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Duquende: «El grupo de Paco de Lucía era como una nave espacial»

LOS ELEGIDOS (IV). «Paco era el capitán y nosotros lo ayudábamos con los botones», explica Juan Rafael Cortés Santiago 'Duquende' sobre esa metáfora de la nave espacial, mientras accede a compartir algunos de sus recuerdos con Expoflamenco.


Dos décadas al lado de Paco de Lucía dan para muchos recuerdos. En la cafetería de un hotel de Nueva York, adonde ha acudido para participar en el homenaje al maestro con motivo de los diez años de su muerte, el festival Paco de Lucía Legacy, Juan Rafael Cortés Santiago, conocido como Duquende (Sabadell, Cataluña, 1965), accede a compartir algunos de esos recuerdos con Expoflamenco. Hombre austero y de pocas palabras, su rostro se le ilumina y ríe constantemente cuando se trata de evocar al genio.

 

 

– Usted es un devoto de Camarón y de Paco de Lucía, pero ¿recuerda a cuándo se remonta esa pasión?

– Con dos años, ya oía a Camarón y a Paco juntos. Mi sueño era conocerlos, y que ellos me conocieran a mí. Y ese sueño se hizo realidad: Camarón me tocó la guitarra con ocho años, me sacó en el Palacio de los Deportes de Barcelona. Ese fue el primer concierto que tuve yo en serio, aparte de las peñas, pues yo ya cantaba en las peñas desde chiquitito: lo hacía para mi familia, no por dinero, porque a mi padre no le hacía falta. Sí por hobby, porque me gustaba el cante. Luego, de más grandecito, pude conocer a Paco e irme de gira con él.

 

– ¿Qué sentía de especial al escucharlos a ellos?

– No lo sabía. Lo cierto era que me encerraba en mi cuarto y mi padre preguntaba: “¿Y el niño, dónde está el niño?”. Y mi madre respondía: “Ahí está, escuchando a Camarón y a Paco de Lucía”. Tampoco entendían ellos la afición tan temprana, y que yo ya supiera a esa edad quiénes eran esa gente: los mejores. Y eso que era un tiempo en que había mucha gente buena. A mi padre le gustaban mucho, y desde la barriga de mi madre yo creo que venía ya con eso.

 

– ¿A qué otra gente escuchaba usted entonces?

– A Pansequito, a Juanito Villar, a la Paquera, a Terremoto… Pero siempre me quedaba con el maestro, la verdad. Camarón para mí ha sido la perfección del cante, como la perfección de la guitarra fue Paco. Y nunca más se repetirá la historia. Como Paco, nunca he escuchado ni escucharé algo igual. Ni tú tampoco [risas].

 

– Usted ha tocado con guitarristas muy buenos. ¿Por qué Paco sobresale sobre todos ellos?

– Paco era el único guitarrista que tocaba despacio y se entendía todo lo que hacía, desde un principio hasta el final. Tenía una personalidad que la unía a la manera de tocar la guitarra, y ambas cosas lo ponían por encima de la gente: a mil años luz como persona, imagínate como guitarrista.

 

 

«Estos días en Nueva York, cantando las cosas de él, me hace sentir que está vivo, entre medio de nosotros. Nos aprendió a tener una energía potente y saber cómo hacer que a la gente se le pongan los vellos de punta. Eso y su sonrisa: esa sonrisa tan bonita y tan especial la tengo en mi mente para mientras viva» 

 

 

– ¿A qué se refiere, cómo era esa persona?

