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Generaciones, tolerancia y libertad

Y grita la gente “¡todo evoluciona!”.  Pues claro que sí. Pero, dependiendo de la honestidad de la evolución, el flamenco contemporáneo puede resultar tan poderoso como una siguiriya de [inserta el nombre de tu cantaor favorito], o tan irrelevante como las Páginas Amarillas.


La mayoría de los seguidores del flamenco, inmersos en su propia realidad y ambiente, tienen escaso interés en reconocer, definir o apreciar la evolución del género. El flamenco está a merced de la marcha implacable hacia un futuro que observamos, incapaces de controlarlo. Cuando los pintores del expresionismo abstracto empezaron a dominar el mundo de la pintura del siglo XX, el grito de guerra ¡No sé nada acerca del arte, pero sé lo que me gusta! se hizo simbólico de la ignorancia cultural. Fue un tema generacional, similar a aquel que siempre ha afectado el flamenco, una forma musical tan clásica como susceptible a la evolución, un equilibrio difícil de mantener que, a su vez, forma parte de su grandeza.

Los gustos opuestos definidos por divisiones generacionales tiran y empujan el flamenco hasta formar una gran y amorfa colección de expresiones diversas. Hace falta una base flexible, un receptor universal, para aceptar la voz imposible de Fernanda de Utrera y la dulzura lírica de Rocío Márquez, la intensidad del baile de Antonio Gades y nuestra sorprendente genio Rocío Molina, o en el toque de guitarra “a cuerda pelá” (notas individuales) cara a cara con la compleja armonía de Paco de Lucía. Hoy en día existen todos estos elementos en el ecosistema flamenco de posibilidades, y a los aficionados les cuesta asimilar la diversidad.

En el baile flamenco, contemplamos dos ramas casi independientes. Por un lado, el baile teatral, con el virtuosismo asociado, zapateo, rodillazos, contorsiones, piruetas y libretos metafísicos. Ahora recuerda esa imagen guardada en tu cabeza de un patio andaluz, década de los sesenta, donde bailaores no profesionales nos seducen con su gracia natural y movimientos sutiles pero elocuentes, detalles expresivos que nunca fueron ensayados delante de un espejo. No es el virtuosismo sorprendente en el sentido habitual, sino otro tipo de sorprendente con el minimalismo llevado hasta la frontera de arte grande por un camino que los mismos intérpretes son incapaces de explicar.

 

«Después de casi cuarenta años de humilde intérprete, y solo veinte de crítica y escritora, siempre defiendo más a los artistas. En mi opinión, la única regla viable es que no hay ninguna regla»

 

Y aquí estamos nosotros, los mayores, de una época cuando los escenarios no estaban amplificados, y había que almidonar y planchar los volantes de algodón, centímetro por centímetro, porque no había mezcla de poliéster. Y cuando no había agua en lo que pasaba por un camerino, mojamos la esponja en la cocacola de la noche anterior para aplicar el maquillaje pancake de Max Factor. La nuestra es la generación que fue tragada por el flamenco antes de que Camarón y Paco reescribieran las reglas para incluir la más importante de todas: libertad de expresión.

Después de casi cuarenta años de humilde intérprete, y solo veinte de crítica y escritora, siempre defiendo más a los artistas. En mi opinión, la única regla viable es que no hay ninguna regla, pero procede bajo tu propia responsabilidad. De uno en uno, y con pocas excepciones, he visto mis prejuicios más arraigados marchitarse y perder relevancia.

Recuerdo cuando empezaron a introducir la flauta. Estaba consternada. El efecto etéreo me pareció como una patada en la tripa al flamenco fibroso que había conocido durante tantos años. Pero llegué a comprender que estaba equivocada, y que una flauta bien empleada, bien tocada podría aumentar la belleza sin excesiva domesticación del producto final. Igualmente con el violín, y nuevamente estaba equivocada. No siempre funciona la incorporación del violín, pero en las manos adecuadas puede complementar el sentir oriental que se mueve en la penumbra de la música del flamenco. Y la percusión, incluyendo aquel cajón que irrumpió por la puerta trasera cuando nadie estaba mirando, se sentó y se acomodó como en casa. He conocido a jóvenes flamencos convencidos de que el cajón es un instrumento antiguo de la tradición flamenca, que lleva desde… ¿quién sabe?, ¿el Planeta? Es cuando tienes que doblegarte, y dar las gracias a historiadores como Manuel Bohórquez que documentan la cronología del arte jondo.

En el contexto de la guitarra, solo hizo falta a un individuo para dejar fluir copiosa y honestamente la inevitable evolución. Nuestro siempre admirado Paco de Lucía nos cedió, no solo su imaginación y creatividad sin límites, sino una manera de ver el flamenco que abrió una puerta muy grande por la que los demás hemos pasado maravillados, como niños chicos entrando por primera vez en Disneylandia.

La velocidad de los cambios pareció acelerar más o menos cuando las carátulas de las grabaciones dejaron de citar las formas –soleá, alegrías, la que fuera– mostrando solo el primer renglón del primer verso (supuestamente para el propósito del registro legal). Y grita la gente “¡todo evoluciona!”. Pues claro que sí. Pero, dependiendo de la honestidad de la evolución, el flamenco contemporáneo puede resultar tan poderoso como una siguiriya de [inserta el nombre de tu cantaor favorito], o tan irrelevante como las Páginas Amarillas.

 

Imagen superior: Foto de la Fernanda, Pepe Lamarca. Foto de Rocío Márquez, Estela Zatania.

 


Jerezana de adopción. Cantaora, guitarrista, bailaora y escritora. Flamenca por los cuatro costados. Sus artículos han sido publicados en numerosas revistas especializadas y es conferenciante bilingüe en Europa, Estados Unidos y Canadá.

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