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Patricia Guerrero a través del espejo

La bailaora granadina Patricia Guerrero, Premio Nacional de Danza del año pasado, presenta en la Bienal de Sevilla su ‘Deliranza’, una suerte de ‘Alicia’ de Lewis Carroll en versión flamenca llena de fuerza y riesgos, pero que podría haber redondeado mejor.


Hay espectáculos a los que uno va más animado que a otros. Y a un estreno de Patricia Guerrero, a quien la Bienal de Sevilla ha visto crecer hasta convertirse en toda una Premio Nacional de Danza, se va siempre esperando lo mejor. La granadina se halla en un momento dulce de su carrera, y no solo por el citado galardón: está llena de energía, de arrojo y de ambición, empezando por ponerse al frente de una compañía con siete bailarines y cinco músicos.

 

Así se presentó en el Teatro de la Maestranza con Deliranza, su nueva propuesta. Aparece en escena, sola, nada más abrirse el telón: parece estar ensayando movimientos, el agotamiento la vence y entra en el ámbito de la ensoñación. Según especifica el programa, como una Alicia de Lewis Carroll en versión jonda. El público se acomoda en sus butacas. Veamos qué hay al otro lado del espejo.

 

Lo primero que sale al paso es el paisaje musical: poderoso, minimalista, obsesivo, estimulante. Todos estos adjetivos vienen a la mente mientras discurren las primeras escenas. El flamenco está ahí, reconocible en sus parámetros rítmicos y armónicos, pero se juega a difuminarlo, a hacer de él más una sugerencia que un discurso, pues de éste va a encargarse el baile. Por un momento, parece que el sonido es enlatado, hasta que aparecen las sombras de los músicos proyectadas en alto, como si habitaran una pantalla de cine.

 

Al otro lado del espejo, la Patricia Guerrero exhausta del principio se convierte en lo que es, una fuerza de la naturaleza. Ejecuta movimientos propios de un flamenco silvestre y ancestral, otros que recuerdan a algunos compañeros de la vanguardia actual del baile, y otros que no se han visto nunca antes. No se trata solo de una enorme intérprete, sino de una creadora inquieta, que quiere dejar huella en este arte y le sobran ideas para lograrlo.

 

 

«Patricia Guerrero se convierte en una fuerza de la naturaleza. Ejecuta movimientos propios de un flamenco silvestre y ancestral. No es solo de una enorme intérprete, sino una creadora inquieta, que quiere dejar huella en este arte y le sobran ideas para lograrlo»

 

 

No está sola en el sueño. Poco a poco el escenario se va poblando de figuras de negro, como negativos de la bailaora. Primero al fondo, como sombras, luego invadiendo todo el espacio y dialogando con la protagonista bajo extrañas apariencias.

 

Prevalecen dos elementos: la oscuridad, que nos escatima a esa Patricia Guerrero sonriente y comunicativa de otros montajes, y la intensidad. El espectáculo no solo es propio de atletas olímpicos, sino también de bailaores en constante evolución, que no permiten un parpadeo. Las imágenes, de una lógica descoyuntada pero sin caer en las ocurrencias grotescas que se ven de vez en cuando por ahí, muestran bastones haciendo equilibrio sobre las cabezas, sombreros que son máscaras, palillos rumorosos y abanicos, un singular cortejo fúnebre…

 

Los bailarines repiten motivos recurrentes, saltos, carreras que apenas avanzan, como las de los bailarines de claqué; y siguen desarrollando un trabajo coreográfico excepcional, que no hace ascos a los recursos de la danza contemporánea, y hasta guiña en algún momento a Michael Jackson. En cuanto a los músicos, columbrados allá arriba, van desgranando piezas en las que el respetable identifica una soleá, unos tangos, una mariana o unas bulerías, pero también el Bibidi Babidi Bú de La Cenicienta de Disney. La guitarra siempre inspirada de Dani de Morón suena a ratos con acordes casi rockeros, otras a jazz actual, sin perder nunca del todo el norte jondo.

 

Todos estos apuntes pueden sugerir, así enumerados, una extravagancia. Y sin embargo, durante una hora larga, Deliranza funciona, incluso resulta arrebatadora en su despliegue de vigor y fantasía. Pero hacia el último tramo, la magia amenaza desvanecerse. Uno empieza a tener la sensación de que ya ha visto lo que se le ofrece, de que el conjunto pierde fuelle, de que Guerrero se ausenta demasiado tiempo del escenario y el interés decae. De que tal vez se ha subido demasiado al principio y es muy difícil cerrar a esa altura.

 

De hecho, la obra acaba como empieza, con la bailaora a solas en su traje amarillo, pero resulta una escena casi retórica. A esas alturas, a pesar de la entrega de Patricia y su gente, de sus hallazgos y sus riesgos, y de dejar claro una vez más por qué está en lo más alto, el sueño de los espectadores era aquel del que hablaba María Zambrano: un sueño que pedía despertar.                      

 

 

Ficha artística

Deliranza – Patricia Guerrero
XXII Bienal de Sevilla
Teatro de la Maestranza, 14 sep 2022
Baile principal: Patricia Guerrero
Bailarines: Martí Córbera, Maise Márquez, Gloria del Rosario, Ana Pérez, Hugo Sánchez, Ángel Fariña, Fernando Jiménez
Guitarra flamenca: Dani de Morón
Teclados: Óscar A. Rifbjerg
Percusiones: Agustín Diassera
Cante: Sergio El Colorao, Amparo Lagares

 

 

Patricia Guerrero. ‘Deliranza’. XXII Bienal de Sevilla. Teatro de la Maestranza. 14 sep 2022. Foto: Archivo fotográfico Bienal – Claudia Ruiz Caro

 

Patricia Guerrero. ‘Deliranza’. XXII Bienal de Sevilla. Teatro de la Maestranza. 14 sep 2022. Foto: Archivo fotográfico Bienal – Claudia Ruiz Caro

 

Patricia Guerrero. ‘Deliranza’. XXII Bienal de Sevilla. Teatro de la Maestranza. 14 sep 2022. Foto: Archivo fotográfico Bienal – Claudia Ruiz Caro

 

Patricia Guerrero. ‘Deliranza’. XXII Bienal de Sevilla. Teatro de la Maestranza. 14 sep 2022. Foto: Archivo fotográfico Bienal – Claudia Ruiz Caro

 

Patricia Guerrero. ‘Deliranza’. XXII Bienal de Sevilla. Teatro de la Maestranza. 14 sep 2022. Foto: Archivo fotográfico Bienal – Claudia Ruiz Caro

 

Patricia Guerrero. ‘Deliranza’. XXII Bienal de Sevilla. Teatro de la Maestranza. 14 sep 2022. Foto: Archivo fotográfico Bienal – Claudia Ruiz Caro

 

      


Un pie en Cádiz y otro en Sevilla. Un cuarto de siglo de periodismo cultural, y contando. Por amor al arte, al fin del mundo.

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