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Rubem Dantas: «En Rusia, Alemania o Japón todos se volvían flamencos escuchando a Paco de Lucía»

LOS ELEGIDOS (IX). El percusionista brasileño Rubem Dantas dio muchas veces la vuelta al mundo junto a Paco de Lucía como miembro de su primer sexteto. Una noche limeña incorporó el cajón peruano al arte jondo, y desde entonces nada volvería a ser igual.  


Nació en Salvador de Bahía (Brasil), pero vive en Granada “por culpa de mi madre y de Manuel de Falla”, que le hicieron enamorarse de la capital nazarí desde niño. “Luego un día me encontré en un bar con Enrique de Melchor, Pepe Habichuela y Enrique Morente, y les dije que quería estudiar flamenco en Granada. Y me preguntaron qué iba a hacer allí, si allí no había nadie. Todo el mundo estaba en Madrid”, recuerda. Rubem Dantas, percusionista, no sabía que vería su nombre en algunas de las páginas más gloriosas de la historia del flamenco cuando aterrizó en España hace casi cincuenta años. Su trayectoria está ligada, entre otros, a Camarón y Paco de Lucía. Con éste último, con quien dio muchas veces la vuelta al mundo como miembro de su primer sexteto, una noche limeña incorporó el cajón peruano al arte jondo, y desde entonces nada volvería a ser igual.  

 

 

– ¿Se ha preguntado alguna vez cómo habría sido su vida si no se hubiera tropezado con Paco de Lucía?

–No lo sé, pero la misma pregunta se le podría hacer a él, ¿sería lo mismo si yo no hubiera estado en su vida? No lo sabemos. Yo busqué esa posibilidad, yo venía para eso, no fue un accidente. Me volví flamenco en el avión [sonríe].

 

– ¿En el avión de Brasil para España, en el 77?

– Yo ya tenía todo en la cabeza antes de salir, por un amigo que me habló del flamenco. Yo conocía cosas de España, pero eso no. Era Joselito, Miguel de Molina, Sara Montiel, que trabajaba en Hollywood… Y fue mi amigo Leonardo, Leonardo Vicenzo Boccia, tremendo guitarrista italiano, que fue a Brasil y acabó su carrera en Berlín. Un día, en su casa, me enseñó el flamenco, aunque él no lo tocaba. Yo le pregunté cómo era la percusión de eso, y dijo: “Unas palmas y los pies de la gente, Rubem”. “¿Y no hay más nada?”, le dije. “Nada más”. “Entonces me voy a España a poner percusión en el flamenco”. Él me miró con una cara muy educada, pero yo la traduje como una expresión andaluza que significa: “¿Te quieres ir por ahí ya?”.

 

– Ahí empezó la aventura.

– Una aventura larga y buena, con muchos dolores de cabeza, porque tuve que estudiar para hacerlo, claro.

 

– ¿Había tocado con mucha gente antes?

– No con mucha gente. Solo había tenido dos grupos, con mis amigos de la calle, una cosa callejera: te estoy hablando de 13, 14 años.

 

– ¿El grupo Dolores es su primer contacto con el flamenco?

– Sí, no había hecho nada en ese aspecto. Un día por la noche, en Rodríguez San Pedro, había un tremendo club llamado Raíces. Un día fui y, justo al llegar, me encuentro en la puerta con Pedro Ruy-Blas, que iba por primera vez, y Jorge Pardo, que también iba por primera vez. Empezamos a hablar y empezó todo. La idea de Dolores era de Pedro, y estuvimos Jorge, Jesús Aguilar, Jesús Pardo, Pedro y yo, aunque antes de mí habían pasado muchos músicos por Dolores. Carles tocaba al principio en Música Urbana.

 

– ¿Cómo os descubrió Paco?

– Paco se acercó a nosotros porque quería dejar de ser guitarrista de concierto solo. Quería hacer música. Y yo lo entiendo. Quería expandirse. Y nosotros queríamos también, pero no sabíamos. Tuvimos que empezar a aprender todo.

