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El pasado sonoro se puede revivir

Repasamos los villancicos y campanilleros impresionados hasta la primera mitad del siglo pasado, de los que extraigo cada temporada una selección que anime la Navidad. Lo hago para devolver a la vida las voces que resucitan a las figuras del Belén.


A raíz de una consulta que derivó en la acostumbrada y larga conversación vía WhatsApp, en este caso sobre la aparición discográfica del villancico flamenco, atiendo a la petición de un lector cordobés de ExpoFlamenco que, ávido de profundizar en este cante de temporada, me insta a consultar los copiosos documentos sonoros de la fonoteca particular a fin de redactar una imprescindible guía repleta de contenidos pero vacía de obviedades.

 

He de decir que es lo que suelo hacer cada año, por más que reconozca que la pergeño como cortina musical previa al puente de la Inmaculada, que es cuando tradicionalmente monto el Belén. Y siempre se repite la misma historia: los recuerdos son imposible de reproducir cuando se acerca la Navidad, el tiempo en que relativizamos hasta las fatalidades. Sí, porque aquellos christmas de Antonio Mairena, con felicitaciones escritas a mano y tan puntuales como cariñosas; los de Luis Maravilla, donde la cordialidad resultaba inspiradora y motivadora, o, entre otros, los de Rosario López, colmados de delicadeza y cordialidad, se fueron eternamente.

 

También se marcharon las llamadas de mi comadre Fernanda de Utrera, y las de Sordera de Jerez, José Menese, Salvador Távora, El Lebrijano o Manuel Mairena, nombres que formaron parte de nuestras vidas y que sólo el antídoto de la música puede en el Adviento romper la soledad.

 

El nacimiento de Cristo, la Navidad, se nos viene encima, como siempre, con mucha publicidad. Con Papás Noel colgados de los balcones, con SMS de vacua retórica y con villancicos corales y aflamencados que poco tienen que ver con el espíritu flamenco de los que escuchábamos cuando éramos niños, de esos que olían a pueblo y conformaban un libro de memorias con capítulos de historias familiares.

 

Hoy, por el contrario, la memoria de la Navidad está repleta de sillas vacías que nos llenan el corazón de tristeza. Se fueron nuestros referentes, pero nos dejaron lo mejor de sí mismos, sus cantes. Son voces que pintaron los cielos de diciembre para avisarnos de que es el Hijo de Dios el que vuelve por estas fechas para renovar “las esquinas vagas de los sueños”, que escribió Luis Cernuda.

 

Tendríamos que remontarnos a 1750 cuando Sevilla acoge los villancicos gitanos en la trianera Iglesia de Santa Ana, aunque en sentido estricto florecerían definidos a finales del siglo XIX, al punto que la primera grabación de villancico flamenco que contempla mi fonoteca no aparece como tal, sino como farruca, La Virgen estaba lavando, y la canta El Mochuelo en 1899. A éste le seguirían el grabado en 1910 a cargo del Niño de la Isla por farruca (Como el camino era tan largo), luego la Niña de los Peines por bulerías en 1915 (Pastorcito, ¿por qué lloras?) y Telesforo del Campo por tangos en 1920 (La lumbre de los pastores).

 

 

«El nacimiento de Cristo, la Navidad, se nos viene encima, como siempre, con mucha publicidad. Con Papás Noel colgados de los balcones, con SMS de vacua retórica y con villancicos corales y aflamencados que poco tienen que ver con el espíritu flamenco de los que escuchábamos cuando éramos niños»

 

 

Pero la abundancia sonora la protagonizaban los campanilleros. Es en la zona del Aljarafe sevillano donde más abundan los campanilleros derivados de los de la Aurora, siendo en estos coros donde se origina la versión flamenca de su creador, Manuel Torre. Porque es el jerezano quien llama a la puerta de un rico avariento, agitana una copla popular a la que le añadió su conocida frase –Y Dios permitió–, y nos entrega en 1929 la primera grabación en su forma flamenca (A la puerta de un rico avariento), un nuevo cante para el repertorio jondo que alcanzaría su máxima popularidad el año 1932 En los pueblos de mi Andalucía, con La Niña de la Puebla.

