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Chonchi Heredia: «Paco de Lucía ha dejado frustrados a todos los guitarristas»

LOS ELEGIDOS (X). La cantaora granadina, que acompañó al genio de Algeciras en directo y realizó varias grabaciones con él, fue también la voz del legendario disco ‘Diez de Paco’, el homenaje en clave de jazz que la dio a conocer al gran público.


Hace ya más de dos décadas, los aficionados flamencos se sorprendieron con un disco titulado Diez de Paco, en el que grandes músicos traducían al lenguaje de jazz algunas de las más conocidas composiciones de Paco de Lucía. En aquel elenco destacaba una joven cantaora granadina, Chonchi Heredia, que parecía moverse con asombrosa soltura entre ambos géneros. Fue la misma voz que acompañaría al genio de Algeciras en varias giras y grabaciones, y que ahora, diez años después de la desaparición del maestro, evoca para Expoflamenco las andanzas junto a él por todo el mundo.

 

 

– ¿Quién era Paco de Lucía para usted, antes de conocerlo?

– Desde que tengo uso de razón, para mí Paco ha sido un maestro en mi familia. Mi hermano es guitarrista, todos somos artistas en casa, y desde niños poníamos sus discos. Yo hacía de Camarón y mi hermano hacía de Paco. Nos colocábamos ante el espejo y actuábamos así.

 

– ¿Y cómo fue su encuentro con él?

– Tuve la suerte, con 16 años o 17, de empezar a cantar con Vicente Amigo. Había un concierto en Lisboa, en la plaza de toros, y actuaban Al Di Meola, John McLaughin, Paco de Lucía y Vicente. Yo a Paco no lo conocía, pero estaba muy nerviosa, y me pasó una cosa muy graciosa. Allí hablaban todos en portugués, claro, y de pronto se me acercó un señor y me dijo: “Niña, tú eres gitanita, ¿no?”. Dije que sí mientras miraba la plaza, y como la ilusión de mi vida era trabajar con el maestro, añadí: “He venido con Paco de Lucía”. “Ah, ¿sí?”. “Claro, llevo muchos años con Paco de Lucía”. “Pero si tú eres muy chica”. “Pues no, llevo muchos años con él”. Y en esto que pasa Paco con la guitarra, y yo me quedé blanca mirándolo… Y el hombre con el que hablaba le dice: “¡Paco, que está aquí tu cantaora!”. Y el maestro lo mira, y le responde, “¿Qué cantaora? ¡Venga, vamos, Ramón!”. ¡Era su hermano!

 

– Menuda puntería…

– Sí… [risas] Pero después de la actuación estaba el fin de fiesta con el Buana Buana King Kong, y subí al escenario por primera vez con el maestro y con Pepe de Lucía. Luego nos fuimos a cenar y el maestro me miraba y se reía, porque ya Ramón le había contado la anécdota de antes, hasta que hizo así con la mano y me dijo que me pusiera a su lado. Y ya después me llamó para hacer un disco de Pepe, El orgullo de mi padre. Y esos fueron los primeros coros que metí con ellos.

 

– Ahí ya había hecho usted el disco de Diez de Paco, ¿no?

– No sé qué decirte… Puede ser, sí. Y en el disco de Luzía hicimos el Me regalé.  

 

 

«Lo quiero y lo querré toda mi vida. Ha sido la mejor persona que me he encontrado en el mundo. Si tú eres grande como músico y como persona no vales, te admiraré como músico, pero te has caído»

 

 

 

– ¿Recuerda cómo fue el desarrollo de Diez de Paco?

– Pues le pedimos permiso al maestro para hacer sus temas, la idea fue de Jorge, de Chano, del Tino, de Javier Colina… La verdad es que hicimos un girón con eso que no veas, y siempre recordando al maestro, porque nos dimos cuenta de que había dejado un legado tan grande, que es interminable.

 

– Cuando grababan ese disco, ¿estaban expectantes a ver qué salía, o seguros de lo que se traían entre manos?

– Yo segura no estaba, porque era una niña y una principiante como lo soy ahora. Yo soy una aprendiz. Pero estaba segura de ellos porque vienen de la escuela, se han creado juntos. La fusión que se dio… Eran todos muy buenos, y el maestro lo chequeó antes de que saliera.

