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Víctor Monge ‘Serranito’: «En el Café de Chinitas dije que o me dejaban tocar solo o no tocaba para nadie»

Víctor Monge Fernández ‘Serranito’ (Madrid, 1942) es una leyenda viva del flamenco. La conversación con el guitarrista madrileño es enriquecedora y muy agradable gracias a su amabilidad, cariño y humildad. Serranito se desborda de pasión hablando de su andadura en lo jondo.


Víctor Monge Fernández ‘Serranito’ (Madrid, 1942) es una leyenda viva del flamenco a la que tenemos la fortuna de poder seguir exprimiendo. Una de esas personas con las que mantener una charla un día cualquiera puede resultar la más grata de las sorpresas. La conversación con el guitarrista madrileño es enriquecedora y muy agradable gracias a su amabilidad, cariño y humildad.

 

Es una persona autoexigente con una rutina bien marcada. «A las 7:30 ya estoy levantado. Tomo un poco de fruta, hago ejercicios y bajo a tomarme una porrita con café. Después, ya me pongo a estudiar», dice.

 

Le dedica muchas horas a la guitarra pero nunca por obligación, sino porque es lo que ama y le hace sentir bien. Y a través de esa mirada tierna que se esconde detrás de su inseparable compañera de bordones marfil encontramos la nostalgia y la felicidad de una persona que ha vivido momentos insuperables gracias al flamenco.

 

Serranito se desborda de pasión hablando de su andadura en lo jondo.

 

 

 

– ¿Quién diría que es Víctor Monge?

– Un tío feo con ojos azules. Diferente de la mayor parte de mis compañeros y amigos. Quiero decir físicamente. En lo demás, soy uno más.

 

¿Y Serranito?

– Serranito lleva desde los diez años tocando la guitarra. Empecé con unos acordes que conocía mi padre para acompañar tangos argentinos. Terminé cantando tangos argentinos. Ese es el recuerdo más bonito de mi vida. Empecé a ir a los festivales de niños y tocaba. Se me daba bastante bien.

 

Entonces, ¿cómo llegó al flamenco?

– Pasó que una vez una niña pequeña también con diez años bailaba flamenco. Y yo le dije a mi padre que quería tocar con ella, acompañarla. Y así empecé a tocar flamenco.

 

¿Recuerda cómo se llamaba?

– Manolita Cordero. Era una niña preciosa. Hicimos mucha amistad con sus padres.

 

Riscal es un sitio clave en el comienzo de su andadura en el flamenco.

– Sí. Yo empecé a tocar allí con doce años. Con mi hermano mayor, que tocaba un poquito y cantaba. Pero no flamenco. En Riscal formamos un trío los tres hermanos. Le pusimos el nombre de Los Serranos para que sonara un poco más flamenco. Y de Los Serranos, Serranito. Estuvimos allí como tres o cuatro meses. Ganábamos muchas propinas, porque íbamos cantando por las mesas. En ese momento, Riscal era un sitio de artistas. Yo he conocido allí hasta a Cantinflas, que fue padrino de una de mis niñas.

 

 

«Hay un guitarrista extraordinario: Juan Ramón Caro. Él sí tiene una forma especial de decir y de crear. En su tierra todo el mundo lo adora, pero se le debería conocer más. (…) Creo que es tan bueno que no lo entienden»

 

 

¿Había competencia entre ustedes?

– Para nada. Éramos muy buenos amigos los tres. Intercambiábamos cosas sin querer. Todos hemos hecho un esfuerzo por mejorarnos unos a los otros y no teníamos envidia de ninguno. Cada uno hizo un estilo completamente diferente. Todos los que sepan de guitarra saben muy bien cómo toca Paco, cómo toca Manolo y cómo toco yo. Antes los guitarristas se giraban para que no viéramos lo que tocaban. Yo dije una vez: “No hace falta que te des la vuelta. Si aprendo con los oídos”.