 

 

«Ya sabía que lo que quedara ahí grabado iba a ser para la Historia de la música. Que iban a pasar doscientos años y todo el mundo iba a estar hablando de Paco y de lo que habíamos hecho con él. Ahora está empezando eso»

 

 

– Él tenía el conocimiento que les faltaba a ustedes, y ustedes…

– Un conocimiento que le faltaba a él. Ideas de música de otras cosas, de esto, de aquello… Mira, cuando yo conocí a Paco, Paco cariñosamente quería ser Baden Powell. Paco nunca escondió su amor por él, todo el mundo lo sabe. Los músicos de esa época lo admiraban mucho. Pero claro, necesitaba de gente que supiera otro tipo de cosas. Pedro Ruy-Blas le ayudó mucho en ese sentido. De aquí [se toca la cabeza] Pedro era el mejor. Hicimos muchas giras con Paco y el grupo Dolores…

 

– Ustedes se amplían el horizonte mutuamente, pero ustedes tienen un reto: tocar algo que nadie ha tocado antes con su instrumento. ¿Cómo fue esa “traducción” sin que suene feo, o extraño? ¿Les ayudó Paco?

– Fue así para todos nosotros. Pero lo que es ayuda… Yo recibí un cariño impresionante de todos, porque sabían que yo estaba asfixiado [risas]. Y Paco me decía, “bueno, Rubem, yo conozco un montón de extranjeros en el flamenco, pero tú metes una cosa, un corazón, que…” Otro que me ha ayudado mucho es Camarón.

 

– ¿Cuál fue la primera percusión que metió? ¿Bongós, tumbadoras?

– Nosotros empezamos por la rumba, y luego empezamos a tocar tangos de Granada. Y yo tocaba con unos bongós marroquíes, hasta que vi el cajón por primera vez… Fue una alegría impresionante que me llevó a mi infancia, porque yo cuando era pequeñito iba a casa de mi abuela y tocaba en su mesa [toca unos golpes]. Pero con Paco también tocó uno de los mejores cajoneadores de la época.

 

– ¿Quién?

– Pepe Ébano. Pero Pepe no tocó el cajón en el flamenco, no sé por qué… Tocaba bongó.

 

– Supongo que cuando empiezan con los bongós, van bien para la rumba, pero no para todos los palos, ¿no?

– Para que fuera bien para todo había que trabajar mucho. El cajón es un instrumento de madera, idiófono como las palmas o los pies, pero cuando antes habíamos metido bongós o tumbadoras, a la gente le gustaba mucho. Yo ya empezaba a soltar frases que no tenían nada que ver con el flamenco tradicional. Una cosa como el flamenco, que está mezclada con judíos, musulmanes, gitanos, indios, ¿y ahora yo, como americano, voy a tener que poner las cosas como me las diga otro? Tenía que poner la influencia americana, es eso.

 

– Volveremos sobre el cajón, pero quería pedirle que recuerde el primer día que se encontró Ud. con Paco.

– Fue con el disco de Manuel de Falla. Éramos de la misma compañía y ya empezamos a hacer algunos ensayos y a grabar. Todo era superincreíble con él, yo pensé que yo iba a ser raro con ese hombre blanco, pero nada, nos entendimos y por eso hemos andado tanto tiempo juntos.

 

– Luego forman el quinteto, ¿sonaba bien desde el principio?

– Sí, porque tocábamos el material de Manuel de Falla. Tocábamos en teatros, en Buenos Aires lo hicimos en uno impresionante y cuando terminamos, la gente vino a pedirnos autógrafos, y recuerdo que una señora, al vernos de cerca, dijo “¡che, si son unos pibes! Yo no hago cola para pedirle un autógrafo a niños”. Ahí estábamos Jorge, Pepe Pereda y yo. Y Miguel de Molina.

 

– Hasta que llega Solo quiero caminar, que es el despegue del sexteto. Pepe, Ramón, Jorge, Carles y usted… ¿Eran conscientes de lo que se traían entre manos?

– Yo sí. Sabía cómo era aquello, la dificultad que entrañaba y la musicalidad que tenía, y aquel no parar de detalles bonitos. No era el flamenco, era la música.

 

 

«Ramón era el jefe en organización, pero Paco nos daba libertad total. Había confianza, un clima familiar. Todos tenemos nuestra familia, pero no vivíamos con ellos, vivíamos con esta otra familia, el Paco de Lucía Sexteto. Los niños creciendo y nosotros por ahí, por el mundo»

 

 

– ¿Hubo mucho trabajo de laboratorio? ¿Tenía Paco la última palabra?

