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Rafael de Utrera: “Gracias a Paco acabé cantando diez veces más alto de lo que llegaba antes”

LOS ELEGIDOS (VIII). El cantaor Rafael de Utrera, que acompañó al genio de la guitarra durante un año, rememora aquella experiencia que todavía le parece un sueño, que le llevó a escenarios tan diferentes como Líbano o Alaska.


Con la mirada ya puesta en su nuevo espectáculo, Fui piera, en la que pretende hacer un recorrido por los cantes de Utrera desde su personalísima perspectiva, Rafael de Utrera atiende a Expoflamenco para recordar a un nombre que marcó su vida, ya de por sí llena de grandes figuras. Paco de Lucía, con el que giró a lo largo de un año –“cerca de cien conciertos”– le otorgó una serie de enseñanzas que le han acompañado hasta hoy, mostrándole un rostro humano que solo quienes estuvieron cerca del genio algecireño conocen. 

 

 

– Alguna vez le he oído decir que, de cuando en cuando, se pregunta si realmente fue verdad que estuvo de gira con Paco de Lucía. ¿Todavía tiene esa sensación de irrealidad?

– Todavía. El hecho de ir con Paco es algo tan… sobrenatural diría yo, que para mí no tiene precedentes. Y como hace ya más de veinte años, me miro en las fotos y me veo con el pelo así largo y me digo: ese no soy yo, ese es mi hermano. Y a veces, cuando me pregunta alguien les digo eso: no, yo no era ese, era mi hermano.

 

– Me llama la atención porque usted venía de trabajar con grandes guitarristas, había estado con el Tomate, con Gerardo Núñez…

–…Y con Juan Carlos Romero, Niño de Pura, José Antonio Rodríguez, José Luis Rodríguez… Y aparte, también, venía de trabajar con todas las figuras del baile.

 

– Muchas veces se habla de la diferencia que marcó Paco. ¿Usted la percibía claramente?

– Sí, Paco era otra dimensión, y eso no hay que entenderlo. Hay que sentirlo. Y Paco hacía sentir que era un personaje sin parangón. Para mí Paco era otro mundo, está el mundo de la guitarra flamenca, y estaba Paco. Era poner la mano, pulsar, y… Una nota bastaba.

 

– Pero una nota que no sabía dar nadie más así, ¿no?

– Mira, recuerdo el primer concierto que hicimos en Washington DC, y nosotros no ensayamos. Me fui directamente allí, ¡fíjate, dos días antes! Vimos el repertorio en la habitación de él. Él abría por rondeña, y luego hacía una bulería que hace en el disco de Luzía, con un trémolo muy bonito al final. Un número en el que yo no salía. Y salían Rubem Dantas y Joaquín Grilo, los dos con el cajón. Y yo estaba viéndolo entre cajas, y me pegué una pechá de llorar, escuchándolo… Y al día siguiente le dije a Joaquín que me gustaría salir con él haciendo palmas, ¡fíjate la osadía mía, a los 26 años! Y me dice Joaquín, “tú no digas nada, mañana sales conmigo”. Cogimos los dos un cajón, y cuando empieza la bulería me siento con Joaquín y empezamos a hacer palmas. Y cuando Paco nos mira, se empieza a reír. Más tarde me dijo, “niño, a partir de mañana lo hacemos siempre así”. Lo que quería era eso, estar ahí.

 

– ¿Cómo había sido hasta ese momento su relación con los guitarristas?

– Yo empecé cantando para el baile sin saber lo que era una llamada, en Barcelona, en el tablao El Cordobés, de mocito con mi mujer, mi novia entonces, que es bailaora. Y en esto todo son códigos, si no lo conoces, no sabes dónde está nada. Hay que saber cuándo empiezas, cuándo paras, qué es una escobilla… Era mi primer sueldo como cantaor, yo antes era camarero…

 