 

– ¿Hicieron una escucha del disco con él? ¿Estuvo usted presente?

– Hombre, claro.

 

– ¿Y qué caras ponía?

– De que estaba contento.

 

– Una de las cosas llamativas de aquel disco fue oír a una cantaora flamenca haciendo scat, improvisación vocal. ¿Cómo llegó a eso?

– Yo de Granada venía muy cerrada, cantando por soleá, por seguiriya… Era flamenca-flamenca. Fue Jorge Pardo el que me dijo, “intenta hacer lo mismo que hago yo con la flauta, pero con tu voz”. Yo lo hacía, pero imagínate lo que me salía, muy jondo [risas]. Y él, “hazlo con más airecito, como si estuvieras susurrando. Pero con melodía y afinando”. Yo me hice al lado de ellos. Con estos maestros se te abre la mente mucho más allá.

 

– Y con El orgullo de mi padre estaba Paco muy involucrado, ¿no?

– Paco le hizo la producción. Alejandro Sanz cantó un tema también, yo estuve en los coros… Mira, yo conocí a Pepe antes que a Paco, porque me llamó para hacer unos coros en el disco de Potito, y aparte siempre me recomendaba con muchos artistas, me tenía mucho cariño. Siempre estaba con “mi Chonchi, mi Chonchi”. Le gustaba la voz y me tenía presente. Y con el maestro, pues siempre me tenía también en mente, incluso en lo personal, no sé, me mostraba mucho respeto, me miraba como una hija. Mi niño, en el año 97 o 98, se puso malillo. El maestro se enteró y me llamó para decirme que si necesitaba algo él estaba ahí, si había que cambiarlo de hospital o lo que hiciera falta. Él siempre daba la cara y estaba ahí.

 

 

«Yo creo que Paco ha dejado frustrados a todos los guitarristas. Porque cualquier tema que graben o toquen, va a sonar una nota de Paco. Le pese a quien le pese, de esa escuela no se puede esperar. ¿Quién va a superar a Paco? No lo va a superar nadie, porque más no se puede inventar ya. Como no se inventen tocar la guitarra al revés, o saltando…»

 

 

 

 

– Todo el mundo habla del guitarrista, pero la persona…

– Es que yo no he conocido mejor persona que el maestro, la verdad. Y sin despreciar a nadie, porque he trabajado con Rosario, con Alejandro, con Tomatito, con Vicente Amigo, con Joaquín Cortés, con todos. Pero tenía una pureza en sus ojos que nos miraba y nos daba su corazón. Llegábamos a Miami, y venía una limusina a recoger al maestro, y una furgoneta para los músicos. “Esa furgoneta, ¿para qué es?”, preguntaba. Y cuando le decía que era para los músicos, respondía, “no, ahí meted las maletas, que los músicos se vienen conmigo en la limusina”. O por ejemplo, una vez fuimos a un hotel y lo pusieron en uno de cinco estrellas y a nosotros en una categoría un poco inferior, pero que estaba muy bien también. Y él dice, “¿dónde están mis niños?”. “En otro hotel, maestro”. “¿Y por qué no están aquí conmigo?”. “Es que no hay habitaciones para todos”. “Entonces sacadme a mí una en el hotel donde están ellos”. Imagínate.

 

– Usted giró con él con Cositas buenas. ¿Cómo eran esos escenarios internacionales?

– Era emocionante. Y bueno, yo delante del maestro siempre me he puesto muy nerviosa. Te miraba para que entraras, y yo nunca sabía si me miraba así porque lo estaba haciendo muy mal, o yo qué sé. Me temblaban las piernas. Hay vídeos en las que salgo yo como preguntando, ¿lo he hecho malamente? Y él me sonríe dándome a entender que lo he hecho bien. Él sabía lo que impresionaba. Quería que lo tratáramos como si tal cosa, pero no podíamos, porque cada vez que venía era ¡el maestro! Era como si se iluminara todo. De gira nunca hubo ningún problema, todo lo contrario. Le encantaba reír, y nos gastaba muchas bromas…

 

– ¿Cómo era la guasa de Paco?

