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Miguel Ángel Heredia, bailaor

Allí estaba él con su metro noventa, su sonrisa eterna y sus singulares remates por tangos. Había llegado, sin saberlo, aquella persona que esa semana me devolvería la fe en el flamenco añejo y en la buena gente, la gente de verdad. Brindo por haber tenido la suerte de haberte conocido.


Era 20 de mayo y yo tenía un humor de perros por tener que rendirme casi a la evidencia, después de una conversación bastante desagradable con una profesional del centro en el que hasta el momento estudiaba. La evidencia de que ser figura del baile flamenco, en muchos casos, o al menos lo más reciente que había conocido, va desligado de la buena educación y el respeto. Cabe decir, con la sinceridad que os debo que, normalmente, tengo una visión ciertamente fatalista de lo que intuyo a mi alrededor.

Salí de casa a las doce menos cuarto, hacia Pagés del Corro, para meterme por uno de los agradables callejones trianeros que llevan a la Escuela Manuel Betanzos. Al entrar en la academia, mi humor no había cambiado ni una pizca. Es más, cuanto más pensaba en la discusión más me invadía el sentimiento de pena y decepción. Tanto que había perdido la fe en que durante la siguiente semana yo pudiera disfrutar de ese curso que tanto tiempo había estado esperando. Enfilé el pasillo casi sin levantar la cabeza y a medida que iba avanzando mis pensamientos se iban entrelazando, paulatinamente, con la melodía de una guajira y el compás de una seguiriya, de manera simultánea. Y, de repente, al final de la galería, allí estaba él con su metro noventa, su sonrisa eterna y sus singulares remates por tangos. Había llegado, sin saberlo, aquella persona que esa semana me devolvería la fe en el flamenco añejo y en la buena gente, la gente de verdad.

 

«Él es especial, pues en cada clase preguntaba con cierta timidez si nos apetecía aprender pasos típicos de las gitanas viejas de Jerez»

 

Habían pasado cinco minutos de las doce cuando entramos a la clase, donde se respiraba, además del típico olor a sudor de bailaor emocionado –un clásico de los cursos que imparten profesionales con buenas intenciones–, un buen rollo que muy pocas veces había experimentado en cursos como este. Pronto descubriría que era él el que aportaba ese ambiente cálido y familiar.

 

Bailaor gitano de prestigio internacional

Miguel Ángel Heredia es un bailaor gitano de rango internacional que nace en Jerez en el año 85. Ha tenido la gran fortuna de recibir clases de artistas de gran envergadura como son Manuela Carpio, Farruquito, el Grilo y Adela Campallo, entre otros. Ha dejado su huella en tablaos de renombre como El Arenal o Los Gallos, en Sevilla o Las Carboneras, en Madrid. Pero sobre todo cabe destacar su influencia en Japón, donde durante doce años consecutivos ha conseguido dejar plasmada su esencia y ha conseguido que los grandes aficionados al flamenco que allí residen sientan un gran entusiasmo cuando se trata de hablar y aprender de él. En 2017, además, recibió el Premio Joven del XXI Festival de Jerez, con un espectáculo que recibió unas críticas realmente positivas y un público entregado que acabó con las entradas presurosamente. A esto, me atrevo a añadir que, hoy en día, la escuela jerezana sin el sello de Miguel Ángel no sería la escuela jerezana.

Cabe anexionar y dejar aquí plasmado que, en los tiempos que corren, es digno de alabar que un maestro haga continuamente alusión al movimiento del cuerpo de cintura para arriba, independientemente de que sea hombre o mujer la persona que se expone al ritmo de lo jondo. En la actualidad, gracias a él, muchos jóvenes y no tan jóvenes que admiran y llevan por bandera el baile típico de las gitanas viejas de Jerez pueden aprenderlo.

 

«Miguel Ángel es un virtuoso de mente abierta y personalidad digna de un bailaor que se mueve siempre en un halo engalanado de libertad»

 

Miguel Ángel conectaba mucho con nosotros en las clases. Le gustaba abrirse en canal entre remate y remate y contarnos qué siente cuando se sube a un escenario y cómo lo siente. Eso lo convierte en maestro. Un gran maestro que, a la vez que transmite su disciplina, nos explica de dónde proviene lo que enseña y por qué lo enseña. Él no se concede el lujo de dejarse nada en el tintero y nos permite sentirnos, a cada minuto, parte de su gente.