 

Hace poco ha recibido el Premio Internacional ‘Manolo Sanlúcar’ a la Guitarra Flamenca.

– Sí. Bueno, es uno de ellos.

 

Independientemente de los premios, ¿se ha apreciado en el mundo del flamenco su dedicación a la guitarra?

– Al principio fue difícil. Por ejemplo, Paco y Manolo eran de la tierra. De Cádiz. Y yo soy de Madrid. Hay una cosa muy importante que no todo el mundo se para a pensar. Y es que de la época que te hablo, cuando yo tenía catorce o quince años, Andalucía no tenía demasiados sitios para trabajar. Entonces se venían a Madrid. De hecho, aquí he conocido a los mejores artistas del flamenco.

 

¿Cree que hay algún compañero al que no se le haya apreciado lo que se merece?

– Hay uno extraordinario: Juan Ramón Caro. Me mandó ayer mismo por whatsapp el disco. Ese sí tiene una forma de decir y de crear especial. Pero yo le digo que no necesita nada de mí, todo lo contrario.

 

 

El guitarrista Víctor Monge ‘Serranito’, durante la entrevista con Alejandra Pachón en su domicilio madrileño. Foto: Vicente Pachón

 

 

¿Juan Ramón Caro es uno de los que considera que no está valorado lo suficiente?

– Sí. En su tierra todo el mundo lo adora, pero se le debería conocer más. La primera vez que yo lo escuché en Madrid, le tocó a Carmen Linares. Te hablo de hace unos diez años. Creo que es tan bueno que no lo entienden.

 

¿A usted le costó hacerse un hueco como guitarrista solista?

– Con el objetivo de aprender, he acompañado a todos los cantaores. Pero yo trataba de exigir hacer un solo de guitarra. He perdido mucho dinero en los festivales por luchar por esto. No me favorecía en nada.

 

¿No gustaba?

– La guitarra siempre ha gustado a todo el mundo. Pero yo luchaba por tener mi sitio como solista. Me perdí muchos festivales porque me daban negativas, hasta que llegó el momento en el que se puso un día dedicado a la guitarra.

 

 

«Hoy en día hay grandes bailarinas y bailaoras. Más bailarinas que bailaoras. (…) Para mi gusto se meten demasiado los pies. El flamenco no es solo estar zapateando y haciendo cosas difíciles. Pero desde luego, ahora se hacen cosas increíbles»

 

 

¿Tuvo que pelear mucho?

– Pues sí porque no estaban acostumbrados. Hombre, en su momento estaba Ramón Montoya, que ya era un genio en su época, Luis Yance, Niño Ricardo o Sabicas. Ellos dieron la pauta a la guitarra solista. Claro, Sabicas no tuvo problemas para tocar en solitario porque estaba en Estados Unidos con Carmen Amaya.

 

¿Qué puede decirme de Carmen Amaya?

– Carmen Amaya era maravillosa. Le daba una patada a la bata de cola, se ponía a volar y caía a compás.

 

¿Y de las bailaoras y bailaores de hoy en día?

– Hoy en día hay grandes bailarinas y bailaoras. Más bailarinas que bailaoras.

 

¿Qué significa eso?

– Ahora hay menos distancia entre unos y otros. Antes, el clásico español tocaba un poco el aire del flamenco. Hoy en día los bailaores son capaces de tener una técnica de clásico muy marcada. Eso da más posibilidades al bailaor. Lo que pasa es que para mi gusto, se meten demasiado los pies. El flamenco no es solo estar zapateando y haciendo cosas difíciles. Pero desde luego, ahora se hacen cosas increíbles.

 

¿Usted baila?