– Se discutía mucho, pero Paco nunca fue jefe. Paco era jefe porque nosotros queríamos que lo fuera, y se envenenaba con nosotros por eso. [risas] Ramón era el jefe en organización, pero Paco nos daba libertad total. Había confianza, un clima familiar. Todos tenemos nuestra familia, pero no vivíamos con ellos, vivíamos con esta otra familia, el Paco de Lucía Sexteto. Los niños creciendo y nosotros por ahí, por el mundo.

 

– ¿Cómo era Paco en el estudio?

– Muy exigente, pero no había problema, porque estaba todo bien [risas]. Era impresionante su percepción de lo que podía estar y no podía estar. Era impresionante trabajar con él, llegábamos y al cabo de un rato ya teníamos algo valioso. Había que ir muy concentrado, eso sí…

 

– ¿Le intimidó alguna vez grabar con él?

– ¡Todas las veces! [risas] Ya sabía que lo que quedara ahí grabado iba a ser para la Historia de la música. Que iban a pasar doscientos años y todo el mundo iba a estar hablando de Paco y de lo que habíamos hecho con él. Ahora está empezando eso.

 

– ¿Y en directo? ¿Era igual en España que en Estados Unidos, por ejemplo?

– En España peor, en Estados Unidos tenía una tranquilidad impresionante [risas]. Mucha presión. Pero sabía gobernarse interiormente.

 

– ¿Y lo ha visto tocar mal?

– Sobre todo por escucharse mal, no había tecnología todavía para ello. Y esa situación de Paco se pasaba a nosotros también. Ahora la tecnología va muy bien para los instrumentos acústicos, pero entonces era un problema para todo el mundo. Veías las caritas desencajadas en el escenario. Pero nos comunicábamos bien, todo era un código. Nos mirábamos y ya sabíamos lo que estábamos pensando.

 

– ¿Hacía bromas dentro del escenario?

– Yo le pedía que no lo hiciera, porque Paco tenía un problema conmigo, y es que me gusta el rollo de Andalucía. Y él me metía caña para que me riera. Y yo me río, lo que pasa es que luego me daban en los riñones unos dolores impresionantes de reírme. De repente ponía unas caras feas así, para sacarnos del ritmo. Yo me ponía a reír y ya no encontraba la mano.  

 

 

Paco de Lucía y Rubem Dantas. Archivo Dantas

 

 

– ¿Cómo era Paco fuera del escenario?

– Era alguien con un carácter muy andaluz, que ve las situaciones más fáciles. Estaba siempre con nosotros, compartía todo con nosotros. Era el mejor del mundo, pero no iba a un hotel y nosotros a otro, no iba a un restaurante y nosotros a otro. Nuestro nombre siempre en cartel, ahí estaba mi pedazo de nombre allí donde íbamos. Siempre nos daba nuestro sitio, qué jefe más bueno.

 

– ¿Y se han pegado fiestas en los cinco continentes?

– Nosotros vivíamos en una fiesta eterna. ¿Por qué? Nos íbamos a cenar al restaurante, y el restaurante acababa patas arriba. Pepe inventó una guerra de bolitas de pan [risas], se las lanzaba a la gente y no sabían de dónde venía. Una vez estábamos en un restaurante en Nápoles, y aquello terminó que la gente tiraba panes enteros, los servilleteros amarrados para que hicieran daño… ¡bum, bum! [risas] 

 

 

«Una cosa como el flamenco, que está mezclada con judíos, musulmanes, gitanos, indios, ¿y ahora yo, como americano, voy a tener que poner las cosas como me las diga otro? Tenía que poner la influencia americana, es eso»

 

 

– ¿Qué papel tenía Pepe en la estructura?

– El papel de hermano, era impresionante. Super buen cantaor, tremenda estrella.

 

– Pero el más bromista era Paco, ¿verdad?

– Sí, es de una tierra que tiene eso, es una cultura muy fuerte. Recuerdo que a mí me daba así en la oreja [un golpe disparando el índice con el pulgar]. También teníamos mucho tiempo libre…

 

– Por ejemplo, para jugar al fútbol.

– Fútbol en todos los países. Llegábamos y ya estábamos preparando un partido. Y los mánagers se ponían malos, imagínate que Paco cae y se estropea un dedo. Una vez medio terminó la gira y yo quería irme para Bahía a ver a mi familia, y organizaron un partido en la casa de Chico Buarque en Holanda. Y allí había un montón de jugadores de la selección de Brasil, ¡incluso Sócrates! ¿Te acuerdas de Sócrates?

