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La tradición frente al irracionalismo

Los que abominan de la cultura heredada por el hecho de ser legado de la tradición, ¿repudiarían la catedral de Sevilla o de Málaga, el tajo de Ronda, la Alcazaba de Almería, la Mezquita de Córdoba, la Puerta Tierra gaditana o la Alhambra granadina porque nos llegan con la tradición?


La visión grotesca y esperpéntica que en los últimos días se viene dando sobre lo jondo me hace proclamar que desgastar el flamenco ‘strictu sensu’ como nuestra más preciada seña de identidad es desvanecer Andalucía. Manipularlo es querer castrar a Andalucía. Enterrarlo es pretender sepultar a Andalucía. Por el contrario, cuidarlo, nutrirlo y proyectarlo es darle legitimidad histórica. Así, sin más.

 

Aclarado este punto, si el contenido de la tradición es cultural y se compone de una explicación de la realidad y de un conjunto de pautas de comportamiento, la tradición no es un problema a eliminar en el flamenco, como esos trepas que mojan pan en todas las salsas quieren hacernos creer, sino un sistema de soluciones a las interrogantes que el mundo plantea a los individuos y a los grupos, es decir, un conjunto de remedios que los seres racionales objetivan y sistematizan para trasmitirlo a generaciones venideras. Es, pues, el fundamento del progreso humano, y lo que distingue a Andalucía de todas las demás regiones del mundo.

 

Gracias a la tradición, las futuras generaciones no han de empezar desde la nada cultural como Adán y Eva, sino desde niveles que se acumulan a un creciente patrimonio cultural que cada nacido ha de ir adoptando como una prótesis que, a la postre, será quien potencie sus posibilidades.

 

La tradición así vista presenta, pues, dos aspectos que son irrefutables. Por un lado, que puede transmitir errores, flaqueza que a priori parece inevitable porque muchos de sus conocimientos nos llegan a través de la transmisión oral, lo que necesariamente implica verdades parciales y equivocaciones. Pero tal condición, que es perfectible porque induce a la revisión constante por parte de los investigadores, no es deficiencia, sino potencialidad y estímulo, sobre todo para quienes consideramos que el genuino tradicionalismo del flamenco no es estático, sino dinámico. De ello infiero que la tradición flamenca no es conservadora, es siempre creadora, como indica la misma etimología del término (‘tradere’, en latín, entregar, transmitir). Y lo que hay que hacer es repensar la tradición a fin de conocer mejor la realidad, de por sí inagotable.

 

 

«Desgastar el flamenco ‘strictu sensu’ como nuestra más preciada seña de identidad es desvanecer Andalucía. Manipularlo es querer castrar a Andalucía. Enterrarlo es pretender sepultar a Andalucía. Por el contrario, cuidarlo, nutrirlo y proyectarlo es darle legitimidad histórica. Así, sin más»

 

 

El otro aspecto controvertible que señalaba con anterioridad es que, sin ir más lejos, la humanidad se encuentra con tradiciones que en algunas dimensiones no son sólo diferentes, sino incompatibles, como es el caso del hip-hop, el rap, el son cubano, el reggae o el jazz, de quienes se han hecho funcionarios a base de pedir subvenciones, flamenquitos que dejan en juego el principio de la contradicción y las puertas abiertas a la confrontación, y que cuando no son simples concurrencias de intereses económicos, son conflictos alimentados por los seguidores de los artistas, peligros que nunca se resolverán por la dejadez política o por el voluntarismo de las mayorías, sino por el ejercicio de la razón práctica, que es el instrumento de mayor validez universal.

 

Quiero explicar con ello que sólo la refutación lógica o la empírica pueden justificar el repudio de una tradición, jamás el arbitrio o la desvirtuación. Pero claro, vivimos desde el decenio de los ochenta del pasado siglo la moda de ser antitradicional en todo, de aprovechar cualquier ocasión para apartarse de la norma. Es el inconformismo de los conformistas, esto es, esa actitud que se ha convertido en una pose dogmática, desprestigiar o atacar lo que de cualquier forma pueda parecer tradicional, cuando, a ‘sensu’ contrario, es reaccionario simplemente lo que es tradicional.

 

Estos individuos que levantaron por entonces el estandarte en Madrid y que luego emporcaron con sus infamias a los que tenemos la suerte de desarrollar nuestro ejercicio profesional desde la independencia, quieren prescindir de la tradición buscando el titanismo técnico y la originalidad, como si ser original equivaliese a ser creador. Original es, a su manera, un orate; vamos, un chiflado. Los griegos llamaban idiota (‘idiotés’) al que se comportaba de una manera muy particular, tan individual que parece privada de sentido común.

 

Mas lo peor de este grave asunto es que todo ello va unido a la pérdida del sentido de la realidad, lo que además facilita un público no menos perdido que opina sin causa, para asombrarse, así mismo, justamente de lo que desconoce. Un público que calla y otorga, nada crítico, que se pliega ante quienes a diario inventan un mundo imaginario de divos, figuras atrayentes en un ‘Flamenco Light’ que, tiranizado por estúpidos copleros, está administrado por cómicos del más depravado gusto y sostenido por una plebe insolente y necia que sólo se alimenta de falacias, afrentas y disparates.

