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La Paquera de Jerez, un exceso de placer

La Paquera fue distinta y original, una maestra que sabía utilizar las facultades propias para librarse de los condicionamientos que esclavizan al cante. El 26 de abril se cumplen veinte años de su adiós.


Pretender cerrar los ojos a los recuerdos es como querer eliminar el perfume que perdura. Ni el tiempo puede borrar los momentos duros o amargos, y menos aun cuando la justicia nos obliga a rescatar de la memoria a una cantaora singular, distinta a sus coetáneas y con unas condiciones musicales innegables.

 

Me refiero a La Paquera de Jerez, a la que llegué a conocer en profundidad gracias a mi buen amigo Rafael Gallego, que cada vez que lo visitaba a Rota se las apañaba para quedar con la genial jerezana, a la que además tuve el honor de presentar en multitud de ocasiones en los festivales de verano, llegando a tal grado de empatía y confianza que cuando acababa de exteriorizar mi admiración por ella, siempre me lo agradecía con la misma frase: “Martín, te voy a comer la lengua”. A la que yo replicaba: “Con Rafa, y un pescaíto en Rota”.

 

Pero mis recuerdos, aunque pertenezcan a la literatura privada, no me apartan de aquel 26 de abril de 2004. Estaba ingresada en la Clínica Asisa de Jerez desde finales de marzo a causa de una subida de glucosa, pero le sobrevino una trombosis que, tras afectarle al páncreas y otros órganos, le derivó a una insuficiencia cardiorrespiratoria.

 

La Paquera contaba con 69 años de edad y se despediría de esta tierra en la UCI de ese centro hospitalario para ingresar en el cielo de la historia. Hace de este suceso que les narro veinte años. Por la tarde fue trasladada hasta el Ayuntamiento de Jerez, donde, a las nueve de la noche, en el Salón de Plenos quedó instala la capilla ardiente que, rápidamente, se convirtió en un lugar de peregrinación para sus miles de seguidores y amigos, no en vano había conformado junto a Manuel Torre, don Antonio Chacón, Lola Flores y Rubichi una de las obras más logradas del barrio de San Miguel.

 

Para quienes correspondimos a su amistad con respeto y admiración insobornables, la sobrina del cantaor Alonso Méndez El Pili simboliza el valor femenino más sustancial de su generación, ya que fue creando un propio sello, un ritmo y una ordenación peculiar de los estilos que difícilmente hallaríamos en cantaoras anteriores o coetáneas.

 

 

«El vendaval de sus bulerías, en las que tejía sorprendentes imágenes de asombro y razón, a veces con una velocidad rítmica desconcertante, siempre con una hondura fascinante y rebelde, y expresadas con un lenguaje reverberante que emocionaba a todos por igual. No aceptar a ciegas esta primacía a los veinte años de su muerte es poco menos que nadar a contracorriente»

 

 

Nacida en la barriada jerezana de Cerro Fuerte el 20 de mayo de 1934, se inició como bailaora en 1948, en el cuadro de Sebastián Núñez, pero debutó como profesional del cante, con su potencial canoro inconfundible, el año 1955 en el I Festival de Primavera de Sevilla, junto a Manuel Vallejo, Antonio Mairena, Juan el Cuacua, Farruco y sus paisanos Terremoto de Jerez, Manuel Morao y Paco Laberinto, entre otros.

 

Si bien ya había grabado dos discos de gramófono de 78 rpm el año 1956 junto al maestro Morao, fue a partir de aquella actuación memorable cuando buscó en 1958 a un grupo de trabajo que la encumbraría a la gloria en el recién inaugurado sello Philips, tal que las guitarras de los hermanos Manuel y Juan Morao, las letras del poeta Antonio Gallardo Molina y las músicas del compositor Nicolás Sánchez Ortega.

 

Así inició La Paquera, pues, tanto su dilatada producción discográfica –22 singles de 45 rpm en solitario y dos compartidos con Sernita y Terremoto de Jerez, además de algo más de una docena de elepés a partir de 1963 conforman su obra–, como una carrera imparable que la llevaría a los tablaos madrileños –El Corral de la Morería y Torres Bermejas– y a ser reclamada y/o encabezar los más importantes espectáculos.

 

 

La Paquera de Jerez baila con Parrilla. Foto: Estela Zatania

 

 

En el decenio de los setenta, la artista logró con la singularidad de sus bulerías el Premio Niña de los Peines en el VI Concurso Nacional de Córdoba (1971), a partir del cual poseería los más importantes galardones del flamenco, siendo reconocida el 13 de octubre de 2003 con el XX Compás del Cante, galardón que tenía que haber recogido el 16 de abril en el Real Alcázar, de Sevilla. Aquel acto iba a ser histórico, ya que medio siglo después, La Paquera iba a recibir la admiración y el cariño de Sevilla por “su personalidad y trayectoria, sentido de la medida, intensa dedicación flamenca durante décadas como mujer flamenca y haber creado un sonido propio”, según expresó el jurado.

