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Contener la ira ante los Latin Grammy

José Mercé lo dejó muy claro: «Espero que los señores de los Grammy sepan bien lo que es el flamenco y no el flamenquito». Lo preocupante de todo, como aprendimos de Martin Luther King, no es la perversidad de los malos, sino la indiferencia de los buenos.


Los Grammy Latinos salen por primera vez de los Estados Unidos en su vigésima cuarta edición y han elegido España, en concreto Sevilla, la capital de la comunidad autónoma de Andalucía, con la que han llegado a un acuerdo de tres años cuantificados, según las lenguas maldicientes de las voces urbanas, en veinte millones de euros.

 

La noticia viene a confirmar que el flamenco es la punta de lanza de la Marca España. Pero el colectivo flamenco, tan acostumbrado a los dislates, no está cabreado porque le limpien el bolsillo de sus impuestos. Ni tampoco porque la Plaza de España, de Sevilla, sea la que acogerá, a partir del 11 de noviembre, los siete conciertos pergeñados por la Santalucía Universal Music Week con motivo de estos Premios Latin Grammy.

 

Tampoco están enfadados los cabales porque la jornada dedicada al flamenco sea el día 13 de noviembre, en la antesala del Día Internacional del Flamenco, y esté dedicado a La Niña de los Peines, Carmen Amaya, Paco de Lucía, Camarón de la Isla, Enrique Morente o Lole y Manuel, entre otros, contándose, a requerimiento del sello Universal, con la participación de Manuela Carrasco, José Mercé, Carmen Linares, Rafael Riqueni, Dorantes, Marina Heredia, Pedro el Granaíno, Rancapino Chico o Tomatito, que es el artista flamenco con más Grammy conseguidos, un total de seis.

 

Lo que sí les ha puesto de mal humor a los flamencos son los nominados de los premios que organiza la Academia Latina de Artes y Ciencias de la Grabación, esto es, las multinacionales de la industria musical y el comodín del resto de sus asociados, con menos fuerza que la UGT con Franco. Estos candidatos al mejor álbum de música flamenca son Israel Fernández, por su compacto Pura Sangre; Diego Guerrero, por su álbum Por la tangente; Niña Pastori, con su obra Camino; Juanfe Pérez, por su disco Prohibido el toque; y el televisivo Omar Montes con los Quejíos de un maleante.

 

Traduzco. Flamenquito, flamenco pop, canciones aflamencadas, fusiones de aquí y de allá, música latina y otras aún por definir son las costuras de los Grammy Latinos, que a lo que parece, han llegado a un acuerdo implícito que implica el compromiso –tanto por parte de la Administración Pública como por el negocio musical– de callar ante semejante perversión. Y escribo perversión aunque, al violar la ética cultural y el sello identitario de una comunidad, al vulnerar, en definitiva, los valores de la Marca España, algunos preferirán tildar el hecho de corrupción, por más que los vientos de las cábalas hagan que la veleta del premio señale la dirección de Israel Fernández, que para eso está en Universal Music Spain.

 

Me importa una higa quien lo gane. Así, sin más. Lo que verdaderamente me resulta patético es la depravación desesperada de nuestra identidad como pueblo. Menos mal que la línea entre lo que es flamenco y no lo es, y el uso irrespetuoso de nuestras tradiciones musicales, lo dejó meridianamente claro José Mercé el pasado 9 de octubre cuando, en la presentación de la Universal Music Week, se dio a conocer tanto las dedicatorias como las candidaturas de estos galardones.

 

El cantaor jerezano, en un ejercicio de valentía y honestidad, fue el único que tuvo las agallas de enfrentarse a una situación difícil ante el presidente de Universal, el poderoso Narcís Rebollo, esposo de Eugenia Martínez de Irujo; la todavía responsable de Cultura del Ayuntamiento de Sevilla, Minerva Salas, que ya se retrató días atrás con el “yo no soy una inepta”, y artistas como Manuela Carrasco, Tomatito y Dorantes. Fue en ese entorno donde Mercé puso las limitaciones a la inmoralidad musical con la siguiente sentencia: “Espero que los señores de los Grammy sepan bien lo que es el flamenco y no el flamenquito”.