– De hecho, tengo entendido que usted se hizo cantaor por amor…

– Yo venía a Los Gallos para hablar con ella, la esperaba a la salida. Y en una de las esperas esas, estaba fuera un gran bailaor que ya no está, Rafael de Carmen, y el guitarrista Miguel Pérez, en paz descanse. Me vieron como un niño de 16 años, con el Domi de Morón, un guitarrista, porque mientras que llegaba mi novia, él sacaba la guitarra y yo cantaba. Y me dice Rafael, “ven, niño, que vas a cantar aquí”. Y yo con lo tímido que era, ni me movía. Al final me puse una camisa blanca y le canté por soleá. Y después, salí corriendo. Pero ese día estaba Luis Aranda, el dueño del Cordobés, buscando a gente para llevársela a Barcelona. Le preguntó a Blanca, la de Los Gallos: me ha gustado Carmen y el chiquillo ese que cantaba por soleá. “Pues ese se ha colado, la verdad”, le dijo ella. Y ahí nos fuimos por primera vez, quitarme de mi oficio de tabernero, y ya en Barcelona vi pasar a grandes figuras como Cristina Hoyos, el Ballet Andaluz… Y con Cristina me puse ya a cantar para el baile. Ella fue fundamental para aprender a estar en un escenario.

 

 

«Paco fue quien realmente me descubrió mi registro de voz, mi tesitura. Yo cantaba en unos tonos cuando era pequeño, al uno por medio, dos por medio, no tenía la típica voz de niño chillona. No sabía que podía cantar tan alto hasta que Paco me dijo, “canta aquí”, y yo, “yo ahí no llego”. Pero gracias a Paco acabé cantando como diez veces más alto de lo que llegaba antes»

 

 

– ¿Cómo fue eso?

– Recién casados, me llaman Cristina y Juan Antonio y me hacen quitarme la alianza de matrimonio para cantar. “Mira, esto con los focos, desde lejos se ve mucho, y la gente se distrae. Por favor, quítatela”. Ellos venían de la escuela de Gades, tenían una disciplina muy coherente y muy bonita, y había que estar en ella. Y desde entonces he comprobado que era verdad todo lo que me decían, tú no puedes estar en un escenario metiéndote el dedo en la oreja, o agachado así… Me enseñaron a comportarme en un escenario, porque tienes muchos ojos pendientes de ti.   

 

– Usted defiende que cantar es lo mismo solo, para el baile que para la guitarra. ¿Lo sostiene?

– El cante es el cante, y es como cuando haces una casa. Echas unos cimientos, y necesitas unos pilares. Si falta un pilar, la casa no está bien hecha y se te puede caer. El cante es igual, para mí mis cimientos fueron todos los días en la taberna de mi padre, escuchando a todos los viejos cantando. Era necesidad, yo tenía nueve años, era el mayor de cuatro hermanos y tenía que ayudar a mi padre para poder comer. Y gracias a eso y a mi padre, en paz descanse, se lo debo todo a él. Mi padre cantaba también muy bien, era un gran aficionado. Y yo no sabía ni lo que era el baile.          

 

– Pero supongo que, cuando canta para un guitarrista, su ego tiene que estar en un segundo plano y trabajar para el lucimiento del otro, ¿no?

– Claro, totalmente. Mira, eso lo comparo yo mucho con la tauromaquia, de la que soy un fanático. Cuando canto con un guitarrista, él es el matador y el resto somos la cuadrilla, los mozos de espadas y ayuda. Somos un equipo e intentamos que todo esté correctamente, y el toro en las mejores condiciones para que el matador salga y pueda brillar. Esto es igual. Al fin y al cabo, hay una figura y nos regimos a una manera. Tú no eres el protagonista.

 

– Paco, ¿era taurino?

– Paco era muy taurino. No hablamos mucho de toros, pero sé que lo era. Paco era muy andaluz, muy de Algeciras, le gustaba el cachondeo, el cachondeo y más cachondeo… Mucha guasa.

 

– ¿Y cómo están viviendo los flamencos lo que sucede ahora, que confesarse taurino puede llegar a ser tan controvertido?

– Yo me siento simplemente taurino, y me voy a morir así. Eso no tiene ninguna repercusión, porque yo no molesto a nadie. Para mí la tauromaquia es una manera de absorber mi cante, ¿dónde me puedo inspirar? En el toreo. Me inspiro más viendo torear en el campo que viendo a un cantaor.

 

– De hecho, sale usted a escena con la chaquetilla de torero.

– Sí, me pongo mis cosas, pero no por reivindicar. Es solo que le debo mucho, me ha hecho sentir muchas cosas. Si estoy entre antitaurinos intento estar más modoso, pero yo soy taurino. Y considero una de las artes más importantes que tenemos en España, fuente de inspiración de muchos como Caracol, etc. Toros y flamenco siempre han ido unidos.

