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La alegría profunda del flamenco

Por ello Clement Rosset, el filósofo de la alegría profunda, amaba tanto España, muchas cosas de España, y particularmente el flamenco. En él encontraba un claro ejemplo de esa alegría profunda que nace, pese a todas las miserias de la vida, de celebrar la realidad, el hecho de estar vivos.


El filósofo francés de origen español Clément Rosset evoca una significativa historia narrada en el célebre cómic, en concreto en la entrega de 1969 denominada Astérix en Hispania. Rosset, considerado, en un sentido hondo el filósofo de la alegría, francés, hijo de un exiliado republicano español, fue –murió hace unos pocos años– muy aficionado al flamenco. En España en general –adonde venía con frecuencia– y en el flamenco en particular, encontraba el pensador mucha de esa alegría profunda –trágica también– que él reivindicaba y que hacía soportable y digna de ser vivida la realidad, la vida misma.

 

En la historieta de Astérix citada, que ocurre en España, se mezclan la antigüedad lejana –la lucha de los galos contra los invasores romanos– con todos los tópicos españolistas. No olvidemos que el cómic, aunque narra esos tiempos lejanos, se publicó a finales de los años sesenta, es decir, cuando triunfa el eslogan turístico “España es diferente”, impulsado entonces por Fraga Iribarne, la llegada masiva de turistas extranjeros, mezclado con los tenaces tópicos españoles, como los toros y el flamenco. Y ya se sabe que a los franceses siempre les ha gustado parodiar y mofarse de los tópicos franquistas, y no tan franquistas.

 

Así, esa entrega del conocido cómic está repleta de fiestas (la Semana Santa de Sevilla también se describe como una fiesta), de oles, de flamenco, de toros y de sevillanas, de carreteras en mal estado y siempre en obras, y en fin, de todos los tópicos imaginables. Sin embargo, Clément Rosset se detiene en otro aspecto del tebeo. En esa entrega de Astérix, los galos, ya en Andalucía acompañando a su tierra a Pepe, personaje central de la obra, conocen a una tribu nómada de gitanos, que les piden que les acompañen porque van a celebrar una fiesta.

 

 

«Así que los gitanos del cómic francés tenían razón: lo que vamos a celebrar, señores galos, es una fiesta, aunque cantemos un canto triste. Pero en el fondo lo que hacen es borrar la soledad, la tristeza, y abrazar una alegría profunda que no nace necesariamente de un ambiente alegre sino de una profundidad radical: es alegría verdadera y jonda, la de estar juntos y la de estar arraigados en la realidad, en la tierra, que se pisa con firmeza»

 

 

¿Una fiesta?, se preguntan sorprendidos los galos. ¿A esto llaman los españoles una fiesta? Unos señores dando un ¡ay! tras otro con letras de lamento, casi llorando. Sin duda serían seguiriyas lo que cantaban. ¿Y a esto llaman estos gitanos celebrar una fiesta? Desde luego que sí, aquello era una fiesta, comenta Rosset, por extraño que parezca. Una fiesta no es necesariamente un acto para divertirse. Una fiesta –añado yo ahora– es una celebración.

 

Sí, el flamenco, en su acto más cabal, más sencillo o espontáneo, menos profesional, es una celebración. Y una celebración es una fiesta, pues no otro sentido tiene la fiesta que una convocatoria a la reunión, a estar juntos, incluso a lamerse las heridas juntos, y ello aunque se cante a la orfandad, a la pobreza, a la injusticia. Y entonces da igual que se cante por ‘fiesta’, tangos y bulerías, o que se cante al modo plañidero o por soleá, porque la soledad humana se da por asumida. Y cuando la reunión se produce, cuando el cante suena, la soledad desaparece. Y como decía un genial maestro mío, “salimos en la noche para estar juntos”. Para romper la tristeza, salimos al encuentro con la noche para celebrar la fiesta.

 

Así que los gitanos del cómic francés tenían razón: lo que vamos a celebrar, señores galos, es una fiesta, aunque cantemos un canto triste. Pero en el fondo lo que hacen es borrar la soledad, la tristeza, y abrazar una alegría profunda que no nace necesariamente de un ambiente alegre sino, sobre todo, de una profundidad radical: es alegría verdadera y jonda, la de estar juntos y la de estar arraigados en la realidad, en la tierra, que se pisa con firmeza. El espectáculo flamenco, como ya sabemos, es otra cosa. El espectáculo es espectáculo. El espectáculo no es siempre alegría, en el mejor de los casos es jolgorio, que es otra cosa. Por supuesto, está muy bien que los flamencos vivan de su arte, que lo muestren al público, pero ya estamos hablando de algo diferente.

 

Por ello Clement Rosset, el filósofo de la alegría profunda, amaba tanto España, muchas cosas de España, y particularmente el flamenco. En él, en el flamenco, encontraba un claro ejemplo de esa alegría profunda que nace, pese a todas las miserias de la vida, de celebrar la realidad, el hecho de estar vivos. Y después, sí, acabemos citando a Horacio: “Polvo y sombra somos”.

 


Doctor en Filosofía, profesor titular en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Murcia. Autor de una treintena de libros, entre ellos 'El Papa flamenco', 'El cojo de Málaga', 'Don Antonio Piñana, una voluntad flamenca', 'Chano Lobato, el duende, la gracia y los dones', 'Cafés cantantes' o 'El baile jondo, memoria de la belleza humana'. Fue director del Festival Internacional del Cante de las Minas de La Unión y actualmente dirige la Cumbre Flamenca de Murcia. Es columnista del diario La Verdad y crítico de flamenco en el diario El País.

1 COMMENT
  • Pedro Cordoba 14 febrero, 2024

    Mucha razón tienes mencionando a Clement Rosset, a quien poquísima gente conoce en España, incluso entre los filósofos y los aficionados al cante. También es verdad que en “Astérix en Hispanie” pone flamenco y jota sobre el mismo plan (me imagino que por eso de la “alegría”).

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