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Carlos Martín Ballester: «El flamenco es una música culta que refleja doscientos años de la historia de España»

El escritor y coleccionista flamenco nos abre las puertas de su casa en Madrid para charlar sobre el pellizco de lo jondo, el respeto a los artistas y las reliquias que atesora. «No estamos transmitiendo bien la idea de que el flamenco es un viaje en el tiempo», dice.


Carlos Martín Ballester (Madrid, 1974) es coleccionista y presidente del Círculo Flamenco de Madrid. Pero ante todo, es aficionado. Un aficionado que transita por la delgada línea que separa lo tradicional y lo vanguardista, sin perder de vista y teniendo siempre presente la retroalimentación que existe entre ellos, así como la importancia de echar de vez en cuando la mirada atrás para poder avanzar. Carlos nos abre las puertas de su casa en Madrid para charlar un ratito sobre el pellizco de lo jondo, el respeto a los artistas y las reliquias que le hacen mantener una ferviente ilusión que se transforma con el tiempo, pero que siempre está. Como el flamenco.

 

 

¿Quién es Carlos Martín Ballester?

– Un aficionado.

 

– ¿Así se define?

– En lo que tiene que ver con el flamenco, sí. Por supuesto.

 

– ¿Cuándo comienza su relación con el flamenco?

Muy joven. Escuchaba mucho flamenco grabado, sobre todo de la época del vinilo. También veía mucho flamenco en directo en las peñas de Madrid y alguna parte de Andalucía, pero sobre todo en Madrid. Poco después, empecé a descubrir todo el flamenco grabado en pizarra. Alterno esas dos formas de acercarme al flamenco. Por un lado, el pasado grabado, y por otro, el presente más inmediato a través del directo.

 

 

«Cuando voy a ver una colección, siempre voy con la ilusión de encontrar lo que no conozco, no aquello que me falta»

 

 

¿Cómo le surge la idea del coleccionismo?

Más que de coleccionismo, surge una necesidad de conocer otras músicas flamencas aparte de las que yo iba descubriendo yendo a las peñas y escuchando cantaores de mi gusto. Para poder acceder tenía que recurrir al formato original, porque no había acceso de otra manera. A partir de ese momento, empecé a entender que tenía más que ver con una necesidad de protección y salvaguarda que de coleccionismo. Encontrar para conocer. En este último tiempo, encontrar para compartir.

 

De todos los archivos a los que ha querido acceder, ¿cuál es el que más le ha costado encontrar?

Siempre hay archivos imposibles de localizar. Ten en cuenta que estos materiales de los que hablamos hicieron tiradas muy cortas. Pero bueno, ahí en parte radica una de las motivaciones de esto. Cuando voy a ver una colección, siempre voy con la ilusión de encontrar lo que no conozco, no aquello que me falta.

 

– ¿Nunca ha perdido la ilusión?

La ilusión es cambiante. Con veintitantos años, tenía una pulsión casi irrefrenable por localizar discos de cantaores que me interesaban mucho. Con los años, eso se va conteniendo y se convierte en un motor que te sigue moviendo a la hora de buscar materiales, pero de una forma más sosegada. Cuando has entrado, en el pasillo hay cajas y cajas de discos materiales que están pendientes de limpiar y clasificar, y comparar con los de la colección. El proceso de escucha y comparación es muy gratificante. Como aficionado, es un lujo.

 

 

«Parece que hablar del pasado y de patrimonio es como estar con los retrovisores puestos. Pero no hay nada más moderno que mirar al pasado como alimento para crear hacia el futuro. Como aficionados, tenemos que honrar a los ancestros»

 

 

– ¿Qué hace especial a un disco de pizarra?

– Siempre digo que el flamenco es como un viaje en el tiempo y nunca representa la misma imagen en todas las épocas. Por así decirlo, cada época tiene su estética. En el caso del disco de pizarra es difícil definir un estilo, porque empiezan en 1889 y en los años cincuenta se siguen grabando. La estética va variando, pero todas las grabaciones tienen en común la espontaneidad y la libertad creativa. Cuando el artista se ponía delante del micrófono, estaba acostumbrado a que el cante se fuera modificando sobre la marcha. Las grabaciones eran procesos creativos en toda su dimensión, para lo bueno y para lo malo. Para lo malo, porque también se veían muchos defectos. Pero es que entre esos defectos encuentras verdaderas maravillas a nivel de inspiración, riesgo… A mí eso, como aficionado, me motiva mucho.