 

 

«A Paco, por ejemplo, me encantaba cantarle por alegrías. Y con Vicente me gusta la bulería y el Réquiem, que es dedicado a Paco, y donde yo me parto. Para Paco, el mejor de los demás guitarristas era Vicente. Lo sabía y lo decía»

 

 

Rafael de Utrera, con Paco de Lucia. Foto: archivo Rafael

 

 

– Cuando hablé con Duquende, me dijo que los cantaores que vinieron detrás de él en el grupo de Paco lo hicieron gracias a él, que a veces decidía quedarse en su casa y renunciar a las giras. ¿Fue así?

– Claro, yo llegué así. El día que me llamó Paco, yo estaba con Manuela Carrasco en Cajasol, en la sala Joaquín Turina. Terminamos y nos fuimos al bar de enfrente a tomar unas cervezas. Manuela es mi comadre, es la madrina de mi niño Juan Carlos, pero yo siempre le tuve mucho respeto a esa bailaora, hasta me intimidaba. Pero ese día le gusté, “así me tienes que cantar siempre”, me dijo. Y mientras estábamos brindando, suena mi teléfono. Lo cojo, y oigo directamente: “Muy buenas, mañana me mandas el pasaporte a la calle Paracas de Getafe, que nos vamos de gira con Paco”. Y yo: “Perdone, usted… ¿Esto es una broma?” Y oigo: “Niñato, que yo soy Ramón de Algeciras”. Tal como te lo estoy diciendo. Esos fueron mis primeros contactos. Y al día siguiente me llama José María Banderas, y me dice que es verdad. “Pero Jose Mari, ¿cómo me llaman así, yo qué sé si es un chiste? Tengo 26 años, ¿que yo me voy a ir de gira con Paco?”.

 

– De hecho, era una broma recurrente entre los guitarristas, “te va a llamar Paco”…

– Pero hubo una cosa muy curiosa en esa época, antes de llamarme Paco. Estaba con mi mujer, vivíamos en Sevilla Este, y sale una noticia. “Paco de Lucía, próxima gira”. Y me dice mi mujer: “Ahora te va a llamar Paco a ti”. Y yo, “anda ya”. Y al poco me llama Ramón… Yo creo en el universo, en las coincidencias no, pero en el universo sí, que hace un movimiento y nos pone a cada uno en un sitio.

 

– ¿Por quién supo Paco de usted, por Tomatito?

– Pues no lo sé, pero yo creo que Paco veía a todo el mundo. Aparte de ser el mejor, dominaba en todos los aspectos. Estaba pendiente de todo. Valga la comparación, Vicente es un tío que va a su aire, mientras que Paco estaba en todo, un tipo de artista a la orden del día, lo bicheaba todo. Y me llamó, lo cual creó mucha envidia, te lo digo claramente…

 

– ¿Cómo fue eso?

– En el flamenco, por desgracia, entre los propios compañeros la envidia predomina, y es una pena. Aquí se alegran mayormente de lo malo, de lo bueno se alegran poco. Y llevo treinta y tantos años dedicándome a esto.

 

– Usted se incorpora a un grupo cuyas bases cantaoras había sentado Pepe de Lucía, ¿qué opinión tenía de él?

– Pepe es un maestro, un maestro del cante que todavía creo que no está reconocido. Un maestro y un personaje muy importante en la historia del cante, con una personalidad increíble.

 

– ¿Se refiere a que la sombra de Paco pudo ser demasiado alargada, hasta acabar eclipsándolo?

– Yo lo comparo con uno de los cantaores que más me ha motivado, Pepe Pinto… Pero su mujer era la Niña de los Peines. Y su cuñado, Tomás Pavón. En aquella época se respetaba mucho eso, ahora sale tu hermano y te quiere machacar. La jerarquía de edades se ha perdido, por desgracia.

 

 

«Paco era un cantaor frustrado. Le gustaba cantar porque el padre, Antonio, se lo inculcó, poniéndolo a acompañar a todos los artistas de la época. Mira, cuando tú a un guitarrista le puedes tararear las falsetas, casi siempre es bueno. Y él todo lo que tocaba se cantaba. Toda la música de Paco se puede cantar, de la más difícil a la más fácil»

 

 

– ¿Vio alguna vez a Paco como el guitarrista de Camarón?

