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El baile, el oxímoron de este tiempo

El baile flamenco, por lo que aprendí de grandes maestros del siglo pasado, está perdiendo el proceso de seducción y conquista. Le sobran acrobacias. No se trata de reinventar el circo, sino de satisfacer al cante con la mágica belleza del movimiento.


Leo en el Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española que el término oxímoron es la “combinación, en una misma estructura sintáctica, de dos palabras o expresiones de significado opuesto que originan un nuevo sentido”. Es decir, que es lo que parece pero no es. Y de inmediato me ha sobrevenido el baile, faceta en la que la confusión en la que vivimos no es una casualidad, no es un accidente, es un fenómeno deliberado, sembrado por quienes se benefician de ella.

 

Como único crítico que sigue desde sus inicios la muestra de danza más completa de cuantas hoy son, el Festival de Jerez, observo que muchos –acepten a partir de ahora todos los tipos de género– son los que bailan, pero no todos merecen ser llamados bailaores. Hay más bailarines de punta y vuelta que hombres de planta y tacón. Hay tantos creadores de la nada, que se ha perdido el interés por recuperar las fuentes que dieron valor y sustancia a la tradición de la que proceden. Y no todos reúnen los requisitos para triunfar haciendo del baile una profesión de fe.

 

El baile ha ganado hoy en técnica, puesta en escena, en la construcción de las coreografías y en la manera de proyectar los espacios. Pero añoro ahondar en la expresividad, el porte en la colocación, firmeza en la mirada, vestuario decoroso y madurez escénica. Hago de menos la solidez de los paseos, la réplica con el atrás, la capacidad para la improvisación. Echo en falta la peculiaridad de los marcajes, el impulso en las llamadas, la elegancia del zapateado. Y rechazo el arte efímero, ese que se disuelve en el espacio y solo persiste en la vaciedad del cuerpo.

 

El baile flamenco, por lo que aprendí de grandes maestros del siglo pasado, está perdiendo el proceso de seducción y conquista. Le sobran acrobacias. No se trata de reinventar el circo, sino de satisfacer al cante con la mágica belleza del movimiento. Y digo esto porque hay bailes que se presentan en España y el mundo mundial como flamenco, pero que quien firma recibe como una recia bofetada.

 

Sí, querido lector. Lo contemporáneo y progresista ha llevado al público a la idiotización. Los movimientos de cintura y brazos han cedido al protagonismo ordinario de piernas y pies. E incluso ya nadie se plantea que el baile, para que sea flamenco, no se puede comprar –admítase la paradoja– en los chinos, de ahí que no tenga reparos en reconocer que estoy cansado del baile de marioneta, de rictus desabrido, braceo de taekwondo, con giros trompistas sin ton ni son y hastiado de quienes martillean estáticamente el suelo acústico. Los bailes pierden su esencia cuando desembocan en el zapateado insistente. Zapatear por zapatear es de pájaro carpintero.

 

 

«El baile ha ganado hoy en técnica, puesta en escena, en la construcción de las coreografías y en la manera de proyectar los espacios. Pero añoro ahondar en la expresividad, el porte en la colocación, firmeza en la mirada, vestuario decoroso y madurez escénica»

 

 

Si el cante, toque o baile es un medio para expresar los sentimientos, en el flamenco lo que importa no son las necedades, sino la expresión. Pero mi gozo en un pozo. El baile sugiere cada vez más, pero a veces significa cada vez menos, aunque paguemos un muy alto precio por lo que llaman vanguardia. En el siglo XXI –sálvese quien pueda– se paga a precio de oro el baile tribal, insustancial, vulgar, ininteligible, soso e incoherente. Y ante el baile bufo que la moda impone, me pregunto: ¿tú eres así o te dan apagones cerebrales?

 

Hay artistas, a mayor abundamiento, que sobreponen el nombre a sus insignificantes propuestas. Sorprende la poesía pictórica de algunas compañías de baile cuando no distinguen los cuadros de los marcos, acaso porque jamás les enseñaron que el espejo de las academias de baile no está para ver los guapos que son, sino para detectar sus defectos. Y para mayor burla, los invocan con el manoseado término de “maestro”, cuando maestro, en sentido lato, es el que se muestra como un catedrático de la concreción y halla en cada baile un gesto imborrable para cada pensamiento.

 

De todas maneras, para rematar esta puesta en escena, están los auxiliados por la Administración Pública, deber que apoyamos y aplaudimos al mismo tiempo, pero que rechazamos cuando las subvenciones caen de lado de los de siempre. Es decir los favorecidos por el régimen, paniaguados que en la disputa por el dinero público siempre terminan imponiéndose por el renombre de sus integrantes o por ser amigotes de los que mandan en la Consejería de Turismo, Cultura y Deporte. Y así nos va, la Cultura estrangulada por el Turismo y el Deporte porque hoy, mientras el arte muere poco a poco, todo el mundo es artista.

 

Claro que para artistas, artistas, lo que se dice artistas, los protegidos que tienen foco en el exterior, pero no todos tienen luces. Aquellos que pergeñan espectáculos de baile a los que se asiste como a una conferencia muda porque lo llaman de flamenco y no encajarían ni en el humor negro.

 

Me refiero a quienes convierten el baile en una faceta tan embaucadora que se llaman coreógrafos cuando son meros montabailes. Mercantilistas que, en aras de propugnar un modernismo que ni ellos entienden, están creando el futuro del baile a costa de reventar el pasado. En definitiva, los que reclaman libertad, libertad, cuando por lo general, y salvo prestigiosas excepciones, no hay baile más libre que el que se hace en los Tablaos.

 

Utilizar, por tanto, una figura literaria con dos conceptos contrarios en una misma expresión, el oxímoron, es un flagelo para nuestra cultura que debiera conmover, sobre todo, a la responsabilidad preventiva de la Administración Pública, dado que afecta muy seriamente a la grandeza del flamenco. Porque –¡a ver si nos vamos enterando!– la sublimidad del baile no está en dejar una huella aparente, sino esencial.

 

 

→  Ver aquí todos los artículos de opinión de Manuel Martín Martín en Expoflamenco

 

 


De Écija, Sevilla. Escritor para el que la verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio. Entre otros, primer Premio Nacional de Periodismo a la Crítica Flamenca, por lo que me da igual que me linchen si a cambio garantizo mi libertad.

1 COMMENT
  • Emilio Souto 11 marzo, 2024

    Excelente análisis! Ante la banalidad, coherencia y conocimiento.

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