– Mira, yo trabajaba con la Montse (Cortés), estábamos pintándonos en el camerino y viene el Piraña y dice: “Chonchi, ven un momentito, que te llama el maestro”. Y voy y me dice el maestro: “Chonchi, mira, yo no sé lo que voy a hacer, pero te voy a tener que echar de la gira”. “¿Pero por qué, maestro? ¿He hecho algo que le ha sentado a usted mal?”. Y él: “No, no, es que dice la Montse que hay otra cantaora que canta mejor que tú, y estamos pensando en cambiarte. Tú sabes que yo te quiero mucho, pero…” “Pero maestro, ¿me está hablando usted en serio?” Y él: “No, si yo ya se lo he dicho a la Montse, que cómo te voy a echar… Pero para que tú veas cómo es ella. En fin, termina de pintarte que tenemos que salir ya mismo”. Y ahora me voy para allá y la Montse, que me llamaba Mona, me pide: “Mona, ¿tienes un lápiz de los ojos?” Y yo: “Sí, toma”. Y casi se lo tiro a la cabeza.

 

– Y luego…

– Luego, a los tres minutos aparece el Piraña diciendo que se le había roto algo de la camisa. Y con esa excusa el maestro llama a la Montse igual que a mí. “Mira, que me ha dicho la Chonchi que tú desafinas, y que te metes el dedo en la oreja… Y que ella tiene una hermana que canta muy bien, e iría más a gusto con su hermana”. Cuando volvió la Montse al camerino, no queríamos ni hablarnos. ¡Todo el concierto mosqueadas! Y el maestro tocando y mirándonos, a ver qué cara poníamos. Y todavía me miraba y me hacía gestos en plan, “no veas la Montse, ¿eh?” Hasta que ya explotamos, “¿qué es lo que te he hecho yo?”. “Y yo a ti, ¡qué te he hecho!” Hasta que llegó el maestro y nos dijo: “He estado todo el concierto pendiente de vosotras, y me lo he pasado muy bien. Os voy a liar todos los días para que cantéis con la rabia con que habéis cantado esta noche”.

 

– Esos fueron los tres últimos años o algo más, ¿no?

– Sí, en esa época yo entraba de suplente del Duquende, porque no podía ir. Yo iba, hacía tres conciertos… Hasta que me quedé fija, nos quedamos Montse y yo.

 

 

«En España se le ha reconocido, pero no lo suficiente. Le dieron hasta el honoris causa, pero el reconocimiento por haber llevado por el mundo entero a España, a su Andalucía, a su Algeciras… Eso no se le ha premiado lo suficiente»

 

 

– ¿La llamó directamente Paco?

– Fue el maestro, que me dijo: te tengo que dar una mala noticia, y una buena también. La mala es que tengo que cambiar el formato, porque llevamos tres o cuatro años enteros girando con lo mismo. Y voy a llevar nada más que a hombres. Y yo: “Maestro, no me haga esto, yo me pongo un bigote si hace falta”. Y él se reía. “Además, es muy feo el Duquende, me tienes que llevar a mí, yo me pongo el mismo sombrero…” Pero me dijo que la mala noticia de verdad era que iba a parar con las mujeres, pero en dos años volvíamos otra vez. Con la mala pata que… mira.

 

– Ya tenía una edad, además.

– Él todos los años decía que ya no había más giras, que no podía más con los viajes, que no tenía necesidad. “Yo me quiero quedar con mis niños”. Siempre hablando de su Gabriela, su mujer, de su Antonia, de su Diego… Su familia era lo más importante. Pero necesitaba echar lo que tenía dentro.

 

– Las veces que lo acompañaba, ¿lo veía alguna vez pasarlo mal?

– Nunca. Yo no puedo decir eso, porque Paco hasta equivocándose lo hacía bien. Tenía el recurso de que no daba a lo mejor la nota que era, pero daba otra que decías, ¡ole! Y el reconocimiento era en todos los sitios adonde íbamos, las entradas se agotaban siempre. En España se le ha reconocido, pero no lo suficiente. Le dieron hasta el honoris causa, pero el reconocimiento por haber llevado por el mundo entero a España, a su Andalucía, a su Algeciras… Eso no se le ha premiado lo suficiente.

 

– ¿Qué tenía de especial respecto a los demás?