– Yo no lo pensaba. Para mí, Camarón ha sido algo fuera de lo normal. Para mí ha sido un artista tan adelantado a su tiempo, que creo que nunca llegaremos ahí. Yo no lo voy a vivir, y creo que ni mis hijos lo verán. Todo eso influye mucho en la infancia de uno, y a mí no me gusta olvidarme de lo que he escuchado. Como te dije, yo tenía nueve años, escuché a un viejo cantando un fandango en la taberna de mi padre, y yo me acuerdo perfectamente de la letra de ese fandango, y la letra que escuché ayer, no la recuerdo. Pero lo que te decía, Camarón murió con 40 años, que es cuando se empieza a cantar bien. O mejor dicho, cuando está el instrumento hecho de una manera… A eso se llega cuando uno no piensa tanto en el cante, no piensas lo que vas a cantar, te sale. Y eso es a partir de los 50. Ese es el momento actual de mi carrera, disfruto con lo que hago.

 

– Sustituyendo a Pepe y a Duquende, ¿se preguntaba qué tenía que poner de los otros, qué tenía que poner de usted…?

– Lo mío fue una cosa muy rápida, y me vino muy bien, porque si me lo tengo que pensar más, a lo mejor no voy. Cogí el toro por los cuernos, sin saber lo que iba a pasar. Yo he sido un cantaor que he hecho mis letras, las que yo sentía. No me adapté, por ejemplo, a un repertorio camaronero, con las letras de Pepe. Canté letras mías, de Utrera, incluso letras de El Barrio, de Levantito, de Juan Carlos Romero…

 

– ¿Cuándo se seleccionaban los repertorios?

– Directamente el día antes, en la suite de él. “Ponte a cantar, niño” y ahí decía “esta, y esta”. Tú miras los vídeos, y canto ocho o diez letras por bulerías. Eso lo fui haciendo durante todo el camino con muchas fatigas. Pero me dejaba a mí. Para eso era un monstruo, yo ante él era como un niño chico en una tienda de juguetes, quiere cogerlo todo. ¿Cómo te presentas ante ese hombre, qué le dices?

 

– Cuéntemelo usted, ¿cómo fue el primer encuentro?

– Hombre, Paco tenía mucha guasa, y la guasa te restaba importancia al hecho de estar con él. Estábamos en Washington, como te decía, y Paco venía de Cancún. ¡Un día antes del concierto! Yo estaba esperando que me avisaran de cuándo llegaba él, y por fin lo hacen y voy para su habitación. Me abre la puerta Paco, yo me quedo paralizado, y me dice: “Hombre, ¿dónde habéis encontrado a este cantaor tan chiquitito? ¿Tú qué eres, de la cuna del cante, no, hijo?”. “Yo soy de Utrera”, le dije. “Claro, claro, cantaores de cuna: Gaspar de Utrera, tú, cantaores chiquititos, cantaores de cuna”. Esas fueron las primeras palabras de Paco a mí.

 

– ¿Conocía al resto del grupo ya?

– Conocía a Joaquín Grilo, a nadie más. De los demás sabía que eran genios, Jorge y los demás, pero nunca había estado con ellos antes.

 

 

«La primera noche en Washington no fue mala, pero sí vi a Paco un poquito más fallón. Él me decía que hacía tiempo que no cogía la guitarra, y Ramón le llevó la guitarra desde Madrid. En la rondeña se encasquilló tres o cuatro veces, pero lo maravilloso era verlo cuando salía de ahí. Repetía la frase hasta que salía, y cuando lo hacía era una barbaridad»

 

 

Rafael de Utrera, con Paco de Lucia. Foto: archivo Rafael

 

 

– ¿Qué hacía él para atemperar sus propios nervios?

– Sobre todo, estaba tranquilo en su camerino. Y estaba Ramón de Algeciras, que creo que fue una parte muy importante. Creo que Cañizares le puso El Policía Flamenco, pero es que es verdad, Paco era muy dejado y Ramón examinaba los horarios, “¿Camisa por dentro?”. “¿Chalequillos?”. “Tú te afeitas, esto te lo quitas…”. Paco veía que nos decía alguna barbaridad y se reía, pero Ramón a todo el mundo nos ponía firmes. No es que fuera estricto, era, como yo decía, una mezcla entre Hitler y Franco [risas].