– Ya no tengo esa fuerza, pero el espíritu sí está ahí. Cuando tenía catorce años, iba en un ballet. Debutamos en Pasapoga. Paco de Ronda era el primer bailarín de Pilar López. Yo aprendía todos los pasos y Paco me decía: “Ponle a esta niña este paso”. Me los sabía todos. He tenido mucha afición. Ahora en los conciertos termino bailando porque mis compañeros me hacen compás para que haga la gracia. ¡He bailado hasta con Antonio! Una vez, él se puso un mantel a modo de falda. Yo salí de hombre y él, de mujer. Bailamos unas sevillanas.

 

También trabajó con Lucero Tena. ¿Qué me puede decir de ella?

– Con Lucero Tena di la vuelta al mundo. Lucero estuvo con Carmen Amaya, que es de quien aprendió. El caso es que ella tampoco se puede decir que fuera muy flamenca, pero bailaba muy bien. Tenía buenos pies. Hacíamos el tema El Colibrí para castañuelas y guitarra, y cuando nos enfadábamos, le decía: “Mira, es que se me ha roto un poco la uña, haz El Colibrí tú sola”. Era también una chica bastante culta, que en esa época no se daba demasiado. Si estábamos trabajando, no podíamos estar en la escuela.

 

¿Nunca fue a la escuela?

– Bueno, yo tuve suerte. A mí me daban bachillerato gratis porque no tenía dinero. Daba clase en un cuartito. Conocí a mi profesor a través de una cuñada mía. La mala suerte fue que él era republicano y se tuvo que ir. No volví a verlo más. Entonces, me perdí de estudiar el bachillerato, claro. No lo retomé por eso, porque ya me puse a trabajar. Sí recuerdo que yo tenía muy despejada la mente y en la mitad de tiempo cogía las cosas. Francés, latín…Todavía me acuerdo del summus-estis-sunt. Me perdí esas cosas, pero luego gracias al flamenco he dado la vuelta al mundo varias veces.

 

Y en su vuelta al mundo la India fue especial para usted, me imagino.

– Fui el primer guitarrista que fue allí a llevar el flamenco. En solitario. Cuando fui me encontré un país que daba miedo. Tampoco encontraba la persona que venía a buscarme para llevarme al hotel. Me acuerdo de Nueva Delhi. La embajadora estaba en mi hotel, me iban a llevar a una cena en la que estaban de invitados entre ellos, el presidente internacional de la Cruz Roja. Entonces yo cogí un taxi y llegué unos cuatro o cinco minutos antes. Cuando nos vimos me dijo que había llegado demasiado pronto. Claro, en ese momento yo no supe contestar, pedí perdón por haber llegado puntual.

 

 

«En los tablaos la frase siempre era que qué iban a hacer con un guitarrista solo. A mí me gustaba todo, pero yo quería ser solista. Pregunté que cuántos guitarristas había. Eran cinco, demasiados para que tocaran para los demás. Quise que tocaran conmigo. Así que primero salí yo solo y puse la guitarra de los demás en el escenario»

 

 

¿Allí no enseñó a nadie a tocar?

– No. Pero una vez me llevaron a varios sitios para que viera cómo enseñaban. Estaban todos sentados en el suelo con su sitar. Aprendían de oído, sin estudiar música. Me recordaba mucho al flamenco.

 

Siempre han estado muy presentes los temas clásicos en su repertorio. ¿Tiene que ver algo Narciso Yepes en esto?

– A Narciso Yepes le gustaba el flamenco, pero no lo tocaba. Me daba consejos, pero de palabra. Sin guitarra. Todo el mundo piensa que he sido alumno. No he sido alumno, pero me decía cosas bellas. Cosas buenas para que yo me centrara mejor cuando creaba música flamenca. Yo tocaba Asturias, El colibrí, Recuerdos de la Alhambra… pero sin quitar la flamencura, por supuesto.

 

También ha tocado mucho El Concierto de Aranjuez.

