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Antonio Mairena, retrato de un cantaor y su época

Antonio Mairena, la dignidad en el cante, el respeto, el rechazo de todo tremendismo ficticio y la veneración incondicional por los mayores como norte absoluto. Cante majestuoso que alcanza la meta jonda sin estridencias ni histrionismo.


Hubo una vez el cante jerezano, un acervo y una tradición, cantaores grandes, pequeños y medianos, una forma de cantar que prácticamente define el cante flamenco. Llegó Antonio Mairena y dio cuerpo y coherencia a los cantes, los engrandeció sin restarles esencia. “El que más sabe del flamenco sólo sabe un diez por ciento”, palabras famosas del maestro.

 

Antonio Mairena fue usufructuario del flamenco, no pretendía poseerlo, sino hacer buen uso de sus formas, pisando con cuidado y dejándolas intactas, sin atentar contra su integridad, procurando crear dentro del esquema existente. Salvaguardó formas y cantes que los mismos jerezanos prácticamente habían abandonado. Dicen los investigadores Luis y Ramón Soler en Los cantes de Antonio Mairena (2004) que “una amplia nómina de cantaores de la zona [de Jerez] ha echado en el olvido los cantes del Marrurro, Loco Mateo, Manuel Molina y Paco la Luz. Mairena los rescata con el mayor cariño y sabiduría, y los pone en bandeja para sucesivas generaciones.

 

El día que murió Antonio en 1983 yo estaba en Cataluña. Me comunicó la noticia un camarero andaluz con los ojos como platillos, y nos miramos en silencio con el mismo pensamiento: ¿Ahora qué hacemos? Aún nos quedaba el indiscutible maestro Antonio Fernández Díaz Fosforito, pero eso era otro tipo de maestría. Fosforito no presumía. No escribía libros ni desarrollaba teorías grandilocuentes, y por supuesto no defendía historias fantasiosas que si la razón incorpórea o si una etapa hermética que hoy en día son temas discretamente aparcados por el séquito mairenista.

 

El flamenco defendido por Antonio Mairena es el que hoy en día muchos quieren llamar “puro”. Si no se toma literalmente, la etiqueta sirve porque todos sabemos a lo que se refiere. También algunos lo llaman neojondo con cierto ánimo ofensivo que refleja un exceso de interés en la conservación de las formas.

 

 

«Llegó Antonio Mairena y dio cuerpo y coherencia a los cantes, los engrandeció sin restarles esencia. El que más sabe del flamenco sólo sabe un diez por ciento: palabras famosas del maestro»

 

 

En 1959, Mairena fue nombrado director honorario vitalicio de la Cátedra de Flamencología, y poco después participó en el festival que la misma institución dedicó a Manuel Torre con motivo de la colocación de una placa conmemorativa en la casa donde nació el célebre cantaor al que tanto admiraba Antonio Mairena. En 1964, fue otorgado el premio nacional de investigación por su libro Mundo y formas del cante flamenco escrito en colaboración con el poeta y flamencólogo cordobés Ricardo Molina.

 

En la década de los años 70, Antonio Mairena no tenía más remedio que aceptar a Lole y Manuel, La Susi, Remedios, y todo el fenómeno del rock andaluz bajo el paraguas del flamenco, porque en esa dirección tiró la fuerza de la opinión pública. No había comenzado una nueva ola, no. Fue todo un tsunami de exóticas armonías, compás ralentizado, el cajón, los coros nonayno, un sonido contemporáneo canastero cultivado por el gran Paco y su Camarón. Aquella pareja que el dios de lo jondo colocó en nuestro camino para llevarnos de la mano hacia un horizonte nuevo.  

 

El reinado del fandango había durado décadas, pero la influencia de Mairena en los festivales grandes hizo que sonaran poco estos cantes que él consideraba inferiores, y que el fin de fiesta fuera por bulerías con broche de tonás, una costumbre todavía vigente en la Reunión de Cante Jondo de la Puebla de Cazalla.