 

– Pero luego muy buen tipo, ¿no?

– Sin duda. Pero a mí me quitó el sueño, ¿tú sabes lo que es eso? Yo tenía un niño, y todo el mundo dice que cuando tienes un niño te altera el sueño, pero yo dormía igual. Pero una vez me quedé dormido en América, y había que estar abajo en el hotel media hora antes. Y yo llegué un cuarto de hora tarde. La de barbaridades que me dijo, la que me formó… Y yo llorando, no sabía lo que hacer. A partir de ahí, ya no me quedé más dormido en mi vida, porque ya no dormía. Me levantaba a las cuatro. Pero después se lo agradezco, porque en aquella época Rubem Dantas se quedaba dormido en un aeropuerto dos días, y Jorge, y Joaquín… Pelear con aquella gente… Mira, no dejaba ni que fumaran tabaco. Prohibido. Rubem tenía una kalimba de esas, y para decirle a todo el grupo que había algo para fumar, llegaba tocándola, y todo el mundo salía como ratitas, detrás de la kalimba. Tenía que ser así. Si no, no habría funcionado el grupo de esa manera.

 

– Y Paco aprobaba esos métodos, claro.

– Yo, como estaba siempre con Paco, recuerdo que hubo un vuelo de Montreal a Toronto. A Paco le gustaba mucho el fútbol, era muy del Madrid, y me dice: “Vamos a comer Joaquín, tú y yo, y perdemos el vuelo”. Porque Ramón de Algeciras entraba siempre el primero en el avión. Total, que empezamos a hablar de fútbol, yo soy muy del Betis, y en efecto cuando nos dimos cuenta ya se había najado el avión y allí estábamos nosotros. Tuvimos que coger el siguiente vuelo, y cuando llegamos, la que nos formó Ramón al Grilo y a mí… Y Paco se reía. 

 

– ¿Se llevaba bien con el grupo?

– Con todos, sobre todo con Joaquín, que me parece de los mayores bailaores que tenemos hoy en día, aunque no esté todo lo reconocido que debiera. Yo le he cantado a todos, desde Farruco el viejo a Joaquín Cortés, pasando por el Güito, Manolete, Javier Barón, Manuela, Canales, Israel Galván… A mí no me gusta que en el flamenco se salte de aquí a aquí, en el baile o en la guitarra, y se olviden de los maestros que todavía viven. Como me decía el maestro Isidro Muñoz: “Rafael, se toca mejor que nunca. Pero quitando uno o dos, si yo no le veo la cara no sé quién es”.

 

– ¿Y en lo musical? ¿Se adaptó bien a un formato tan nuevo para usted?

– A mí siempre me ha gustado la música en general, la clásica, el jazz, el blues, el funky, la música latina… Yo ya era un cantaor un poco abierto a muchos tipos de sonidos. Pero ir con ellos era no ya jugar en Champions, sino ir al mundial con Brasil.

 

– A propósito de fútbol, ¿se sumaba usted a las pachangas de la gira?

– Claro, yo he jugado en Tercera División, y Paco llevaba un balón de fútbol siempre. Y cada vez que veía un cacho de terreno, va, vamos a jugar. Echamos un partido un día en frente de San Francisco, ¿Berkeley se llama? Había unos amigos de Paco españoles que vivían allí, y querían jugar con nosotros. “Vale, pero vamos a apostar cien dólares cada uno, ¿eh? Además de una cena”, decía Paco. “Venga, vamos”. Llega esta gente con unos chándales del Madrid, todo bien vestidos, y yo con unos botines de aquella manera y Paco un chándal rojo… En fin, con ellos venía una gachí, porque allí en Estados Unidos juegan mucho las mujeres al fútbol. Les metimos una paliza, por lo menos veinte goles, porque yo jugaba bien, y Paco, y Joaquín, y Rubem… La gachí jugaba de defensa, y Paco estaba de delantero. “Tú me echas a mí balones, que me cubra ella”, decía. Y tengo una foto de Paco y yo sacando a la gachí a hombros, y Paco diciendo “esta es la mejor de todas, la que ha sabido jugar”. Al final no le cobramos el dinero y nos fuimos a cenar todos, porque la cena sí nos la debían. Y Paco diciendo: “Rafael, llevo una semana sin comer, a ver lo que le cuesta a esta gente la cena”. Al final la pagó él.

