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¿Mató el carnaval a la estrella del flamenco?

El arte jondo tiene largas deudas y profundas conexiones con la fiesta gaditana, cuyas coplas incorporaron a su repertorio algunos de los más grandes intérpretes. Pero el auge del Carnaval amenaza con fagocitar a la cantera de cantaores y tocaores de esta provincia.


Además de la célebre inventiva y el buen humor, una de las cosas que más sorprenden al visitante en los días de Carnaval es la cantidad de gente que, tanto en la capital gaditana como en su provincia, sabe cantar con buena afinación y tocar la guitarra. Son muchos cientos, miles, los aficionados que en estas fechas integran chirigotas, comparsas y coros, a menudo haciendo gala de unas cualidades vocales extraordinarias o de una técnica considerable.

 

Carnaval y flamenco son dos formas musicales que algunos han querido enfrentadas, pero que históricamente han ido de la mano. Las aportaciones de estudiosos como Javier Osuna son concluyentes en este aspecto, y desde luego no seré yo quien ose rebatirlas: empezando por la deuda del arte jondo con el carnaval por el “préstamo” de su tango, hasta la presencia de coplas carnavalescas en los repertorios de figuras como Marchena, Mairena, Pericón, Manolo Vargas, Chano Lobato, Selu de Cádiz o Mariana Cornejo, pasando por la participación en diversas agrupaciones de nombres como Espeleta, Joaquín el de la Paula, Camarón o Juan Villar, hablamos de verdaderos vasos comunicantes que se han enriquecido mutuamente a lo largo de los tiempos.    

 

Pero el Carnaval dura solo unas semanas. Unos pocos meses, si contamos los ensayos. De tan formidable cantera cabría esperar, siquiera indirectamente y por una mera cuestión estadística, que alimentara el censo gaditano de cantaores y tocaores flamencos, pero eso es algo que sucede muy raramente. El caso de David Palomar, cantaor gaditano con una larga experiencia como comparsista, podría ser la excepción que confirma la regla. Pero, ¿dónde están los demás, las demás?

 

 

«Como aquella historia del vídeo y la radio, el carnaval amenaza matar a la estrella del flamenco por la vía de desviar vocaciones. O tal vez convenga no dramatizar tanto: que los vientos carnavalescos sean tan favorables es una buena noticia para la música en general y para Cádiz en particular»

 

 

El porqué de esta aparente desconexión habría que buscarlo en la deriva reciente de ambos fenómenos, y en las distintas exigencias de uno y otro. El carnaval es una música hospitalaria, que no impone grandes sacrificios en sus ceremonias de iniciación. Toma forma a menudo al calor de la amistad y la guasa, y su condición coral diluye, o al menos distribuye, la responsabilidad de los intérpretes. Aunque hay agrupaciones a un nivel impresionante, en el concurso del Gran Teatro Falla, el templo de la fiesta, se dejan oír a menudo otras por debajo del nivel amateur incluso, apenas castigadas por la indiferencia del respetable.

 

El cante flamenco, en cambio, es una disciplina enormemente severa. No hay quien, en su sano juicio, se atreva a subir al tablao de una asociación de vecinos sin sentir la obligación de poseer un conocimiento previo y un control vocal más o menos firme. No ya para triunfar, sino para interpretar simplemente una soleá, una seguiriya, unos tangos y unas bulerías, se necesitan años de estudio –si no se tiene la suerte de haber crecido en el caldo de cultivo flamenco– y muchas, muchas horas de concienzuda escucha y preparación.

 

La diferencia es aún más abismal en el caso de la guitarra. Aunque el toque, sobre todo en comparsas, ha venido sofisticándose notablemente en los últimos años, no hay comparación posible con la esclavitud que supone ensayar las siete u ocho horas diarias que reclama la sonanta flamenca. Tanto en tiempo como en esfuerzo físico, un guitarrista jondo es, en esencia, un deportista de élite.

 

Y eso solo para alcanzar un nivel aceptable, para entrar en el montón: luego tendrás que subir al escenario y, además, ser impecable, y tener algo que decir, un sello propio, y cuidado con no estar a la altura: un crítico como el que suscribe, cómodamente instalado en su butaca, te puede poner a caer de un burro sin tener en cuenta todos los sacrificios que has hecho antes. Así de injusto es este arte; quizá lo sean todas las artes, pero sobre todo las que se ejecutan en directo, en el aquí y ahora, donde la gloria o el fracaso se dirimen a veces en márgenes estrechísimos. Por cada músico como el isleño Jesús Guerrero, por citar un nombre reciente de brillo indiscutible, hay muchos cientos de sueños naufragados.   

 

 

«Si uno cantara medio bien o se defendiera con la guitarra, se lo pensaría dos veces a la hora de elegir entre el carnaval y el flamenco. Sin quitar mérito a los carnavaleros, es la diferencia entre adoptar una afición o ingresar en un sacerdocio»

         

 

Bueno, se dirá, también están el reconocimiento popular, la fama, el dinero. Lo curioso es que, en las dos últimas décadas, el Carnaval de Cádiz ha acabado adquiriendo un predicamento tal que sus protagonistas más notables se han convertido en verdaderas estrellas. Participar de la fiesta no solo es divertido, ahora también es rentable y pone la autoestima por las nubes. ¿Quién no prefiere llegar a todo eso por el camino más corto?                

 

En efecto, si uno cantara medio bien o se defendiera con la guitarra, se lo pensaría dos veces a la hora de elegir entre el carnaval y el flamenco. Sin quitar mérito a los carnavaleros, es la diferencia entre adoptar una afición (de la que, además, uno puede salirse cuando quiera) o ingresar en un sacerdocio.

 

Todo ello podría llevarnos a la idea de que, como aquella historia del vídeo y la radio, el carnaval amenaza matar a la estrella del flamenco, por la vía de, digámoslo así, desviar vocaciones. O tal vez convenga no dramatizar tanto: que los vientos carnavalescos sean tan favorables es una buena noticia para la música en general y para Cádiz en particular, que va a seguir siendo, por mucho tiempo, la ciudad más cantada del mundo. Y en cuanto al flamenco, confiemos en que siga siendo un imán poderoso para las nuevas generaciones. Que haya muchos chavales y chavalas con Martínez Ares y Camarón conviviendo en las listas de reproducción de sus teléfonos. Y que un buen día, quién sabe, empiecen a entornar por alegrías…

 

Imagen superior: Carnaval de Cádiz – Foto: Andrés Torreadrado – RTVA

              


Un pie en Cádiz y otro en Sevilla. Un cuarto de siglo de periodismo cultural, y contando. Por amor al arte, al fin del mundo.

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