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Un brindis por Cañizares

El guitarrista de Sabadell acaba de conquistar el Premio Nacional de Música en la modalidad de interpretación. Un galardón más que merecido por su impecable trayectoria, y que es también –y sobre todo– para la guitarra flamenca.


Lo recuerdo como si fuera ayer. Fue en el Candela de Madrid, en plenos años 90, bien entrada la madrugada y con algunos vinos en el cuerpo. De pronto, empezó a sonar una música maravillosa. Adoraba pasar las noches en el Candela, más que por la frecuente presencia de caras conocidas, por la compañía de su dueño, Miguel, y por la cantidad de discos que descubríamos en un tiempo en que no existía Youtube ni Spotify. ¡Cuántas veces, después de una noche de fiesta, no fui corriendo al día siguiente a comprarme lo que había escuchado allí! Aquella vez no fue una excepción. Quería saber quién había detrás de aquella guitarra luminosa, flamígera y bellísima, que sonaba por los altavoces. “Es Cañizares”, me informó Miguel. Unas horas después tenía en mi poder Noches de imán y luna.

 

Me vino a la cabeza aquella noche de Lavapiés cuando supe, cuatro días atrás, que el Premio Nacional de Música había recaído sobre el artista catalán, de Sabadell como mi querido Duquende. Algo tendrá la telita de allá, para dar tan buen paño. Lo cierto es que brindé por él, por su trayectoria impecable, por su altísima exigencia técnica y su exquisito cuidado en todo lo que hace. Pero confieso que me sorprendió no ver compartida mi alegría en los medios y las redes flamencas, donde la noticia ha pasado casi desapercibida. Estas breves líneas quieren contribuir a reparar ese silencio, en parte por una cuestión de justicia elemental, pero también porque, aunque Cañizares ha tocado muchos palos diferentes, el premio es también –y sobre todo– para la guitarra flamenca.

 

Un galardón, me permito recordarlo, que han ganado con anterioridad nombres como Andrés Segovia, Narciso Yepes, Alicia de Larrocha, Jordi Savall, Rosa Torres-Pardo, Javier Perianes, Joaquín Achúcarro, Teresa Berganza o la Orquesta Barroca de Sevilla, y sí, también un guitarrista jondo: el llorado Manolo Sanlúcar. Hablamos en todo caso de la élite musical española, sin etiquetas. De un reconocimiento a la excelencia y a la aportación al caudal sonoro de nuestra tradición. Y ahí están ya, para siempre, las seis cuerdas de Cañizares.

 

 

«Confieso que me gusta de todas las maneras, del derecho y del revés, ortodoxo y herético, excesivo y contenido. Pero su lealtad al flamenco le honra. Por todo ello, alzo mi copa por Juan Manuel Cañizares, por los músicos libres, por Sabadell, por la guitarra jonda»

 

 

No es este el espacio para analizar con detenimiento el legado de nuestro artista, tarea en la que, además, otros compañeros de Expoflamenco podrían exhibir una mayor competencia. Me limitaré a recordar que el año pasado se cumplieron 40 desde que un chaval de 16 años recorriera la vieja piel de toro, de norte a sur, para conquistar el Certamen Nacional de Guitarra de Jerez. Que poco tiempo después, los modernos flipaban (antes de que se popularizara el término flipar) viéndolo reforzar el aire flamencoide con que jugaba el dúo pop El Último de la Fila. Que el guitarrista terminó de echar los dientes a la sombra de Paco de Lucía, y que seguramente fue el de Algeciras el que le metió en el cuerpo el bendito demonio del clasicismo, de Rodrigo y su Concierto de Aranjuez a Albéniz.

 

Cuando lo he entrevistado y ha salido el nombre del Inmortal, siempre me ha conmovido el modo cariñoso y admirativo con que se refería a él. Claro que de Paco seguramente aprendió el estoicismo con que un guitarrista flamenco debía prepararse en España para enfrentarse a la incomprensión del respetable. Como Paco, recuerdo una noche en un pueblo de Madrid, en compañía de Félix Grande y Paquita Aguirre, en que después de un buen rato de alardes técnicos se oyó una voz cruel entre el público, casi musitando: “Juan Manuel, ¿cuándo vas a tocar un poquito de flamenco…?”.

 

Creo que el músico, que es persona antes que artista y sabe a quién se debe, lo entendió. Años después, en una conversación en la Bienal de Sevilla, me contaba que su búsqueda se dirigía hacia “esa simplicidad difícil de encontrar, la del menos es más. Si toco una soleá durante dos minutos y nadie la reconoce, significa que estoy perdiendo el carácter flamenco”. Yo confieso que me gusta Cañizares de todas las maneras, del derecho y del revés, ortodoxo y herético, excesivo y contenido. Pero su lealtad al flamenco, la música de sus amores por muchas excursiones que haga fuera de sus fronteras –la lista de sus colaboraciones es tan amplia que acabamos antes si decimos con quién no ha tocado–, le honra sin duda.

 

Por todo ello, alzo mi copa por Juan Manuel Cañizares, por los músicos libres, por Sabadell, por la guitarra jonda.  

 

      


Un pie en Cádiz y otro en Sevilla. Un cuarto de siglo de periodismo cultural, y contando. Por amor al arte, al fin del mundo.

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