 

En la historia del cante siempre ha habido parejas antagonistas: Torre y Chacón, Marchena y Valderrama, Camarón y Pansequito… En este sentido, la pareja que más limpiamente divide la afición es la de Antonio Mairena y Manolo Caracol, ambos nacidos en 1909. No es habitual que una misma persona admita ambos cantaores como imprescindibles. 

 

Antonio Mairena, la dignidad en el cante, el respeto, el rechazo de todo tremendismo ficticio y la veneración incondicional por los mayores como norte absoluto. Cante majestuoso que alcanza la meta jonda sin estridencias ni histrionismo. Caracol, poseedor de un eco envidiable, de un poder comunicativo y una natural capacidad para entregar su cante enjundioso, inspirado y personalísimo. No se entiende la historia del cante del siglo XX sin cualquiera de los dos. 

 


Jerezana de adopción. Cantaora, guitarrista, bailaora y escritora. Flamenca por los cuatro costados. Sus artículos han sido publicados en numerosas revistas especializadas y es conferenciante bilingüe en Europa, Estados Unidos y Canadá.

1 COMMENT
  • Pedro Cordoba 12 diciembre, 2023

    Los nuevos flamencólogos – furibundos antimairenistas todos ellos – prorrumpen en carcajadas cada vez que mencionan lo de la “razón incorpórea”, como si fuera invención propia de Mairena o, mejor dicho, de Ricardo Molina. Mira, ¡qué ocurrencia!, ¡qué gracia! “Razón incorpórea”, ¡menuda explicación! Y vengan risas, risitas y risotadas. Se regodean con estas dos palabras para así (creen ellos) mejor ningunear a Mairena. Pero en realidad se trata de una referencia culta – y hasta de un “cultismo”, lo cual no es de extrañar en alguien oriundo de Córdoba, patria de Góngora y de Séneca.

    Precisamente en Séneca se encuentra la frase: “Id actum est, mihi crede, ab illo, quisquis formator uniuersi fuit, siue ille deus est potens omnium, siue incorporalis ratio ingentium operum artifex, siue diuinus spiritus per omnia maxima ac minima aequali intentione diffusus, siue fatum et inmutabilis causarum inter se cohaerentium series” (Ad Helviam matrem consolatio). Aquí va una traducción para quienes no sepan latín: “Esto ha sido realizado, créeme, por el ordenador del universo, sea quien sea, el dios con poder sobre todo, o la razón incorpórea artífice de obras ingentes, o el espíritu divino difundido con igual eficacia por todas las cosas grandes y minúsculas, o el hado y la serie inmutable de las causas que están entrelazadas entre sí.”

    Está claro que se examinan aquí varias teorías filosóficas que intentan explicar el origen del universo y de las leyes que lo rigen. Más concretamente, la “razón incorpórea” parece remitir al intento de síntesis entre platonismo y estoicismo realizado por Varrón. No puede ser estrictamente estoica porque para los estoicos todo lo que existe es cuerpo (el alma también es un cuerpo) y los cuatro incorpóreos son el vacío, el lugar, el tiempo, y lo decible (lekton). Al pertenecer al segundo estoicismo, Séneca es más ecléctico y no toma partido por ninguna de estas doctrinas (la teoría propiamente estoica es la del hado o destino, concebido como el entrelazamiento de causas y consecuencias).

    Pero dejemos la filosofía y volvamos a Mairena (o, mejor dicho, a Molina). Hablar de “razón incorpórea” supone a unos lectores mínimamente cultos, capaces de recordar los textos que se enseñaban en las escuelas. No se trata de ninguna chorrada. Es como si en un libro escrito hoy se hablara de “inteligencia artificial”. Las dos palabras juntas parecen un sinsentido, pero todos sabemos a qué se refieren. Pues igual. Basta de rebuznos. ¡Señores, a leer!

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