– Paco era la persona más maravillosa que yo me he echado a la cara. Con un corazón para comérselo, y te daba unos consejos como un familiar. Era muy especial, muy especial. Tengo una anécdota con él, un día que, jugando con Joaquín Grilo, me hice un corte en el ojo. Me giré y había un espigón detrás de mí, y me hice un corte en la ceja. Faltaban unos minutos para salir a cantar. Gabriela, la mujer de Paco, llamó a unos médicos para que me pusieran unos puntos de aproximación. Paco quería que fuera al hospital, y yo le dije que no, que quería cantar. Cuando vino el Zyryab, que era nueve por en medio, se me abrió la raja y aquello empezó a chorrear sangre como un toro. Y la gente se creía que era efectos especiales, como parte del concierto. Paco me hacía con la cabeza así, que me fuera, pero a mí ahí me daba igual…

 

– Aunque acabara como el traje de José Tomás…

– Exactamente, acabé con todos los pantalones chorreando de sangre, terminé de allí y me llevó la Gabriela para que me pusieran puntos en el ojo. Hay fotos con él en los camerinos, empezó a abrazarme, a pegarme besos, diciéndome que yo era un héroe [risas]. Era como un hermano mayor.

 

– La llamada para que se incorporara usted al grupo, ¿recuerda cómo fue?

– Sí, fue una noche hace treinta años. Me llamó como a las doce, yo estaba en mi casa tan tranquilo y me suena el teléfono. Era él. “¿Qué pasa, Paco?”. “Pues mira, me gustaría que te vinieras a mi gira”. Y yo ya quería coger la ropa e irme para allá. “No, no, ¡mañana por la mañana!” [risas] Yo estaba como loco, ¿adónde hay que ir, Paco?

 

– ¿Lo esperaba?

– En parte sí. Yo ya había hablado con él en Madrid, me había pegado fiestas con él, me había escuchado toda la noche entera cantando… Y habíamos quedado en eso, a ver si algún día… Y el día llegó.

 

– ¿Cómo se conocieron?

– Precisamente en Madrid, yo iba entonces con la gira de Tomatito. Estábamos en el Candela, donde nos juntábamos muchos artistas. Cuando vi a aquella persona sentada en medio de la gente, yo no vi una persona, vi una luz, vi un alba, porque tenía un alba encima, como si fuera un ángel.

 

– ¿Le puso nervioso verlo ahí?

– No, no, al contrario. A mí Paco me hacía más grande. Yo le daba espectáculo, él decía, “que cante el muchacho”, y yo empezaba y nos quedábamos toda la noche con Miguel El Rubio, Cancanilla… Él escuchando y gozando de nosotros.

 

 

«Paco admiraba a Manolo y Manolo lo admiraba a él. Son totalmente distintos. Paco tocaba para el mundo, y Manolo fue el maestro de todos los guitarras del mundo, el que aprendió a los niños a tocar. Ellos aprendían con Manolo, y luego trataban de cogerle a Paco la forma»

 

 

– ¿Se comportaba de un modo diferente en aquellas reuniones en petit comité?

– Él era distinto a todo el mundo… Si te digo la verdad, a él no le gustaba la guitarra. Odiaba la guitarra. Decía cosas que… da hasta vergüenza decirlo. Decía “donde se ponga un ay vuestro, que se quiten las guitarras”. Y yo me echaba a reír con él. “Pero Paco, qué dices, hombre, ¿qué van a hacer los demás con las guitarras? ¿Una hoguera de San Juan? ¿Las vas a quemar todas?”. Le gustaba mucho el cante. No era como la mayoría de los guitarristas que hay, que están siempre hablando de guitarras. Él odiaba eso. Odiaba que incluso los mismos guitarristas que llevaba le hablaran de la guitarra. A los que hablaban de la guitarra más de lo normal les decía una palabra que no olvidaré en mi vida; “Puf, ¡pollavieja!”. 

 

– Se dice que la conexión tan especial que tuvo con Camarón se debió en buena parte a que éste adoraba la guitarra, mientras que Paco amaba el cante…

– Totalmente. Yo de José, cada vez que venía a Barcelona, no me perdía una. Después de que me tocara la guitarra con ocho años, el Viriato, que era el mánager, ya me daba seis meses para irme de gira con ellos, con Camarón, con Paquera… Pero mi padre no quiso, decía que no hacía falta gracias a Dios, y tampoco me quería explotar con esa edad.

