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Una giornata particolare con Bonela y Caporali

La extraña aleación de cante jondo con órgano barroco sin-e-cos-fla-men-cos nos deja a todos fuera de juego. Lo que las máquinas registraron aquella calurosa noche de agosto en la Catedral de Málaga con Bonela y Fausto Caporali «es» flamenco.


5 de agosto de 2020. Vienen cuatro amigos desde Barcelona, tres de ellos huyeron hace años del paraíso cubano para venir a caer –por motivos diversos– en el oasis catalán. Quieren pasar unos días en el sur para sentirse sin pesos que les opriman. Cenamos juntos.

6 de agosto. Amanece el típico día de calor malagueño. Vamos al museo ruso a ver la exposición de Tarkovsky (Jorge Ferrer, de nuestra comitiva, ha traducido del ruso el catálogo) y después hacemos un recorrido por toda la Axarquía, esplendorosa de viñas en sazón. Comida en Cajiz y copas en la capital. Todo perfecto. Ese mediodía, mientras cumplía gustoso mis funciones de cicerone en Benaque y Macharaviaya (de donde eran Salvador Rueda y los Gálvez, los de Galveston), me llamó el técnico de sonido Antonio Romero, del estudio Romero Music, para que me acercase por la noche a la Catedral. Iba Bonela al templo a grabar una saeta para un disco de la Asociación de Cofradías y, ya que estaba allí, probar cómo sonaba una malagueña con Antonio del Pino al órgano, que ya traía algunas ideas de cómo acompañar ese cante. Andamos pergeñando un disco de Bonela, cantaor que está actualmente en un momento tan dulce como las uvas moscatel, y habíamos pensado en la posibilidad de incluir un cante con órgano. Pero ¡oh casualidad!, esa jornada se encuentra allí el prestigioso Fausto Caporali, profesor de órgano y canto gregoriano en el Conservatorio de Turín y organista titular de la Catedral de Cremona, la patria chica de Antonio Stradivari. Ha venido para grabar composiciones propias con uno de los dos órganos de la Catedral de Málaga, de los que está prendado (son de 1781 y 1782). Todo esto me lo dice Romero por teléfono y le pregunto si puedo ir con unos amigos. La respuesta es afirmativa. Es una ocasión de oro para visitar el templo principal de la ciudad sin nadie, que es la única manera de ver bien las cosas, lo demás es turismo de rebaño. Llegamos alrededor de las diez de la noche y dentro hacía tremenda calor de piedra recalentada.

 

«¿Cómo se convierte en flamenco algo que no lo es? El flamenco viene a ser la música que les sale de forma espontánea a los flamencos. Lo que nos lleva a concluir que en el cante lo esencial no es el qué se canta, sino el cómo se canta»

 

Habíamos acordado semanas atrás que Bonela ensayara unas malagueñas acompañadas por Antonio del Pino, organista segundo de la Catedral y director del coro de la misma. Pero hubo cambio de timón ese 6 de agosto: Del Pino pensó –con acierto y generosidad– que podríamos aprovechar el paso de Caporali por Málaga para juntar la voz de Bonela con el órgano de un maestro de música que carece del más remoto conocimiento de flamenco. Si la cosa no cuajaba siempre lo teníamos a él a mano. Mis cuatro amigos más dos que avisé y mi hija estaban abajo, en la fastuosa sillería del coro, siguiendo todos los movimientos y preparativos, y enterándose de la misa la media, nunca mejor dicho.

 

Fausto Caporali, en el órgano de la Catedral de Málaga. Fotografía de Antonio del Pino

 