 

– ¿Cree que la conservación del patrimonio tendría que ser un deber de todos?

Bueno, este país no está muy volcado hacia la cultura. Y dentro de la cultura, el patrimonio es casi lo último. Vivimos en la cultura de lo inmediato y la eterna juventud. Parece que hablar del pasado y de patrimonio es como estar con los retrovisores puestos. Y al revés. No hay nada más moderno que mirar al pasado como alimento para crear hacia el futuro. Como aficionados, tenemos que honrar a los ancestros y a aquellos que quizá no eran tan buenos, pero tenían detallitos suficientemente interesantes como para prestarles atención.

 

 

Carlos Martín Ballester, especialista en patrimonio sonoro y digitalización y restauración de discos. Foto: Vicente Pachón

 

 

¿Piensa que el mundo digital ha mejorado o empeorado la calidad y la autenticidad de la música?

– ¿De la música o de la vida?

 

Bueno, seguramente la vida la ha estropeado mucho.

– Pues entonces imagine la música. Yo creo que lo digital, en buena medida, podría haber sido algo maravilloso, pero ha invadido todas las actividades y espacios humanos allí donde se podía colar. En la música también. A nivel discográfico, ha contribuido a que el aficionado le quite valor a algo tan bonito como el trabajo de un artista. Ahora ya se editan singles que se sacan cada mes y medio para que tenga cierta presencia en redes sociales. Lo digital ha venido a trastornar todo mucho. Aparte de que está tan unido a la imagen… Hoy en día también está terminando por ser un elemento fundamental para lo flamenco. Y eso nos da igual a los que buscamos la esencia más verdadera. Tiene que tener un atractivo visual para que conecte con el perfil del público al que quiere dirigirse, pero a mí, en lo que respecta al flamenco, esa parte me interesa muy poco.

 

 

«El flamenco es como un viaje en el tiempo y nunca representa la misma imagen en todas las épocas. Por así decirlo, cada época tiene su estética. En el caso del disco de pizarra es difícil definir un estilo, porque empiezan en 1889 y en los años cincuenta se siguen grabando»

 

 

Imagino que conservará archivos de todo tipo, no solo musicales. ¿Hay algún testimonio importante al que haya tenido acceso y le haya impresionado?

Quizá uno de los más interesantes sea el de Manuel Vallejo. Yo le tengo mucho cariño y cercanía como cantaor. En el fondo que adquirimos hace unos años estaban muchos de sus elementos más personales: discos suyos, los que escuchaba de otros compañeros, su gramola, carteles de toda su carrera, innumerables fotografías, bastones, la Copa Pavón… Estos materiales contribuyen a contextualizar mejor todo ese legado musical grabado. A entender mejor el personaje, saber lo que quería expresar y a comprender su universo creativo. Es emocionante poder adentrarse en un legado como ese, te responsabilizas mucho de lo que tienes. El coleccionismo se queda corto. Es más bien una labor de responsabilidad hacia lo flamenco.

 

– Cuesta trabajo ver implícito el cante de Manuel Vallejo en las nuevas generaciones. Es más reconocible ese intento de parecerse a Camarón o a Morente, pero ¿Manuel Vallejo?

A mí eso sí me ha sorprendido. Quitando a Israel Fernández, que es un aficionado excepcional. Cuando yo escucho flamenco, no establezco filtros para fijarme en si mi oído se acerca más a una estética u otra. Procuro encontrar esa emoción que de repente te cambia el día. Pero los aficionados van ya con el oído muy marcado. Yo recuerdo cuando éramos jóvenes, que había muchos aficionados que no iban de Camarón para atrás porque la estética les sonaba muy antigua. Y llegará el día en que haya a gente que Camarón le suene muy antiguo. No estamos transmitiendo bien la idea de que el flamenco es un viaje en el tiempo y hay que estimular la curiosidad. Si buscas cantaores a lo largo de la historia que te recuerden siempre al Torta, por ejemplo, y de ahí no te sales, o tienes un problema o simplemente tu afición llega hasta donde llega. Pero eso no sirve para que el flamenco avance. Se van creando pequeñas islas y no se entiende nuestra música como una gran música que está interconectada a lo largo del tiempo.