 

– Usted entra en el grupo en el momento en que sale Pepe de Lucía, que había marcado toda una época. ¿Cómo es esa transición?

– Yo sabía que iba a aportar muchísimo, porque Paco me llamaba halagándome, diciéndome que yo era su inspiración… “Juan, estamos de gira, me aburro con los niños. Vente, que tú me inspiras”. Y solo hay que ver los vídeos que hay por ahí para comprobar cómo me mira, cómo me jalea, cómo me sonríe cuando canto.

 

– ¿Cómo era eso de aburrirse con los niños?

– El mismo Carles Benavent me decía: “No ronees, que te tenemos envidia sana”. Paco decía que yo era su niño amimao, y yo me ponía con él como si fuera mi padre. Y lo más bueno que tenía era que te dejaba cantar. Al principio, cuando me uní a la gira, no sabía lo que iba a hacer. Con la cabeza de él me señalaba, y había veces que entraba en los sitios, y veces que no. Pero a base de ir con la gira, a los cuatro o cinco días ya sabías tu deber. Pero Paco nunca marcaba por dónde había que ir.

 

– Paco sabía mucho de cante. ¿No le daba instrucciones?

– Era una persona muy inteligente, y más bien me pedía opinión a mí. “¿Qué te parece esto?”. Me preguntaba por los discos que salían. “Bueno, afina bonito, está muy bien…”. “Claro, claro”. Y los temas de Paco, yo iba en el coche y los iba cantando, chiflando, uno detrás de otro, sin equivocarme de nota. Eso se me ha quedado, imagínate, veinte años con él, de compañeros. No solo hablábamos de flamenco, también de la casa, de la familia, de los niños… Tuvimos tanta intimidad que cuando pasó lo que pasó, me llamaron sesenta televisiones, y yo a nadie le quise dar una palabra de mi amigo Paco, por respeto y porque no me salía.

 

– Pero estábamos hablando de Pepe. ¿No fue delicado sustituirlo?

– No, yo con Pepe tengo muy buena relación, para mí es también una maravillosa persona, a través de allí hicimos un disco juntos. En la vida hemos tenido el menor problema. Conocerlo fue otra ilusión muy bonita. Era el letrista de Camarón y hermano de Paco, y siempre me ha gustado como canta. Una fuente muy grande para los cantaores.

 

 

«Yo me perdía un poco con él, porque salía muy nervioso, con la guitarra por delante, en la boca, con las dos manos cogidas al mástil, y me decía “¡estoy cagao!”. Pero se sentaba, cruzaba las piernas, y aquello era magia. Con el primer tono que hacía, una cuerda nada más… Para mí que le echaba polvos mágicos al público y los dejaba hipnotizados. Algo tenía de brujo»

 

 

– También se incorporó a un grupo que ya estaba consolidado, con Pardo, Rubem, Benavent… ¿Lo acogieron bien?

– Ellos eran una familia para mí. Eran dos meses y medio los que nos tirábamos fuera de casa, y yo era uno de los más jóvenes, junto con El Grilo. Pero ellos me enseñaron muchas cosas a mí, a ser persona, a tener humildad, eso se lo debo a ellos, que son bellísimas personas, no tienen ninguna maldad, todo lo contrario. Me veían un poquito triste pensando en la casa, y me decían, “vente, vente, que nos vamos a reír”, y me llevaban al cuarto de alguno, y hablábamos de cosas de gracia, nos íbamos a comer por ahí juntos… Te quitaban la tristeza que podías tener.

 

– ¿Cree usted que sin ese ejemplo podría haberse vuelto más engreído cuando empezó a tener éxito?

– No, no es mi carácter. Yo soy una persona que me gusta estar en la sombra, no me gustan los protagonismos, huyo de eso.