Entramos en acción. Bonela le canta a Caporali por malagueñas para que se oriente. El gran maestro toma nota mental de los tonos y ambos se lanzan al vacío sin red. El cantaor interpreta una hermosa malagueña de la nunca bien ponderada Paca Aguilera seguida del verdial bravío de Juan Breva. La extraña aleación de cante jondo con órgano barroco sin-e-cos-fla-men-cos nos deja a todos fuera de juego. Tan grande es el dominio que Bonela tiene del cante por malagueñas –lo lleva escuchando desde antes de nacer– que no se ha desviado lo más mínimo pese a tener un acompañamiento tan infrecuente. Caporali está impresionado. Todos nosotros también. De súbito, Caporali toma una libreta y escribe un texto en latín de la cuarta estación del viacrucis para que lo cante como le dé la gana. Así, a bocajarro. Antonio del Pino sirve de traductor para explicarle las intenciones musicales del maestro. Tras la inevitable sorpresa, el cantaor acepta el reto y se pone a cavilar cómo encarar la faena. Con una mano sujeta el papel y con un dedo de la otra se tapa el oído para rebuscarse. Tras cinco minutos dice: «Creo que lo tengo: vamos maestro». Yo le sirvo de atril sujetando el papel, a pocos metros del órgano frente al cual está Caporali.

 

«El resultado fue sobrecogedor. Que un cantaor sea capaz de darle entonaciones jondas a un texto latino acompañado por un órgano barroco dice mucho de él. Y del flamenco, ¡caramba!»

 

Antonio Romero con toda su ciencia –que es mucha– coloca bien los micros, pone a punto los aparatos de grabar y empieza a sonar majestuosa la introducción del maestro italiano. A los 2 minutos y 54 segundos, Bonela templa la voz y entra a portagayola, improvisando inflexiones vocales basadas en el texto. El resultado fue sobrecogedor. Que un cantaor sea capaz de darle entonaciones jondas a un texto latino acompañado por un órgano barroco dice mucho de él. Y del flamenco, ¡caramba! Caporali quedó muy satisfecho de la pieza y le solicitó su consentimiento para incluirla en su disco. Nosotros les hemos pedido permiso a los dos para que podamos disponer de los audios en ExpoFlamenco. La afición puede ahora disfrutar de ambas grabaciones.

Hay que escuchar muchas seguiriyas de Manuel Torre y Agujetas, muchas soleares de Tomás y Fernanda, muchas bulerías de Gaspar de Utrera y del Chino, y malagueñas de Chacón y Juan Breva, y tarantas del Cojo, de Pastora, de Marchena, y conocer bien la obra de Mairena y Caracol, de Fosforito y Lebrijano, de Camarón y de Morente, etc., etc., para poder crear luego con cimientos firmes. El corpus musical del cante es de una inmensidad inabarcable en la que hay que saber navegar con una brújula bien calibrada. Una soleá es una soleá y está dentro del canon. No hay ninguna duda en ello. Pero ¿cómo se convierte en flamenco algo que no lo es? Habría que recurrir casi a una tautología: el flamenco viene a ser la música que les sale de forma espontánea a los flamencos. Lo que nos lleva a concluir que en el cante –que, no lo olvidemos, es el núcleo duro del flamenco– lo esencial no es el «qué» se canta sino el «cómo» se canta. Con estas palabras casi atropelladas solo quiero decir que lo que las máquinas registraron aquella calurosa noche de agosto en la Catedral de Málaga, señoras y señores, «es» flamenco y demuestra sin ambages que este el momento de Bonela. No se lo pierdan. Luego dirán que no les avisé.

Imagen superior: Bonela cantando en la Catedral de Málaga. Fotografía de Gaby Rodrigo

 

Fausto Caporali al órgano y Bonela al cante. Malagueña de Paca Aguilera y verdial de Juan Breva. Grabación de Romero Music.
Fausto Caporali al órgano y Bonela al cante. Cuarta estación del viacrucis. Grabación de Romero Music.

 

Victoria Soler, Marlene Rodríguez, Jorge Ferrer, Marta Sugrañes, Juan Abreu, Francisco Torres y Eduardo Jiménez, en el coro de la Catedral de Málaga. Fotografía de Ramón Soler Díaz

 

Detalle del órgano de la Catedral de Málaga. Fotografía de Ramón Soler Díaz

 

Antonio del Pino, Bonela y Antonio Romero observan a Fausto Caporali. Órgano de la Catedral de Málaga. Fotografía de Eduardo Jiménez Urdiales

 


Ramón Soler Díaz (Málaga, 1966) es profesor de Matemáticas e investigador de Flamenco. Con estos antecedentes penales lo mismo se sale por la tangente que te sale por peteneras, por eso ha publicado varios libros sobre flamenco y lírica tradicional.

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