– Yo creo que Paco ha dejado frustrados a todos los guitarristas. Porque cualquier tema que graben o toquen, va a sonar una nota de Paco. Le pese a quien le pese, de esa escuela no se puede esperar. ¿Quién va a superar a Paco? No lo va a superar nadie, porque más no se puede inventar ya. Como no se inventen tocar la guitarra al revés, o saltando… Hay guitarristas, no digo nombres, que se han quedado pillados, trastocados. Y algunos con Camarón también. Todo el mundo lo quiere imitar, a él o a Enrique Morente, sin aportar la propia personalidad. Hasta el físico, los pelos, los tatuajes… Marcaron un estilo.

 

– ¿Cuánto le debe Camarón a Paco?

– Yo creo que un 80 por ciento fue el maestro. Sin él habría sido reconocido como un buen cantaor, como el maestro Rancapino u otros cantaores grandes, pero se habría quedado ahí.   

 

– Entre Vicente y Paco, usted que ha cantado con los dos, ¿ve muchas diferencias? ¿Se tenían cariño, se admiraban?

– El maestro admiraba a todo el mundo, y los demás no lo sé… Me imagino que también, porque era el maestro. Pero él le daba su sitio a todos, a Tomate, a Vicente. Cada uno tiene su personalidad, Vicente es una gran persona también. Trabajar con él me ayudó mucho a estar en un escenario, cantar como solista y aprender a respetar los espacios de las guitarras y todo. Yo flipo con Vicente, su toque es muy suyo. Pero lo del maestro es inigualable, es otra dimensión.

 

 

«Él todos los años decía que ya no había más giras, que no podía más con los viajes, que no tenía necesidad. “Yo me quiero quedar con mis niños”. Siempre hablando de su Gabriela, su mujer, de su Antonia, de su Diego… Su familia era lo más importante. Pero necesitaba echar lo que tenía dentro»

 

 

 

 

– En dos de sus discos en solitario toca Paco. ¿Cómo fueron esas colaboraciones?      

– Al maestro yo lo llamé en el año 97, para mi primer disco. Pensaba: el no lo tengo, pero ¿y si me dice que sí? Y mira, lo llamé, mire usted, no sé cómo pedírselo, pero es la ilusión de mi vida, no sé cómo pagárselo… “¡Qué me vas a pagar! Me tienes ahí una cafetera, un paquete de tabaco y ya está, voy y te grabo”. Vino con fiebre, me llamó Ramón de Algeciras para decirme que no podía venir, que estaba con 40, y le dije que no pasaba nada, claro. Me derrumbé en el estudio, y a la hora veo aparecer al maestro con la guitarra. “Mira cómo estoy, he venido malo y todo, pero venga que lo vamos a hacer”. Y me grabó una bulería que se titula Espejo del alma.

 

– ¿Y la segunda vez?

– Volvió a grabar conmigo en el año… Muy poquito antes de que se fuera, quizá fuera la última grabación que hizo el maestro. El tema se llama Glamurosa, y le digo, “Canto Paco para ti…”. También grabó ahí. Yo le mandé todo el disco para que eligiera en el tema que quería tocar, y eligió ese.

 

– ¿Sabía mucho de cante?

– Él era un cantaor, sabía todos los cantes. Había tenido a Camarón al lado, y a todos los artistas que había acompañado de niño… Y todas las fiestas que él me contaba en su casa, con todos los artistas que llevaba su padre. Cuando hacías un tercio que no era, te lo decía: “Ese tercio no es así”. Y te explicaba cómo iba. Una vez me dijo a mí: “Chonchi, la próxima gala quiero que me traigas dos letras de soleá de la Niña de los Peines, no quiero que me cantes más letras de un artista ni de otro: de la Niña de los Peines”. “¿Por qué, maestro, no le gusta lo que hago?”. “La casa no se hace por arriba, se hace por abajo”. Y ahora yo todo el rato escuchando a la Niña de los Peines, y al siguiente bolo, en la prueba de sonido, dice: “A ver, esas dos letras”. No se le había olvidado, yo tenía la esperanza de que no se acordara y hacer las mías, porque no le tenía confianza a las dos letras. Se las hice y me dijo que estaban perfectas, salvo “un poquito al final, que en vez de cerrarlo tan pronto, tienes que alargar un poquito más”.