 

 

«Lo grave es que todo lo que no es tradición es primitivismo, es empezar la historia desde casi cero. Es la renuncia a la historia de Andalucía como matriz de la prótesis cultural del Flamenco. Es, en definitiva, irracionalismo rampante»

 

 

Buena parte de nuestros jóvenes, por mor del analfabetismo político y de los responsables de no pocos medios de comunicación, parecen no saber que lo que hoy el mercantilismo llama flamenco de vanguardia y flamenco en sentido estricto son caras de distintos poliedros, por lo que han de plantearse la necesidad de reconocerse en una tradición, y no sólo reconocerse, sino también incorporarse a una tradición, ya que las posibilidades de trabajar con los elementos que esa tradición brinda favorece las alternativas creativas del artista flamenco y reconfigura su situación frente a la historia del género.

 

En tal sentido, a los que abominan de la cultura heredada por el hecho de ser legado de la tradición, o bien ocultan sus carencias porque ignoran el vademécum del flamenco, o actúan irracionalmente, les pregunto. ¿Repudiarían la catedral de Sevilla o de Málaga, el tajo de Ronda, la Alcazaba de Almería, la Mezquita de Córdoba, la Puerta Tierra gaditana o la Alhambra granadina porque nos llegan con la tradición? ¿Rechazaríamos todos los saberes porque son el saldo de una perfeccionada tradición milenaria?

 

Por supuesto que no. Hay que ser serios, coherentes, y adquirir un compromiso con lo heredado. Nadie empieza con sus propias ideas, y el progreso de una civilización depende de la tradición. Al margen de la tradición, no hay progreso, sino regresión. Y diré más: lo que aproxima al hombre a la realidad y lo inserta en ella apartándole del ocasionalismo es la tradición, cuyo rechazo lo aleja, en cambio, de lo real. Sin sentido de la realidad no hay libertad, porque en el atenerse a la realidad estriba la responsabilidad del hombre libre. Lo dejó bien claro Rousseau: “No hay sujeción más perfecta que la que conserva la apariencia de libertad”. Lo que explica que el argumento más contundente y eficaz de la demagogia totalitaria sea el de que la libertad consiste en la evasión de la realidad hacia lo abstracto, en la transgresión de las formas de tradición.

 

Se equivocan, pero que no crean que nos equivocan. Decía Eugenio d’Ors que todo lo que no es tradición es plagio. De acuerdo, pero eso no es lo peor. Lo grave es que todo lo que no es tradición es primitivismo, es empezar la historia desde casi cero. Es la renuncia a la historia de Andalucía como matriz de la prótesis cultural del Flamenco. Es, en definitiva, irracionalismo rampante, un absurdo que me obliga a enfrentarme a la banalidad de la vida porque no me gusta mezclarme con el rebaño que todo lo aplaude, y que me hace proclamar que no hay mayor virtud satisfecha para un flamenco que liberarse de los vínculos que hoy impone la tutela, denunciar la vaciedad del lenguaje y apartarse de la sombría intoxicación. El miedo, señoras y señores, es oscuro como el futuro, así que lucha y entra en tus raíces. Hay más luz dentro.

 

 

→  Ver aquí todos los artículos de opinión de Manuel Martín Martín en Expoflamenco

 

 

 


De Écija, Sevilla. Escritor para el que la verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio. Entre otros, primer Premio Nacional de Periodismo a la Crítica Flamenca, por lo que me da igual que me linchen si a cambio garantizo mi libertad.

4 COMMENTS
  • Francisco en París 18 octubre, 2022

    Gracias señor Martín por estar siempre en primera línea y no acusar el desgaste.

    Hace tiempo encontré este fragmento de Antonio Machado a través de su personaje Juan de Mairena el cual salvando las distancias pareciera que está escrito para el tema. Siempre con respeto a las propuestas serias evidentemente.

    Cito:
    Nada os importe —decía Juan de Mairena— ser inactuales, ni decir lo que
    vosotros pensáis que debió decirse hace veinte años; porque eso será, acaso,
    lo que puede decirse dentro de otros veinte. Y si aspiráis a la originalidad,
    huid de los novedosos, de los noveleros y de los arbitristas de toda laya. De
    cada diez novedades que pretenden descubrirnos, nueve son tonterías. La
    décima y última, que no es una necedad, resulta a última hora que tampoco es nueva
    Antonio Machado

    • Manuel Martín Martín 21 octubre, 2022

      Gracias a lectores como tú, que sois los que alimentáis de vida la predisposición del critico a no desfallecer.

  • José Martín Juárez 20 octubre, 2022

    Gracias por mantenerse en la lucha.
    A usted y a Manuel Bohórquez los sigo hace años.
    Me inicié tarde en el flamenco, y cada vez me gusta más el clásico: cantaor y guitarrista. Sin artificios.

    • Manuel Martín Martín 21 octubre, 2022

      Agradecido por el animo insuflado. Sin artistas no existiría la evolución, pero sin lectores no existiría el arte.

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