 

– Cómo no, el que metía los goles de tacón.

– Pues era fan de nosotros. Paco jugó con ellos, pero cuando Sócrates vio la pierna de Carles Benavent se fue, porque era muy finita, temía hacerle daño.

 

– Por terminar con las fiestas, ¿algún momento memorable?

– Una noche en el Candela, adonde solíamos ir los viernes. Se puso a imitar a Niño Miguel tocando con una guitarra de tres cuerdas, Joaquín Grilo haciéndole compas en la guitarra, y en el cante… El Indio, con aquella voz que parecía un saxo tenor, el de Gato Barbieri, el de John Coltrane [risas]. Im-pre-sio-nan-te. Yo he visto eso y lo he disfrutado.  

 

– ¿A qué otra gente célebre ha conocido usted girando con Paco?

– A Chick Corea.

 

– Otro que se cruzó en su camino y se quedó en él.

– Así es, hemos compartido mucho. Luego hay una leyenda para mí pero no es famoso, es noruego: Jon Balke. Buenísimo. No sabía nada de él, y me invitó a tocar con él, nos hicimos muy buenos amigos.

 

– ¿Cómo era la amistad de Chick con Paco?

– Tremenda admiración de ambos.

 

 

«Para mí nunca se ha ido, sigue en mi corazón y en mi cabeza. Como si fuera mi madre, mi padre, mis abuelos, mi amigo de infancia. Gente que me acompañó en la vida, que ya es mío y no muere nunca más. Yo me acuerdo de él todos los días. En mi concepto no está muerto»

 

 

– No hemos hablado mucho de su relación con Camarón, ¿cuándo aparece en su vida?

– Desde el inicio. Yo conocí el disco Arte y majestad y no paraba de escuchar eso. Tú no entiendes lo que estoy diciendo… Ahora me acuerdo [ríe] que un primo mío me regaló una camiseta muy de guiri, que ponía Lembrança da Bahía [Recuerdo de Bahía], y como él tenía siempre presente la Bahía de Cádiz, le encantó y se la regalé…

 

– ¿En La leyenda del tiempo, usted entra de la mano de…?

– Dolores. El grupo también había sido invitado para hacer una cosa con él. Yo estaba ahí, Pedro se fue del grupo y entró José Antonio Galicia. Y ese fue el grupo que se fue para Umbrete a grabar el disco.

 

– Ahí sí estaba usted muy metido en el flamenco…

– Sí, pero aún así Camarón me orientaba mucho. Sobre todo en temas de taranta, minera, granaína… Me ayudaba con los fandangos de Huelva, muchas cosas. Todas las noches ahí, apenas dormíamos. Las noches eran agradables y en el día hacía un calor impresionante, sin aire acondicionado. Pero el disco lo quitaron de en medio…

 

– ¿Cómo fue eso?

– Podíamos haber ido a toda América, porque Camarón abría la boca y lo entendían en Argentina, en México… Pero se lo cortaron y favorecieron a Peter Gabriel. Fue una cuestión de negocio. Para mi cabeza fue así, es lo que pienso.  

 

– Tanto Camarón como Paco tenían un compás impresionante. ¿Cómo le benefició a usted eso?

– Sí, Paco respetaba mucho eso, el tiempo.

 

– Y además de usted, estaban los bailaores. ¿Siempre cuadraban?

– Primero fue Juan Ramírez, wow, Europa se caía cuando él salía. Luego Manolito Soler, y con El Grilo. He aprendido mucho con ellos. Mucha hermandad, siendo totalmente diferentes. No se puede decir quién era mejor o peor, cada uno bailaba su cosa. Yo estoy loco por los tres, me encantaban y me encantan. Aunque Manolito se fue, sigue en mi corazón y en mi cabeza. Era muy onda Charles Chaplin [risas], bromeaba, me pegaba sustos…   

 

– ¿Recuerda cómo fueron las grabaciones en directo con Paco?

– El mejor para mí es el Live… One Summer Night. Lo grabamos en un pueblo de Francia. El Live in America es… ¡Ahhh, Américaaaa, estoy harto de eso! Y a Paco tampoco le gustaba.

 

– ¿No le gustaban los Estados Unidos?