 

 

«Estaba con mi mujer, vivíamos en Sevilla Este, y sale una noticia. “Paco de Lucía, próxima gira”. Y me dice mi mujer: “Ahora te va a llamar Paco a ti”. Y yo, “anda ya”. Y al poco me llama Ramón… Yo creo en el universo, en las coincidencias no, pero en el universo sí, que hace un movimiento y nos pone a cada uno en un sitio»

 

 

– Usted asistió a la transformación del sexteto, ¿no?

– Yo acabé la etapa original del sexteto en 2001. Paró, todo el mundo se fue, y cambió. Él quería que yo estuviera con él siempre, pero me vi fuera también, sin saber por dónde venían los tiros. Era una familia, pero una familia que él hizo para sí, no una familia que te toca. Eso sí, comíamos siempre juntos, y si Paco volaba en primera, todo el mundo en primera. Y si no se podía, en segunda todos.

 

– Estuvo con él en Estados Unidos, pero también en escenarios como el Líbano. ¿El público era muy diferente con él en un sitio o en otro?

– Yo no notaba diferencia ninguna. Mira, uno de los conciertos que más me impactaron fue en Anchorage, en Alaska. Llegamos allí, frío, focas y pingüinos por todos lados, y yo pensando que no iba a venir nadie a vernos. Cuando vamos al teatro y Paco abre con la rondeña, con las dos primeras notas la gente se caía. Creo que él y Vicente son los únicos que pueden hacer eso. Y en el Líbano me pasó una cosa curiosa: creo que él se desahogaba conmigo, me hablaba y yo callado. Pero se fue con un chófer desde Beirut hasta donde tocamos, en unas ruinas…

 

– Baalbek.

– Eso es, el templo del Dios Baco. Eran como tres horas de coche. Por lo visto, el chófer dio un golpe, no pasó nada, pero a la vuelta echaron al chófer y pusieron a otro, y esta vez sí fuimos juntos. Y como el primero había pegado un porrazo, el otro iba despacito, y Paco metiéndole prisa…

 

– ¿Recuerda haber visto a Paco tocar mal?   

– La primera noche en Washington no fue mala, pero sí vi a Paco un poquito más fallón. Él me decía que hacía tiempo que no cogía la guitarra, y Ramón le llevó la guitarra desde Madrid. En la rondeña se encasquilló tres o cuatro veces, pero lo maravilloso era verlo cuando salía de ahí. Repetía la frase hasta que salía, y cuando lo hacía era una barbaridad. Pero poco más, porque 2001 fue quizá el mejor momento de Paco, un Paco cuajado, con una fuerza… Luego ya estaba más mayor, con otro concepto, pero en aquel momento yo notaba esa tensión que a veces era buena, porque tocaba… A mala idea. Yo tengo grabados seis o siete conciertos en minidisc, porque me dijo que me grabara y me escuchara, y suenan mejor que los discos.  

 

– ¿Grababa también conversaciones con él?

– Mucho, yo tengo grabadas conversaciones, la primera que tuve y el acústico que hicimos en la habitación, y él hablando de un labrador que tenía, de ocas o cisnes que tenía también. Le gustaba mucho hablar de los animales, de fútbol, de su vida tranquila en Cancún. No le gustaba hablar de flamenco. Al contrario, decía: “Rafael, yo le he tocado a tantos cantaores… Un día me apostaron a que había tocado con un tal Pepe Almadén, yo decía que no y perdí la apuesta. Ni me acordaba”.

 

– ¿Hablaron de Utrera?

– Muchas veces. A él le interesaba mucho Gaspar de Utrera, era uno de sus ídolos, y Enrique Montoya, que grabó un disco entero con Paco. Le gustaban mucho Gaspar y el Capullo de Jerez, “me divierto con ellos”. Y de hecho a Capullo lo metió en un disco de Fernando de la Morena. 

 

 

«Paco era otra dimensión, y eso no hay que entenderlo. Hay que sentirlo. Y Paco hacía sentir que era un personaje sin parangón. Para mí Paco era otro mundo, está el mundo de la guitarra flamenca, y estaba Paco. Era poner la mano, pulsar, y… Una nota bastaba»

 

 

Rafael de Utrera, con Paco de Lucia. Foto: archivo Rafael

 

 

– ¿Era un sabio del cante?

