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Juan Carlos Avecilla: ‘Pasaje’, una huella sonante

Madrid acoge la inspiración gaditana en el Centro Cultural Paco Rabal. El bailaor y coreógrafo chiclanero Juan Carlos Avecilla presenta 'Pasaje', un espectáculo que avanza mezclando sonidos negros con armonías matrices. El geniecillo humilde que habita en el flamenco con la llaneza de la vida.


La oscuridad invade la sala y Avecilla avanza flemático hacia los vértices del escenario. Detrás, un séquito de artistas que va a rematar, desde el momento en el que pisa el escenario, una puesta en escena sugestiva y evocadora hasta el final.

 

Ocres, verdes y colores tierra que invitan al espectador a entrar en una calma innegociable y a deambular en la linde que separa la dispersión y el ensimismamiento. La intensidad comienza a hacerse hueco entre los ejecutantes que dominan el espacio. Al son de una resonancia acústica tradicional, se precipita una danza contemporánea que a momentos, destapa los ápices de una flamencura muy sutil. Una coreografía limpia y llamativa que sin prejuicios adorna cada una de las comisuras que habitan en Juan Carlos Avecilla y Marta Gálvez. Los bailarines arrancan el aplauso del público. De repente, un micrófono cuelga intranquilo en la boca izquierda del escenario. Ambos se acercan y comienzan a disparar sus voces atildadas por los títulos de las grandes obras de Federico García Lorca. Obras sobre las que van a versar a partir de ahora muchos movimientos de la compañía. También, la percusión de Miguel Hiroshi que va a componer cada ritmo, cada compás y cada melodía, a veces austera y a veces desenfrenada, para que el resto de sus compañeros acuda a recrearse entre solfeos.

 

Las voces de Naike Ponce y Desiré Paredes comparten un brillo semejante y un vibrato muy particular. No son unas voces en las que predomine un quejido y una jondura habitual. En ellas hay una eufonía rutilante que prevalece sobre todas las demás cualidades. En cada cante dejan unos visos flamencos muy sutiles. Cantes que derraman a Lorca por las tablas y que Juan Carlos y Marta guarecen con cariño. Uno, con un estilo clásico que combina con gradaciones desenfadadas. Otra, con una garra impetuosa que combina a la perfección con las maneras de su compañero. Los dos son una simbiosis de sentido, gusto y danza sin abandonar las raíces. Ambos revelan dominio técnico, precisión y exactitud en cada movimiento. También innovación, pero honrando aquellos preceptos ortodoxos que cobijan al flamenco. Sobre todo, del coreógrafo se desprende de manera predominante la ilusión y el respeto por su trabajo, el de sus compañeros y lo más importante, el respeto al público.

 

Compases ternarios, soleares, guajiras y seguiriyas en las que se abandonan los artífices. La obra es sin duda una oda a la danza y a la vida. A la reflexión, al ser y al origen. Como el flamenco, se prenden resignados al amor que le profesan a la raza del duende.

 

 

«El flamenco está implícito de forma constante, aunque por la gran elaboración de la puesta en escena, el equilibrio pictórico se posiciona como el rey absoluto de este cuadrilátero»

 

 

No hay guitarras, pero a priori no parece algo sustancial. Ponce y Paredes albergan unos timbres tan especiales que con ellos son capaces de simular la melodía de una escobilla por soleá. Además de disfrutar, en ellas se descubre el afán constante por asegurar la plasticidad, el arte y la belleza del baile.

 

La magnificencia de la última coreografía desarrollada entre Marta y Juan Carlos deja al público sumido en una estupefacción de la que es difícil salir cuando realmente llega el final del espectáculo y toca aplaudir. La sugerencia de ambos para que el auditorio entre en el embelesamiento que supone admirar la belleza del cuerpo humano es la guinda perfecta para marcar el fin de esta función. La exégesis queda marcada por la alianza de un gran equipo y la adherencia de dos cuerpos que se han movido de manera casi constante como si fueran uno solo. Juan Carlos y Marta en ropa interior removiéndose intranquilos entre los recovecos de una palangana llena de agua y recurriendo de nuevo a la danza contemporánea. Marta y Juan Carlos jugando con cada gota que alberga el recipiente de madera, volviendo a nacer para poner una vez más toda su vida a disposición del baile.

 

El flamenco está implícito de forma constante, aunque por la gran elaboración de la puesta en escena, el equilibrio pictórico se posiciona como el rey absoluto de este cuadrilátero. Se trata de una creación en la que la conceptualización subjetiva juega un papel importante. Donde se innova sin que quede obsoleta la firmeza que destapa una falseta o una escobilla bien ejecutada.

 

De nuevo, el micrófono titilante que cuelga ansioso del escenario: ‘Dos mil veintitrés. Pasaje. Una huella sonante’.

 

 

Ficha artística

Juan Carlos Avecilla – Pasaje
Centro Cultural Paco Rabal, Madrid
30 de septiembre de 2023
Baile: Juan Carlos Avecilla y Marta Gálvez
Cante: Naike Ponce y Desiré Paredes
Percusión: Miguel Hiroshi

 

 

 

 


Bailaora madrileña. Graduada en Comunicación Audiovisual por la Univ. Rey Juan Carlos. En Amor de Dios, Casa Patas y Cristina Heeren desarrolló su gusto por la danza y el flamenco. «No somos atletas. Estamos empezando a cometer el triste error de ofrecer al público una confección enlazada de complejos zapateados a una velocidad desorbitada sin la modulación propia de la música que estamos adornando y que nos adorna».

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