 

Ítem más. La Paquera había sido nominada candidata, junto con otros compañeros, para el Premio Príncipe de Asturias de las Artes 2004, pero mientras aguardábamos el resultado, el destino tampoco quiso que la ciudad que la encumbró con coletas a los pies de la Giralda pudiera darle de nuevo el respaldo popular. Una insuficiencia cardiorrespiratoria, provocada por el mal de los flamencos de su generación, la diabetes, apagó la voz de la reina de la bulería de Jerez.

 

 

«Fue el 20 de mayo de 2003 la última actuación que le recuerdo en Sevilla. Nos saludamos en los pasillos del Teatro Central (…) y, después de despedirnos con un beso porque nos conocíamos hacía más de treinta años, me repitió con retintín lo que tantas otras veces: ¡Que no digas más que soy caracolera!»

 

 

Fue el 20 de mayo de 2003 la última actuación que le recuerdo en Sevilla. Nos saludamos en los pasillos del Teatro Central, hablamos de su diabetes ante su hermano Pepe, su sobrina, La Chati, tan recordada, y el marido de ésta, Rafael el Agarráo, y, después de despedirnos con un beso porque nos conocíamos hacía más de treinta años, me repitió con retintín lo que tantas otras veces: “¡Que no digas más que soy caracolera!”.

 

Para La Paquera de Jerez, las huellas de Manolo Caracol no eran, obviamente, un propósito, sino una pasión que no tuvo que atravesar la aduana de la razón. Cantaba de pie, apoyada en el respaldo de la silla, y cada estilo que abordaba lo modelaba a su antojo, reconocible por su potencial canoro y por su tono expresivo, entre esperanzado y angustiado, por más que sus tientos o zambras, cantiñas, saetas, soleá por bulerías o fandangos, le bastaran para reclamar la atención de los públicos más diversos.

 

No obstante, fue por bulerías donde orientó su personalidad de cantaora histórica, donde impresionaba y rebosaba genialidad, y donde se erigía en reina indiscutible, al punto de formar una revolución que, a los 20 años de su adiós, persistimos en que reunió tanto una abundante muestra de variantes de Jerez como estilos propios que hoy siguen las generaciones subsiguientes.

 

Pero más allá de estas consideraciones, La Paquera fue distinta y original, una maestra que sabía utilizar las facultades propias para librarse de los condicionamientos que esclavizan al cante, estando la clave de su discurso en la forma de trazar el cante, capaz de romper una nota en diez octavas, y en el ardor indeclinable que ponía en todo lo que tocaba, lo que explica que a nadie dejara indiferente, virtud ésta que contribuía al sentido de urgencia e inevitabilidad que demanda lo muy jondo.

 

Este efecto estimulante que situaba al oyente al borde mismo del escalofrío es privativo de quienes son capaces de descargar una tormenta de flamenquería, arrasar con sus cantes, aprisionar al auditorio en un embudo de sensaciones placenteras, desplazar las emociones con violencia incluso y dejar los corazones de los aficionados devastados hasta el derrumbe.

 

Así era Paca, un tornado flamenco, desde el estruendo de la soleá por bulerías, similar al producido por un tren de mercancías, y el modo de intensificar los tientos, en los que manifestaba su maestría haciendo que las melodías de Mojama y Caracol se imbricaran en un diseño estructural muy singular, hasta los granizos que hacía caer con sus fandangos, donde los estilos de El Almendro, Manuel Torre, El Calzá y El Gloria aparecían cargados de una realidad tan reflexiva que satisfacía los sentidos excitados.

 

Pero el tesoro inagotable de su pujanza cantaora lo evidenciaba, insisto, con el vendaval de sus bulerías, en las que tejía sorprendentes imágenes de asombro y razón, a veces con una velocidad rítmica desconcertante, siempre con una hondura fascinante y rebelde, y expresadas con un lenguaje reverberante que emocionaba a todos por igual. No aceptar a ciegas esta primacía a los veinte años de su muerte es poco menos que nadar a contracorriente, alterar el marco natural del curso de la historia flamenca o negar la existencia de un vendaval que estuvo medio siglo ofreciendo al mundo un exceso de placer.

 

 

→  Ver aquí todos los artículos de opinión de Manuel Martín Martín en Expoflamenco

 

 

 


De Écija, Sevilla. Escritor para el que la verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio. Entre otros, primer Premio Nacional de Periodismo a la Crítica Flamenca, por lo que me da igual que me linchen si a cambio garantizo mi libertad.

2 COMMENTS
  • Marga 14 abril, 2024

    La Paquera de Jerez es hija de Antonio Méndez Heredia. El Pili es su tío. Un saludo.

    • Manuel Martín Martín 14 abril, 2024

      Es cierto. Ha sido un lapsus.

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