– Sí. Había estudiado muy poquito de música y un pianista me enseñó la clave de Sol para por lo menos entender lo que se escribe para la guitarra. Entonces me estudié El Concierto de Aranjuez porque me lo pidieron. Lo conseguí perfecto y no quise que me ayudaran amigos míos clásicos. Quería hacer mi versión. Sin cambiar ni una nota, pero que fuera yo tocando. Lo toqué también en la Bienal de Sevilla. Propuse hacer un homenaje a la Perla de Triana y en la segunda parte, El Concierto de Aranjuez. Fue un éxito extraordinario y me lo han recordado ahora con el premio que me han dado en Los Palacios. El Concierto de Aranjuez me dio alas. Paco y yo somos los únicos que lo hemos tocado al público.

 

¿Por qué dice que le dio alas?

– Porque yo antes que nada soy músico. Me apetecía hacerlo, pero nadie me iba a contratar a mí para tocarlo. Al final lo toqué en Centroamérica, en Galicia y en Sevilla. Cuando iba a ir a Santiago, los días de antes salía a tocar a la terraza para acostumbrarme a tocar al aire libre, porque seguro que luego en la Plaza del Obradoiro hacía mucho frío. ¡E hizo viento! El director de la orquesta sujetaba las partituras para que no se volaran. Y los violinistas llevaban unos mitones puestos.

 

Hablaba antes de la Perla de Triana. ¿Quién fue ella para usted?

– La Perla decía que era su hijo de Madrid y ella era mi mamá de Sevilla. Me fui a vivir a Triana con ellos. Yo le pedía muchas veces que cantara y ella, mientras hacía la comida, me cantaba. Convivir con ella también fue una forma de aprender flamenco. Yo quería mucho a esa familia.

 

¿Cómo fue su experiencia en los tablaos?

– En algún tablao nos trataron bastante mal. No pagaban bien y tampoco nos daban de alta. En el Café de Chinitas fue donde dije que o me dejaban tocar solo o no tocaba para nadie. Y la frase siempre era que qué iban a hacer con un guitarrista solo. A mí me gustaba todo, pero yo quería ser solista. Pregunté cuántos guitarristas había. Eran cinco, demasiados para que tocaran para los demás. Quise que tocaran conmigo. Así que primero salí yo solo y puse la guitarra de los demás en el escenario. Tocamos Gitana, dedicado a Carmen Amaya. Tuvo mucho éxito… ¡La Chunga estaba un poco mosca! Qué buena gente era.

 

También fue en los tablaos donde conoció a su mujer, Victoria, ¿no?

– Sí. Le gustaba mucho el flamenco. Victoria vino aquí a Madrid y no quiso ir a Sevilla más. ¡Se casó con el marqués! Cuando yo la conocí iba con Marisol. La Pepa y ella eran como hermanas. Iban siempre juntas. Un día estaban en el Corral de la Morería, vestidas de negro las dos. Llegaron acompañadas del productor Manuel Alejandro. Esa fue la primera vez que yo la vi en mi vida. Venía mucho a buscarme al Corral. Después ya, cuando se abrió el Café de Chinitas, también iba a verme allí.

 

Si pudiera hacer algo más por el flamenco, ¿qué haría?

– Lo sigo haciendo. Estar en todos los sitios y hablar todo lo que puedo. También me gustaría que supieran que cualquiera que necesite algo puede contar conmigo. Cualquiera que valga, porque solo sé enseñar al que sabe. Es muy difícil enseñar a alguien que no tiene facultades. Es que yo necesito hablar en mi idioma. No sé otro.

 

 

El guitarrista Víctor Monge ‘Serranito’, durante la entrevista con Alejandra Pachón en su domicilio madrileño. Foto: Vicente Pachón

 


Bailaora madrileña. Graduada en Comunicación Audiovisual por la Univ. Rey Juan Carlos. En Amor de Dios, Casa Patas y Cristina Heeren desarrolló su gusto por la danza y el flamenco. «No somos atletas. Estamos empezando a cometer el triste error de ofrecer al público una confección enlazada de complejos zapateados a una velocidad desorbitada sin la modulación propia de la música que estamos adornando y que nos adorna».

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