nuestras más grandes y reconocidas bailaoras, se propone pulsar teclas muy diferentes de la sensibilidad, sin excluir la indignación. Cualquier cosa, parece decir, menos la indiferencia. Al final del espectáculo, como cabía esperar, el público aplaudió en pie en medio de una fervorosa ovación. Pero también se oyeron por primera vez en esta Bienal, y esto es noticia, sonoros abucheos.              

 

 

Ficha artística

Carnación – Rocío Molina
XXII Bienal de Sevilla
Teatro de la Maestranza
30 de septiembre de 2022.
Baile: Rocío Molina
Cante: Niño de Elche
Piano / electrónica / programaciones: Pepe Benítez
Violinista: Maureen Choi
Soprano: Olalla Alemán
Coro: ProyectoeLe    

    

 

Rocío Molina, ‘Carnación’. XXII Bienal de Flamenco de Sevilla. Teatro de la Maestranza. 30 sep 2022. Foto: Archivo fotográfico Bienal – Claudia Ruiz Caro

 

Rocío Molina y Niño de Elche, ‘Carnación’. XXII Bienal de Flamenco de Sevilla. Teatro de la Maestranza. 30 sep 2022. Foto: Archivo fotográfico Bienal – Claudia Ruiz Caro

 

Rocío Molina, ‘Carnación’. XXII Bienal de Flamenco de Sevilla. Teatro de la Maestranza. 30 sep 2022. Foto: Archivo fotográfico Bienal – Claudia Ruiz Caro

 

Rocío Molina y Niño de Elche, ‘Carnación’. XXII Bienal de Flamenco de Sevilla. Teatro de la Maestranza. 30 sep 2022. Foto: Archivo fotográfico Bienal – Claudia Ruiz Caro

 

Rocío Molina, ‘Carnación’. XXII Bienal de Flamenco de Sevilla. Teatro de la Maestranza. 30 sep 2022. Foto: Archivo fotográfico Bienal – Claudia Ruiz Caro

 

Rocío Molina, ‘Carnación’. XXII Bienal de Flamenco de Sevilla. Teatro de la Maestranza. 30 sep 2022. Foto: Archivo fotográfico Bienal – Claudia Ruiz Caro

 

 


Un pie en Cádiz y otro en Sevilla. Un cuarto de siglo de periodismo cultural, y contando. Por amor al arte, al fin del mundo.

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