 

 

«Flamenquito, flamenco pop, canciones aflamencadas, fusiones de aquí y de allá, música latina y otras aún por definir son las costuras de los Grammy Latinos. (…) Me importa una higa quien lo gane. Lo que me resulta patético es la depravación desesperada de nuestra identidad como pueblo» 

 

 

Y para aumentar la fortaleza de su arresto, el tataranieto de Paco la Luz e hijo de mis amigos en el cielo Curro Soto y María Bravo, que paradójicamente no tiene ningún Grammy en su haber cuando, por el contrario, es el cantaor con más discos vendidos de la historia, advirtió a modo de decreto: “Si hubieran existido entonces los Latin Grammy no le hubieran dado ninguno a Pastora Pavón”.

 

Se podrá decir más alto, pero no más claro. Mientras los borregos callan, me uno a José Mercé. Porque puedo alcanzar a entender que a la academia residente en Miami lo que menos le preocupa sea la cultura flamenca. Llego incluso a reconocer que no tengan ni pajolera idea de lo que es el flamenco y lo que significa en la cultura de Andalucía. Pero lo que no puedo aceptar es la callada por respuesta de la Sociedad General de Autores Españoles (SGAE). No puedo consentir el silencio de la Confederación de Peñas Flamencas de Andalucía, ni la connivencia del Instituto Andaluz del Flamenco, y mucho menos admitir que nuestros garantes públicos –Junta de Andalucía y Ayuntamiento de Sevilla– no se conmuevan con semejantes despropósitos.

 

Luchar contra la industria musical es, obviamente, como combatir con el lado oscuro del ser humano y sus complejidades, pero trivializar el flamenco en nuestras propias narices porque en torno a ellos hay un pacto de silencio, es inadmisible, como injusta es la ignorancia deliberada. Y me explico.

 

El ofrecimiento a Pastora Pavón es indiscutible, pero de conocer la realidad del flamenco según Sevilla, podrían haber tenido en consideración a Antonio Mairena, por el 40 aniversario de su despedida de este mundo y por ser Hijo Predilecto de Andalucía e Hijo Adoptivo de la Ciudad de Sevilla, y por supuesto a Manolo Caracol y Diego del Gastor, de quienes conmemoramos los 50 años de su adiós, o cómo olvidar el centenario de Fernanda de Utrera. Claro que razonarles ese argumentario sería un esfuerzo inútil.

 

Es premeditada, mismamente, la decisión por el día elegido, coincidiendo con la entrega de los premios de la Escuela de Flamenco de Andalucía y con la inmensa agenda pergeñada por la Administración Pública de todo pelaje. Recuérdese que el 16 de noviembre de 2010, el flamenco obtenía en Nairobi (Kenia) su máximo reconocimiento internacional al incluirse en la Lista Representativa del Patrimonio Inmaterial de la Humanidad de la UNESCO. Un año después, el Consejo de Gobierno de la Junta de Andalucía declaró el 16 de noviembre como Día Internacional del Flamenco en el ámbito de la Comunidad Autónoma de Andalucía.

 

Está tan bien tramada, por último, la entrega de los Latin Grammy que, aun siendo una plaza pública el lugar de acogida, la gala está reservada únicamente para 500 invitados, exclusión que no es pesadilla alguna para las instituciones públicas ni arbitraria para el colectivo peñístico. Y para colmo, las malas lenguas insisten en que esta cacicada nos va a costar 20 millones de euros.

 

Lo preocupante de todo, como aprendimos de Martin Luther King, no es la perversidad de los malos, sino la indiferencia de los buenos. Porque si la Junta de Andalucía y el Ayuntamiento de Sevilla no alcanzan a evitar el mayor cisma conocido, el de que los flamencos se avergüencen de sus flamencos, la afición andaluza, en general, y la sevillana en particular, no pueden imitar a las ovejas, la especie más boba del planeta. Ante estos bofetones, difícil será contener la ira durante tres años.

 

Imagen superior: la mano sabia de José Mercé – Foto: Expoflamenco
 

 

→  Ver aquí todos los artículos de opinión de Manuel Martín Martín en Expoflamenco

 

 

 

 

 


De Écija, Sevilla. Escritor para el que la verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio. Entre otros, primer Premio Nacional de Periodismo a la Crítica Flamenca, por lo que me da igual que me linchen si a cambio garantizo mi libertad.

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