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El melisma como prueba de que el flamenco fue un arte popular

El melisma supone el símbolo del flamenco como un arte popular antes que profesional, aunque se profesionalizara y se perfeccionara en su expresión. El melisma, como síntoma de la necesidad popular de manifestar penas y alegrías. La alegría de cantar, de estar vivos.


Sobre el arte flamenco existe una larga mitología. El mito, ya se sabe, nos trae bellas historias y a veces relata y rememora el pasado fundacional de un pueblo. Los mitos son necesarios, pero no responden a una verdad histórica o empírica. Y eso hay que tenerlo en cuenta a la hora de analizar o juzgar cualquier aspecto de la realidad, en este caso el flamenco. Y como he dicho, nuestro arte está trufado de mitos a lo largo de su historia, desde las pretensiones herméticas de don Antonio Mairena a las mil historias “embusteras” de tantos geniales cantaores que han adornado su hacer con toda clase de ‘saberes’ de oídas o demasiado imaginativos.

 

Pero la verdad es otra, la verdad es la verdad la diga Agamenón o su porquero. Voy a decir algo que puede resultar sorprendente, pero que en absoluto va contra la esencia de nuestro arte jondo: el flamenco es algo que no es nada, pero que lo es todo. Me explico. Si pensamos, por ejemplo, en su aspecto melódico vemos que no existe un leitmotiv único, un palo varía radicalmente de otro. No digamos nada si pensamos en su origen, desde los diversos fandangos regionales a canciones populares o a las variadas tonás, es decir, entonaciones de carreteros, yunteros u otros orígenes no profesionales. En ese sentido el flamenco no es nada porque, sin embargo, recoge de cualquier parte, o sea, que lo es todo.

 

¿Qué es entonces el flamenco? Entre las mil y una cosas que pueden predicarse del arte jondo (y ahí están las decenas de miles de libros publicados desde su amplio enfoque) hay dos cosas que lo definen de manera decisiva:

 

La primera es la actitud, es decir, la manera de atacar el cante (o el toque o el baile), la manera de abordarlo, física o emocionalmente.

 

La otra característica propia del flamenco, fundamental y definitiva, es la potenciación del melisma. El aspecto melismático ha quedado como lo propio y característico del flamenco. Los aficionados encuentran en el melisma de un cantaor la genuina flamencura, lo distintivo de esta música frente a otras. Se confunde el melisma con ser jondo, con ser flamenco. Pero, en realidad, el melisma es simplemente una categoría musical, el melisma supone la repetición de una nota en un solo golpe de voz.

 

 

«Con el tiempo, el melisma, un recurso para no ahogarse en el intento de cantar en mitad del campo, en una herrería o en una vereda del camino, se convirtió en síntoma y reflejo de lo más puramente flamenco. Por eso cuando un cantaor profesional tiene una voz ‘demasiado’ poderosa y prescinde del melisma algunos aficionados consideran que es un cantaor-tenor, como sinónimo de que es un cantaor hueco»

 

 

Y ese aspecto melismático es el que delata el origen genuinamente popular (propio del pueblo) del flamenco. En verdad, pongamos por caso, la ejecución de una jota lagarterana, bailada durante las fiestas patronales del pueblo toledano de Lagartera, no es menos popular –y por tanto auténtico– que la interpretación de una malagueña o de una soleá. Sabemos también que el arte flamenco, entendido como profesional y ejecutado de cara al público como espectáculo, tuvo su origen o su conformación temprana de cara al público, fuese en las exhibiciones para los viajeros extranjeros en el Sacromonte granadino o fuese en los cafés cantantes o en las academias sevillanas decimonónicas. Y sabemos igualmente que en esa estructuración moderna del arte andaluz se dio una amalgama mutuamente enriquecedora entre bailaoras gitanas y bailarinas académicas –las señoritas boleras– que actuaban en los teatros en los entreactos de las funciones teatrales.

 

Las danzas españolas fueron muy populares en Londres y en París, incluso influyendo en el ballet clásico del siglo XIX, como en el caso del ballet romántico El diablo cojuelo, en la que se baila incluso una guaracha más o menos aflamencada. Ahí están los libros de la profesora Rocío Plaza Orellana para demostrarlo. Todo eso es así y las diversas investigaciones lo dejan claro. Sin embargo, el flamenco en su origen tiene un nítido arraigo y aroma popular. Y a mi entender, lo que muestra sin duda esa característica no profesional e impulsada por clases sociales al margen de la sociedad más establecida o acomodada es el melisma.

 

Un no profesional bola la lea. Como no posee un gran ‘chorro’ de voz se ve obligado a repetir la nota apresuradamente como bastón de apoyo para llegar al tono adecuados, o sea, ejerce el melisma. Así: agggggagggagggg, mientras que un tenor o alguien con gran potencia de voz dará la nota de forma sostenida. Así: aaaaaaaaassss. Con el tiempo de esa necesidad se hizo virtud y el melisma, un recurso para no ahogarse en el intento de cantar en mitad del campo, en una herrería o en una vereda del camino, se convirtió en síntoma y reflejo de lo más puramente flamenco. Por esa razón cuando un cantaor profesional tiene una voz ‘demasiado’ poderosa y prescinde del melisma algunos aficionados consideran que es un cantaor-tenor, como sinónimo de que es un cantaor hueco. Hay cantaores que por facultades no necesitan ser melismáticos, pero lo son a propósito porque saben que ello es igual a ser flamenco para el gusto de muchos aficionados.

 

Y en definitiva, el melisma supone el símbolo del flamenco como un arte popular antes que profesional, aunque rápidamente se profesionalizara y se perfeccionara en su expresión. El melisma, en resumen, como síntoma de la necesidad popular de manifestar penas y alegrías, que para mí son una misma cosa: la alegría de cantar, la alegría de estar vivos.

 


Doctor en Filosofía, profesor titular en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Murcia. Autor de una treintena de libros, entre ellos 'El Papa flamenco', 'El cojo de Málaga', 'Don Antonio Piñana, una voluntad flamenca', 'Chano Lobato, el duende, la gracia y los dones', 'Cafés cantantes' o 'El baile jondo, memoria de la belleza humana'. Fue director del Festival Internacional del Cante de las Minas de La Unión y actualmente dirige la Cumbre Flamenca de Murcia. Es columnista del diario La Verdad y crítico de flamenco en el diario El País.

1 COMMENT
  • Roberto 26 marzo, 2024

    Asegúrate primero de lo que es un melisma.
    Alguien con un gran “chorro de voz” puede cantar con melismas y no por eso ser flamenco, por ello, insisto, asegúrate de lo que significa la palabra melisma.

    Lo digo con todo respeto, de verdad, pero hay que ser un poco más científico a estas alturas, si no, estamos como siempre, confundiendo a las personas.

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