– Sin duda, era un cantaor frustrado. Le gustaba cantar porque el padre, Antonio, se lo inculcó, poniéndolo a acompañar a todos los artistas de la época. Mira, cuando tú a un guitarrista le puedes tararear las falsetas, casi siempre es bueno. Y él todo lo que tocaba se cantaba. Toda la música de Paco se puede cantar, de la más difícil a la más fácil.  

 

– ¿De qué manera cree que su personalidad condicionaba su toque?

– Claro, se toca como se es. Y se canta como se es. No se puede olvidar que somos personas antes que artistas, y la persona te va a llevar adonde tengas que ir como artista. Y Paco era como era él.

 

– Ahora está usted cantando con Vicente Amigo. ¿Son muy distintos uno y otro, siendo los dos gigantes de la guitarra?

– Son diferentes porque son dos genios, con una capacidad de genio. Para mí Vicente tiene una sensibilidad fuera de lo normal, se te clava de una manera, se mete en los huesos con una nota… Y mi Paco era igual pero con otra manera de transmitir. Vicente, por su manera de ser quizá, era más sutil. Y Paco tiene una fuerza sobrehumana, capaz de hacer esas proezas físicas y mentales. Yo ahora estoy disfrutando con Vicente lo que no pude disfrutar por edad con Paco. Lo que absorbí de una manera tan brusca, lo estoy disfrutando con otro gran genio. Me encantaría ir toda la vida con él, me adapto a sus fechas y a su lado me quedo embelesado.

 

– ¿Qué es lo que más le gustaba cantarle a Paco, y qué le gusta cantarle a Vicente?

– A Paco, por ejemplo, me encantaba cantarle por alegrías. Y con Vicente me gusta la bulería y el Réquiem, que es dedicado a Paco, y donde yo me parto. Para Paco, el mejor de los demás guitarristas era Vicente. Lo sabía y lo decía.

 

– ¿Con Vicente ha hablado a menudo de Paco?

– Sí, claro que lo adora. Estuvieron un tiempo peleados también, pero por malas influencias… Pero al final veneraba a Paco más que nadie, y es el que más se acuerda de Paco. Ese Réquiem es de los temas más bonitos de la Historia. Yo creo que Vicente es el único guitarrista de la Historia que puede tocar lo que le dé la gana. Y lo ha hecho, además. El disco que grabó con los músicos de Mark Knopfler no lo iba a grabar, pero coincidió con ellos, y lo hizo. Lo considero un músico más allá del guitarrista solista, está más allá. Es otra película. Aquí en Sevilla hizo un concierto hace dos Bienales, en el que lloró todo el mundo. De los conciertos más importantes que ha vivido Vicente y el Maestranza. En el último tema estaba como en una nube. El arte de verdad es de minorías, pero solo gente como Vicente o Paco lo pueden convertir en arte de mayorías. Mira, yo he visto a Pat Metheny terminando un concierto de Vicente en el Carnegie Hall, y esperarlo de rodillas llamándolo maestro. Y loco por que toque con él.

 

– Y es otro monstruo… 

– Pero Vicente quiere hacer su música, y se pregunta qué hace allí tocando con él o con cualquier otro. ¿Tú te imaginas una gira de Pat Metheny con Vicente Amigo por todo el mundo? Pero es una persona que siente la música de una forma muy espectacular, que toca para sí mismo. Mira, Paco sabía perfectamente cómo tocaba, pero Vicente todavía ni lo sabe. Y te lo digo yo, que llevo veinte años con él.

 

 

«El hecho de ir con Paco es algo tan… sobrenatural diría yo, que para mí no tiene precedentes. Y como hace ya más de veinte años, me miro en las fotos y me veo con el pelo así largo y me digo: ese no soy yo, ese es mi hermano. Y a veces, cuando me pregunta alguien les digo eso: no, yo no era ese, era mi hermano»

 

 

– ¿Usted ha conocido a guitarristas que estuvieran resentidos con Paco?

– No, lo que sí he escuchado es a artistas decir que les gustaba más Vicente que Paco. Yo no puedo decir cuál me llega más, pero para gustos los colores.

 

– Y son dos épocas distintas, algo que se nos olvida a menudo.