– No, y ahora que se ha muerto todo el mundo quiere hacer las paces entre Paco y Estados Unidos. Él tenía un porrón de amigos allí, pero no le gustaba esa forma de ser. Sí, es un país superguapo, cualquiera está loco con los Estados Unidos, empezando por mí. Muy bonito, la naturaleza… Pero hay una cosita allí que no compartimos: la sajonidad con la latinidad no se entienden. Es una cosa, buff, completamente diferente. Están todavía con el muro de Adriano en la cabeza, ¿cuántos años hace que murió Adriano? Pues todavía siguen con eso. ¿Cómo es posible que ese sentimiento isleño pasara al continente?

 

 

«Paco se acercó a nosotros porque quería dejar de ser guitarrista de concierto solo. Quería hacer música. Y yo lo entiendo. Quería expandirse. Y nosotros queríamos también, pero no sabíamos. Tuvimos que empezar a aprender todo»

 

 

– ¿Y los discos de estudio? ¿Cómo era aquello de revolucionar el flamenco una y otra vez?

– Hicimos Zyriab, hicimos Siroco… Se decía que Paco volvía a la gente loca, y con nosotros mucho más todavía. La gente pensaba unas cosas que no tenía que pensar. Yo no puedo querer ser igual que Igor Stravinsky. No puedo ser Camarón de la Isla, ¿para qué querer igualarme a él? ¿Por qué meterse en eso? ¿Qué sentido tiene?

 

– ¿Creían que imitando la velocidad, picando muy rápido, ya se igualaban a él?

– Sí, ya sabes, blblblblblblblblbl… Me preguntaba alguno, ¿quién es mejor, Paco o yo? Y yo respondía: ¡Tú, por supuesto! [risas] Me lo decían de cachondeo, pero no era cachondeo. Y cuando les decía eso, se les cortaba el rollo en el fondo.

 

 

 

 

– ¿Llegó a odiarlo alguno?

– No, porque Paco era una persona muy confortable. Te sentías bien a su lado. La gente me preguntaba, “¿ese es Paco de verdad?” Y yo decía, claro, ¿por qué? “Porque es normal”.

 

– ¿Recuerda cómo fue la separación con él?

– Nosotros nunca nos separamos. No hubo nada de eso.

 

– Me refiero a cuando dejaron de girar, cambió de grupo…

– ¡Cuando dejamos de girar me encantó! [risas] ¡Era mi mayor deseo del mundo, que Paco tocara con músicos del mundo entero, para que la gente viera la esencia de Paco! Era solo por esto. Pepe de Lucía me decía, “Rubem, ¿estás rifando tu sitio?”. Y yo decía que no, no estaba rifando nada, quería que otros vinieran aquí y dejaran su cosa. Si llego a ser tacaño, no entra nadie ahí, pero yo quería expandir mi trabajo. Llegó un momento en que estábamos hartos de unos y de otros, pero nos queríamos [risas].

 

– Había un cansancio, ¿no?

– Sí, fue cansancio, porque el trabajo no faltaba. Todo iba superbien. Y Paco en el fondo no quería tocar con nadie más. Hablé con él y le dije que había hablado con Trilok Gurtu para que tocaran juntos, y nada. Y con el otro igual, y con el otro…

 

– ¿Siguieron teniendo contacto entre ustedes?

– Sí, de hecho habíamos hablado de volver a reunirnos. Luego venía siempre gente a decir, “ah, ustedes eran los buenos, el grupo nuevo no vale nada”, pero no me gustaba, siempre decía que somos diferentes. Íbamos a volver, queríamos hacer algo potente, incluso juntando los dos sextetos.

 

– ¿Ha pescado alguna vez con él en Cancún?

– Sí, era una zona de llenar el ojo antes que la barriga, porque esa zona está plagada de pescado. Y nosotros los queríamos todos [risas]. Yo se los regalaba a los indios de allí. Era un momento de felicidad impresionante, a Paco le gustaba mucho el mar.

 

 

«Él tenía un porrón de amigos allí, pero no le gustaba esa forma de ser. Sí, es un país superguapo, cualquiera está loco con los Estados Unidos, empezando por mí. Muy bonito, la naturaleza… Pero hay una cosita allí que no compartimos: la sajonidad con la latinidad no se entienden. Es una cosa, buff, completamente diferente. Están todavía con el muro de Adriano en la cabeza»

 

 

– ¿Recuerda cuando estuvo a punto de perder el dedo mientras pescaba?