 

– Paco podía fichar a quien quisiera, ¿qué cree que veía en ustedes?

– Creo que quienes nos arrimábamos a él éramos personas de su agrado. Porque Paco con nosotros también se divertía mucho, y nos tenía mucha admiración. Nosotros con él, locos, pero al revés también ocurría, y nos lo hacía sentir.      

 

– En su caso, ¿cree que el aire camaronero de su cante le favoreció?

– Puede ser, nada más tienes que escuchar los conciertos que hacíamos, cuando llegaba el Zyryab y me hacía cantar por seguiriya al nueve por medio… Ahí se le veía hasta la última muela, le emocionaba, y yo me emocionaba de verlo a él.  

 

 

Duquende. Foto: Antonio Moreno

 

 

– Acostumbrado a tocar con un guitarrista, ¿le supuso un problema verse rodeado de instrumentos?

– Sin querer, coges un aprendizaje sin quererlo. Al principio me preguntaba qué estaba aprendiendo ahí, y me decía que nada. Pero no era así. Al pasar del tiempo descubres que has aprendido mucho. Hasta los andares de Paco eran de arte. Mi sensación con el grupo de Paco de Lucía es que era como una nave espacial, en la que Paco era el capitán, mientras que nosotros éramos los tripulantes, quienes le ayudábamos con los botones para que aquello funcionara. La sensación era pasar como a otra dimensión por encima de la gente con la música.

 

– Pero trabajaban para que se luciera él, ¿no?

– Totalmente. Yo no cantaba para el público, yo cantaba para agradarlo a él. Porque si lograba agradar a Paco, agradaba al público.

 

 

«Creo que quienes nos arrimábamos a él éramos personas de su agrado. Porque Paco con nosotros también se divertía mucho, y nos tenía mucha admiración. Nosotros con él, locos, pero al revés también ocurría, y nos lo hacía sentir»

 

 

– ¿Tenían algún código en escena?

– Una mirada, y lo que quería decir lo entendíamos todos perfectamente, tal era la conexión que teníamos, incluso mentalmente.

 

– ¿Recuerda noches malas?

– Sí, recuerdo un día que salió Paco y tocó muy malamente. Se fue de ritmo, cosa rara. Y pensé para mí: “¿Ves como eres humano?”. Los humanos, todos fallan. Eso fue una noche. A la otra noche, llegó con su guitarra y entró para adentro para el camerino muy rápido, y no quiso hablar con nadie. Estaba muy raro, yo creo que se había dado cuenta de que no había estado bien. Pero salió a tocar, y lo hizo de una manera que yo en mi vida lo he visto tocar de esa manera, y pasé veinte años viéndolo tocar todos los días. Fue increíble. Cuando entró dentro, me dijo: “Mira lo que me ha pasado”. Y me enseñó la mano, le había salido un bulto en los tendones, le toqué y vi que era muy grande. Le pregunté si sabía cómo había tocado aquella noche.

 

– El público casi siempre parecía entregado, pero habría veces que no fuera así…

– Sí, pero para eso estaba Paco, que se levantaba y les decía: “¡Sobas, que sois muy sobas!”. Porque no habían aplaudido lo suficiente [risas].

 

– Hábleme del Paco que se ponía nervioso cuando actuaba en España.

– Paco tocaba bien cuando se iba a Alemania, a Rusia. Pero cuando iba a España, decía: “Ya van a estar ahí todos con los cuchillos”. Estaba la gente ahí esperando el fallo, muchísima gente. Pero cuando salía bien, se volvía hacia mí, que estaba a su izquierda, y me decía “han tragado, han tragado” [risas]. Yo me perdía un poco con él, porque salía muy nervioso, con la guitarra por delante, en la boca, con las dos manos cogidas al mástil, y me decía “¡estoy cagao!”. Pero se sentaba, cruzaba las piernas, y aquello era magia. Con el primer tono que hacía, una cuerda nada más… Para mí que le echaba polvos mágicos al público y los dejaba hipnotizados. Algo tenía de brujo.