 

– ¿Hasta qué punto les daba libertad?

– Nosotros podíamos hacer la letra que quisiéramos en nuestro momento, pero respetando los estribillos. “Volar, solo quiero volar, volaaaar…” Y el tema de la soleá era que yo, en vez de cantarle por soleá, le estaba haciendo soleá por bulerías, y decía: “Eso no es, es moderno. Tráeme a la Niña de los Peines, y luego ya te la llevas a tu terreno”. Era para que yo escuchara más, aprendiera más, y no me ciñera a lo que ya tenía, sino que investigara.

 

– ¿Cuántas veces se acuerda de Paco?

– Todos los días. Lo tengo grabado aquí en mis venas, mira  [muestra un tatuaje en la muñeca]. Esto me lo hice a los tres días de morirse mi maestro, para tenerlo aquí.

 

– ¿Recuerda cómo fue la noticia?

– Sí, a las ocho menos cuarto de la mañana. Estaba dormida y me llamaron, en México era otra hora. Me dijeron que se había ido el maestro y no podía más que decir no, no, no, no, no me digas eso. Y empecé a llorar, a chillar, a gritar, desperté a mi hijo, asustado, ¿que se ha muerto el maestro? Hoy mismo, en los ensayos, ha habido un momento que estaba Niño Josele, que no habíamos vuelto a cantar juntos… Pues estaba Josele aquí al lado, lo he mirado, me ha mirado, y lo he visto con las lágrimas saltadas y yo igual. Porque ha habido un momento en que me ha dicho, ¿lo has sentido? Y claro que sí, el maestro estaba con nosotros. Hemos hecho la bulería, te lo juro, llorando. Y no es paripé ni nada: lo quiero y lo querré toda mi vida. Ha sido la mejor persona que me he encontrado en el mundo. Si tú eres grande como músico y como persona no vales, te admiraré como músico, pero te has caído.

 

– Y con él era todo, claro.

– El día de mañana me veré con mi maestro allá arriba y seguiremos riéndonos. Yo en mi vida personal he sufrido mucho, y él siempre estuvo muy preocupado por mí. Y me decía, “tú puedes con eso y con más, porque eres un pedazo de persona, vales mucho”. Y fíjate, ahora muchas veces no le pido a dios, le pido a él. “Ay, maestro, por favor, ayúdame que me salga bien esto”. Para mí es mi dios.

 

Imagen superior: portada del cedé Glamourosa

 

 

 

→  Ver aquí las anteriores entregas de la serie LOS ELEGIDOS, de Alejandro Luque, sobre los colaboradores de Paco de Lucía:

 

# LOS ELEGIDOS (IX) / Rubem Dantas: «En Rusia, Alemania o Japón todos se volvían flamencos escuchando a Paco de Lucía»

LOS ELEGIDOS (VIII) / Rafael de Utrera: “Gracias a Paco acabé cantando diez veces más alto de lo que llegaba antes”

LOS ELEGIDOS (VII) / David de Jacoba: «La primera vez que vi a Paco hacer una nota a mi lado quise ponerme a llorar»

LOS ELEGIDOS (VI) / Niño Josele: «La música de Paco de Lucía era como mi idioma natural»

LOS ELEGIDOS (V) / Antonio Serrano: «Paco se ponía nervioso antes de los conciertos, porque no estudiaba nada»

LOS ELEGIDOS (IV) / Duquende: «El grupo de Paco de Lucía era como una nave espacial» 

LOS ELEGIDOS (III) / El Viejín: «Cada falseta de Paco de Lucía te puede llevar por un rumbo diferente»

LOS ELEGIDOS (II) / Dani de Morón: «Todavía hay quien cree que no estudiar a Paco es tener personalidad»

LOS ELEGIDOS (I) / Con Alain Pérez en La Habana (y II): «Paco de Lucía tenía a todo el mundo esperando que fallara» 

LOS ELEGIDOS (I) / Con Alain Pérez en La Habana (I): «Enrique Morente era un visionario de los de verdad» 

 


Un pie en Cádiz y otro en Sevilla. Un cuarto de siglo de periodismo cultural, y contando. Por amor al arte, al fin del mundo.

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