 

Y con ellos, la variante tan original por bulerías que debemos a los Campanilleros de Manuel Vallejo (1932), la de Corruco de Algeciras (En sus brazos llevaba María, 1932), o las nuevas visiones tan personales de Pepe Marchena (Oración de los pastores de Marchena del siglo XVI y Con las flores del mes de María, 1933), donde, con letra de Hermenegildo Montes y música de Ramón Montoya, Pepe se autoproclama su creador, cuando es del siglo XVI. En fin, las cosas de un genio al que siguieron también en 1933 las grabaciones de Canalejas de Puerto Real (En el monte las noches oscuras) y El Niño de la Rosafina (A la reja donde tú te asomas), quedando labrados desde entonces los campanilleros en la sublime madera de las bulerías.

 

Pero no olvido el villancico, porque un año antes de los campanilleros de Manuel Torre sale a la luz el primer villancico flamenco en sentido estricto. El sello Regal publica en 1928 La Nochebuena de Vallejo, y un año después irrumpe, en Odeón, el Niño Gloria con sus bulerías Pastores que apastoráis, que incluye algún fragmento del romance de La Virgen y el ciego, y el de Cuando llegamos a Belén, así como en Regal saca a la luz su Nochebuena por bulerías. Los caminos se hicieron (1929), con lo que estamos ante los dos primeros cantaores en grabar un auténtico villancico flamenco, por más que los analistas tengan al jerezano como su más genuino creador, al punto que alcanzó popularidad y fama con el remoquete artístico del estribillo –Gloria al recién nacío– de este villancico, que, a fuer de sincero, no es jerezano sino un pliego de cordel que vendían los ciegos del siglo XVII y que mantiene el 3×4 característico del villancico folclórico o tradicional. No obstante, es el villancico de El Gloria el estilo que siguió la mayoría de los cantaores de su época, aunque cada cual aportando matices personales, e incluso llega a la escena en 1935 el espectáculo Las calles de Cádiz, de La Argentinita, en cuyo elenco figuraba El Gloria, donde se mostraba una estampa sobre la Navidad y se cantaban villancicos.

 

En 1940 brotan de los surcos la Alborada de villancicos, de la buena amiga La Niña de la Puebla. Y si dos años más tarde, Canalejas de Puerto Real nos sorprende con el romance de La Huida a Egipto (1942), Manuel Vallejo hace lo propio un año después con Tocan las zambombas (1943), estela que se alargó con los Villancicos de Triana, de Gracia de Triana (1945), la Aurora que Pepe Marchena grabó en Argentina (1945) y aquellos célebres villancicos de Pepe Pinto a los Reyes Magos, ya fuera por fandangos con recitados y bulerías (Vienen bajando por los caminos del cielo conocido por Noche de Reyes, 1946), o por fandangos con bulerías No me han traído juguetes (1953), sin olvidar su célebre fandango con rumba y recitado (A mí nadie me da un beso, 1955).

 

Pero no podemos omitir la extraordinaria Fiesta de Navidad. Por los balcones del cielo, de Pastora Pavón (1947), y en la misma década los Aires jerezanos navideños de Lola Flores (1947), que además los escenifica junto con Manolo Caracol en sus espectáculos de Zambra, y La Navideña, de Pilar López y su Ballet Español (1948).

 

Estos son los villancicos y campanilleros impresionados hasta la primera mitad del siglo pasado, composiciones que espero sirvan de guía al amigo lector de ExpoFlamenco y de los que extraigo cada temporada una selección que anime la Navidad. Pero lo hago para devolver a la vida las voces que resucitan a las figuras del Belén, y no para encontrar las voces perfectas, sino para escuchar más allá de las imperfecciones de este tiempo de Adviento.

 


De Écija, Sevilla. Escritor para el que la verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio. Entre otros, primer Premio Nacional de Periodismo a la Crítica Flamenca, por lo que me da igual que me linchen si a cambio garantizo mi libertad.

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