 

– ¿Había gente que lo quería fuera de combate?

– Mucha gente, que no voy a dar nombres, me preguntó cuando se cortó un dedo con un coral. “¿Pero podrá tocar, podrá tocar?”. Deseando coger la oportunidad. Pero, ¿qué oportunidad te va a dar, si como ese no hay nadie? Y lo que ha hecho, nadie lo superará. Luego había gente que también lo admiraba, claro. Pero él decía que había dejado a muchos guitarristas locos, porque querían llegar hasta donde estaba él, y estudiaban, estudiaban y estudiaban, pero era imposible.

 

– ¿Usted se apuntaba a las pachangas de fútbol con él?

– ¡Claro! Yo me iba con ellos, es que era una obligación que teníamos todos en las giras, jugábamos con segundas divisiones, se nos daba bien. Uno de los peores era Benavent, ¡pero un día metió un gol! Paco decía, “al Bernabé dejadlo”, como si estuviera de estorbo, pero un día la pelota se adelantó, y el Carlos sin querer le metió una patada y marcó un gol. Paco se puso muy contento: “¡Ahora qué! ¡El Carlos, qué!”. Éramos muy felices. Si te digo la verdad, los recuerdos que tengo son tantísimos que no puedo ni enumerarlos. Me he recorrido quince veces el mundo con él, y no te podría decir si he estado en tal sitio o tal otro, ¿sabes? Era una locura.

 

 

«Si te digo la verdad, a él no le gustaba la guitarra. Odiaba la guitarra. Decía cosas que… da hasta vergüenza decirlo. Decía “donde se ponga un ay vuestro, que se quiten las guitarras”. Y yo me echaba a reír con él. “Pero Paco, qué dices, hombre, ¿qué van a hacer los demás con las guitarras? ¿Una hoguera de San Juan? ¿Las vas a quemar todas?”. Le gustaba mucho el cante»

 

 

– ¿Qué cosas le interesaban a Paco fuera del flamenco?

– Yo he escuchado a Paco hablar de flamenco y de fútbol, de otras cosas no. Tenía sus cositas como todo el mundo, que quedan para nosotros. Las quejas y las cosas que todos tenemos. Pero no se separaba de nosotros. Lo invitaban a comer a la embajada, y decía: “Si no vienen los niños, yo no voy”. Y nos tenían que llevar a todos. Y si era menester, cogía la guitarra y tocaba con nosotros en las fiestas. Me decía, “no me hagas muchas letras difíciles, házmelas suavillas”, que no tuvieran tonos muy raros [risas].

 

– ¿Recuerda sus bromas?

– ¿Bromas? Desde que se levantaba. Puedo decir tantas… Y eran muy pesadas. Le gustaba mucho poner a la gente en contra, eso le encantaba. Le decía por ejemplo a Cañizares, “mira lo que dice el Grilo, que tú no sabes tocar, que donde se toca es en Jerez”. Un día estábamos con Josele, Piraña, un montón de gente… Y Paco le dice al Piraña que cuando esté en el escenario, coja un montón de plátanos y se los tire al Josele cuando vaya a presentarlo. “A la guitarra, Josele”. Y se lo tiró. Y el Josele se quedó… El Paco se meaba de risa, pero no sé si esto a Josele le va a gustar [risas].

 

– No obstante, Paco se ve siempre en los conciertos muy concentrado. ¿Desde su silla aprobaba o desaprobaba?