– Sí, fue un milagro, le hicieron un apaño allí mismo y luego, cuando lo vio uno de los mejores médicos ¡del mundo!, dijo que no había visto nunca una intervención tan buena. El tema que eligió para ver si era capaz de volver a tocar fue el fandango de Huelva. Cuando vi ese picado, pensé, “ha vuelto”. Era en Grecia y cogimos una borrachera con el cura de una iglesia ortodoxa [risas].

 

– En la muerte de Camarón, ¿estuvo cerca de él?

– Sí. Y creo que una cosa es que te acusen de algo injustamente, y otra tu conciencia. Yo puedo decir lo que quiera de ti, si te digo que eres un hombre volador, ¿vas a volar? ¡Tú no vas a volar nunca! Pero a él le dolió mucho. Yo le pegaba broncas, ¿qué pasa contigo, Paco? ¡No hay nada de eso! ¡La gente es mala, Paco! Todo el mundo estaba con la cara desencajada, fue un mal rollo, feo, feo, feo, y no valió para nada. Solo para apartar a una gente de otra. Divide y vencerás, ¡ya está bien de tanto dividir para vencer! Tuvo que sanearse, pero tenía la conciencia tranquila.

 

– ¿Recuerda la última vez que lo vio?

– No me acuerdo, la verdad. Ha estado siempre en mi cabeza y mi corazón, pero no tengo conciencia de cuándo fue la última vez. Yo estaba muy metido en su familia, Pepe, Ramón, su hermana, su madre Luzía, que me quería con locura… Dormía allí, en su casa, o en la de su hermana María. A María le encantaba que yo estuviera con ella, decía que yo era muy diferente a los hombres de allí. Era mi hermana, ella y la Ricarda, la hija del Niño Ricardo. Éramos uña y carne.

 

– ¿Cómo recuerda a los padres?

– Gente de su época que había sufrido mucho, que venían de la guerra, de pasar hambre, muy preocupados con la pela, “no gastes, no gastes”, normal, porque vivieron eso. Yo no, Paco menos… Ramón sí, era el hermano mayor y había conocido ese tiempo. Habría que escribir un libro sobre Ramón de Algeciras. Él tocaba con todos los viejos de sus tiempos, con la crema, y todos respetaban a Ramón. Un pedazo de guitarrista, yo aprendí mucho con él.

 

– ¿Por ejemplo?

– Las alegrías. Iba mucho a su casa, pero fuera del grupo. Dentro del grupo yo era su enemigo, “¡negro!” [risas] Pero cuando no estaba el grupo, era un fan impresionante.

 

– Tenían motes todos. ¿Los ponía Ramón? ¿Cuál era el suyo?

 – Sí, Ramón. Pepe era el Pelícano, porque comía así [imita a alguien devorando con ansiedad]. El Carles era la Garza, la Garza flamenca. Jorge tenía muchos, como yo: el Bodega, el Pajarito… Paco, Mambrú. Yo, el Negro, el Moro, la Iguana, porque yo jugaba con las iguanas. Y la Perla… Porque Paco decía que yo era La Perla de Bahía, y yo estaba loco por La Perla de Cádiz. Y ellos, todos, eran forofos de La Perla.

 

– Camarón también.

– ¿Camarón? ¡Si pudiera, se habría casado con ella! Y Ramón hablaba mucho de ella, era su amiga.

 

– ¿Cómo recibió la noticia de la muerte de Paco?

– Me lo dijo Estefanía, mi hija.  Era temprano por la mañana. Luego me llamó la exmujer de José Sánchez Montes. Para mí nunca se ha ido, sigue en mi corazón y en mi cabeza. Como si fuera mi madre, mi padre, mis abuelos, mi amigo de infancia. Gente que me acompañó en la vida, que ya es mío y no muere nunca más. Yo me acuerdo de él todos los días porque yo también doy risa por los rincones… En mi concepto no está muerto.

 

 

«Me da pena pensar por qué no hubo comunicación antes, y por qué no hay comunicación ahora… Eso se lo pediría al Rey, que haya comunicación entre todos los países de América que hablan castellano. Si quiere, yo lo organizo para que tengamos eso, encontrarnos. Me da vergüenza que no sea así»

 

 

– Cuando ve al rey de España sentado sobre un cajón, tocando, ¿qué piensa?

– Me he alegrado mucho. Tengo muchas ganas de invitarle a algo.

 

– ¿A usted, institucionalmente, nunca le han hecho un reconocimiento por haber sido introductor del cajón?