Hay dos cosas que no pasaron desapercibidas para mí y de las que un mes después me acuerdo como si hubiera sido ayer, quizá porque en ese momento tenía los sentimientos a flor de piel y pude conectar con él de la manera más pura y sincera que sé. Supongo que todo tiene su parte buena y que al final tengo que dar gracias a esas salidas de tono de determinadas personas que creen que están bajando tu moral y autoestima y, en el fondo, te están haciendo un favor. Por ello, desde aquí te mando un saludo y un GRACIAS. Seguro que Miguel también lo haría.

 

Alma honesta y transparente

Este artista jerezano es una persona de alma honesta y transparente. Lo supe en el momento en el que se emocionaba relatando que el único instante en el que se siente libre de verdad y adivina que está siendo él mismo es encima de un escenario. Es una sorpresa tan grata que hoy un bailaor joven intente que los alumnos tomen conciencia de lo valioso que es que un artista sepa desenvolverse con destreza de cintura para arriba y, sobre todo, que tenga la capacidad de transmitir… que sabía que no me había equivocado eligiéndolo como referente principal, a partir de ese momento, para mi baile por bulerías y romance.

Miguel Ángel es un virtuoso de mente abierta y personalidad digna de un bailaor que se mueve siempre en un halo engalanado de libertad. Además, siempre logra desligarse de lo usual, lo frecuente, porque no se queda arraigado, exclusivamente, en el baile de idiosincrasia jerezana, sino que además se atreve a entreverarlo con trazos de aires utrerano y lebrijano. Me llamó la atención tanta humildad. No es que no haya conocido artistas modestos, pues creo que eso es lo que hace que se les pueda llamar artistas: la genialidad revestida de modestia. Y yo, por suerte, he conocido a muchos y siento una agradable conmoción por ello. Pero él es especial, pues en cada clase preguntaba con cierta timidez si nos apetecía aprender, como mencionaba antes, pasos típicos de las gitanas viejas de Jerez. Para mi asombro, por su reacción debía parecerle inusual que un grupo de alumnos sintiera tanta ilusión por asimilar esa identidad tan añeja y única.

 

«Brindo para que no sólo no se pierda, sino que además resurja y esté siempre muy presente tu forma de bailar y de transmitir»

 

Qué pena, ¿no? Que a un flamenco de tal trascendencia le tenga que sorprender que queramos aprender una de las mejores herencias que nos ha dejado este arte. Ojalá todo el mundo que se ocupa en esto tomara clases con él, porque no sólo se aprenden pasos… Que sí, que es muy importante, porque sin técnica y recursos, amigos bailaores, no llegamos a ninguna parte. Pero yo os invito a que probéis a estar cuarenta minutos con él.

Estoy segura de que cuarenta minutos serían suficientes para que entendierais que de los maestros no sólo se aprenden pasos y más pasos. Hay que pararse a observar y a escuchar lo que llevan dentro, máxime si la persona que nos lo quiere hacer llegar lo hace desde lo más profundo de su corazón, conmovido por los sentimientos que le despierta esta disciplina. Y, de esta manera, lograremos entender que el baile tiene que ir siempre ataviado de técnica, complementada con un continuo feedback con el público, el movimiento del cuerpo de cintura para arriba, mezclando fuerza y suavidad dependiendo del momento, al igual que en el zapateado, donde es inteligente mezclar el susurro de los tacones con el impulso, la garra y la fuerza que exige el flamenco en muchos momentos. Todo esto siempre sazonado con cantidades ingentes de, como hemos dicho antes, maestría y sencillez.

Y tú, querido maestro Miguel, tienes todo eso que cualquiera necesita para ser, como dicen los que están en la continua búsqueda de ello, un bailaor completo.

Brindo para que no sólo no se pierda, sino que además resurja y esté siempre muy presente tu forma de bailar y de transmitir. Y brindo también por haber tenido la suerte de haberte conocido.

 

 

 


Bailaora madrileña. Graduada en Comunicación Audiovisual por la Univ. Rey Juan Carlos. En Amor de Dios, Casa Patas y Cristina Heeren desarrolló su gusto por la danza y el flamenco. «No somos atletas. Estamos empezando a cometer el triste error de ofrecer al público una confección enlazada de complejos zapateados a una velocidad desorbitada sin la modulación propia de la música que estamos adornando y que nos adorna».

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