– Paco no era el que te echaba la bronca, era Ramón de Algeciras. Siempre en la puerta para que no tardáramos en bajar para los viajes. Si no hubiera sido por Ramón no sé qué habría sido de aquello, porque éramos jóvenes y las fiestas, todas las noches. “No se levanta el Rubem”. Pues todos corriendo a hacer la maleta para que no tuviera problemas con Ramón. O llamaba a la puerta de Cañizares, que estaba durmiendo con el traje puesto, de haberse venido de juerga [risas]. Ramón se ponía muy, muy enfadado. Paco era quien estaba detrás de todo esto, pero Ramón era la policía flamenca, como le decíamos nosotros. Pero por mucha fiesta que hubiera, siempre estábamos a nivel con él. Nunca, nunca hubo una noche que dijéramos: “Hostia, hoy no he podido”. Él tenía tanta energía que nos ponía en el sitio. Siempre la misma tensión, desde el principio hasta el final. Él ponía un nivel al principio, con la rondeña, y de ahí solo podíamos ir para arriba. Empezaba con una bomba de relojería.

 

– Y el público ahí sí que no tenía escapatoria…

– Esa diferencia también la veo, hay guitarristas que tocan muy bien, pero no veo que consigan esa emoción del público. Cuando Paco tocaba, las mujeres y los hombres chillaban sin querer. Hacían “aaaaaaah” y se levantaban de la silla. Era una cosa eléctrica.

 

– ¿Lo visitó en la casa de Cancún?

– Sí, pasé con él una semana, y allí me hice este tatuaje [muestra una media luna y una estrella en su mano], que era la insignia de Camarón. Yo siempre me lo hacía con boli, y le conté a Paco: “Mira, me da vergüenza decirlo, pero yo me pongo esto con boli porque me gusta llevarlo”. Y él me animó a hacerlo: “Háztelo, que no pasa nada”. “Es que la gente va a decir, mira, como Camarón”. “No, tú le dices a la gente que es un recuerdo, ¿vale? Una cosa que tú tienes íntima, ya está”. Y me lo hice en Cancún. Él allí se relajaba mucho, pero era tranquilo donde estuviese.

 

– En el estudio, ¿cómo era?

– Pues una persona que tampoco te exigía tanto. Cuando he grabado con él, ya sea con mi disco o con el suyo, se sentó enfrente de mí y yo de él, pusieron la claqueta y cantamos los dos en directo. Luego retocamos dos tonterías, pero lo que hicimos en directo casi nos valió. Dos tomas. A él le gustaba grabar de primeras –que se enteren los guitarristas–, porque decía que si la hacía otra vez, desafinaba. Hay gente que se ha tirado hasta un mes y no da pie con bola. En mi disco Samaruco, yo lo llamé y nos pusimos con Isidro Sanlúcar igual, a grabar como si fuera un directo.

 

 

«Camarón para mí ha sido la perfección del cante, como la perfección de la guitarra fue Paco. Y nunca más se repetirá la historia. Como Paco, nunca he escuchado ni escucharé algo igual. Ni tú tampoco»

 

 

– ¿Cómo se llevaba Paco con Isidro?

– Exagerado. Isidro quería mucho a Paco, y Paco a Isidro. Se respetaban muchísimo, los veía como científicos del flamenco. Miraban las cosas con lupa, al milímetro. Lo que pasa es que Isidro decía que tenía la enfermedad del no. Yo le dije que me gustaría mucho que tocara la guitarra con Paco, y me respondió que sí, se ensayó las falsetas que iba a hacer en la bulería, pero cuando llegó… Le dio la enfermedad, y se cagó [risas]. Cuando vio a Paco allí, dijo, “no, no, no, que toque él”. Todo venía de un día que estaba tocando con su hermano Manolo, siendo muy jovencito, y le dio por decir que él no iba por delante. Así se le metió la enfermedad del no, y se quedó tocando detrás de su hermano.

 

– Y la rivalidad de la que siempre se ha hablado entre Manolo Sanlúcar y Paco, ¿usted la ha percibido?