– No. Y nunca he pedido nada de eso. No trabajo en el departamento de evaluación cultural de un país. No puedo darme un premio a mí mismo [risas].

 

– ¿Es verdad que al poco tiempo de traer el cajón ya había un montón de gente por todas partes tocándolo? Es un caso de difusión extraordinariamente veloz, una absorción inmediata.  

 – Sí. José Antonio Galicia, Tino di Geraldo, Antonio Carmona, un montón de gente… Y los hijos de Ramón el Portugués, Sabu… Estaban todos ahí.

 

– Usted ha visto a todos echar los dientes.

– A la mayoría los he visto incluso en la barriga de su madre [risas] ¡A Piraña lo he conocido en la barriga de su madre!   

 

– ¿Qué tenía el cajón? Parecía que el flamenco lo estaba esperando.

– Sí, yo siempre lo he pensado, y me da pena pensar por qué no hubo comunicación antes, y por qué no hay comunicación ahora… Eso se lo pediría al Rey, que haya comunicación entre todos los países de América que hablan castellano. Si quiere, yo lo organizo para que tengamos eso, encontrarnos. Me da vergüenza que no sea así. 

 

– ¿En Brasil cómo le ven a usted? ¿Es un hijo pródigo?

– Así es. Cuando iba allí a tocar con Paco, la gente se ponía atacada. Brasil es un país que sabe mucho de guitarra, pero bueno, Paco acababa con todo en todos lados, flamencos o no, sepan castellano o no. En Rusia, Alemania, Japón, China. Todo el mundo se volvía flamenco en un momento, escuchándolo. Y sin dar entrevistas, porque no le gustaban.

 

– Daba pocas, sí, pero cuando las daba no tenía desperdicio.

– Estuvo muy pocos días en el colegio, pero tenía una cultura impresionante. Camarón tampoco duró mucho en la escuela, pero inventó una escuela. ¿Cómo se hace esto, Paco? ¿Cómo se hace esto, Camarón?

 

– Usted ha tocado con muchos otros grandes guitarristas, ¿quién le ha hecho sentir cosas especiales, sin necesidad de comparar con Paco?

– Manolo Sanlúcar, me gustaba mucho. Juan Habichuela, siempre ha tenido mucho cariño por mí, y yo por él. Y Félix de Utrera. Y Enrique de Melchor, también, con él fue con quien toqué verdaderamente, porque teníamos un grupo con La Susi, Juan Carmona y Ray Heredia. Ray tenía una cabeza un poco rara, pero fue a Brasil, estuvo un mes por el sur y volvió con la cabeza revolucionada. Mi universidad en el flamenco se llama Paco de Lucía, Camarón y La Susi. Y Ramón, y Pepe. Yo los buscaba a ellos, ellos me buscaban a mí.

 

 

 

→  Ver aquí las anteriores entregas de la serie LOS ELEGIDOS, de Alejandro Luque, sobre los colaboradores de Paco de Lucía:

 

LOS ELEGIDOS (VIII) / Rafael de Utrera: “Gracias a Paco acabé cantando diez veces más alto de lo que llegaba antes”

LOS ELEGIDOS (VII) / David de Jacoba: «La primera vez que vi a Paco hacer una nota a mi lado quise ponerme a llorar»

LOS ELEGIDOS (VI) / Niño Josele: «La música de Paco de Lucía era como mi idioma natural»

LOS ELEGIDOS (V) / Antonio Serrano: «Paco se ponía nervioso antes de los conciertos, porque no estudiaba nada»

LOS ELEGIDOS (IV) / Duquende: «El grupo de Paco de Lucía era como una nave espacial» 

LOS ELEGIDOS (III) / El Viejín: «Cada falseta de Paco de Lucía te puede llevar por un rumbo diferente»

LOS ELEGIDOS (II) / Dani de Morón: «Todavía hay quien cree que no estudiar a Paco es tener personalidad»

LOS ELEGIDOS (I) / Con Alain Pérez en La Habana (y II): «Paco de Lucía tenía a todo el mundo esperando que fallara» 

LOS ELEGIDOS (I) / Con Alain Pérez en La Habana (I): «Enrique Morente era un visionario de los de verdad» 

 


Un pie en Cádiz y otro en Sevilla. Un cuarto de siglo de periodismo cultural, y contando. Por amor al arte, al fin del mundo.

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