– Claro. También hay que pensar que Paco vive una época en la que la guitarra está más cortita. Y no hay quien lo coja, te hablo del tiempo en blanco y negro, cuando hacía las cosas de Niño Ricardo con la punta… Sabicas era el único, pero era como otro género, otra forma. Cuando Paco está en su mejor momento, aparece Vicente.

 

– Casi para acabar: de las fiestas tras los conciertos con Paco, ¿recuerda alguna especialmente?

– Sí, en Tokio, nos metimos en un local de allí, y fue la primera vez que yo escuché a Paco tocar en una fiesta. Yo tenía una borrachera como un piano, estaba flipando con los gintonics que nos servían. Y le pedí al Grilo que me llevara al servicio, porque no podía, pero me lo pasé muy bien con él. Y en el último concierto en Miami de la gira americana, nos pegamos una fiesta con Alejandro Sanz en un sitio que se llamaba Casa Sancho. Pero tendría que recordar más: yo me quité de la escuela en 4º de EGB por ayudar a mi familia, pero tengo un diario entero, de lo que me ocurría cada día en la gira. Podía decir “Paco se ha pegado un peo en el aeropuerto y me ha echado la culpa a mí”.

 

– Eso debe de ser un documento. ¿Algún recuerdo particularmente entrañable?

– Mi padre, que en paz descanse, era zapatero, y a Paco le gustaba al terminar la gira cambiar las botas. Yo me llevaba sus botas a mi casa, y mi padre las arreglaba. Y después de aquella última gala en Miami, Paco se iba en otro vuelo y se le había olvidado dejarme las botas. Me lo dejó dicho en recepción: “Rafael, no he podido dejarte las botas, se las dejaré en la próxima ocasión, dale un beso de mi parte a tu padre, Paco de Lucía”. Y del último concierto que dimos, que apareció el hijo de Frank Sinatra por allí, le dedicó un mensaje a mi padre, que estaba malo en el hospital. “Rafael, que te quiero mucho, a ver si nos vemos pronto y nos tomamos una cervecita”. Pero no se conocían, ¿eh? Solo a través de mí. Y mira, en Los Ángeles lo vi como tres días seguidos firmando autógrafos, fue impresionante…

 

– ¿Qué enseñanza de Paco tiene más presente?

– Hay una cosa muy importante que hizo en mí, y es que fue quien realmente me descubrió mi registro de voz, mi tesitura. Yo cantaba en unos tonos cuando era pequeño, al uno por medio, dos por medio, no tenía la típica voz de niño chillona. No sabía que podía cantar tan alto hasta que Paco me dijo, “canta aquí”, y yo, “yo ahí no llego”. Pero gracias a Paco acabé cantando como diez veces más alto de lo que llegaba antes. Cuando voy a cantar, ya me acuerdo de Paco. Gracias a él soy quien soy.

 

 

 

→  Ver aquí las anteriores entregas de la serie LOS ELEGIDOS, de Alejandro Luque, sobre los colaboradores de Paco de Lucía:

 

LOS ELEGIDOS (VII) / David de Jacoba: «La primera vez que vi a Paco hacer una nota a mi lado quise ponerme a llorar»

LOS ELEGIDOS (VI) / Niño Josele: «La música de Paco de Lucía era como mi idioma natural»

LOS ELEGIDOS (V) / Antonio Serrano: «Paco se ponía nervioso antes de los conciertos, porque no estudiaba nada»

LOS ELEGIDOS (IV) / Duquende: «El grupo de Paco de Lucía era como una nave espacial» 

LOS ELEGIDOS (III) / El Viejín: «Cada falseta de Paco de Lucía te puede llevar por un rumbo diferente»

LOS ELEGIDOS (II) / Dani de Morón: «Todavía hay quien cree que no estudiar a Paco es tener personalidad»

LOS ELEGIDOS (I) / Con Alain Pérez en La Habana (y II): «Paco de Lucía tenía a todo el mundo esperando que fallara» 

LOS ELEGIDOS (I) / Con Alain Pérez en La Habana (I): «Enrique Morente era un visionario de los de verdad» 

 


Un pie en Cádiz y otro en Sevilla. Un cuarto de siglo de periodismo cultural, y contando. Por amor al arte, al fin del mundo.

1 COMMENT
  • Joaquín Barrera Bascon 2 mayo, 2024

    Magnifica entrevista de Alejandro Luque a Rafael de Utrera, contando sus vivencias con Paco de Lucía .

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