– Yo creo que no. No, no. Yo he estado con Isidro en estudio, y ha llamado Manolo para decir, “Isidro, que no me entero bien de lo que estoy haciendo, ¿te puedes venir para acá?”. Era el cerebro. Lo que pasa es que con el no este que tenía de enfermedad, no le permitía disfrutarlo él. En cuanto a Paco, él admiraba a Manolo y Manolo lo admiraba a él. Son totalmente distintos, Paco tocaba para el mundo, y Manolo fue el maestro de todos los guitarras del mundo, el que aprendió a los niños a tocar. Ellos aprendían con Manolo, y luego trataban de cogerle a Paco la forma.

 

– ¿Es cierto que usted le dijo que no alguna vez a Paco?

– Hubo veces que me quitaba de en medio, y Paco se veía obligado a llamar a otras personas. Me daba el punto y no tenía ganas de ir. Yo soy una persona rarilla y él me llamaba, “Juan, por favor”, hasta se enfadaba mucho conmigo, la verdad, pero tenía que tirar las cosas para adelante. Cuando yo no quise ir entró Rafael de Utrera, Rubio de Pruna… Esta gente conoce a Paco gracias a que yo tengo ese punto loco [risas]. Nadie me ha dado las gracias, y creo que es para darlas, porque yo era el cantaor de Paco. Pero tenía mis cosillas, y prefería dejarlo tirado. Yo tenía mi camino y me daba por ahí. Lo bueno es que acababa perdonándome y me volvía a llamar.

 

– ¿Cómo le llegó la noticia de la muerte de Paco?

– Estaba yo en casa, a las ocho de la mañana, me llamó un amigo de nosotros y cuando me lo contó, imagínate. No me lo creía y sigo sin creérmelo. Me acuerdo de él todos los días. Hasta sueño con él. El otro día soñé que me habían robado el móvil. Una muchacha me pedía para llamar, era urgente, y yo se lo dejé, y cuando me di cuenta se había ido la muchacha con el móvil. ¿Y sabes qué pensé? “¡Es que tengo el número de Paco ahí!”.

 

– Él era mucho de llamar por teléfono, ¿no?

– Él llamaba mucho. Cuando nació el niño me llamó corriendo, estaba muy contento. “¡Juan, ya soy padre! ¿Y sabes qué? ¡Ha nacido con unos pedazo de huevos…!” [risas]. Siempre se estaba riendo, se reía de su sombra. Otra cosa que me acuerdo es en Sevilla, había un gitano que medía metro y medio, llegó roneando y diciendo que era cantaor y venía a ver a Paco, pero se quejaba de que el de la puerta no lo dejaba entrar porque no lo había reconocido. Ya sabes, roneando los gitanos… “Y he estado a punto de darle una torta”, añadió. Paco se le quedó mirando, ¿y qué hizo? Llamó al gigante de la puerta, “mira, díselo a él en la cara”. Si vieras el gitano la cara… Y yo, “Paco, por dios…” [risas] Era un niño malo, un niño travieso. Pero también la persona más lista del mundo: estaba aquí y estaba dándose cuenta de lo que hablaban allí, y allá… Tenía la antena puesta siempre.

 

– ¿Qué frase suya recordará siempre?

– Una cosa que me dijo un día que yo iba a salir, y estaba muy nervioso. “Paco, hay muchos artistas en el público”, le dije. Y me respondió: “Mira, ¿tú ves la gente que hay ahí? Nadie sabe nada, ¿vale? Así que sal ahí y haz lo que tú sabes hacer”. Eso me dio a mí una confianza tal, que aquel día canté como nunca. Estos días en Nueva York, cantando las cosas de él, me hace sentir que está vivo, entre medio de nosotros. Nos aprendió a tener una energía potente y saber cómo hacer que a la gente se le pongan los vellos de punta. Eso y su sonrisa: esa sonrisa tan bonita y tan especial la tengo en mi mente para mientras viva.  

 

Imagen superior de Duquende: Kiko Valle – julio 2022   

 

  


Un pie en Cádiz y otro en Sevilla. Un cuarto de siglo de periodismo cultural, y contando. Por amor al arte, al fin del mundo.

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