 

¿Considera que la gente valora el acceso a todo el material que recuperan y comparten en audiciones, presentaciones y otros eventos?

– En lo que tiene que ver con el Círculo, no tanto como nos gustaría. Pero esto es como la guerra, que sabes a lo que vas. Nosotros hacemos actividades e independientemente de quien vaya consideramos que tenemos que hacerlo. Para nosotros, los mayores protagonistas de todo esto son los artistas. Todos los contenidos que se van generando a través de discos o libros que publican los investigadores, encuentros con artistas que ya no están en activo… Esas actividades son imprescindibles, indistintamente de la respuesta del público. Y hoy estamos tan saturados de información que creemos que lo tenemos todo al alcance y no valoramos el contacto directo.

 

 

«Llegará el día en que haya a gente que Camarón le suene muy antiguo. No estamos transmitiendo bien la idea de que el flamenco es un viaje en el tiempo y hay que estimular la curiosidad»

 

 

Ya que me ha hablado un poco del Círculo, ¿cómo surge la idea?

– La idea surgió entre todos los amigos. Muchos hemos estado en peñas flamencas de Madrid y fuera de Madrid, pero por unos motivos u otros no nos terminábamos de sentir cómodos. Siempre faltaba algo. No se trataba al artista con la sensibilidad que se merece, que no significa permitirle todo. Hay que comprender que aunque el artista flamenco se maneje en distancias cortas con el aficionado, no le quita la más mínima altura. Hay veces que el aficionado confunde la cercanía con que tenga menos valor o prestigio que uno de cualquier otro género musical. En eso somos unos privilegiados y no nos damos cuenta. El flamenco tiene unos códigos y hay que respetarlos. Una de las ideas recurrentes era tener algo parecido a lo que nos gustaría en nuestra peña. Entonces, en 2013 terminamos formando la asociación. Teníamos muy claro que íbamos a ofrecer conciertos de calidad, programación complementaria que sirviera para mostrar el flamenco como el fenómeno musical rico y complejo que es. Y, por supuesto, teníamos que ser viables a través de los propios aficionados. No podíamos depender ni de una taquilla ni de una entidad que nos diera subvención. Prácticamente, más de la mitad de la programación que hacemos es de acceso libre y gratuito desde una asociación sin ánimo de lucro. Eso tiene mérito.

 

Para terminar, un deseo para el mundo del flamenco.

Que sea visto en todos los ámbitos con los mismos ojos con los que lo miramos nosotros. Es decir, que se vea como una música culta que ayuda a entender la historia de España a lo largo de doscientos años, que es tradicional, contemporánea y vanguardista. Que de alguna manera, esa tiranía de lo anglosajón en todos los medios de comunicación y esa querencia hacia todo lo que viene de fuera, alguna vez se transforme en un orgullo de todo lo que tenemos. Lo que falta todavía es que se convierta en una materia de orgullo para cada vez más capas de la sociedad. Ojalá la sociedad se vaya abriendo cada vez más hacia ella y no le de tanto la espalda.

 

 

Carlos Martín Ballester, coleccionista flamenco y presidente del Círculo Flamenco de Madrid. Foto: Vicente Pachón

 

 


Bailaora madrileña. Graduada en Comunicación Audiovisual por la Univ. Rey Juan Carlos. En Amor de Dios, Casa Patas y Cristina Heeren desarrolló su gusto por la danza y el flamenco. «No somos atletas. Estamos empezando a cometer el triste error de ofrecer al público una confección enlazada de complejos zapateados a una velocidad desorbitada sin la modulación propia de la música que estamos adornando y que nos adorna».

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